1ª T. de ‘The last of us’, drama humano en un mundo deshumanizado


Pedro Pascal y Bella Ramsey protagonizan la primera temporada de 'The last of us'

Confirmada la segunda temporada para 2025, es buen momento para analizar una de las mejores producciones televisivas de los últimos años. Más allá del videojuego en el que se basa, The last of us es, ante todo, una experiencia sensorial, un viaje emocional del espectador acompañando a unos personajes tan complejos como el mundo en el que viven. La primera temporada, lejos de ser una clásica producción de ciencia ficción, se revela más como un drama humano en un entorno totalmente deshumanizado.

Para aquellos que todavía no hayan visto esta creación de Neil Druckmann (autor del videojuego) y Craig Mazin (serie Chernobyl), la trama está ambientada en un mundo devastado por la plaga de un hongo que convierte a los humanos en una suerte de zombies. En este contexto, un hombre que debe acompañar a una niña que parece inmune a este hongo para poder desarrollar una cura, atravesando un Estados Unidos en el que humanos y zombies son igual de peligrosos. Y en esta última idea está la clave de esta primera temporada de 9 episodios. Lo interesante, como ocurre en este tipo de ficciones (pienso en la serie The Walking Dead, sin ir más lejos), es que son más importantes los personajes que los efectos visuales, que son impecables, dicho sea de paso. Pero son, al fin y al cabo, el contexto en el que desarrollar un conflicto y unos arcos dramáticos únicos, así como presentar la evolución que vive la pareja protagonista, interpretada por Pedro Pascal (serie The Mandalorian) y Bella Ramsey (serie Juego de Tronos).

Más allá de la labor de ambos actores, que están extraordinarios, lo que aporta valor a The last of us es el modo en que ambos personajes transforman una relación que comienza siendo por necesidad para terminar en afecto. Y en esto juega un papel fundamental el trasfondo emocional de ambos, sobre todo del rol al que da vida Pascal. Un hombre marcado por la pérdida constante de aquellos a quienes ama que se debate entre el cariño que le coge a la joven y el miedo a perder a otra persona más. El modo en que esto está narrado es una de las características de esta ficción. La serie aprovecha todo este bagaje emocional para mostrar, a través de flashbacks, cómo ha ido cambiando el personaje en un mundo que ha cambiado con él. Desde ese primer Día 0 de la infección, con el caos y la brutalidad que conlleva, esta primera tanda de episodios se afana en introducir al espectador en un universo transformado donde la sociedad desaparece casi al mismo tiempo que la humanidad del protagonista. Y con «humanidad» me refiero a su capacidad de sentir afecto por alguien.

La labor de Pascal, unida a la frescura y naturalidad que aporta Ramsey a su personaje, permite construir los cimientos de una historia que se aleja del terror con cada episodio para volverse más y más emotiva, en la que los seres humanos son, como ocurre muchas veces, una amenaza mayor que cualquier monstruo. Quizá lo que se podría afear a esta primera etapa es que el contexto social no queda definido con claridad. Es cierto que, a grandes rasgos, la estructura social y los grupos que la integran queda más o menos claros, pero la trama se centra tanto en los dos protagonistas que el resto quedan apenas dibujados en trazos gruesos. Y sí, contribuyen a expandir el universo en el que se enmarca esta narrativa, pero no entran al detalle de algunas ideas que solamente se plantean. Es de suponer que muchas de estas tramas secundarias se explorarán en las futuras temporadas.

El mundo se ha vuelto un lugar hostil en la primera temporada de 'The last of us'

Silencio

En realidad, nada de esto es exclusivo de The last of us. Series como la ya mencionada The Walking Dead basan su éxito en la calidad de los personajes, su complejidad y la amenaza que supone el ser humano, mucho mayor que los peligros que se encuentran en el mundo exterior. Pero la producción de Druckmann y Mazin tiene algo diferente, y es el silencio. Silencio en muchos sentidos. Para empezar, el más evidente, el literal. No se trata de que los personajes vivan sin decir una palabra, sino que el hongo es capaz de detectarles a kilómetros gracias a las conexiones y ramificaciones que extiende por el mundo. Este detalle, magníficamente trabajado en muchos episodios, aporta un suspense incomparable y genera algunas de las mejores secuencias de estos 9 capítulos. Pero a parte de esto, también está aquello que los personajes se guardan para ellos mismos, una censura autoimpuesta que se va resquebrajando poco a poco y que permite al espectador adentrarse un poco más en la complejidad de sus emociones.

Cabe señalar igualmente el modo en que está planteada la estructura narrativa de la serie. Si bien es cierto que el viaje físico y emocional de los protagonistas es el vehículo conductor de la trama, prácticamente cada episodio dedica buena parte de su metraje a abordar el pasado. En algunos casos, como el emotivo tercer capítulo, este viaje al pasado es casi la temática completa de la historia, mientras que en otros se convierte en un recurso narrativo para ahondar en los conflictos internos de los héroes y en otros, directamente, es una premisa inicial para explorar viejas heridas no cerradas. A través de este recurso, la ficción se erige como un complejo mapa emocional, tan complejo como el mapa social en el que se mueve la pareja protagonista y como el mapa físico en el que deben sobrevivir.

Y antes de terminar, quiero detenerme en los secundarios que mencionaba anteriormente. Como en cualquier producción, hay secundarios con más peso que otros, y aunque en líneas generales todos ellos tienen una definición algo esquemática, es importante analizar el rol que juegan los personajes interpretados por Anna Torv (serie Fringe) y Gabriel Luna (Terminator: Destino oscuro), ya que son complementarios. El primero es, en cierto modo, motor de la historia, primero de forma activa y luego de forma pasiva; el segundo es, por decirlo de algún modo, un macguffin, ese objetivo que persigue el protagonista y que va más allá, en este caso, de la misión principal que tiene. Ambos secundarios, cada uno desde una perspectiva, impulsan la trama, tirando de dos extremos diferentes que generan, aunque sea de forma parcial o puntual, un conflicto que tiene una representación física y psicológica, o dicho de otro modo, un conflicto externo y su reflejo a nivel interno.

Todo ello construye una primera temporada de The last of us brillante, espléndida en muchos momentos y prácticamente perfecta en muchos otros. Es cierto que al centrarse en la pareja protagonista, los episodios no dedican demasiado tiempo a desarrollar otros personajes y, por consiguiente, el trasfondo del universo en el que se desarrolla no está demasiado desarrollado. Tampoco es que sea necesario, ya que la fuerza de la trama principal es tal que el resto de elementos, a poco que se planteen en la historia, cumplen su función. En realidad, son aspectos en los que se irá profundizando a medida que se avance en la historia y se vayan introduciendo nuevos personajes. Por el momento, el comienzo de este universo postapocalíptico es una obra imprescindible.

