‘Monkey Man’: sangre, sudor y buen cine de acción


Dev Patel, con máscara de mono, lucha en un ring clandestino en 'Monkey Man'

Estamos muy acostumbrados a ver que los debuts cinematográficos son obras más bien pequeñas, con un reparto limitado y una puesta en escena sencilla pero efectiva. Por eso es muy llamativo ver lo que ha hecho Dev Patel en su primer film como director, coguionista y protagonista. Cierto es que han pasado muchos años tras aquel Slumdog Millionaire (2008) y que la experiencia siempre es un grado, pero eso no siempre es una garantía.

Si algo deja claro Monkey Man es que estamos ante un director que apunta maneras. Muy buenas maneras. No se trata únicamente del ritmo que imprime al film, sino de su apuesta narrativa y de un lenguaje visual propio que va más allá de, simplemente, contar la historia. El uso que Patel hace de la cámara es un sello personal que revela a un autor que tiene algo que contar y, sobre todo, que tiene una forma de contarlo. Para muestra, un botón: el final del film, con esos planos de una suerte de espejos colgantes en los que el héroe ve un reflejo que, aunque fiel a la realidad, parece mostrar el infierno en el que se ha introducido. O esa imagen del ascensor que se utiliza para el cartel promocional. Son solo dos de los muchos ejemplos.

Tal vez sea porque, en realidad, el film permite a Patel dar rienda suelta a su forma de narrar. El guion, aunque sencillo a más no poder, es fresco, dinámico, con pocos altibajos (los justos y necesarios) y un crescendo constante de la tensión dramática en un viaje del héroe basado en los conceptos más clásicos pero adaptados a una modernidad muy interesante, en la que política, denuncia social, violencia y espectacularidad se mezclan para dar un resultado que llama la atención. Es cierto que hay mucho que resulta conocido, y en esos momentos de menor ritmo puede resultar algo pesada, pero son cosas puntuales en una película de dos horas que se hace hasta corta. Tal vez su mayor hándicap, si es que puede considerarse así, es que su trama se ha contado una y mil veces. Si sus personajes y su escenario se traslada, no sé, a Europa o Estados Unidos, podríamos estar hablando de algunas películas que todos habremos visto.

La cosa es que Monkey Man no pretende ser original, sino un entretenimiento que vaya más allá de lo que pueda verse en pantalla. Y de ahí que Patel se centre en el trasfondo de un protagonista de pocas palabras pero gran complejidad. La religión, la venganza y la lucha social marcan un constante viaje a base de violencia contra las clases dominantes que deja no solo una reflexión a tener en cuenta, sino algunos momentos de auténtico cine y de salvajismo surrealista. Un debut cinematográfico que invita a pensar que estamos ante un director con muchas cosas que contar y, sobre todo, con un lenguaje capaz de hacernos ver mucho más allá.

Nota: 8/10

‘Posesión infernal: El despertar’: para groupies y no tan groupies


La motosierra sigue siendo un arma eficaz en 'Posesión infernal: El despertar'.

Creo que nadie duda a estas alturas de que Posesión infernal (1981) es una obra de culto que ha influido en infinidad de directores de todos los géneros y, sobre todo, asentó las bases de un estilo que su director, Sam Raimi, ha sabido aplicar luego a todo tipo de films, incluyendo la saga de Spider-Man. Por eso, ver que el espíritu de aquella cinta de terror se sigue manteniendo en pleno siglo XXI es un regalo para fans y no tan fans, demostrando que una historia bien hecha puede adaptarse a cualquier época si se hace con coherencia.

Y en cierto modo, eso es lo que hace Posesión infernal: El despertar: adaptar aquella trama de un grupo de amigos en una cabaña en el bosque a un apartamento de un edificio en ruinas. Y lo hace bien, muy bien. Tanto que el guion, a pesar de tener una estructura arquetípica, funciona como un reloj, manteniendo la tensión dramática y emocional en un alto y constante nivel, evitando en lo posible los sustos fáciles y aprovechando algunos recursos visuales muy interesantes. En este sentido, su director y guionista, Lee Cronin (Bosque maldito), ofrece un espectáculo para groupies, como se menciona en varios momentos del film, con buenas dosis de sangre, violencia y terror ambiental que contribuye a la ya de por sí atmósfera opresiva del escenario en el que se desarrolla la acción. Evidentemente, no es una película para corazones sensibles, pero incluso aquellos que estén poco familiarizados con la obra de Raimi encontrarán referencias a otras cintas de terror como El resplandor (1980), a la que Cronin homenajea en varias ocasiones con mucho acierto.

