‘Monkey Man’: sangre, sudor y buen cine de acción


Dev Patel, con máscara de mono, lucha en un ring clandestino en 'Monkey Man'

Estamos muy acostumbrados a ver que los debuts cinematográficos son obras más bien pequeñas, con un reparto limitado y una puesta en escena sencilla pero efectiva. Por eso es muy llamativo ver lo que ha hecho Dev Patel en su primer film como director, coguionista y protagonista. Cierto es que han pasado muchos años tras aquel Slumdog Millionaire (2008) y que la experiencia siempre es un grado, pero eso no siempre es una garantía.

Si algo deja claro Monkey Man es que estamos ante un director que apunta maneras. Muy buenas maneras. No se trata únicamente del ritmo que imprime al film, sino de su apuesta narrativa y de un lenguaje visual propio que va más allá de, simplemente, contar la historia. El uso que Patel hace de la cámara es un sello personal que revela a un autor que tiene algo que contar y, sobre todo, que tiene una forma de contarlo. Para muestra, un botón: el final del film, con esos planos de una suerte de espejos colgantes en los que el héroe ve un reflejo que, aunque fiel a la realidad, parece mostrar el infierno en el que se ha introducido. O esa imagen del ascensor que se utiliza para el cartel promocional. Son solo dos de los muchos ejemplos.

Tal vez sea porque, en realidad, el film permite a Patel dar rienda suelta a su forma de narrar. El guion, aunque sencillo a más no poder, es fresco, dinámico, con pocos altibajos (los justos y necesarios) y un crescendo constante de la tensión dramática en un viaje del héroe basado en los conceptos más clásicos pero adaptados a una modernidad muy interesante, en la que política, denuncia social, violencia y espectacularidad se mezclan para dar un resultado que llama la atención. Es cierto que hay mucho que resulta conocido, y en esos momentos de menor ritmo puede resultar algo pesada, pero son cosas puntuales en una película de dos horas que se hace hasta corta. Tal vez su mayor hándicap, si es que puede considerarse así, es que su trama se ha contado una y mil veces. Si sus personajes y su escenario se traslada, no sé, a Europa o Estados Unidos, podríamos estar hablando de algunas películas que todos habremos visto.

La cosa es que Monkey Man no pretende ser original, sino un entretenimiento que vaya más allá de lo que pueda verse en pantalla. Y de ahí que Patel se centre en el trasfondo de un protagonista de pocas palabras pero gran complejidad. La religión, la venganza y la lucha social marcan un constante viaje a base de violencia contra las clases dominantes que deja no solo una reflexión a tener en cuenta, sino algunos momentos de auténtico cine y de salvajismo surrealista. Un debut cinematográfico que invita a pensar que estamos ante un director con muchas cosas que contar y, sobre todo, con un lenguaje capaz de hacernos ver mucho más allá.

Nota: 8/10

‘Pequeñas cartas indiscretas’: insultos liberadores


Olivia Colman y Jessie Buckley se enfrentan en 'Pequeñas cartas indiscretas'

La comedia británica tiene un sello inconfundible. Y a diferencia del género en otros países, no necesita recurrir al absurdo, el humor zafio o una improvisación que tiende al aburrimiento. Simplemente, se atiene a un guion bien elaborado, unos actores que conocen su oficio y algún que otro gag irónico. ¡Ah! Y un trasfondo que siempre invita a la reflexión sobre los valores sociales.

Todo eso es lo que se encuentra en Pequeñas cartas indiscretas, una obra que tal vez no arranca una sonora carcajada, pero siempre mantiene la sonrisa en el rostro del espectador y, sobre todo, ofrece una curiosa reinterpretación del llamado giro argumental. De hecho, en un primer momento puede considerarse como un error narrativo, pero una lectura más profunda obliga a mirar con otros ojos. Y me explico. El film juega desde el principio con una suerte de intriga sobre la autoría de unas desagradables cartas en una puritana sociedad británica. Sin embargo, el responsable se descubre hacia la mitad del metraje. El resto, si bien es cierto que adolece de un ritmo algo menos interesante, se convierte en una especie de aventura por «pillar» con las manos en la masa al responsable. Y esto, aunque pueda parecer un fallo de guion, en realidad obliga al espectador a analizar lo que ve con otra mirada.