1ª T. de ‘Andor’, precuela de una película puente con sabor a clásico


Diego Luna ayuda a Stellan Starsgård a plantar cara al Imperio en la primera temporada de 'Andor'

Por el título de este texto, la serie Andor puede parecer una suerte de amalgama innecesaria para alargar un universo, el de Star Wars, y una saga en concreto, la de el clan Skywalker. Sin embargo, solo hace falta ver un par de episodios de la primera temporada para comprender que no solo estamos ante un producto independiente y único, sino que tiene un regusto al mejor cine clásico y, más específicamente, a los mejores momentos de aquello que creó George Lucas hace ya tantos años.

Y dado que no queda mucho para la segunda etapa, vamos a analizar qué significan los primeros 12 episodios de esta historia sobre Cassian Andor y sus primeros pasos en La Rebelión. En realidad, la historia del protagonista, al que da vida de forma espléndida Diego Luna (que retoma así el personaje que ya interpretó en Rogue One), es casi lo menos interesante de una trama compleja, con muchos matices y muchos personajes secundarios que contribuyen a construir todo un entorno simplemente brillante. Tony Gilroy (El legado de Bourne), su creador, se afana en dar relevancia a prácticamente cada mirada, cada gesto y cada palabra de los personajes para ir dando pinceladas al espectador sobre lo que realmente está ocurriendo en pantalla. Y por supuesto, es mucho más de lo que aparentemente parece.

Porque Andor es, en realidad, la historia de cómo se construyen las rebeliones y cómo se gestan las caídas de los imperios. Cinematográficamente hablando, siempre es muy atractivo ver a un grupo de personajes sin nada que perder y muy pocos recursos enfrentarse a todo un imperio cargado de armamento, fuerza y poder. David contra Goliath. Una historia tan antigua como la Humanidad. Sin embargo, esta primera temporada escarba sobre esa superficie para mostrar qué hay detrás de todo eso: una clase social alta que financia y es capaz de urdir los planes más complejos para derrocar un sistema que les amenaza y con el que no se sienten cómodos a pesar de que no les perjudica directamente. Una suerte de conciencia de clase transversal. Y esto es lo verdaderamente interesante de la serie, que no escatima, por otro lado, en efectos y espectacularidad.

Pero antes de entrar en este último aspecto, ahondemos un poco más en la intriga que impulsa toda la trama de esta serie. Sobre todo la que sostienen sobre sus hombros dos grandísimos actores como Stellan Skarsgård (Dune: Parte dos) y Genevieve O’Reilly (Años de sequía), quienes crean, casi en solitario, toda una intriga que sobrevuela el resto de acontecimientos, y que toma protagonismo por derecho propio en muchos momentos de la temporada. Si bien es cierto que es un arco narrativo secundario, su impacto en el resto de historias es tal que, en no pocas ocasiones, termina siendo protagonista, y eso se debe, en buena medida, a la construcción dramática durante cada episodio. Las secuencias dedicadas a esta conspiración elitista se introducen de forma precisa entre el resto de historias a modo de paraguas para todas las demás, llegando a ser, por tanto, algo más que un conector entre ellas.

Stellan Skarsgård y Genevieve O'Reilly conspiran contra el Imperio en la primera temporada de 'Andor'

Una Rebelión incipiente

La sutileza de esta línea argumental contrasta con la brutalidad y el dinamismo del resto de tramas que componen la primera temporada de Andor. Y sobre todo, contrasta también con la variedad de escenarios en los que transcurren esas historias. De hecho, se podría decir que las intrigas palaciegas están muy alejadas del espíritu Star Wars, lo cual no implica, ni mucho menos, que no sienten bien a la producción. Pero centrémonos en esas otras historias dentro de la serie, comenzando por la del protagonista. Más allá de la buena labor de Diego Luna, lo interesante es, como suele ocurrir en estos casos, la evolución de su personaje a lo largo de los capítulos. Curiosamente, tal vez lo más atractivo sea que, a pesar de que crece y cambia, sigue manteniendo una importante esencia de sus orígenes, lo que genera situaciones que, en otras circunstancias, no se habrían producido.

En realidad, es lo que debería ser el crecimiento de cualquier personaje en cualquier historia: una transformación que no le haga perder su esencia. En todo el universo Star Wars estamos tan acostumbrados a no ver eso (cuando un personaje cambia, lo hace con todas las consecuencias) que cuando aparece resulta extraño. Pero tal vez por el modo en que se construye este cambio, a base de secuencias y situaciones complejas que evidencian la injusticia de una sociedad oprimida por el Imperio, este tipo de transformación parcial se vuelve más creíble. Algo parecido pasa con el personaje de Kyle Soller (serie Poldark), cuya realidad final no termina siendo la que esperaba. Se pueden entender como las dos caras de una misma moneda, y esto es algo muy interesante en tanto en cuanto sus evoluciones, a pesar de ser en entornos diferentes, discurren de forma paralela (ambos terminan, por ejemplo, en dos tipos muy diferentes de cárceles).

A esto se unen, por supuesto, unas espectaculares secuencias de acción y, sobre todo, un contexto narrativo vinculado a ese universo cinematográfico. A diferencia de The Mandalorian, por ejemplo, la trama bebe mucho de lo que ocurre en las películas. Tanto es así que son varios los personajes de las mismas que tienen su aparición en esta serie. Pero sobre todo, es la construcción de La Rebelión lo que resulta sumamente atractivo en tanto en cuanto el espectador asiste a las disputas, los altibajos, las dudas y las actuaciones de esos primeros rebeldes… tanto los que tienen poder adquisitivo como los que arriesgan sus vidas. Este doble nivel y esta doble mirada aporta al conjunto una mayor complejidad, pero sobre todo permite a sus creadores crear una narrativa fluida que se apoya en una y otra línea argumental para manejar el ritmo de los episodios.

Con esto, la primera temporada de Andor se revela como una buena producción de Star Wars. Más al nivel de la otra gran serie ya citada que de producciones algo más mediocres (tanto de cine como de televisión). Y no es porque la historia tenga vínculos con los mejores momentos de la saga cinematográfica, sino porque la trama, aun naciendo de donde nace, sabe tener vida propia gracias, sobre todo, a un protagonista y unos secundarios principales que tienen entidad, que son capaces de desarrollar un mínimo de profundidad emocional, que se enfrentan a dilemas éticos y morales mientras tratan de luchar por sus ideales. Este tipo de trasfondo es lo que da a esta primera etapa el sello personal que tiene, más allá de la acción y la espectacularidad que desarrolla. Una gran serie que se disfruta más conociendo el resto de historias, pero que sin duda puede admirarse de forma autónoma.