Quizá el único problema que tenga el film (y tampoco debería considerarse un problema como tal) sea esa necesidad del cine moderno de establecer una suerte de historia secundaria que haga las veces de envoltorio de la historia principal. La cinta comienza en una cabaña en un bosque, con tres amigos y una de ellas visiblemente enferma. La tragedia se produce y la historia vuelve al día anterior para comenzar a contar la verdadera trama, con otros personajes y otro escenario, y dejar al espectador preguntándose toda la película qué tendrá que ver una cosa con la otra. Hasta aquí todo bien, pero cuando llega el momento de explicar la relación entre ambas historias es cuando la cosa se complica. El modo en que se vincula una con otra no termina de tener demasiado sentido. Sin hacer muchos spoilers, digamos que podría haberse justificado de una forma más coherente, o al menos más creíble que decir que no se enteró de nada a pesar de los gritos, la violencia, motosierras de por medio, disparos y demás elementos propios de la saga.

En todo caso, Posesión infernal: El despertar es una obra a tener en cuenta, una buena propuesta dentro de este universo demoníaco que se despierta con el Necronomicón. Cronin aprovecha la iconografía de Raimi para crear un producto solvente, aterrador en algunos momentos, desagradable en otros y sangriento en casi todo su metraje, sobre todo con ese final ya mítico de estas historias en el que el o la protagonista termina literalmente bañada en sangre y motosierra en mano. Quizá si hubiese sido más directa, sin necesidad de esa otra trama que no lleva a ninguna parte (salvo para justificar aquello de que los demonios están en el bosque, pero esto también deja muchas lagunas), la película habría sido más redonda. De todas formas, una muy buena propuesta para los amantes del género.

Nota: 7/10

‘Scream VI’: algo más que trozos de carne


Ghostface sembrará el terror en Nueva York en 'Scream VI'

Soy consciente de que el género slasher tiene muchos detractores, sobre todo cuando se crean sagas aparentemente interminables en torno a un mismo personaje. Pero cuando Scream irrumpió en las salas de cine allá por los años 90 cambió por completo el modo de entender este tipo de películas. Con una apuesta clara por la violencia y la cinefilia, abrió los ojos a toda una generación a la que Freddy Krueger, Michael Myers o Jason Voorhees les quedaba un poco lejos. Ahora llega la sexta entrega del famoso Ghostface, y la pregunta evidente es ¿realmente da para tanto? Pues sí y no.

Está claro que hacer seis películas (y las que pueden quedar) con la misma estructura es repetitivo, cansino e innecesario. Así que bajo este prisma, Scream VI no ofrece nada nuevo: muertes más violentas, sangre a borbotones hasta por un simple corte y algún que otro susto de manual. Ahora bien, la renovación de la saga que logró Scream en 2022 va un paso más allá en esta secuela. En todos los sentidos. Y eso, guste más o menos, convierte a esta parte en una de las más interesantes y mejores de toda la serie. Porque no se trata únicamente de que la historia cambie de escenario y se vaya a una gran ciudad como es Nueva York. No se trata de que haya muertes salvajes y violentas. En realidad, lo atractivo de esta trama es cómo establece vínculos con todas las películas anteriores hasta convertirse, por decirlo de algún modo, en un viaje por toda una saga (y no solo a través de las diferentes máscaras).