Una mirada que, necesariamente, pasa por la reflexión sobre los efectos que puede tener un excesivo puritanismo, las mentiras y la represión social en los personajes protagonistas, sobre todo en las dos mujeres enfrentadas en esta trama e interpretadas por dos extraordinarias actrices como Olivia Colman (Wonka) y Jessie Buckley (Men). Son ellas las que hacen crecer la película más allá, incluso, del propio guion, aportando a sus personajes unas miradas y un trasfondo humano, social y moral muy complejo. En realidad, ninguna de las dos está libre de mácula, ni la que es devota ni la que vive su vida de una forma más desinhibida. Y precisamente su aparente contraste y cómo sus caminos, poco a poco, tienden a ser más parecidos de lo que podría parecer es lo que termina por dar sentido a un film que evoluciona para demostrar que el contenido de las cartas que dan nombre al film, lejos de ser un ataque vejatorio, es más bien un grito de auxilio ante una situación insostenible.

Desde luego, Pequeñas cartas indiscretas podría haber sido mucho mejor. Visualmente hablando ofrece poco al espectador. Su fotografía es más bien sobria y su puesta en escena no explota demasiado algunos recursos que ofrece la historia. Y su ritmo decae en algunos momentos, sobre todo porque al espectador se le dan todos los ingredientes y un final más que previsible. Pero eso, en realidad, importa relativamente poco (aunque importa, claro). Con unos actores extraordinarios y una trama que camina entre el suspense inicial, el espionaje final y el humor que planea durante todo el metraje, la historia es más bien un recorrido para reflexionar, para pensar sobre los límites del puritanismo y del conservadurismo más absurdo, pero también sobre lo que muchas veces se esconde detrás de una actitud más abierta.

Nota: 7/10

1ª T. de ‘Miércoles’, intriga adolescente en el mundo de los Addams


Jenna Ortega da vida a 'Miércoles' en la primera temporada

El año que viene, si nada lo impide, tendrá lugar el regreso de Miércoles, una de las series del año pasado. Me considero admirador de ‘La familia Addams’ y del espíritu transgresor de esta familia «diferente», por lo que, al ver el espíritu adolescente de esta producción de Netflix, tuve ciertas reticencias. Pero lo cierto es que, con sus pros y sus contras, es una de las producciones más originales de los últimos meses.

No cabe duda de que en eso ha tenido mucho que ver una de las mentes creativas de esta ficción, Tim Burton (Eduardo Manostijeras), cuya puesta en escena y el diseño de personajes y decorados impacta completamente en el desarrollo de la trama y en el estilo visual de la producción. Su mano aporta a esta historia el elemento diferenciador con respecto a otras producciones similares de los últimos años, y que también combina adolescentes, misterio y algo de romance. Pero no es lo único original de esta serie creada por Alfred Gough y Miles Millar (autores del guion de Spider-Man 2), quienes logran aunar en una única historia de 8 episodios diferentes líneas argumentales que terminan por converger en una trama mucho más rica y matizada de lo que podría parecer a primera vista.

Sin entrar en detalles sobre el argumento, por si alguien a estas alturas todavía no ha visto Miércoles, esta primera temporada se introduce de forma progresiva en un mundo lleno de criaturas, en el que humanos y monstruos conviven de forma más o menos equilibrada, y en el que la protagonista, a la que da vida de forma magistral Jenna Ortega (Scream VI), se mueve primero por obligación y luego por motivación. Esta evolución del personaje sin que aparentemente cambie nada en su personalidad es, sin duda, uno de los atractivos más interesantes de la evolución dramática, y uno de los equilibrios más difíciles de la ficción, toda vez que se debe mantener esa impasibilidad emocional a medida que se van descubriendo nuevos secretos que afectan de un modo más o menos directo al desarrollo de la protagonista.

Lo cierto es que la serie, en estos primeros episodios, se construye de forma orgánica y progresiva en un crescendo dramático e intrigante. Más allá de que las motivaciones sean las que son, y que los problemas de los adolescentes están ya muy manidos, la serie es capaz de consolidarse en pilares narrativos sólidos que van más allá de ese universo adolescente-monstruoso en el que se desarrolla. Aspectos como los secretos de la familia Addams, la juventud de sus padres, los crímenes, el odio al diferente y las motivaciones que se esconden tras ellos, o los conflictos internos de los adolescentes traducidos a problemas, por ejemplo, de licantropía, no hacen sino ofrecer al espectador algo más que una simple serie sobre adolescentes de hormonas alteradas y objetivos inmediatos.

Emma Myers y Jenna Ortega, diferentes y grandes amigas en la primera temporada de 'Miércoles'

¿Addams o no Addams?