1ª T. de ‘Miércoles’, intriga adolescente en el mundo de los Addams


Jenna Ortega da vida a 'Miércoles' en la primera temporada

El año que viene, si nada lo impide, tendrá lugar el regreso de Miércoles, una de las series del año pasado. Me considero admirador de ‘La familia Addams’ y del espíritu transgresor de esta familia «diferente», por lo que, al ver el espíritu adolescente de esta producción de Netflix, tuve ciertas reticencias. Pero lo cierto es que, con sus pros y sus contras, es una de las producciones más originales de los últimos meses.

No cabe duda de que en eso ha tenido mucho que ver una de las mentes creativas de esta ficción, Tim Burton (Eduardo Manostijeras), cuya puesta en escena y el diseño de personajes y decorados impacta completamente en el desarrollo de la trama y en el estilo visual de la producción. Su mano aporta a esta historia el elemento diferenciador con respecto a otras producciones similares de los últimos años, y que también combina adolescentes, misterio y algo de romance. Pero no es lo único original de esta serie creada por Alfred Gough y Miles Millar (autores del guion de Spider-Man 2), quienes logran aunar en una única historia de 8 episodios diferentes líneas argumentales que terminan por converger en una trama mucho más rica y matizada de lo que podría parecer a primera vista.

Sin entrar en detalles sobre el argumento, por si alguien a estas alturas todavía no ha visto Miércoles, esta primera temporada se introduce de forma progresiva en un mundo lleno de criaturas, en el que humanos y monstruos conviven de forma más o menos equilibrada, y en el que la protagonista, a la que da vida de forma magistral Jenna Ortega (Scream VI), se mueve primero por obligación y luego por motivación. Esta evolución del personaje sin que aparentemente cambie nada en su personalidad es, sin duda, uno de los atractivos más interesantes de la evolución dramática, y uno de los equilibrios más difíciles de la ficción, toda vez que se debe mantener esa impasibilidad emocional a medida que se van descubriendo nuevos secretos que afectan de un modo más o menos directo al desarrollo de la protagonista.

Lo cierto es que la serie, en estos primeros episodios, se construye de forma orgánica y progresiva en un crescendo dramático e intrigante. Más allá de que las motivaciones sean las que son, y que los problemas de los adolescentes están ya muy manidos, la serie es capaz de consolidarse en pilares narrativos sólidos que van más allá de ese universo adolescente-monstruoso en el que se desarrolla. Aspectos como los secretos de la familia Addams, la juventud de sus padres, los crímenes, el odio al diferente y las motivaciones que se esconden tras ellos, o los conflictos internos de los adolescentes traducidos a problemas, por ejemplo, de licantropía, no hacen sino ofrecer al espectador algo más que una simple serie sobre adolescentes de hormonas alteradas y objetivos inmediatos.

Emma Myers y Jenna Ortega, diferentes y grandes amigas en la primera temporada de 'Miércoles'

¿Addams o no Addams?

Bajo este prisma, y a pesar de que el trasfondo de Miércoles sigue siendo el de una serie adolescente para adolescentes, la ficción logra desquitarse un poco de esa carga y revelar algo más. Tal vez no mucho, pero sí lo suficiente para mostrarse más original que otras producciones similares. La pregunta que cabe hacerse es si esta apuesta hace que se pierda o se mantenga el espíritu de los Addams. Hasta cierto punto se mantiene, pero lo cierto es que se pierde mucho por el camino. Tal vez demasiado. Una de las cosas más atractivas de las historias de los Addams son sus excéntricas tradiciones, su particular y tétrica forma de entender la vida, algo a lo que contribuyen principalmente Gómez y Morticia, los padres de Miércoles que apenas tienen una presencia testimonial (aunque imprescindible) en la serie, con los rasgos de Luis Guzmán (Asalto al tren Pelham 1 2 3) y Catherine Zeta-Jones (Efectos secundarios).

Esto implica que la serie pierde bastante esencia de lo que representan los personajes originales, convirtiendo a Miércoles en una especie de investigadora privada paranormal cuando, en realidad, el papel está bastante alejado de este concepto en su idea original. Y con esto en mente, es evidente que esta producción deja mucho que desear, pero la realidad es que en ningún momento pretende serlo. Al igual que ocurre con otras ficciones sobre conocidos personajes de la cultura popular occidental, esta primera temporada solo aprovecha algunos aspectos que le interesan de la iconografía del personaje (su palidez, la ropa oscura, el rictus recto…) para transformarla en algo diferente e introducirla en un ambiente completamente distinto, nuevo, lleno de criaturas con las que poder desarrollar líneas argumentales en un futuro no demasiado lejano.

Ahora bien, como en cualquier serie que se precie, lo relevante no es únicamente el papel protagonista. Si esta trama en torno a Miércoles Addams ha tenido el éxito que ha tenido se debe también a secundarios como el que interpreta Emma Myers (La chica en el sótano), la amiga/compañera de cuarto que no solo es un contrapunto en lo que a personalidad se refiere, sino también en el apartado visual. La relación entre ambas, con un tira y afloja constante, compone un arco narrativo que termina por ser una especie de base emocional de la serie, sobre la que poder narrar tanto la parte de suspense como la romántica, además de permitir un desarrollo más interesante de este personaje secundario con una línea argumental propia que explora el racismo, la xenofobia y el dolor del primer amor. Y por supuesto, a esto se suman colaboraciones como la de la propia Christina Ricci, que en su infancia fue el rostro de Miércoles que todos tenemos en mente.

Todo ello aporta a Miércoles un toque original, no tanto en su historia (bastante tópica en muchos aspectos) como en el modo de afrontarla. La capacidad de la trama para mezclar pasado y presente, monstruos y humanos, color y oscuridad, permite a sus creadores, con Burton como principal exponente, establecer un relato ágil, fresco, dinámico y cargado de referentes, algunos más evidentes que otros. La primera temporada irrumpe de lleno en el panorama televisivo para convertirse en un producto diferente hoy en día. La cuestión es si será capaz de mantener esta originalidad y no caer en la complacencia de los gustos adolescentes, despreciando el resto de alicientes puramente fantásticos. Habrá que esperar unos meses todavía.