No caer en la autocomplacencia durante ese recorrido es difícil, y lo consigue en la mayor parte de las ocasiones. Sus directores, Matt Bettinelly-Olpin y Tyler Gillett (responsables de la anterior entrega y de esa joya llamada Noche de bodas), apuestan por saltarse algunas de sus propias normas para llevar el género y al asesino un paso más allá. Casi desde los primeros minutos, la película rompe los esquemas de lo que espera el espectador para establecer un nuevo marco y avisar de que la película es mucho más grande de lo que cabría esperar. Y aunque al final el desarrollo no deja de estar supeditado a los límites impuestos por el género, el guion juega hábilmente con estas limitaciones para tratar, al menos, de desviar la atención, generando algunas secuencias brillantes que, dicho sea de paso, van sembrando el camino para revelar una historia que lleva el homenaje que siempre hay en estas películas hasta un nivel difícilmente superable.

Sí, Scream VI tiene todo lo que identifica a esta saga: llamadas telefónicas, apuñalamientos, persecuciones, identidades falsas… Y es cierto que, a pesar del cambio de escenario, transita por muchos lugares comunes. Esto resta algo de fuerza a una historia que, sin embargo, funciona muy bien. Con un reparto más que notable, la trama rompe desde el primer momento con sus propias expectativas para llevar al espectador por un viaje en el que le invita constantemente a tratar de averiguar quién está detrás de las muertes. Habrá quien lo averigüe, habrá quien lo intuya y habrá quien se sorprenda con el final. Pero el viaje no va a decepcionar. Y los amantes del género, sin duda, tendrán material para debatir durante horas.

Nota: 7/10

‘The Walking Dead’ construye su futuro en la 11ª Temporada (II)


Los héroes de 'The walking dead' deberán luchar por sus vidas y su futuro en la segunda parte de la temporada 11.

Los fans más acérrimos de The Walking Dead ya estarán acostumbrados a los cambios que existen en la trama entre el cómic original creado por Robert Kirkman, Charlie Adlard y Tony Moore, y la serie surgida a partir de sus páginas en blanco y negro de la mano de Frank Darabont (quien desde la serie Mob city, de 2013, no ha vuelto a ponerse con ningún proyecto). Algunos tan impactantes como las muertes de varios protagonistas. Por eso, quienes conozcan el final de las viñetas sabrán lo que está ocurriendo en esta décimo primera temporada, que se ha dividido en tres partes para mayor deleite fan… y para exprimir un poco más este fenómeno televisivo. Pero claro, alargar hasta los 24 episodios lo que en el cómic ocurre en unas páginas era una ardua tarea, así que… ¿cuál es el resultado?

Si la primera parte fue el terreno necesario para recuperar las mejores sensaciones que había dejado la serie, esta segunda tanda de ocho episodios ha permitido a los guionistas plantear todas las líneas argumentales necesarias para lo que se avecina en la última parte de la serie, que no va a ser, precisamente, un paseo tranquilo (más o menos como todo a lo largo de estos años). Lo más interesante es que la ficción televisiva ha enriquecido mucho los conflictos que ya existían en los cómics, creando nuevos personajes, dotando de mayor trasfondo dramático a los ya existentes, y creando mejores motivaciones para los acontecimientos que están a punto de ocurrir.

No quiero decir con esto que el cómic tenga un final «flojo», al contrario. Creo que es el final que debe tener una serie de este tipo, ya sea en papel o en fotogramas. Pero a diferencia del cómic, The Walking Dead, la serie, opta por crear toda una trama que combina con acierto suspense y acción, casi como si de un thriller se tratara, estableciendo claramente héroes y villanos entre los nuevos personajes llamados a tomar un papel relevante en esta conclusión de la producción. Cada episodio se convierte así en un tour de force que lleva al espectador en un viaje como hacía tiempo que no se vivía en la serie, utilizando para ello algo que, seamos sinceros, se había perdido con los años: el uso de los ganchos narrativos no solo de un episodio a otro, sino dentro de un mismo capítulo.

Esto ha permitido, por ejemplo, jugar con una posible traición del personaje interpretado por Norman Reedus (Triple 9) o dejar algunos episodios memorables como el protagonizado casi en exclusiva por Josh McDermitt (Odious), en uno de los mejores ejercicios de suspense, locura y traición que, además, es el comienzo para sentar las bases de lo que está por venir. Posiblemente sea esta una de las etapas de temporada más diversas, interesantes y entretenidas que haya dejado la serie en estos más de diez años, pero si esto es así es gracias, sobre todo, al trabajo en la definición de personajes que ha habido previamente, y que ha permitido crear unos roles inolvidables.