Bajo este prisma, y a pesar de que el trasfondo de Miércoles sigue siendo el de una serie adolescente para adolescentes, la ficción logra desquitarse un poco de esa carga y revelar algo más. Tal vez no mucho, pero sí lo suficiente para mostrarse más original que otras producciones similares. La pregunta que cabe hacerse es si esta apuesta hace que se pierda o se mantenga el espíritu de los Addams. Hasta cierto punto se mantiene, pero lo cierto es que se pierde mucho por el camino. Tal vez demasiado. Una de las cosas más atractivas de las historias de los Addams son sus excéntricas tradiciones, su particular y tétrica forma de entender la vida, algo a lo que contribuyen principalmente Gómez y Morticia, los padres de Miércoles que apenas tienen una presencia testimonial (aunque imprescindible) en la serie, con los rasgos de Luis Guzmán (Asalto al tren Pelham 1 2 3) y Catherine Zeta-Jones (Efectos secundarios).

Esto implica que la serie pierde bastante esencia de lo que representan los personajes originales, convirtiendo a Miércoles en una especie de investigadora privada paranormal cuando, en realidad, el papel está bastante alejado de este concepto en su idea original. Y con esto en mente, es evidente que esta producción deja mucho que desear, pero la realidad es que en ningún momento pretende serlo. Al igual que ocurre con otras ficciones sobre conocidos personajes de la cultura popular occidental, esta primera temporada solo aprovecha algunos aspectos que le interesan de la iconografía del personaje (su palidez, la ropa oscura, el rictus recto…) para transformarla en algo diferente e introducirla en un ambiente completamente distinto, nuevo, lleno de criaturas con las que poder desarrollar líneas argumentales en un futuro no demasiado lejano.

Ahora bien, como en cualquier serie que se precie, lo relevante no es únicamente el papel protagonista. Si esta trama en torno a Miércoles Addams ha tenido el éxito que ha tenido se debe también a secundarios como el que interpreta Emma Myers (La chica en el sótano), la amiga/compañera de cuarto que no solo es un contrapunto en lo que a personalidad se refiere, sino también en el apartado visual. La relación entre ambas, con un tira y afloja constante, compone un arco narrativo que termina por ser una especie de base emocional de la serie, sobre la que poder narrar tanto la parte de suspense como la romántica, además de permitir un desarrollo más interesante de este personaje secundario con una línea argumental propia que explora el racismo, la xenofobia y el dolor del primer amor. Y por supuesto, a esto se suman colaboraciones como la de la propia Christina Ricci, que en su infancia fue el rostro de Miércoles que todos tenemos en mente.

Todo ello aporta a Miércoles un toque original, no tanto en su historia (bastante tópica en muchos aspectos) como en el modo de afrontarla. La capacidad de la trama para mezclar pasado y presente, monstruos y humanos, color y oscuridad, permite a sus creadores, con Burton como principal exponente, establecer un relato ágil, fresco, dinámico y cargado de referentes, algunos más evidentes que otros. La primera temporada irrumpe de lleno en el panorama televisivo para convertirse en un producto diferente hoy en día. La cuestión es si será capaz de mantener esta originalidad y no caer en la complacencia de los gustos adolescentes, despreciando el resto de alicientes puramente fantásticos. Habrá que esperar unos meses todavía.

‘La ermita’: madres, hijas y hombres pájaro


Belén Rueda y Maia Zaitegi protagonizan 'La ermita'

Cuando se consigue un éxito como el de Carlota Pereda con Cerdita (2022), continuar el camino mejorando lo precedente es tarea complicada, por no decir imposible. No es que sea una obligación hacer siempre algo mejor que lo anterior, pero sí se ponen una serie de expectativas que al menos crítica y público si demandan. Y en este caso, esas expectativas no parecen cumplirse.

No es que La ermita sea una mala película, pero sí da la sensación de que su historia no está del todo compensada. Y es un problema que nace del guion. Su estructura trata de caminar en todo momento entre dos aguas, pero no llega a mojarse por ninguna y, como pasa muchas veces, se queda en tierra de nadie. Esto tiene sus ventajas y sus desventajas, pero al ser una película de género (o al menos presentarse como tal), termina por jugar en su contra. Quizá lo más llamativo es que la relación entre la niña y la mujer protagonista se presenta a ralentí durante demasiado tiempo. Son varias las ocasiones, puede que demasiadas, en las que la niña pide ayuda sin que la mujer se digne a prestarla. Esta reiteración de escenas no solo acaban por ser redundantes, sino que alargan algo que debería resolverse mucho antes, lo que permitiría ahondar tanto en la situación personal de la niña como en los elementos fantásticos del conjunto.