1ª T. de ‘The Sandman’, una adaptación a medio gas de una obra inadaptable


Tom Sturridge da vida a 'The Sandman' en la primera temporada

Quienes hayan leído la serie de cómics de The Sandman sabrán de lo que hablo cuando digo que esta es una obra inadaptable. O para ser más precisos, una obra cuya adaptación a la pantalla, ya sea pequeña o grande, va a suponer un proceso tedioso, complejo y, en la mayoría de los casos, de resultado cuanto menos irregular. La idea de llevar esta historia del Dios del Sueño y sus hermanos a la pantalla viene ya de largo, y finalmente ha sido esta serie la que se ha llevado el gato al agua. A estas alturas ya se ha dicho de todo sobre la primera temporada de 11 capítulos (10+1, más bien), así que abordemos lo que han hecho David S. Goyer (guionista, entre otras, de El caballero oscuro) y Allan Heinberg (serie The catch) y cómo se ha trasladado todo eso a imagen.

Tuve la oportunidad de volver a adentrarme en este particular universo creado por Neil Gaiman de forma paralela en las viñetas (si es que se puede decir que tiene viñetas) y en la serie de Netflix, y personalmente creo que la adaptación, narrativamente hablando, es inmejorable. Goyer y Heinberg se convierten, en cierto modo, en montadores de toda la historia para ponerla en orden, vincular algunos personajes para convertirlos en puentes dramáticos de una aventura a otra, y construir de este modo una aventura con algo más de coherencia y vinculación emocional que la que tiene el cómic. En este sentido, los guionistas aprovechan algunas de las historias para cambiarlas de orden, transforman algunos personajes y dan vida a otros tantos en un intento de construir un universo muy parecido pero, al mismo tiempo, propio.

Y lo cierto es que lo consigue. The Sandman, la serie, es bajo este prisma una interesante obra de fantasía en la que el terror se atiene a unas pequeñas dosis, en la que el humor es casi tan negro como el traje del protagonista, y en la que las reflexiones sobre la condición humana se suceden de forma casi ininterrumpida. Todo ello se convierte en los pilares de un desarrollo complejo, aparentemente alejado de las convenciones narrativas de todo guion pero que, bajo esa capa de misticismo, se revela como un relato estructurado en tres actos con unas serie de puntos de giro y ganchos que mantienen al espectador atrapado en esta aventura. Sí exige por parte de los que se acerquen a ella, y esto es importante dejarlo claro, una predisposición a lo que se está a punto de ver, más o menos como en su día hizo Preacher. La diferencia fundamental está en el apartado visual… pero de eso hablamos más adelante.

Lo que parece evidente es que, sobre el papel en el que está escrito el guion, la serie trata de ser lo suficientemente original como para distanciarse lo justo de la obra primigenia, pero manteniendo siempre la esencia tanto a través de los personajes como de la filosofía y la mitología que esconden todos ellos. Quizá el mayor problema que puede tener la serie es su falta de concreción en algunas líneas argumentales y su cierre algo apresurado en otras. El hecho de querer condensar en solo 10 episodios (el 11 son dos historias independientes aunque muy interesantes) todo lo que ocurre en los primeros cómics de Gaiman es una tarea simplemente imposible, y eso se nota, al menos para los que conozcan la obra en papel. Aquellos que no hayan leído nada posiblemente tengan la sensación de un desequilibrio dramático en algunas ramificaciones argumentales. Es normal, y para eso estará la segunda temporada.

Tom Sturridge y Boyd Holbrook, cara a cara en la primera temporada de 'The Sandman'

Pérdida visual

Pero centrémonos en el lenguaje visual que utiliza la serie. Es aquí donde The Sandman falla. No me considero un purista de la obra de Gaiman, más bien al contrario, pero sí hay aspectos que la serie no logra trasladar con eficacia, y eso termina jugando en su contra. Sin ir más lejos, el aspecto del protagonista. Tom Sturridge (Mary Shelley) compone un interesante Sandman en cuanto a postura y complejidad moral. Sin embargo, este trabajo interpretativo no va acompañado de lo más característico del personaje, que es su aspecto, con piel totalmente blanca y ojos negros tan profundos que parecen un pozo sin fondo. Puede parecer nimio, pero en un rol de corte fantástico como este, es algo imprescindible.

Con todo, no es lo más llamativo. Salvo momentos muy puntuales, la serie no logra acercarse a la apuesta visualmente rompedora de los cómics. Tampoco lo pretende, de hecho, y es respetable que sus responsables, desde guionistas a productores y directores, hayan optado por un planteamiento más «realista» y ordenado. El problema no es ese. El problema es que el concepto de las páginas originales responde a un universo en el que el tiempo y el espacio no se entienden como en nuestro mundo, y a unos personajes consumidos por unos sentimientos a cada cual más vil. El diseño que Gaiman da a algunos villanos recuerda, no en vano, a ese cuadro de Dorian Gray en el que se iban acumulando todas las enfermedades, heridas y miserias del eterno joven. Nada de eso queda en la serie de televisión, perdiendo un componente muy perturbador que trata de compensarse, con desigual fortuna, a través de otros elementos audiovisuales.

De igual modo, la violencia y algunos pasajes oscuros de la trama en estos primeros compases de las aventuras del Señor de los Sueños quedan relegados a meras insinuaciones. Da la sensación de que se ha querido rebajar un poco el cariz oscuro, lúgubre y hasta descorazonador del cómic para acercar el personaje a una mayoría de público. Es una estrategia tan buena como cualquier otra, pero quien se acerque a los cómics en busca de los orígenes de Sandman encontrará algo completamente diferente, al menos en los inicios. Dicho esto, eso no impide que los amantes de la fantasía no puedan disfrutar de la serie. El modo en que se retrata el mundo de los sueños o el infierno, por poner dos ejemplos, es brillante a la par que elegante, construyendo un universo propio que pretende tener vida más allá de su referente en papel. La pregunta que cabe hacerse es si la serie continuará teniendo interés en su próxima tanda de episodios.

Por el momento, la primera temporada de The Sandman se mueve entre dos aguas que terminan por ofrecer al espectador una producción algo irregular. Como adaptación del relato, se podría decir que es más que notable; como narrativa visual, no logra tener la fuerza de los cómics. No se trata de que sea una adaptación fiel. Son dos medios diferentes y, por tanto, deben tener su propio espíritu. El problema es que esos espíritus son casi opuestos, y eso sí es un problema en tanto en cuanto el personaje y el relato pierden algo de su esencia. Con todo y con eso, aunque estamos ante una adaptación a medio gas, como serie de televisión logra funcionar, y los fans del género posiblemente encuentren en ella un refugio al que acudir sin demasiadas exigencias.

