‘Reservoir Dogs’, el thriller que definió el estilo Tarantino
08/05/2020 Deja un comentario
Quentin Tarantino presentaba en este 2019 la que posiblemente sea su mejor película (o una de las mejores en una corta pero extraordinaria filmografía). Érase una vez en… Hollywood contiene todos y cada uno de los elementos que definen su cine, incluida una violencia que, en esta ocasión, se limitaba casi en exclusiva a una espectacular secuencia final. Este título llegaba después de que hace 27 años sorprendiera a propios y extraños con Reservoir Dogs, un thriller dramático que se convirtió, por méritos propios, en el primer clásico en la carrera del director.
Guste o no su estilo visual y su narrativa, cargados ambos de una violencia explícita en imágenes y en lenguaje, lo cierto es que el considerado como primer film de Tarantino (en realidad, ese honor le corresponde a El cumpleaños de mi mejor amigo, de 1987) es un ejemplo extraordinario de cómo realizar una presentación en sociedad como director. Con una trama simple donde las haya (un grupo de criminales da un golpe que sale mal y deben averiguar por qué) y apenas una única ubicación, el director tiene una libertad absoluta para manejar los tiempos narrativos, la puesta en escena y las posibilidades interpretativas de un elenco simplemente extraordinario. Y con apenas unos pocos elementos logra una tensión dramática que ni siquiera directores con más trayectoria son capaces de plantear en muchos de sus films. Esto se debe, fundamentalmente, al manejo de los elementos que ya Alfred Hitchcock (Con la muerte en los talones) definió como fundamentales para cualquier intriga, y que tienen que ver con la información que manejan los personajes y la que tiene el espectador.
A través de un goteo constante de datos sobre lo ocurrido (que nunca se llega a ver, y que en realidad tampoco es necesario mostrar), Tarantino construye un sólido castillo dramático en el que unos personajes que no se conocen prácticamente de nada deben afrontar no solo una situación que les llega sobrevenida (el golpe fallido y la traición), sino el modo en que cada uno de ellos hace frente a eso. Esta dualidad es la que genera el conflicto, acentuando los problemas, las dudas y los objetivos de cada personaje en un contexto ya de por sí comprometido. Reservoir Dogs es un gran ejemplo de cómo construir una tensión dramática en constante aumento, finalizando en una apoteosis de violencia que ni Shakespeare habría imaginado para ‘Hamlet’, en la que los personajes tienen el final que les corresponde y tal vez no el que querríamos como espectadores.
De hecho, el tratamiento de los personajes es algo muy interesante de analizar que requeriría dedicar varios textos. Tarantino construye un delicado equilibrio entre buenos y malos, entre héroes y villanos para que, una vez llegan los títulos de crédito finales, no exista ni lo uno ni lo otro. Partiendo de la base de que todos son criminales, durante el ajustado metraje de poco más de hora y media el espectador va distinguiendo entre buenos y malos dentro de los ladrones del banco. Las diferentes personalidades de cada uno de ellos no les hace posicionarse de un lado o de otro, simplemente les convierten en humanos, y como tales logran empatizar -unos más y otros menos- con el espectador. Ahí entra en juego lo que mencionaba al principio de la complejidad dramática. A la situación ya de por sí difícil en la que se encuentran los personajes se añaden sus incompatibilidades de personalidad y, también, los lazos casi paterno-filiales que se establecen entre algunos de ellos. Ahí surge la que posiblemente sea la mayor riqueza argumental del film: cómo las relaciones pueden no solo dificultar un trabajo, sino hacernos perder la perspectiva de lo que realmente está ocurriendo.
Estilo Tarantino
Pero ante todo, Reservoir Dogs contiene muchos de los elementos, si no todos, que definen el «estilo Tarantino». Más allá de la violencia, la profusión de sangre o el lenguaje agresivo, el director pone en práctica en el film algunos de los conceptos que le han convertido en el icono y el referente cinematográfico que es hoy en día. Para empezar, el uso de la música y canciones que aparentemente tienen poco o nada que ver con lo narrado para acentuar, precisamente, el carácter dramático de lo que se está viendo en escena. Un contraste no demasiado habitual en el séptimo arte porque es difícil de lograr. Es más, la banda sonora, ya sea creada expresamente para el film o compuesta por temas ya escritos (alguno muy conocidos o que se han hecho famosos a raíz del film que acompañan), suele realizar una narración paralela de lo que se ve, potenciando el carácter que posea la escena.
Tarantino logra ese efecto con la técnica inversa. En realidad, no es algo único de la música. Sus films están cargados de contrastes entre extremos, desde el vestuario hasta los diálogos. Y esta historia que ahora analizamos no es menos. Frente a los ladrones trajeados, unos jefes que van en chándal o con camisa; frente a unos personajes con nombres de colores (de los que luego se llega a conocer la verdadera identidad de algunos), unos líderes que sí tienen nombre; y frente a la violencia de la historia, unos diálogos iniciales que nada tienen que ver con lo que va a ocurrir. Y cuando digo nada es absolutamente nada. El director de Pulp Fiction (1994) eleva a la máxima expresión artística el concepto de small talk, esa charla que no lleva a ninguna parte pero que sirve para cubrir vacíos. Bueno, en manos de Tarantino estas charlas sí adquieren cierto significado, pues aunque no aporten información sobre la trama, permiten conocer mucho mejor a los personajes, su forma de ver el mundo.
Y luego está la descomposición temporal que hizo mundialmente famosa en el film mencionado antes. Aunque en esta ocasión no está tan desarrollada como en películas posteriores, ya se aprecia un manejo de los tiempos narrativos único, enriquecedor y, ante todo, muy inteligente. El director utiliza estos saltos temporales para aportar intriga y tensión dramática, desvelando información reclamada por el espectador a medida que va conociendo más y más de los personajes. El modo en que les contratan, su huida del golpe fallido, sus momentos previos a la reunión inicial. Con un puñado de secuencias Tarantino logra componer un mosaico lo suficientemente enriquecedor como para que el espectador comprenda las motivaciones de cada uno, su verdadero rol en la trama y, sobre todo, la red de amistades y traiciones que sustenta toda la historia. Por supuesto, esta desestructuración de la narrativa tiene un objetivo argumental basado en la intriga, cosa que no tienen algunos de sus films posteriores, pero es un primer paso para esa posterior apuesta cinematográfica.
Se puede decir que Reservoir Dogs abre la puerta a todo un cine que ha marcado a generaciones y, sobre todo, ha redefinido una forma de entender el séptimo arte. Pero sobre todo es un ejemplo de lo que pueden conseguir los directores noveles que busquen lanzar su primera historia. Con una premisa sencilla, apenas un escenario y un puñado de actores (eso sí, actores de un nivel extraordinario), Tarantino construye un thriller con tensión dramática en constante crecimiento, donde las traiciones y las sospechas construyen un laberinto que queda resuelto con elegancia y una maestría fuera de toda duda. El modo en que se inserta toda la información al espectador, llevándole por un camino cargado de giros argumentales, forma ya parte de la historia del cine.