Como contrapeso, hay que señalar que Pereda construye un relato que juega en todo momento con lo real y lo imaginado, llevando al espectador por un camino en el que se siembran las dudas de si lo que está viendo ocurre de verdad o es fruto de la imaginación de una niña desesperada por no perder a su madre. La atmósfera, la iconografía y el universo de las médiums permite a la directora crear una ambientación opresiva de la que la niña protagonista quiere huir en todo momento, tanto física como psicológicamente. El problema, como decía antes, es que este concepto se repite demasiadas veces. Más de las que son necesarias para consolidar un mensaje, y esto termina por retrasar demasiado una resolución que llega casi de golpe, y para más de un espectador puede que incluso no tenga demasiada conexión con el resto.

En cierto modo, La ermita es un quiero y no puedo. Su intento por alejarse de los códigos habituales del género de terror y de monstruos es meritorio, y en muchos momentos lo consigue con éxito. Sin embargo, su necesidad de volver sobre las mismas situaciones una y otra vez alarga en exceso la historia, existiendo en algún que otro momento una vacío argumental que impide un desarrollo más profundo de los dos personajes protagonistas y del vínculo que los une. Esta narrativa circular en la que los roles vuelven a lo mismo una y otra vez es lo que acaba por desconectar de la historia, sobre todo teniendo en cuenta que el final es más que previsible. Por comparar, el caso de Cerdita es mucho más complejo, más profundo en el tratamiento de sus personajes y los dilemas a los que se enfrentan. Y ahí sí existía una narrativa que avanzaba. En el caso que nos ocupa, da más la sensación de tener que completar metraje sin tener claro cómo que de querer realmente llegar hasta las últimas consecuencias en la exploración de la relación madre-hija, y del duelo y el dolor por el que atraviesan las protagonistas.

Nota: 5,5/10

‘Five nights at Freddy’s’: alma humana, forma mecánica


Los animatronics cobran vida en 'Five nights at Freddy's'

Quien haya visto el tráiler de esta nueva adaptación de un videojuego (que destripa casi todo, dicho sea de paso) podría entender que el título de esta crítica hace referencia al origen de los villanos de la función. Y sí, en parte es así. Pero esa misma idea es la que subyace en esta cinta de terror un tanto atípica, planteada como una película de monstruos y supervivencia al más puro estilo Westworld (1973) pero cuyo desarrollo resulta mucho más interesante y complejo de lo que aparentemente es.

Y es esta «alma humana» lo que hace que Five nights at Freddy’s sea original y fresca, alejándose un poco del canon y de una apuesta previsible para plantear algo que va más allá. En este sentido, el guion, aunque irregular, logra meterse en harina y salir más o menos airoso. Y me explico. La trama arranca de una forma bastante tópica, pero hacia el final del primer acto, y gracias a los elementos sembrados durante los primeros minutos, da un atractivo giro argumental para dejar a un lado los monstruos de turno y centrarse en el protagonista, sus pesadillas y el vínculo de las mismas con lo que le ocurre en el mundo real. Durante buena parte del metraje, el espectador se sumerge en una búsqueda personal, en una desesperada carrera con la mirada puesta en un pasado que no puede arreglarse, lo que a su vez genera un impacto que degrada el presente.

El problema de la película es esa forma mecánica. Dicho de otro modo, su resolución. Para cualquier persona un poco avispada y que preste un mínimo de atención, el villano se habrá revelado en los primeros compases del film. Su trasfondo y el vínculo con el resto de personajes se desarrolla de un modo más o menos intrigante, pero la manera en la que se resuelve todo es un tanto anodina, por no decir infantil. Ese final, en una historia más arquetípica en su conjunto, con un héroe que debe sobrevivir a ataques constantes de robots asesinos, podría entenderlo. Centrándose como se centra en los aspectos más introspectivos del protagonista y la relación de su historia con el resto de personajes, el final entregado a la violencia pura y dura se antoja un poco simplista.

Lo que no cabe duda es que Five nights at Freddy’s no es una película de terror al uso. Desde luego, tiene muchos problemas (para empezar, que revele al villano a las primeras de cambio es un punto débil del guion), su resolución no está a la altura y sus escenas de terror y violencia… bueno, digamos que ni asustan ni incomodan. Pero la historia es atractiva, muy atractiva, y el modo en el que une conflicto interno y externo del protagonista es notable. Y desde luego, aunque se intuye que todos los personajes tienen un papel mayor o menor en la historia principal, su integración en la misma y los vínculos con el resto de roles es, en algunos casos, más que correcta. Lástima que no se atreva a ser más valiente y se entregue cada cierto tiempo a una tendencia narrativa y visual que poco o nada tiene que ver con el corazón de la historia. Eso sí, si la cosa funciona es posible que tengamos robots asesinos para rato, a tenor del final.