1ª T. de ‘The Peripheral’, buena ciencia ficción inacabada


Chloë Grace Moretz es la protagonista de 'The Peripheral'

La ciencia ficción está encontrando en la televisión un importante e interesante nicho en el que desarrollar todo su potencial. Y no estoy hablando únicamente a series ambientadas en un medievo fantástico, sino a producción que analizan y reflejan, a través de otros mundos, diferentes aspectos de nuestra sociedad. Es lo que hace la, por desgracia, inacabada serie que adapta la novela de William Gibson de la mano de Scott B. Smith (Una obra maestra).

Ahora que ya está más que confirmado que The Peripheral solo va a tener una temporada, es momento de analizar un poco más en profundidad lo que ofrece esta ficción de mundos alternativos, tecnología y sociedades aparentemente perfectas pero dominadas por totalitarismos. En el fondo, el universo que plantean estos 8 episodios no dista demasiado del que dibujan clásicos de la ciencia ficción, salvo por un detalle: aquí lo que se plantea es la posibilidad de crear diferentes realidades y viajar en el tiempo a través de la tecnología de un modo sensiblemente diferente. Esto obliga a dos cosas en las que la serie acierta y falla casi a partes iguales. Por un lado, a diferenciar bien los universos en los que transcurren cada una de las líneas argumentales; por otro, a ser lo más fieles posible a las reglas que se autoimpone el guionista.

Respecto a lo primero, el diseño de producción es tan brillante como algo confuso. No tanto porque los escenarios sean similares, sino porque los personajes apenas cambian de una realidad a otra, lo que obliga al espectador a mantener una atención especialmente alta a los detalles que rodean a los protagonistas. No es algo negativo, más bien al contrario, pero en un mundo en el que la sociedad demanda cosas más «mascadas», puede terminar por generar algo de confusión. Con todo, el diseño futurista de robots, esas ciudades casi desiertas, el vestuario… todo apunta siempre a diferenciar dos sociedades marcadas por el orden (y el caos), y, por decirlo de algún modo, la pureza y la suciedad.

Y sobre las reglas, lo cierto es que The Peripheral juega en todo momento con el espectador. Dicho de forma sencilla, por supuesto que respeta sus propias normas, lo que evidentemente ayuda a definir dos universos muy interesantes. Pero con todo y con eso, la presencia de tecnología futurista en un pasado algo más atrasado en ese sentido no hace sino entremezclar todas esas reglas del juego, redefiniendo algunos parámetros y el papel que juegan los diferentes personajes secundarios. El problema en este caso no es de la serie, sino de la cancelación, ya que muchas de estas líneas argumentales simplemente se estaban planteando, lo que deja en el aire interesantes desarrollos dramáticos.

Gary Carr y Chloë Grace Moretz deberán buscar una solución al futuro de 'The Peripheral'

Siempre el guion

La base de cualquier buena ficción es el guion, claro está. No tanto por el contenido del mismo, que también, sino por su desarrollo, el modo en que distribuye la información y cómo maneja los tiempos y el suspense. Y en una producción de ciencia ficción, esto tiene que ser imprescindible. Lo que logra B. Smith en este sentido es más que notable. Y bajo este prisma, esta primera temporada estaría dividida en tres partes. La primera, la que nos establece el escenario y en qué punto de la historia nos encontramos, ya siembra los suficientes elementos de intriga como para enganchar al espectador. El episodio piloto es, en este sentido, brillante, y el hecho de que los personajes introduzcan algunos conceptos desconocidos para el espectador pero claramente relevantes no hace sino acrecentar el interés.

La segunda parte, la más larga de todas, es la que desarrolla el juego. Juego entre los personajes y juego del guionista con los espectadores. Porque mientras va creciendo el suspense en la pantalla, el creador de The Peripheral propone tratar de adivinar lo que está ocurriendo tanto en una realidad como en la otra, así como el verdadero carácter de algunos secundarios. Todo ello termina por construir un relato sobresaliente, en el que nadie es aparentemente quien dice ser, y en el que los intereses personales juegan un papel determinante en el devenir de la protagonista interpretada por Chloë Grace Moretz (Pasajero oculto), quien por cierto no tiene demasiada suerte últimamente con los proyectos que protagoniza. Resulta muy interesante, por tanto, analizar esta serie desde el punto de vista dramático para comprobar cómo sus creadores desarrollan en un constante crescendo la tensión narrativa y emocional de unos personajes marcados por la tragedia.

La última parte es, precisamente, la explicación de esa tragedia y cómo la revelación de toda la información afecta a la protagonista. Son los episodios en los que se toman decisiones, en los que los personajes, aunque todavía tienen cosas que parecen ocultar, revelan casi todas sus cartas y sitúan la acción en un nuevo escenario listo para su desarrollo en la segunda temporada que ya no va a llegar. La temporada, por tanto, se transforma, se vuelve incluso más fantástica y con más acción, y hace evolucionar a los personajes a un nuevo nivel. No necesariamente mejor, sino simplemente diferente. Puede que sea la menos interesante de todas, pero es la más épica. Con este cierre, la serie completa un viaje que va de menos a más y que invita al espectador a mantenerse fiel, a aguantar ciertos altibajos en el ritmo narrativo de los primeros compases para descubrir una trama compleja que atrapa con una fuerza inusitada.

Por eso es una lástima que The Peripheral no tenga una segunda temporada a la vista. Estos ocho capítulos la confirman como una gran serie de ciencia ficción. Una serie que, como decía, va de menos a más gracias a un guion que se construye a fuego lento, con pausa y sabiendo en todo momento lo que se quiere y cómo se quiere narrar. Puede que su inicio sea confuso y excesivamente pausado. Y es evidente que hay ciertos detalles secundarios que necesitarían ser mejorados. Tampoco creo que sea conveniente introducir tantos flashbacks en una historia que ya está dando saltos temporales constantemente. Pero con todo y con eso, es una ficción con muchas ramificaciones, con muchas y muy interesantes líneas secundarias que influyen de forma determinante en el arco narrativo principal. Una evolución orgánica que permite a la serie crecer hasta un final que deja todas las expectativas en lo más alto. Lo dicho, una lástima.

1ª T. de ‘La casa del dragón’, algo más que una precuela de un referente televisivo


Emily Carey y Milly Alcock, dos amigas que terminarán enfrentadas en la primera temporada de 'La casa del dragón'

Cada vez que me acerco a un spin-off o una precuela de una película o una serie lo hago con mucho recelo. No es habitual que el resultado de la nueva historia sea bueno, no digamos ya que esté a la altura del original. Hay casos, pocos, en los que esto no es así, y el de La casa del dragón es uno de ellos. Y eso hace que sea incluso más interesante de lo que a primera vista podría resultar. La primera temporada de esta especie de precuela de Juego de tronos (por aquello de que algunos personajes son antepasados muy pasados de los protagonistas de la serie original), de 10 capítulos, es una de esas composiciones dramáticas que dejan sin aliento. Como a estas alturas presumo que la mayoría habrá visto una etapa que terminó en noviembre de 2022, vamos a ir directamente a lo que la hace estar entre lo mejor que se ha producido recientemente.