Mención aparte merece la relación entre los personajes de Lauren Cohan (Milla 22) y Jeffrey Dean Morgan (El asesino de las postales), enemigos acérrimos desde que el segundo protagonizara el momento más salvaje, violento e impactante de la serie (en papel y en pantalla). Personalmente, reconozco que no era muy partidario de plantear este conflicto; apostaba más por algo similar a lo que ocurría en el cómic. Pero esta es la magia y el arte de estos guionistas: han logrado dar la vuelta a una situación hasta reintegrar el rol de Negan en una estructura argumental y dramática mucho mayor. Y lo han hecho como debe hacerse, con trabajo meticuloso, paciencia y construyendo el giro a fuego lento. El resultado es, a tenor de lo que pase en los últimos ocho episodios, un primer paso en el cambio de la relación.

Sangre y fuego

Así que, para aquellos guionistas noveles o veteranos que quieran generar cambios en los personajes de la noche a la mañana, una recomendación: vean estos ocho capítulos de The Walking Dead. Son el mejor ejemplo de lo que se puede hacer, de lo que se debe hacer y de lo que se llega a conseguir. Aunque evidentemente, esta serie no sería lo que es sin conflictos ni batallas campales a sangre y fuego. Los zombis continúan siendo casi más un elemento del entorno (aunque han evolucionado en estos años a casi esqueletos putrefactos, un matiz menor pero muy interesante), y el ser humano se mantiene como el gran enemigo del hombre. En este caso, y como ya se intuía en la primera parte de la temporada, el mayor enemigo hasta el momento.

Para aquellos que no hayan visto el episodio 16, solo mencionar el carácter casi fascistas del final (y sin casi, pero dejemos las ideologías políticas a un lado en el mundo postapocalíptico). Dicho de otro modo, la conclusión de esta etapa pone la última pieza de un tablero en el que se va a desarrollar una guerra en su más amplio sentido, no solo por recuperar territorios, sino por acabar con dictadores y el poder en la sombra que maneja con mano de hierro y corrupción una sociedad que se parece demasiado a lo que tenemos hoy en día, miedos y escalas sociales incluidos. Lo cierto es que son muchas las lecturas que se pueden sacar de apenas ocho episodios, lo que da buena cuenta del nivel narrativo en el que nos encontramos.

No todo es positivo, pero casi. Es cierto que la serie no ahonda en algunas tramas secundarias que parecen pedir a gritos algo más de protagonismo. Algunos personajes, como el interpretado por Teo Rapp-Olsson (King of knives), entran y salen de la trama con demasiada asiduidad a pesar de su relevancia (al fin y al cabo, es el hijo de la gobernadora de la ciudad). Sus historias, aunque secundarias, no parecen tener más importancia que servir como apoyo para hacer avanzar la acción, sin ofrecer al espectador mayor trasfondo. Es un poco lo que le ocurre también a todo el arco narrativo del rol al que da vida Khary Payton (Loners), cuya enfermedad, sinceramente, ha sido más bien una excusa más que una motivación. Pero este ha sido, en realidad, el problema que siempre ha tenido la serie: hay tantos personajes que es inevitable que algunos pierdan relevancia o sean utilizados como meros instrumentos al servicio de una narrativa mayor.

En todo caso, son problemas menores. Hasta el momento, la décimo primera temporada de The Walking Dead está siendo un ejemplo de lo mejor que puede ofrecer esta serie. Para algunos puede que incluso extraordinario. Los episodios de esta segunda tanda no solo están pensados como un vehículo para alcanzar el final, sino que construyen ese final. Construyen una conclusión coherente que va más allá del simple enfrentamiento para ahondar en conceptos que, aunque siempre han estado en la serie, muchas veces se han diluido: democracia, dictadura, corrupción, poder… Todo ello como trasfondo de algo mucho mayor, de una lucha por cambiar lo que no funcionaba en el mundo antes de la llegada de los zombis. Ahora nos esperan meses hasta el desenlace. Quienes hayan leído el cómic sabrán hacia dónde se dirige, pero por suerte para los fans, el destino va a ser muy diferente al de las viñetas.