Nota: 6/10

1ª T. de ‘The Peripheral’, buena ciencia ficción inacabada


Chloë Grace Moretz es la protagonista de 'The Peripheral'

La ciencia ficción está encontrando en la televisión un importante e interesante nicho en el que desarrollar todo su potencial. Y no estoy hablando únicamente a series ambientadas en un medievo fantástico, sino a producción que analizan y reflejan, a través de otros mundos, diferentes aspectos de nuestra sociedad. Es lo que hace la, por desgracia, inacabada serie que adapta la novela de William Gibson de la mano de Scott B. Smith (Una obra maestra).

Ahora que ya está más que confirmado que The Peripheral solo va a tener una temporada, es momento de analizar un poco más en profundidad lo que ofrece esta ficción de mundos alternativos, tecnología y sociedades aparentemente perfectas pero dominadas por totalitarismos. En el fondo, el universo que plantean estos 8 episodios no dista demasiado del que dibujan clásicos de la ciencia ficción, salvo por un detalle: aquí lo que se plantea es la posibilidad de crear diferentes realidades y viajar en el tiempo a través de la tecnología de un modo sensiblemente diferente. Esto obliga a dos cosas en las que la serie acierta y falla casi a partes iguales. Por un lado, a diferenciar bien los universos en los que transcurren cada una de las líneas argumentales; por otro, a ser lo más fieles posible a las reglas que se autoimpone el guionista.

Respecto a lo primero, el diseño de producción es tan brillante como algo confuso. No tanto porque los escenarios sean similares, sino porque los personajes apenas cambian de una realidad a otra, lo que obliga al espectador a mantener una atención especialmente alta a los detalles que rodean a los protagonistas. No es algo negativo, más bien al contrario, pero en un mundo en el que la sociedad demanda cosas más «mascadas», puede terminar por generar algo de confusión. Con todo, el diseño futurista de robots, esas ciudades casi desiertas, el vestuario… todo apunta siempre a diferenciar dos sociedades marcadas por el orden (y el caos), y, por decirlo de algún modo, la pureza y la suciedad.

Y sobre las reglas, lo cierto es que The Peripheral juega en todo momento con el espectador. Dicho de forma sencilla, por supuesto que respeta sus propias normas, lo que evidentemente ayuda a definir dos universos muy interesantes. Pero con todo y con eso, la presencia de tecnología futurista en un pasado algo más atrasado en ese sentido no hace sino entremezclar todas esas reglas del juego, redefiniendo algunos parámetros y el papel que juegan los diferentes personajes secundarios. El problema en este caso no es de la serie, sino de la cancelación, ya que muchas de estas líneas argumentales simplemente se estaban planteando, lo que deja en el aire interesantes desarrollos dramáticos.

Gary Carr y Chloë Grace Moretz deberán buscar una solución al futuro de 'The Peripheral'

Siempre el guion

La base de cualquier buena ficción es el guion, claro está. No tanto por el contenido del mismo, que también, sino por su desarrollo, el modo en que distribuye la información y cómo maneja los tiempos y el suspense. Y en una producción de ciencia ficción, esto tiene que ser imprescindible. Lo que logra B. Smith en este sentido es más que notable. Y bajo este prisma, esta primera temporada estaría dividida en tres partes. La primera, la que nos establece el escenario y en qué punto de la historia nos encontramos, ya siembra los suficientes elementos de intriga como para enganchar al espectador. El episodio piloto es, en este sentido, brillante, y el hecho de que los personajes introduzcan algunos conceptos desconocidos para el espectador pero claramente relevantes no hace sino acrecentar el interés.

La segunda parte, la más larga de todas, es la que desarrolla el juego. Juego entre los personajes y juego del guionista con los espectadores. Porque mientras va creciendo el suspense en la pantalla, el creador de The Peripheral propone tratar de adivinar lo que está ocurriendo tanto en una realidad como en la otra, así como el verdadero carácter de algunos secundarios. Todo ello termina por construir un relato sobresaliente, en el que nadie es aparentemente quien dice ser, y en el que los intereses personales juegan un papel determinante en el devenir de la protagonista interpretada por Chloë Grace Moretz (Pasajero oculto), quien por cierto no tiene demasiada suerte últimamente con los proyectos que protagoniza. Resulta muy interesante, por tanto, analizar esta serie desde el punto de vista dramático para comprobar cómo sus creadores desarrollan en un constante crescendo la tensión narrativa y emocional de unos personajes marcados por la tragedia.

