Mis dos encuentros con José Sancho


José Sancho protagonizó la serie 'Crematorio'.Hace unas horas saltaba la noticia. José Sancho moría a los 68 años víctima de un cáncer en la Fundación Instituto Valenciano de Oncología. Y como era habitual en él, le ha sorprendido en medio de un proyecto y con varios entre manos. No vamos a analizar aquí la inmensa y reconocida trayectoria del prolífico actor, entre otras cosas porque a estas alturas ya han salido numerosos artículos abordando los diferentes aspectos de su labor. Esta entrada de Toma Dos debe servir más bien como un pequeño homenaje a su figura, a su forma de trabajar y a lo que ha aportado al teatro, la televisión y el cine. Un homenaje desde los ojos de alguien que tuvo la suerte de poder trabajar con él en dos ocasiones.

La primera de esas ocasiones fue, curiosamente, en mi primera incursión en el mundo del séptimo arte. Diario de una becaria (2003), dirigida por Josetxo San Mateo (Báilame el agua) supuso, como la mayor parte de los primeros trabajos, una de las experiencias más fascinantes en mi carrera. Por primera vez me encontraba entre bambalinas y podía comprobar de primera mano la dinámica de un rodaje de cine. Contrariamente a lo que suele contarse, no fue para nada aburrido. Sí, las tomas se repetían y muchos días apenas se podía ver nada del rodaje, pero era el mundo que ansiaba ver, y con eso bastaba. Hasta que me encontré de frente con José Sancho. He de reconocer que en un principio no tuve claro cómo reaccionar, algo que afortunadamente solventó el propio actor.

No voy a negar ahora que Sancho fue una persona difícil. Su carácter era el que era, sin más ni más, aunque no es menos cierto que en el ambiente de rodaje nunca hubo una palabra más alta que otra. Su mecánica de trabajo, en contraste con la de los jóvenes protagonistas, me resultaba extraña. Claro que la veía con los inexpertos ojos del primerizo que se adentra en un mundo desconocido. Mucho diálogo con el director, más distendido que de trabajo en sí. Algo solitario, paseaba y hablaba con alguno de los técnicos y actores que se paraban cerca suyo, como si fuera un espectador privilegiado del rodaje. Sensación que cambiaba cuando se pedía silencio para rodar.

Tampoco es que haya estado en un sinfín de rodajes, pero sí he trabajado en los suficientes para saber que muchos actores necesitan de varias tomas para poder sentirse cómodos con la escena y con el entorno en el que se encuentra. José Sancho nunca tuvo ese problema. Las pocas veces en que repetía toma solía ser bien por algún detalle a perfeccionar, bien por fallos técnicos. Claro que hay excepciones que confirman la regla, pero lo de olvidarse del texto no parecía ir con él.

Risas en pleno desierto

La segunda vez que pude trabajar con él fue en El síndrome de Svensson (2006), primera película del absurdo pop dirigida por Kepa Sojo en la que fue su ópera prima. En esta ocasión, y conociendo algo mejor al veterano actor, estaba preparado para lo que me iba a encontrar. El miedo al saludo había desaparecido al comprender que en el mundo del cine todos somos iguales a pesar de que a los actores se les tenga que tratar con especial atención. Fue gracias a esto que pude disfrutar más de la realización de sus escenas, amén de unos días desternillantes en medio de una nada que recordaba, y mucho, al desierto.

La verdad es que nunca he considerado a Sancho un actor cómico. Tampoco creo que el haya hecho esfuerzos por destacarse en esa especialidad. Su carácter dentro y fuera de los escenarios y de las pantallas evidenciaban una forma de pensar muy personal e intolerante con determinadas actitudes, algo que pude comprobar durante el rodaje de este largometraje. Pero con todo y con eso, algunos de sus momentos durante estas semanas por España (el rodaje recorrió Castilla-La Mancha y Valencia) fueron de los más divertidos del rodaje.

Con un personaje tan pintoresco como ‘El Camisas’ uno podría pensar que iba a encontrarse como pez fuera del agua. Nada más lejos de la realidad. Dejó claro una vez más que existe una gran diferencia entre él y el resto del reparto. Mientras algunos actores hablaban entre ellos, repasaban los últimos detalles de sus diálogos o esperaban tomando algo, él volvía a ser ese espectador del rodaje, ese hombre que mira al grupo como si él no formara parte. Unas palabras con el director, un par de comentarios, y tenía su personaje listo. Nada más y nada menos.

Por supuesto, también dio dolores de cabeza, aunque eso no es exclusivo de José Sancho. Algo lógico, por otro lado, en un entorno tan exigente que permite muy pocos errores. El teatro y el mundo audiovisual pierde a un gran actor capaz de grandes personajes y de papeles secundarios que, bajo su piel, son capaces de quitar protagonismo a algunos roles principales. Fueron estos dos encuentros únicos que, por desgracia, no podré completar con un tercero. Pero quiero pensar que he tenido la suerte de conocer al profesional y a la persona, y eso es algo que siempre recordaré. ¡Hasta siempre, José!