No voy a entrar en su trama ni en sus intrigas, sino más bien en aquellos elementos que la convierten en una más que digna producción. Y todos ellos pasan, no por casualidad, por haber concebido esta nueva serie creada por Ryan J. Condal (guionista de Proyecto Rampage) y el autor de las novelas, George R.R. Martin, como una historia independiente, ajena por completo a lo que el espectador ya conocía pero, al mismo tiempo, con los suficientes elementos reconocibles como para que el efecto fan se desarrolle en todo su esplendor. Dicho de otro modo, alguien que no haya visto Juego de tronos puede disfrutar con esta nueva ficción tanto o más que aquel que conozca todos los detalles de las casas dinásticas que se disputan el trono de hierro. Esta importante independencia permite una serie de elementos muy importantes para construir la trama.

El primero de ellos es el modo en que se plantea el suspense. Es cierto que en La casa del dragón siguen existiendo intrigas familiares y luchas de clanes, pero la historia se centra sobremanera en una de ellas, lo que no solo permite acotar los acontecimientos, sino que hace mucho más sencillo el seguimiento de las diferentes tramas secundarias que se mezclan a lo largo de los episodios. En este sentido, al restar relevancia al resto de familias, la construcción dramática que realizan sus creadores se consolida sobre pilares mucho más sólidos, permitiendo a su vez un desarrollo de los personajes más profundo que es capaz de ahondar en matices de los conflictos personales. Al igual que ocurriera en la serie original, esto no resta relevancia a la espectacularidad de la puesta en escena y de esos dragones que harán las delicias de los fans, más bien al contrario. Y sobre todo, permite al espectador afrontar un hito importante en la temporada: el salto temporal que se produce a mitad de la misma.

Digo esto porque muchos personajes cambian de actor, ubicación y rango, lo que podría generar cierta confusión en el caso de estar ante muchas líneas argumentales secundarias independientes. Sin embargo, Condal y Martin componen un entramado más bien clásico, centrado en el conflicto entre dos mujeres y con un puñado de secundarios fijos en torno a ellas. En cierto modo, esta primera etapa se asemeja más a la construcción arquetípica de cualquier historia (una trama principal rodeada de varias secundarias que se nutren entre sí de forma orgánica) que a un planteamiento coral en el que cada personaje tiene una historia propia e independiente de lo que ocurre en la principal. No es cuestión de que sea mejor o peor, pero sí creo que, para los acontecimientos que se cuentan, resulta mucho más adecuada esta estructura.

Matt Smith y Emma D'Arcy lucharán por su legado en la primera temporada de 'La casa del dragón'

Una familia, muchas intrigas

Quizá uno de los mayores aciertos de La casa del dragón es que, a pesar de centrarse en una única familia, logra ampliar la mirada en diferentes direcciones para construir una intriga a la altura de la historia original. Y esto lo hace gracias a la fuerza de unos personajes simplemente brillantes y complejos, con diferentes caras que se van desvelando a medida que avanza la historia. Algunos de ellos pasan de héroes a villanos, otros hacen el recorrido inverso, y otros sencillamente van mostrando sus cartas poco a poco hasta desvelar lo que el espectador intuye casi desde el principio. Esto crea un interesante mapa de personalidades que, a través de sus sinergias naturales y sus contrapesos, construyen una intriga en torno, cómo no, a ese trono de hierro que genera, dicho sea de paso, una de las evoluciones más dramáticas de un personaje, contribuyendo a una dolorosa muerte por enfermedad.

La derivada más interesante de esto es, en pocas palabras, que se puede crear mucho con muy poco. Sí, es cierto que tenemos la presencia de dragones y todos los efectos digitales que eso conlleva, pero más allá de eso, la trama transcurre en un puñado de escenarios (muchos menos que Juego de tronos), lo que contribuye aún más a acotar las intrigas palaciegas y a controlar la incorporación de nuevos personajes, creando el tablero de ajedrez en el que se termina convirtiendo la serie de forma progresiva (otra gran diferencia con la serie original), lo que a su vez permite al espectador avanzar conforme lo hacen los personajes y crear una mayor complicidad con ellos, amén de asumir de forma más natural su evolución y su crecimiento personal conforme se van desarrollando los acontecimientos.

El problema de la serie, o su acierto (según se mire) es que nunca es posible encariñarse demasiado con un personaje. No solo porque es más fácil que mueran a que se mantengan con vida, sino por los saltos temporales que se producen. Habrá que esperar a ver cómo evoluciona la segunda temporada, pero con semejantes lapsos de tiempo es posible que la historia avance a pasos agigantados, lo que va a obligar a concentrar mucho, muchísimo, el desarrollo de los diferentes arcos dramáticos. Es un poco lo contrario a lo que le ocurría a la serie original, y va a requerir de una estructura mucho más elaborada para mantener todo lo que está por venir de una forma más o menos coherente. Dicho de otro modo, las temporadas se van a ver obligadas a presentar nuevos conflictos que se mantengan en el tiempo durante generaciones, o encontrar la manera de prolongar las intrigas personales ya existentes de padres a hijos y nietos.

Pero eso ya es algo que habrá que dejar para sucesivas etapas. Por lo pronto, la primera temporada de La casa del dragón es un espectáculo a la altura de Juego de tronos, con el aliciente de ver más dragones. Una intriga palaciega con una estructura algo diferente a la serie original pero al mismo tiempo similar, volviendo a dar prioridad a unos personajes complejos y atractivos (interpretados por unos actores simplemente brillantes) antes que a la espectacularidad de los efectos especiales, pero dando rienda suelta al apartado visual siempre que es necesario. Un difícil equilibrio que Juego de tronos no siempre supo mantener al mismo nivel y que, esperemos en esta nueva ficción medieval fantástica pueda durar varios años.

1ª T. de ‘El señor de los anillos: Los anillos de poder’, fantasía irregular para una nueva generación


Robert Aramayo y Morfydd Clark protagonizan la primera temporada de 'El señor de los anillos: Los anillos de poder'.