La última parte es, precisamente, la explicación de esa tragedia y cómo la revelación de toda la información afecta a la protagonista. Son los episodios en los que se toman decisiones, en los que los personajes, aunque todavía tienen cosas que parecen ocultar, revelan casi todas sus cartas y sitúan la acción en un nuevo escenario listo para su desarrollo en la segunda temporada que ya no va a llegar. La temporada, por tanto, se transforma, se vuelve incluso más fantástica y con más acción, y hace evolucionar a los personajes a un nuevo nivel. No necesariamente mejor, sino simplemente diferente. Puede que sea la menos interesante de todas, pero es la más épica. Con este cierre, la serie completa un viaje que va de menos a más y que invita al espectador a mantenerse fiel, a aguantar ciertos altibajos en el ritmo narrativo de los primeros compases para descubrir una trama compleja que atrapa con una fuerza inusitada.

Por eso es una lástima que The Peripheral no tenga una segunda temporada a la vista. Estos ocho capítulos la confirman como una gran serie de ciencia ficción. Una serie que, como decía, va de menos a más gracias a un guion que se construye a fuego lento, con pausa y sabiendo en todo momento lo que se quiere y cómo se quiere narrar. Puede que su inicio sea confuso y excesivamente pausado. Y es evidente que hay ciertos detalles secundarios que necesitarían ser mejorados. Tampoco creo que sea conveniente introducir tantos flashbacks en una historia que ya está dando saltos temporales constantemente. Pero con todo y con eso, es una ficción con muchas ramificaciones, con muchas y muy interesantes líneas secundarias que influyen de forma determinante en el arco narrativo principal. Una evolución orgánica que permite a la serie crecer hasta un final que deja todas las expectativas en lo más alto. Lo dicho, una lástima.

‘Misterio en Venecia’: intriga con clase


Tina Fey y Kenneth Branagh se verán envueltos en un 'Misterio en Venecia'

Tras su paso por las obras de Shakespeare, Kenneth Branagh (Belfast) se está dedicando a llevar a la gran pantalla los misterios de Agatha Christie. Y más allá de los argumentos, que pueden resultar más o menos interesantes, lo que está claro es que el actor y director británico es uno de los autores más interesantes y elegantes del cine. Su última incursión en la obra de la escritora es, posiblemente, la mejor prueba de las tres películas que ha rodado llevando sus libros a la gran pantalla.

Y no porque Asesinato en el Orient Express (2017) o Muerte en el Nilo (2022) no sean visualmente una obra de arte, sino porque en Misterio en Belfast, Branagh aprovecha la propia estética del decrépito caserón veneciano para introducir al espectador en un relato que adereza el suspense con pequeñas gotas de terror. Y lo hace casi desde el principio gracias a una planificación y un lenguaje audiovisual con aberraciones formales buscadas, desde planos descompensados con los personajes en los extremos, hasta composiciones que buscan posiciones de cámara poco habituales como casi cenitales, casi nadires, planos aberrantes u ojos de pez. Todo ello no solo saca el máximo partido al lúgubre escenario, si no que sitúa al espectador en una predisposición emocional a introducirse en el mundo de fantasmas que cuenta el relato.

Esto permite a Branagh, como si de un mago se tratara, distraer la atención del crimen, las envidias y los objetivos personajes de cada uno de los personajes, que al fin y al cabo es la base de todas las novelas de la autora. Base, por cierto, que no ha terminado de envejecer demasiado bien una ve que la sociedad ha decidido buscar una intriga y una elaboración algo más compleja. Dicho de otro modo, sin ese componente esotérico y sin la dirección de Branagh y su apuesta visual, posiblemente la cinta sería un ‘whodunit’ al uso, con el único aliciente del hermoso escenario veneciano y unos actores de primer nivel. Así, a pesar de que el desarrollo de la historia es bastante previsible (sobre todo si se conocen unas cuantas historias de este tipo), la trama introduce una serie de elementos secundarios que la hacen más atractiva, más compleja y más lúgubre.

Tal vez sea porque en el cine no es tan conocida como otras adaptaciones de Christie, o tal vez sea por la labor de Kenneth Branagh como director y protagonista, pero lo cierto es que Misterio en Venecia es un film notable, fascinante, sorprendente por momentos y elegante en cada uno de sus planos. Como director, Branagh aprovecha el elemento fantasmagórico para construir un relato a medio camino entre la intriga policíaca y el misterio del más allá, mezclando realismo y ficción en una investigación que, sin eso, sería algo mediocre. El uso de las sombras, de los efectos ópticos, la planificación, la iluminación de los personajes… todo está pensado para que el espectador comparta el viaje del héroe y las dudas que le asaltan entre lo que es real y lo que está provocando su mente. Afortunadamente, es ese viaje el que termina por imponerse en el relato, haciendo de esta una película diferente de las habituales del género y, con diferencia, la mejor de las tres que ha dirigido el artista británico.

