‘El colapso’, o cómo serán los primeros días del Apocalipsis
03/11/2020 Deja un comentario
Hay ocasiones en que una película, una serie, un libro o cualquier otra creación artística trasciende sus propios límites para convertirse en algo más casi al instante. La miniserie que nos ocupa es uno de esos casos. El colapso se ha convertido, por derecho propio, en una de las producciones del último año. 8 episodios en los que se narran los últimos días de una sociedad al borde del colapso, el propio colapso económico y social, y los primeros instantes en los que los seres humanos deben afrontar una nueva realidad.
Aunque solo sea por su temática, esta ficción creada por Jérémy Bernard, Guillaume Desjardins y Bastien Ughetto ya tiene el suficiente atractivo como para acercarse a ella y sumergirse en el caos, el egoísmo y la locura que se apodera del ser humano en situaciones como esta. Teniendo en cuenta el mundo que nos toca vivir en este 2020, casi parece premonitorio de lo que podría llegar. Pero más allá de sus vínculos con el mundo real y del análisis social que realiza, sobre el que volveremos más adelante, resulta muy interesante analizar el modo en que se afronta la historia. Cada episodio se centra en un día en el entorno del colapso, tanto antes como después. Sin un orden concreto, las tramas se interrelacionan gracias a los personajes, no solo porque algunos de ellos aparecen en varios episodios, sino por el contenido de sus diálogos, sus actos y el estado en el que se encuentran.
Esto permite que las tramas se puedan ubicar fácilmente en una línea temporal concreta, más allá de que cada episodio de El colapso menciona, al inicio, el día en el que se sitúa la trama. Aunque desde un punto de vista narrativo, los guiones quizá sean lo de menos (y eso que alguno es extraordinario). Lo más atractivo es el modo en que se cuenta cada trama episódica. El planteamiento de un plano secuencia en historias tan largas no solo es una arriesgada apuesta, sino que es toda una declaración de intenciones. Desde el primer minuto del primer episodio los creadores de esta miniserie dejan claro que no estamos ante un producto estándar, ni en su forma ni en su fondo. La constante cámara en mano, sin cortes aparentes, traslada al espectador directamente al meollo de la historia, haciéndole partícipe del devenir de los protagonistas, sus miedos y sus decisiones. Siguiendo como se sigue siempre a algún personaje, el plano secuencia logra algo tan difícil como apasionantes, y es jugar con el fuera de campo.
En pocas palabras, los directores (que también son los guionistas) de esta ficción componen todo un universo en cada capítulo. Todo está ensayado y preparado, tanto lo que sale en pantalla como lo que no. Un nuevo mundo creado exclusivamente para cada capítulo en el que la cámara se introduce como un voyeur profesional. Esto, como decía antes, genera una doble emoción en el espectador. Por un lado, la ansiedad de seguir a unos personajes que, en líneas generales, siempre están luchando por su vida, sea del modo que sea. Pero por otro, y esto tal vez sea lo más interesante, se mueve dentro de cada escena, de cada episodio, como si de un personaje más se tratara. Así, juega constantemente con la profundidad de campo, dando la misma importancia a lo que ocurre delante de las narices del espectador y todo aquello que se desarrolla como trasfondo. Y por si esto fuera poco, muchos de los acontecimientos importantes se producen fuera de campo, lo que ahonda en la sensación caótica que imbuye al espectador, haciéndole partícipe de la ansiedad de unos personajes que perfectamente podríamos ser cualquiera de nosotros.
Paralelismos sociales
Este tipo de series, con capítulos independientes, pueden tener un problema, y es la irregularidad en sus propuestas. El colapso no es una excepción, aunque se puede decir que logra compensar con creces esos problemas, ya sea con esa puesta en escena sencillamente apabullante y brillante, ya sea con el contexto social que refleja y sus paralelismos con algunas cosas que pueden verse en la actualidad. Personalmente, algunas de estas historias tienen debilidades conceptuales que, aunque no son un impedimento para disfrutar de la experiencia, sí pueden provocar ciertas incongruencias.
Pero como decía, esta miniserie tiene dos pilares fundamentales para su éxito. Más allá de la parte puramente artística, es muy interesante analizar el contenido de la ficción y, sobre todo, su vinculación con el mundo en el que vivimos. Dejando a un lado pandemias y crisis como la que vivimos actualmente, la serie hace una radiografía precisa de cómo es el mundo en el que vivimos, de cómo nos enfrentamos como individuos a una situación completamente inesperada y, sobre todo, de cómo se desmorona la sociedad a pesar del intento de algunos por preservar lo que nos queda de humanidad. Invita a reflexionar el modo en que, por ejemplo, se narra el incidente en la gasolinera; o el capítulo de la residencia de ancianos; o aquellos en los que los más ricos y poderosos son los protagonistas. Como toda buena producción, la miniserie utiliza como catalizador y «excusa» el colapso de la economía y la sociedad para retratarnos como individuos y como colectivo, y eso es lo que verdaderamente define esta ficción.
No puedo terminar este breve análisis de una obra tan compleja sin mencionar el detalle que esconde la serie, y que tal vez pase desapercibido por estar a simple vista. Se trata del último episodio en su conjunto. Cronológicamente hablando, lo que ocurre en este octavo capítulo se produce días antes de lo visto en los otros siete. Sin embargo, los creadores de la serie deciden situarlo el último. El motivo, más allá del efecto que supone para el espectador saber que se avisó de lo que iba a ocurrir y nadie hizo nada, no es otro que acentuar el dramatismo de los anteriores episodios. Que después del sufrimiento, el dolor, la angustia y la lucha por la supervivencia se nos cuente que hubo alguien que sabía lo que estaba a punto de pasar, y en cuya cara se rieron todos, no deja de generar indignación y frustración al pensar que en algún punto alguien pudo poner algún tipo de remedio. Junto a ello, es también una invitación a la reflexión personal sobre lo que estamos haciendo como especie, dejando el planeta en una situación cada vez más insostenible. Es inevitable pensar en los cientos, miles de científicos que advierten del camino que está tomando el mundo en materia, por ejemplo, de cambio climático, y cómo muchos directamente se ríen en sus narices.
Ahora pensemos en qué hubiera sido de la serie si ese episodio se hubiera situado en primera posición. La ficción habría perdido buena parte de su impacto. Al fin y al cabo, desde el primer minuto se nos habría advertido de lo que iba a ocurrir. Por todo esto, y en pocas palabras, El colapso es una miniserie completa. Muy completa. Visualmente hablando es rompedora, no tanto por utilizar el plano secuencia como por la composición que realiza a campo abierto, creando un teatrillo con vida propia independientemente de que está enfocando la cámara. Pero junto al apartado puramente artístico encontramos un trasfondo, una crítica elegante y muy dura a una sociedad mundial que en situaciones críticas se desmorona rápidamente como un castillo de naipes. Los contrastes entre las élites y las clases más desfavorecidas invitan también a un análisis en profundidad de lo que somos como grupo social. Una obra imprescindible en los tiempos que corren.