La trilogía de El señor de los anillos es una de esas obras cinematográficas que pasan a la Historia del séptimo arte por lo que trascienden a la gran pantalla. De hecho, que El retorno del Rey sea una de las películas con más Oscar de todos los tiempos puede que tenga más que ver con el esfuerzo técnico que supuso rodar tres obras de estas características a la vez. Pero eso fue hace ya 20 años (¡cómo pasa el tiempo!). Ahora llega una nueva producción ambientada en el universo de J.R.R. Tolkien para las nuevas generaciones. Y cómo no, lo hace en forma de serie. La pregunta evidente que surge con la primera temporada de El señor de los anillos: Los anillos de poder es si realmente es tan sólida como el modelo cinematográfico a seguir. La respuesta es… depende.

Depende de qué queramos hablar. Si lo que analizamos es el apartado visual, no cabe duda de que estos primeros ocho episodios son incomparables. Sus creadores, Patrick McKay y John D. Payne, ambos prácticamente debutantes con esta historia, aprovechan las oportunidades que ofrece una trama como esta para dar rienda suelta a una imaginación que nutren el resto de departamentos implicados en la producción, construyendo algunos escenarios y diseñando unos combates que aprovechan el alto presupuesto de esta producción de Prime Video. Otra cosa es que el ritmo sea más o menos lento. Personalmente, no entiendo las críticas que apuntan a una falta de agilidad, cuando la realidad es que estos relatos (incluidos los libros de Tolkien, que dedica páginas enteras a descripciones) suelen ser así: muchos momentos de calma para concentrar la acción en puntuales situaciones de calidad.

Ahora bien, esto es una serie, no una película. Y eso requiere algo más. La trilogía de El señor de los anillos, a pesar de su extensa duración, se podía permitir el lujo de no desarrollar determinadas líneas argumentales, sobre todo las secundarias. Podía presentar personajes y convertirlos en meras herramientas de apoyo a cosas más importantes. En una serie esto no funciona, y Los anillos de poder es una prueba fehaciente. No creo que la estructura argumental de esta primera temporada sea débil. Al contrario, creo que es un acierto centrar la atención en dos personajes conocidos por los fans para, a través de sus años de juventud, contar el origen de todo lo que luego derivaría en las historias de las películas dirigidas por Peter Jackson (Agárrame esos fantasmas). El problema está más bien en otro sitio.

Concretamente, en lo que mencionaba antes: los personajes. Sí, los roles principales son interesantes. Y algunos secundarios aportan un trasfondo emocional que nutre el conjunto. La mayor debilidad de la trama radica en que, a pesar de eso, son personajes con poca profundidad emocional. Sus conflictos resultan cuanto menos irrisorios, por no hablar de que no existe en casi ningún momento de esta primera etapa una lucha de intereses que resulte realista. El caso más evidente es el de esos dos capítulos que transcurren en Númenor, y que son prácticamente un calco uno del otro simple y llanamente porque había que extender la decisión que protagoniza este tramo de la historia. Y es algo que resulta demasiado evidente, tanto que insulta al espectador. Es a esto a lo que me refiero cuando hago la distinción entre serie y película. El limitado metraje de un film obliga a imprimir un mayor ritmo a las historias, a dirigir la mirada siempre adelante. Una serie cuenta con más tiempo, y en lugar de aprovecharlo para abordar la psicología de cada personaje, sus creadores optan por mirar hacia adelante sin pararse a pensar que, con tantos episodios, eso requiere de más personajes o, en su defecto, mayores y mejores conflictos trabajados desde el interior de los protagonistas.

Elfos y humanos se unirán contra una amenaza mayor en la primera temporada de 'El señor de los anillos: Los anillos de poder

Racismo

Y luego está el tema de la inclusión racial y todo el debate que esto ha generado. Personalmente, me parece artificioso, por no decir absurdo, que se critique a una producción, sea la que sea, por el color de la piel de los personajes. Habrá quien diga que los elfos tienen que ser todos de un modo, los enanos de un tipo, etc. Pero la realidad es que esto siempre es secundario. Lo importante, sobre todo en una historia de fantasía como esta, es el carácter de los roles y cómo están definidos, sus motivaciones y sus miedos, los desafíos que deben superar y las debilidades que presentan. Y como decíamos antes, esta es una de las partes más irregulares del conjunto, sobre todo en los personajes secundarios. La necesidad de unos roles sólidos no radica únicamente en la importancia que tiene para la trama como tal, sino en lo que beneficia a la estructura de una serie, sobre todo una como El señor de los anillos: Los anillos de poder.

Salvo que sea una sitcom o una serie de pocos personajes, lo habitual es que cualquier temporada tenga varios escenarios y secuencias en las que no aparecen muchos roles. Esto implica que el espectador debe conocer en todo momento dónde se queda un protagonista, qué está haciendo y cuál es su meta más inmediata. A veces, eso se consigue gracias a un impacto visual que se quede grabado en la memoria, pero en otras ocasiones (creo que la mayoría) suele tener más que ver con el propio personaje, es decir, con su personalidad, con la decisión que tomará en el conflicto que se le presenta. En una primera temporada como esta, donde no solo hay muchos personajes, sino que hay líneas argumentales que ni siquiera están relacionadas entre sí (algo que, dicho sea de paso, tampoco ayuda a construir la estructura dramática de la serie), que los protagonistas no tengan la entidad suficiente no hace sino perjudicar las tramas y que el espectador termine sin tener claro dónde está cada cual.

Quizá el mejor resumen de estos primeros capítulos sea que son un quiero y no puedo. Visualmente son apabullantes, en algunos casos recuperando la esencia de las películas que han precedido a la serie. Pero no alcanza el impacto que se esperaba que tuviera el universo de J.R.R. Tolkien. Aunque las líneas argumentales están bien construidas, planteando el regreso de un mal que terminará por convertirse en un archienemigo de carne y hueso, muchas de ellas no tienen una conexión natural, y a pesar de que se intuye que en los próximos episodios se irán vinculando de algún modo, el hecho de que vayan por libre lo único que genera es que se tiene que repartir el tiempo para cada una de ellas, dando saltos que pueden hacer que el espectador se pierda por el camino. Si a todo ello sumamos las debilidades que hemos mencionado sobre los personajes, lo que nos encontramos es un producto que, aunque atractivo y con pilares lo suficientemente sólidos como para construir algo interesante, no termina de desarrollarse correctamente.

