Mis dos encuentros con José Sancho
04/03/2013 Deja un comentario
Hace unas horas saltaba la noticia. José Sancho moría a los 68 años víctima de un cáncer en la Fundación Instituto Valenciano de Oncología. Y como era habitual en él, le ha sorprendido en medio de un proyecto y con varios entre manos. No vamos a analizar aquí la inmensa y reconocida trayectoria del prolífico actor, entre otras cosas porque a estas alturas ya han salido numerosos artículos abordando los diferentes aspectos de su labor. Esta entrada de Toma Dos debe servir más bien como un pequeño homenaje a su figura, a su forma de trabajar y a lo que ha aportado al teatro, la televisión y el cine. Un homenaje desde los ojos de alguien que tuvo la suerte de poder trabajar con él en dos ocasiones.
La primera de esas ocasiones fue, curiosamente, en mi primera incursión en el mundo del séptimo arte. Diario de una becaria (2003), dirigida por Josetxo San Mateo (Báilame el agua) supuso, como la mayor parte de los primeros trabajos, una de las experiencias más fascinantes en mi carrera. Por primera vez me encontraba entre bambalinas y podía comprobar de primera mano la dinámica de un rodaje de cine. Contrariamente a lo que suele contarse, no fue para nada aburrido. Sí, las tomas se repetían y muchos días apenas se podía ver nada del rodaje, pero era el mundo que ansiaba ver, y con eso bastaba. Hasta que me encontré de frente con José Sancho. He de reconocer que en un principio no tuve claro cómo reaccionar, algo que afortunadamente solventó el propio actor.
No voy a negar ahora que Sancho fue una persona difícil. Su carácter era el que era, sin más ni más, aunque no es menos cierto que en el ambiente de rodaje nunca hubo una palabra más alta que otra. Su mecánica de trabajo, en contraste con la de los jóvenes protagonistas, me resultaba extraña. Claro que la veía con los inexpertos ojos del primerizo que se adentra en un mundo desconocido. Mucho diálogo con el director, más distendido que de trabajo en sí. Algo solitario, paseaba y hablaba con alguno de los técnicos y actores que se paraban cerca suyo, como si fuera un espectador privilegiado del rodaje. Sensación que cambiaba cuando se pedía silencio para rodar.
Tampoco es que haya estado en un sinfín de rodajes, pero sí he trabajado en los suficientes para saber que muchos actores necesitan de varias tomas para poder sentirse cómodos con la escena y con el entorno en el que se encuentra. José Sancho nunca tuvo ese problema. Las pocas veces en que repetía toma solía ser bien por algún detalle a perfeccionar, bien por fallos técnicos. Claro que hay excepciones que confirman la regla, pero lo de olvidarse del texto no parecía ir con él.
Risas en pleno desierto
La segunda vez que pude trabajar con él fue en El síndrome de Svensson (2006), primera película del absurdo pop dirigida por Kepa Sojo en la que fue su ópera prima. En esta ocasión, y conociendo algo mejor al veterano actor, estaba preparado para lo que me iba a encontrar. El miedo al saludo había desaparecido al comprender que en el mundo del cine todos somos iguales a pesar de que a los actores se les tenga que tratar con especial atención. Fue gracias a esto que pude disfrutar más de la realización de sus escenas, amén de unos días desternillantes en medio de una nada que recordaba, y mucho, al desierto.
La verdad es que nunca he considerado a Sancho un actor cómico. Tampoco creo que el haya hecho esfuerzos por destacarse en esa especialidad. Su carácter dentro y fuera de los escenarios y de las pantallas evidenciaban una forma de pensar muy personal e intolerante con determinadas actitudes, algo que pude comprobar durante el rodaje de este largometraje. Pero con todo y con eso, algunos de sus momentos durante estas semanas por España (el rodaje recorrió Castilla-La Mancha y Valencia) fueron de los más divertidos del rodaje.
Con un personaje tan pintoresco como ‘El Camisas’ uno podría pensar que iba a encontrarse como pez fuera del agua. Nada más lejos de la realidad. Dejó claro una vez más que existe una gran diferencia entre él y el resto del reparto. Mientras algunos actores hablaban entre ellos, repasaban los últimos detalles de sus diálogos o esperaban tomando algo, él volvía a ser ese espectador del rodaje, ese hombre que mira al grupo como si él no formara parte. Unas palabras con el director, un par de comentarios, y tenía su personaje listo. Nada más y nada menos.
Por supuesto, también dio dolores de cabeza, aunque eso no es exclusivo de José Sancho. Algo lógico, por otro lado, en un entorno tan exigente que permite muy pocos errores. El teatro y el mundo audiovisual pierde a un gran actor capaz de grandes personajes y de papeles secundarios que, bajo su piel, son capaces de quitar protagonismo a algunos roles principales. Fueron estos dos encuentros únicos que, por desgracia, no podré completar con un tercero. Pero quiero pensar que he tenido la suerte de conocer al profesional y a la persona, y eso es algo que siempre recordaré. ¡Hasta siempre, José!