Nota: 7/10

‘La monja II’: la hermana, el demonio y la fiesta del vino


Taissa Farmiga vuelve a enfrentarse al demonio en 'La monja II'

Hay una máxima, o al menos debería haberla, por la que a una historia se la exige una coherencia narrativa. Coherencia que no solo se refiere a los elementos visuales, sino también conceptuales. En líneas generales, cualquier trama debe ser fiel a su esencia e intentar no salirse de ahí, sobre todo en momentos álgidos como el clímax. Por eso entiendo cada vez menos que determinadas historias, sobre todo de terror, terminen convirtiéndose en algo que no son, y a esta secuela de un spin-off le ocurre exactamente eso.

Vaya por delante que La monja II me parece, en líneas generales, una cinta de terror más que aceptable. Tanto su director, Michael Chaves (La Llorona), como sus guionistas, optan por un suspense atmosférico bastante logrado, desarrollando una trama que va de menos a más y que, a pesar de ser bastante previsible, tiene la suficiente entereza como para generar algo de intriga en los elementos secundarios que ayudan a construir el contexto en el que se desarrolla la acción. Además, la narrativa en paralelo de los dos personajes que continúan de la primera película va en beneficio de esta apuesta decidida por un lenguaje en el que el segundo plano es casi más interesante que los protagonistas que aparecen en primer término, algo muy característico del nuevo cine de terror.

El problema es el final. Nunca entenderé por qué películas como estas, que optan claramente por algo muy concreto en su narrativa y en su lenguaje, terminan por echar por tierra todo lo que han construido para «mostrar al monstruo». Ese tercio final en el que no solo la monja se ve en todo su esplendor, sino que también lo hacen el resto de monstruos y criaturas que convoca, no solo es innecesario; es que rompe por completo la línea de intriga ascendente para convertirse en una película de monstruos del montón. No voy a entrar en detalles, pero la fiesta del vino que se monta al final, en un intento burdo de homenajear El resplandor (1980), es tan innecesario como aparatoso en una película que, hasta ese momento, se había caracterizado por la tensión, la sutileza y el terror de lo no mostrado… o de lo mostrado en penumbras.

Y es una pena, porque ese final termina por desinflar lo conseguido por La monja II. No es que sea una gran película de terror, pero personalmente sí creo que es mejor que la primera entrega, más que nada porque, a diferencia de la primera, sí intenta contar algo y tener un alma propia. Evidentemente, está muy alejada de la saga ‘Expediente Warren’, pero en líneas generales es una correcta producción que cumple su función sin asustar demasiado pero sí cumpliendo las expectativas narrativas. Sin embargo, el clímax desatado no encaja, vuelve a convertir a los héroes en una suerte de superhéroes y a un todopoderoso demonio en un ser vulnerable. Y jugar con eso simplemente porque es necesario para la historia es lo contrario a la coherencia de la que hablábamos al principio.

Nota: 6,5/10

‘The Equalizer 3’: la paz tiene un precio


Denzel Washington vuelve a ponerse en la piel de Robert McCall en 'The Equalizer 3'

A la chita callando, Antoine Fuqua (Hacia la libertad) se está labrando una interesante carrera como director de un cine de acción alejado totalmente de efectismos digitales y conceptos narrativos imposibles, apostando más por un realismo y un lenguaje más físico y creíble. Su última propuesta no solo es una prueba de ello, sino el final de una de las trilogías de acción más interesantes de los últimos años.

Pero la apuesta que realiza el director por este tono tiene su parte «negativa», por decirlo de algún modo, y The Equalizer 3 también peca de eso. La trama del film es un constante crescendo de tensión dramática, con un personaje que toca fondo perseguido por los fantasmas de su pasado antes de redimirse a través de la violencia que parece querer dejar atrás. Su viaje, en un entorno incomparable como son los pueblecitos de Sicilia, está marcado por amigos, aliados y enemigos, como es habitual, pero en lugar de terminar en un clímax épico y salvaje, el director y los guionistas optan por un final algo más suave, más en la línea del suspense que de la violencia brutal y sangrienta de un combate a cara de perro. Eso no quiere decir que no haya salvajismo (las muertes pueden hacer apartar la mirada en más de una ocasión), sino que el tratamiento que realiza Fuqua no pierde en ningún momento el control de la situación, manteniéndose fiel a un estilo que, además, le sienta como un guante tanto al protagonista como a la historia en sí.