‘Maligno’: hay que extirpar el cáncer


Annabelle Wallis deberá enfrentarse a 'Maligno'.

Tras más de una decena de películas a sus espaldas, decir que James Wan (Insidious) es el nuevo maestro del terror moderno no debería sorprender a nadie. Sobre todo porque tres de las grandes sagas del género de los últimos años (‘Saw’, la mencionada ‘Insidious’ y ‘Expediente Warren’) nacieron y crecieron en sus manos. Su narrativa, su manejo de los tiempos dramáticos, de los planos, del sonido… absolutamente todo está milimétricamente medido para provocar todo tipo de emociones en el espectador. Y su última propuesta no es menos.

De hecho, puede que sea más, porque Maligno no es exactamente lo que aparenta ser. La película se mueve a medio camino entre una historia de fantasmas y una de slasher al más puro estilo ochentero, con imágenes no aptas para personas sensibles o que tengan aprensión a la sangre. El guion, bien construido en casi todo el relato (la resolución flojea un poco cuando ya se desvela todo el pastel), se mueve como pez en el agua entre el suspense, el terror atmosférico tan característico de Wan y la violencia sin cortapisas. Pero posiblemente lo más interesante de todo es cómo dosifica la información que va descubriendo el espectador, situando las grandes revelaciones en unos giros de guion que llevan el argumento por caminos bastante más imprevisibles de lo que estamos habituados a ver en este tipo de producciones.

Y a todo esto se suma la labor del director. Su puesta en escena es simplemente brillante. Al uso ya conocido de las sombras, los juegos de profundidad dentro del plano y los movimientos de cámara suaves capaces de generar más intensidad emocional se suman ahora su experiencia en secuencias de acción, lo que aporta un plus a la historia, amén de algunos hallazgos visuales como ese plano completamente cenital por todas las estancias de la casa. El principal problema de la historia, y es algo que Wan trata de solventar como puede, es el final, que no termina de encajar con el tono general del relato, entregándose por completo a la acción y el concepto de monstruo final como si no hubiera otra forma de solventar el complejo puzzle planteado en una intriga más que notable.

Un final, eso sí, que hará las delicias de los amantes al gore. Pero Maligno, como lo fueron antes otras películas del director, no es una obra de ese género. Es un relato oscuro, trágico, con numerosas e interesantes lecturas sobre la familia, los vínculos de sangre e, incluso, el dolor de la pérdida o la lucha contra el cáncer. Una obra que podría haber dado más de sí con un final diferente, más próximo al resto de la trama. En todo caso, es encomiable el equilibrio encontrado entre suspense, terror y sangre, una mezcla que no todos los directores son capaces de manejar, pero con la que James Wan demuestra, una vez más, que es un modelo a seguir dentro del género.

Nota: 7/10

‘Aquellos que desean mi muerte’: A sangre y fuego


Angelina Jolie y Finn Little deberán sobrevivir al fuego y a 'Aquellos que desean mi muerte'.

No hay nada como contar con un buen reparto y alguna que otra gran estrella del cine para convertir un guion normalito en un estreno en pantalla grande. Esa es la base que se esconde tras lo nuevo de Angelina Jolie (Maléfica: Maestra del mal), un thriller mil y una veces visto que no por eso deja de ser efectivo, aunque previsible a más no poder.

Y eso que Taylor Sheridan (Wind river) demuestra que es capaz de sacar el máximo partido a una historia que apenas deja lugar para la sorpresa. Su uso de los grandes espacios y los planos generales dotan a Aquellos que desean mi muerte de una belleza inusitada, componiendo un escenario único para una persecución mortal con asesinos poco comunes y traumas pasados que necesitan ser sanados. Es, posiblemente, de lo mejor de un film que aporta más bien poco al género y que, eso sí, deja algunas imágenes interesantes, sobre todo en lo que se refiere a la lucha que protagonizan Jolie y el resto de héroes de este thriller contra sus perseguidores en medio de ese gran incendio capaz de arrasar con todo.