Las falacias del interesado debate sobre la violencia en el cine


Cuando comencé este blog no tenía intención de recoger aspectos ajenos al producto cinematográfico como tal. Sin embargo, y como era más que previsible, la matanza en un cine de Aurora, en Denver, durante un pase de El caballero oscuro: La leyenda renace ha vuelto a poner bajo los focos la discusión sobre la influencia de las películas violentas en la sociedad. Una información del periódico El País recoge algunas declaraciones tanto a favor como en contra, y a tenor de lo que se está diciendo creo que es conveniente dejar claros algunos puntos que, en medio de la discusión, pueden perderse de vista.

Y tal vez el primero y más importante sea el de la libertad para tener armas en Estados Unidos. Según el artículo firmado por Toni García, un senador republicano considera que la matanza se podría haber evitado si alguien hubiera tenido un arma en el cine… es decir, que la solución a que una persona pueda disponer de las armas que crea necesarias para cometer un asesinato en masa pasa porque el resto de la gente pueda pegarle un tiro. Violencia se cura con violencia, es evidente. No nos engañemos. Estados Unidos, guste o no, es un país violento, muy violento. La conquista del Oeste, la Guerra de Secesión, Vietnam, … su historia se ha escrito con sangre, y mientras que Europa ha aprendido que ir por la calle armado con un rifle o una simple pistola es algo peligroso, los norteamericanos pueden disponer de ellas prácticamente con presentar un documento identificativo.

Pero bueno, más allá del componente ideológico o cultural que se esconde tras estas declaraciones, existe otro mucho más grave: el de la privación de la libertad de expresión. Como suele decirse, lo más sencillo siempre es atacar al cine, a los cómics o a los videojuegos cuando algo va mal. Y, sin embargo, no dejan de ser obras de ficción. En base a esto, ¿habría que prohibir la exposición de, por ejemplo, parte de la obra de Goya? ¿Y qué ocurre con el hip/hop o el rap? Muchas de sus letras y de sus composiciones, según se advierte en la carátula de los discos, contienen violencia explícita.

Todo ello no deja de ser una forma de expresión. Puede que a muchos no les guste, pero es así. Simplemente, no lo vean, no lo escuchen… aunque puede que se estén perdiendo una obra maestra como es El caballero oscuro: La leyenda renaceLos fusilamientos del 3 de mayo. Lo cierto es que detrás de este debate, además de una distracción para no apuntar al verdadero problema (la facilidad con que un demente accede a un arma), supone un intento más de las clases dirigentes por controlar y manejar un medio de comunicación tan influyente como puede ser el cine, volviendo a esa «época dorada» que fue la II Guerra Mundial.

No nos equivoquemos. La violencia en el cine o en cualquier otra obra de ficción nunca, jamás, será el motivo de un asesinato. Ya se dijo en su momento de los juegos de rol con el asesino de la katana, o con las películas de terror. Pero todo esto no son sino productos destinados a entretener y estimular la imaginación del colectivo social. Que un hombre se líe a disparar en un cine donde padres e hijos van a disfrutar de las aventuras de un superhéroe solo tiene que ver con una cosa: su formación psicológica.

¿Qué ocurriría con los realities sobre policías? ¿O ese programa de tanto éxito en Estados Unidos como es Jersey Shore, donde un grupo de jóvenes se insultan, se pelean y se dedican a emborracharse hasta límites que podrían considerarse de ciencia ficción? ¿Se eliminarían también? Aunque pueda parecerlo, esto no es un alegato a favor de la violencia. Como cualquier espectador, disfruto en mayor o menor medida de cintas de acción, de persecuciones y de intrigas donde un asesino debe ser encontrado antes de matar a su siguiente víctima, pero eso no implica que sean violentas.

En el caso de la última entrega de Batman, ni siquiera creo que sea más violenta de lo que puede ser, por ejemplo, El club de la lucha. Hay disparos, es cierto. Hay luchas cuerpo a cuerpo, vale. Pero las muertes de los personajes principales están narradas de forma tan poética que ni siquiera aparece sangre. ¿Cómo habría que calificar, pues, a 300?

Como decía al comienzo, este es un debate muy antiguo. Tan antiguo que hace casi 100 años, cuando en 1915 se estrenó El nacimiento de una nación, su director, D. W. Griffith, fue tachado de racista, xenófobo e incitador a la violencia. Y es cierto, el film es algo racista, pero simplemente es una adaptación fiel de un libro. El tiempo ha puesto al título en su sitio, y actualmente es considerado el origen del lenguaje cinematográfico. Y por cierto, es una joya.

No, el debate no se encuentra en la violencia del cine, sino en la violencia de la propia sociedad. Que un político defienda la erradicación de un psicópata con más armas demuestra la catadura moral de muchos dirigentes, y evidencia una falta de argumentos acuciante. Claro que no se puede esperar otra cosa de un colectivo que posee una Asociación del Rifle casi tan poderosa como los lobbys políticos más influyentes. Es una lástima que la trilogía de Christopher Nolan, toda una obra maestra en su conjunto y de forma individual, vaya a estar marcada por esta lacra. Aprovecharlo para iniciar un debate político que no afecta para nada a la cinematografía debería generar un rechazo generalizado entre los amantes del séptimo arte.

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