Porque, y este es uno de los elementos más interesantes del guion, historia y protagonista van casi por caminos separados hasta que se unen en el punto final. Y me explico. Evidentemente, la atención de Fuqua se centra en el viaje del personaje al que da vida Denzel Washington (Fences), su evolución y su enfrentamiento final con los villanos de turno. Todo está construido a su alrededor, pero al mismo tiempo existe una trama secundaria que parece no tener vinculación con el resto casi hasta el final. Esto puede generar algo de confusión, pero en realidad no deja de ser una estrategia para no poder desarrollar el arco dramático del héroe sin complicaciones, resolviendo las dudas con apenas un par de planos en pantalla (de una forma magistral, dicho sea de paso). Esto evidencia no solo la maestría de director y guionistas, sino la teoría de que menos es más, y de que solo con mostrar un par de detalles se puede construir todo un relato si previamente se ha construido una cierta intriga coherente.

Cabe señalar que esto, aunque interesante, también hace que The Equalizer 3 sea algo previsible. Dicho de otro modo, tanto la evolución del personaje de Washington como los secundarios, antagonistas y hasta cierta parte del suspense que aportan las tramas secundarias se pueden intuir casi desde el principio. Esto resta algo de fuerza al relato, es cierto, pero también permite a director y protagonista lucirse en lo que mejor saben hacer cada uno. El primero con secuencias de acción brillantes, limpias y brutales; el segundo con una interpretación brillante (es de esos actores que pueden hacer lo que sea y siempre lo harán de forma soberbia). El mejor resumen podría ser que es lo que cabría esperar: un buen cierre para una trilogía de cine de acción clásico. No se puede pedir más.

Nota: 7,5/10

‘Oppenheimer’: la épica del biopic


A estas alturas de su carrera, con 12 películas que son auténticas joyas del séptimo arte, Christopher Nolan (Tenet) tiene poco que demostrar. Pero siempre he considerado que un gran director tiene que saber desenvolverse en todos los géneros, y es lo que el director ha vuelto a demostrar con este biopic en el que la épica y el suspense casi pueden cortarse con un cuchillo… aún sabiendo cómo acaba la historia.

Porque este es el gran reto de Oppenheimer: luchar contra lo que lucha todo biopic, que no es otra cosa que su propia condición de desvelar la conclusión antes incluso de que se proyecte el primer fotograma. Nolan lo sabe, y por eso opta por plantear la trama como un viaje marcado en todo momento por la intriga y el suspense, aderezado con algunas notas de humor y, sobre todo, la grandiosidad que le ofrece el lenguaje cinematográfico. Con estas herramientas, el director compone una obra épica, inclasificable, llena de planos en los que la narrativa visual cuenta casi más que el diálogo (cómo narra el discurso después de haber lanzado la bomba atómica es brillante) y, sobre todo, con un inteligente uso del blanco y negro para aquello que transcurre en el «presente» frente a lo que se cuenta que ocurrió.

Posiblemente la mayor evidencia de esto es que es son tres horas de una historia que, en mayor o menor medida, casi todo el mundo conoce: el proyecto Manhattan, la bomba atómica, la carrera armamentística… Es algo que se ha contado cientos, miles de veces. Y sin embargo, nunca como lo ha hecho Nolan. Su guion (adaptado de un premio Pulitzer) es una joya de la narrativa, construido sobre los pilares del suspense más que del drama, y como tal, situando los puntos de giro del thriller en los puntos clave para rellenar el resto de hitos argumentales con conceptos dramáticos. Si a eso le sumamos la música y un reparto extraordinario de rostros conocidos que no tiene ningún problema en aparecer unos pocos minutos si es necesario, lo que nos encontramos es ante una obra enorme, realizada de forma muy artesanal (algo que se agradece en un mundo de entornos digitales) y cuyo mayor logro es ser cine en estado puro.

Desde luego, Oppenheimer es una de las películas de 2023. Más allá de premios, reconocimientos y comentarios favorables o desfavorables, Nolan ha vuelto a demostrar que su obsesión con el espacio-tiempo no le impide realizar otras obras igualmente complejas, profundas, narrativamente fascinantes y épicas. Sobre todo, épicas. Su sentido del lenguaje convierte su cine en algo fuera de lo normal. Puede estar contando el bautizo de su sobrino y parecer que vaya a ocurrir algo diferente de lo que todo el mundo espera. Esa es la genialidad de uno de los grandes directores de su generación y, por qué no decirlo ya, de la historia del séptimo arte. Esto es algo más que un biopic: es una película por todo lo alto, una obra en la que las envidias, los egos, las venganzas y el poder juegan un papel tan importante como la bomba atómica que creó Oppenheimer junto al grupo de científicos que se instalaron en Los Álamos. ¿En su contra? Bueno, tantos personajes y saltos en la narrativa pueden confundir en algún momento, pero eso no debería de impedir disfrutar de este espectáculo.

Nota: 9/10

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