Porque, en efecto, Jolie es el gran reclamo, pero no deja de ser un personaje más. De hecho, la trama está planteada casi más a través de los ojos y la supervivencia de los secundarios, dándoles de este modo un mayor protagonismo y, por qué no, obteniendo un mayor interés del que inicialmente podrían tener. Y si a todo esto le sumamos unos actores solventes y con una trayectoria consolidada, lo que obtenemos es una mayor empatía del espectador con ellos que con la propia Jolie. Es el reparto el que sustenta un relato bastante mediocre y previsible, bien construido en sus giros de guion pero que pone sus cartas boca arriba desde el primer momento. Un reparto, por cierto, en el que posiblemente sorprendan algunas elecciones como la de Nicholas Hoult (Tolkien), pero que a la postre termina siendo interesante por los matices que le da a su personaje. Mención especial merece Finn Little (Storm boy), quien lejos de amedrentarse con Jolie y compañía termina robando muchas de las escenas. Puede tener una trayectoria muy, muy interesante.

En otro contexto, Aquellos que desean mi muerte habría sido una película de sobremesa o, como mucho, algún estreno directo a televisión. En otra época habría terminado directamente en las estanterías de algún videoclub. Pero cuando se juntan director y actores como estos, un guion más se puede convertir en una película con cierto interés. Es evidente que tiene muchos problemas, el mayor de todos ellos su falta de garra dramática. Situaciones previsibles, trasfondos emocionales comunes, problemas conocidos… Todo ello devalúa un thriller que se sostiene, por un lado, gracias a algunos personajes y a los actores que les insuflan vida, y por otro gracias a un director que sabe aprovechar las posibilidades de un escenario en llamas. Entretenida, pero sin alardes. Y es de agradecer que tenga un metraje tan ajustado.

Nota: 6,5/10

‘Zombieland: Mata y remata’: una nueva clase de zombi


Hace diez años aparecía en la cartelera una propuesta cuanto menos fresca y divertida, abordando la temática zombi desde un punto de visto diferente, desenfadado, pero manteniendo esa esencia de retórica moral y social que suelen tener este tipo de relatos. Ahora, su secuela plantea también el dilema de la necesidad de una segunda parte. Y teniendo en cuenta el carácter gamberro de la historia, la respuesta solo puede ser un rotundo sí.

En realidad, Zombieland: Mata y remata no ofrece nada relativamente nuevo a la historia. Más personajes, más acción, más zombis. Pero en ese marco de escenario conocido el guión ahonda en otros aspectos para dotarlos de una vida única, enriqueciendo de paso este universo postapocalíptico. Más allá de relaciones personales, de explorar ese concepto de familia disfuncional y el sacrificio personal por el bien del grupo, la película se convierte, como ya lo fue la original, en una parodia de la cultura popular y, en último término, en una autoparodia. En este sentido, el mejor momento de la cinta posiblemente sea el encuentro de los protagonistas con dos «copias baratas» en un lugar de culto de Elvis. La secuencia, desde su inicio hasta su final, sencillamente no tiene desperdicio, primero acentuando la burla a sus propios héroes y luego con un plano secuencia en el que el humor y la acción alcanzan su punto álgido.

En realidad, la historia es más bien simple, excesivamente lineal y, en algunos momentos, puede que incluso tediosa, aunque sin caer en el cansino ritmo de los chistes y las bromas extendidos hasta la extenuación. Pero Ruben Fleischer (30 minutos o menos) logra solventar esos problemas con una puesta en escena ágil, personal y fresca, marcando los tiempos narrativos y aprovechando el talento que tiene frente a la cámara para que los actores puedan dar lo mejor de ellos, consolidando unos personajes únicos y creando otros referentes nuevos. A todo esto se suman algunos momentos de verdadero gore y ese epílogo en los títulos de créditos que reafirma el carácter autoreferencial y paródico de todo el conjunto. La verdad es que una secuela de una película como Bienvenidos a Zombieland no es necesaria en sí misma, pero planteada de forma correcta, como es el caso, puede ser un complemento más que correcto para ampliar este universo en el que los zombis llevan nombres como Homer, Hawking, Ninja o T-800. Y desde luego, es un entretenimiento puro.

Y esto es, en realidad, lo más importante. Zombieland: Mata y remata no pretende ser nada más que lo que ofrece: una distracción de metraje ajustado con un reparto extraordinario, un humor gamberro que no deja títere con cabeza y algunos momentos de sangre y vísceras para los más acérrimos fans. Sin pretensiones, pero tampoco sin menospreciarse, esta secuela deja algunos momentos simplemente magistrales, y se convierte casi en un juego con el espectador para localizar las referencias culturales y su metalenguaje. Se supone que una secuela tiene que ser más que el original en todos los aspectos. Bueno, esta puede que peque de no serlo en su propia historia, pero sin duda tiene más zombis, más personajes, más sangre y, ante todo, más humor.

Nota: 6,5/10

‘Escape Room’: un puzzle sin sangre y demasiado sencillo


El fenómeno cada vez más creciente de las ‘Escape Room’ no podía ser obviado por el séptimo arte. Y cómo no, la apuesta ha sido una producción de terror con reminiscencias lejanas (muy lejanas) a Cube (1997) y Saw (2004). Y digo muy lejanas porque la cinta dirigida por Adam Robitel (The taking) es una obra descafeinada y aséptica que pretende ser el inicio de una nueva saga y se queda en un pulcro ejercicio de… bueno, de algo.

Lo cierto es que Escape Room no ofrece nada al espectador, salvo la idea de resolver puzzles para sobrevivir que, además, están relacionados en cierto modo con el pasado de cada uno de los protagonistas. Y no es una mala idea, sobre todo porque ofrece algunos hallazgos visuales como esa sala del revés que genera algunos de los momentos de mayor tensión del relato. Sin embargo, ya sea por miedo o por falta de olfato dramático, la película se queda a mitad de todo. Sin llegar a ser un thriller que explore en profundidad el pasado de cada uno de los personajes, tampoco es una cinta que se entregue a la violencia más descarnada, más bien al contrario. Salvo alguna escena al final, el resto de muertes ocurren siempre fuera de cámara o son suavizadas por algún elemento en plano.

Y a pesar de todo, la historia podría haber funcionado si no fuera por un final que, en un intento por dejarlo todo atado y bien atado para una continuación ya confirmada, termina por quitar efectividad al conjunto. Se suele decir que en el cine de terror es mejor insinuar que mostrar claramente, pero la película de Robitel opta por lo segundo, sin dejar margen a la imaginación y mostrando claramente toda una organización dedicada a estas salas de escape mortales al servicio de los poderosos. Sin sangre, sin intriga, la película además no ofrece al espectador el aliciente de desconocer la identidad de los villanos, lo que sin duda sería un gancho para la segunda parte.

Al final, Escape Room es un quiero y no puedo, un carrusel de trampas mortales en el que el único interés es ver el orden en el que los personajes van desapareciendo. Diría incluso que el interés está en ver cómo mueren, pero la apuesta visual del director elimina cualquier atisbo posible. Sí, es dinámica. Y sí, el trasfondo dramático de los personajes aporta la suficiente entidad como para no ser una simple película de terror adolescente descafeinada. Pero más allá de eso, aporta poco, por no decir nada, salvo el interés que pueda despertar entre los espectadores para acudir a una auténtica Sala de Escape y probar a resolver los acertijos. Eso sí, sin que las vidas estén en juego.

Nota: 6/10

‘El muñeco de nieve’: No cuesta seguir el rastro de sangre


Las modas, sean del tipo que sean, suelen tener la ventaja de ofrecer algo conocido y que funciona. El gran problema es que, una vez conocidas sus claves, el contenido puede tornarse algo previsible, rutinario, incapaz de aportar algo nuevo a la corriente a la que pertenece. Y la última película de Tomas Alfredson (Déjame entrar) tiene algo de esto. Bueno, según a quién se pregunte puede que mucho.

Porque, en efecto, El muñeco de nieve explota al máximo las posibilidades dramáticas de una trama de intriga con asesino en serie de por medio, investigador borracho y personajes que tienen algo que ocultar. Y sí, la fotografía y la puesta en escena son impecables, al igual que la labor de su reparto. Y todo ello, con una narrativa sólida que construye sólidamente un relato directo, sin grandes distracciones y con puntos de giro más que correctos, debería ser suficiente para estar hablando de un thriller sin pretensiones pero notable.

Sin embargo, algo falla. Y ese algo no pertenece propiamente a la cinta, sino a la novela de Jo Nesbø en la que se basa. Para empezar, la estructura de la historia aporta muy poco a este tipo de relatos, contando con todas las claves de éxito de otros libros y películas anteriores, desde ese personaje poderoso con más sombras que luces, hasta casos sin resolver del pasado que vuelven a escena. Pero además, el argumento ofrece pistas, puede que demasiadas, que permiten al espectador adelantarse a los acontecimientos e, incluso, a la revelación final de la identidad del asesino, restando dramatismo y fuerza a la resolución de la cinta.

Con todos estos elementos, El muñeco de nieve se convierte en un film previsible que se desinfla dramáticamente hablando a medida que avanza su historia. Un thriller más de esa hornada de relatos del norte de Europa que, a pesar de tener todos los elementos para convertirse en una obra de suspense sumamente interesante, se queda en un quiero y no puedo, en un intento de ofrecer al espectador una investigación policial de varios crímenes con un toque original que, en realidad, es un relato previsible y carente de elementos inesperados.

Nota: 5,5/10

‘Redención’: sangre, sudor y lágrimas


Pocos subgéneros acogen mejor las historias de superación personal que el pugilístico. La lucha física y mental de un hombre enfrentado a un rival (que suele representar la sociedad y sus propios miedos) al que tiene que derrotar con sus puños y su fuerza de voluntad tiene algo redentor, como el propio título de esta película refleja. Es fácil identificarse con ellos. Y si la historia además está bien construida y cuenta con auténticos maestros delante y detrás de las cámaras, el resultado, aunque mejorable, suele ser inolvidable.

Y eso es precisamente lo que ocurre con Redención. Si bien es cierto que el guión de Kurt Sutter, creador de la serie Hijos de la Anarquía, puede ser previsible en sus planteamientos y su desarrollo, no por ello deja de ofrecer una serie de conflictos dramáticos inteligentemente planteados, introducidos en la trama de forma precisa para impedir que el ritmo decaiga. A ello se suma una realización brillante de Antoine Fuqua (Training Day), quien vuelve a demostrar que es capaz de exprimir al máximo las posibilidades de todos sus films, explorando el dramatismo a través de planos arriesgados y sumamente emocionales (viscerales en este caso). Lo cierto es que todo en este film encaja casi a la perfección, creando un armonioso conjunto en el que brilla con luz propia Jake Gyllenhaal (Enemy), uno de esos pocos actores capaces de dotar de mayor dramatismo a un personaje a priori mas simple.

El mayor problema, y no es algo anecdótico, está precisamente en el guión. La trama, aunque bien desarrollada, deja por el camino algunas historias secundarias que podrían haber nutrido mucho más (y mucho mejor) el contexto de violencia y arribismo en el que se mueve el protagonista. Centrada como se centra en la historia del boxeador y su hija, la historia deja a un lado a ciertos personajes secundarios que aportan mucho en los pocos momentos en los que tienen cierta presencia, planteando la duda acerca de la idoneidad de que hubieran tenido más peso dramático en el desarrollo argumental.

En cualquier caso, es algo que suele achacarse a estas historias. El boxeo es lo que tiene, y lo cierto es que el espectador tiende a esperar poco más de este tipo de tramas. Lo importante siempre es si estos films son capaces de superar las expectativas, y en el caso de Redención lo consigue con creces. Desde un espléndido reparto hasta un director con un lenguaje visual propio y apasionante, pasando por una banda sonora idónea y una fotografía que explota al máximo las posibilidades del cuadrilátero, el film ofrece al espectador todo y más, aunque lo hace desde un punto de partida previsible y algo lineal.

Nota: 7/10

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