Tal vez sea por eso por lo que la segunda temporada de El señor de los anillos: Los anillos de poder se va a plantear desde un punto de vista completamente diferente a partir de nuevos equipos creativos. El reto estará en mantener los aspectos positivos de esta primera etapa y corregir los problemas en los personajes y las tramas. Lo sencillo sería echar por tierra lo narrado hasta ahora, pero creo que sería un error. En cierto modo, debería ser algo parecido a lo que se hizo con The Witcher, cambiando el planteamiento para evitar los problemas que surgieron de la temporada inicial. Por ello, el interés estará en saber el grado de profundidad del bisturí y dónde se aplicará. Sea como fuere, estos primeros ocho capítulos dejan algunos momentos memorables y algunas secuencias brillantes, amén de dibujar un tablero de ajedrez que, esperemos, sea aprovechado para seguir creciendo como ficción.

1ª T. de ‘She-Hulk: Abogada Hulka’, o cómo acabar con el legado Marvel


Hulk entrena a She-Hulk al comienzo de la serie 'She-Hulk: Abogada Hulka'.

Todo en esta vida puede cambiar y es susceptible de mejorarse, incluso aquellas cosas que parecen perfectas tal y como están. El secreto está en saber qué cambios se deben hacer para no terminar transformando o eliminando aquello que realmente estaba funcionando. Esta reflexión viene a cuento de la primera temporada de She-Hulk: Abogada Hulka en tanto en cuanto forma parte de lo que ha quedado en llamarse el Universo Cinematográfico Marvel. Y es que esta ficción creada por Jessica Gao (guionista en series como Silicon Valley o The mighty B!) rompe por completo los esquemas de lo construido anteriormente, y no precisamente para bien.

Para aquellos que no hayan visto estos 9 episodios, hacer un resumen de la trama es complicado. En pocas palabras, una abogada con cierta reputación y que es prima de Bruce Banner (alias Hulk) termina absorbiendo los poderes de la radiación gamma por accidente, adquiriendo la posibilidad de convertirse en Hulka a su antojo. Esto le reporta una atención y un éxito inesperados, y tendrá que elegir entre su identidad de superheroína y su identidad natural, todo ello mientras se encarga de luchar contra nuevos enemigos y defender a viejos conocidos de su primo. Explicada así, la sinopsis no termina de mostrar un hilo argumental coherente, y en realidad, este es uno de los grandes problemas de la serie. Prácticamente cada episodio (salvo el tramo final) es independiente del anterior, y en una producción de estas características, eso no termina de funcionar.

Aunque en realidad, este es el menor de los problemas. Prácticamente todos los elementos que componen She-Hulk: Abogada Hulka tienen un nivel narrativo o dramático muy bajo, por no decir inexistente. La serie parece estar planteada más como una autoparodia que como un producto que sabe reírse de sí mismo. Y la diferencia es importante, pues el segundo suele estar hecho con la conciencia de ser una comedia; en otras palabras, está «bien hecha», dicho coloquialmente. No es el caso de esta ficción en la que todo parece improvisado, los actores no se sienten cómodos con sus respectivos personajes (al menos los principales) y el desarrollo de la trama va a trompicones hasta un clímax que trata de poner la guinda de un pastel mal cocinado, lo que da como resultado algo bastante peor de lo que cabría esperar.

Curiosamente, uno de los elementos más interesantes de la trama es el modo en que rompe la cuarta pared. El personaje de Tatiana Maslany (serie Orphan Black) logra con acierto hacer partícipe al espectador de las aventuras y desventuras de esta abogada y superheroína, traspasando ciertas fronteras que hasta ahora Marvel nunca había tocado. En cierto modo, esto aporta una frescura interesante al conjunto, ya que logra, por un lado, conocer algo más en profundidad a un personaje bastante planto, y por otro comprender mejor su comportamiento en sociedad frente al que tiene en la intimidad de su hogar. El problema es que esto se diluye en un sinfín de problemas estructurales y narrativos, lo que termina por opacar el acierto o, incluso, ridiculizarlo hasta convertirlo, de nuevo, en un mal reflejo de sí mismo.

Tatiana Maslany y Ginger Gonzaga, amigas y compañeras en la primera temporada de 'She-Hulk: Abogada Hulka'.

Menos digital, por favor

Y luego está la parte visual, o mejor dicho, la digital. She-Hulk: Abogada Hulka es el claro ejemplo de que no todo vale a la hora de utilizar efectos digitales, captura de movimiento o animación por ordenador. Lo que en las primeras películas de La Casa de las Ideas fue un logro admirado por muchos de los que trataban de seguir su estela de éxitos se ha convertido aquí en un diseño apresurado e infantil, notándose en algunos momentos una falta de naturalidad en los movimientos y en las texturas tan evidente que resulta hasta impactante. Si la parte dramática y argumental ya rebaja mucho las expectativas, este diseño visual aporta al conjunto un tono de serie B que no encaja con lo que, en teoría, quiere tratar en el desarrollo de su protagonista. Posiblemente lo más llamativo sea el final, que trata de plantear las bases para un futuro desarrollo de personajes como Hulk, pero lo hace de un modo tan infantil que rebaja las expectativas de lo que pueda llegar.

Posiblemente esta idea, la de infantilizar el producto y a los personajes, sea el denominador común de la serie. Desconozco si es algo buscado o algo inesperado, pero en cualquiera de los casos ni el resultado ni la aceptación han sido muy positivos. Es cierto que Marvel siempre ha jugado con ese delicado equilibrio entre acción, humor y espectacularidad, pero lo ha hecho, al menos hasta el momento, tomándose en serio las historias que contaba, por muy fantásticas o imposibles que fueran. El resultado podía ser mejor o peor, pero el estilo siempre permanecía. Ahora no. Da la sensación de que, para buscar y ganar un público más joven adicto a las redes sociales, se ha entregado a un concepto audiovisual que, curiosamente, ha generado rechazo entre aquellos que sí defendieron las películas de los primeros personajes hace ya más de una década.

En teoría, estas miniseries están sirviendo para, por un lado, continuar algunos arcos narrativos de personajes que ya se conocían, y por otro, introducir nuevos protagonistas para futuras historias. La duda que se plantea viendo esta producción es si el tono continuará como hasta ahora o si, por el contrario, se afrontará el futuro con algo más de autoestima en el tratamiento argumental. Sea como fuere, la serie de este personaje femenino ha fallado en prácticamente todos los elementos, comenzando por un arco narrativo carente de una continuidad clara. Buena parte de este problema viene derivado de los villanos. No porque no tengan la entidad suficiente (que no la tienen), sino porque son demasiados antagonistas para tan pocos episodios. Esto impide conocer sus motivaciones y su evolución dentro de una trama en la que, dicho sea de paso, entran y salen como si fueran secundarios, lo que a la postre añade más piedras en el camino de un desarrollo que ya de por sí tiene dificultades.

La verdad es que She-Hulk: Abogada Hulka es una producción fallida. Su principal problema es una falta de objetivo, de lo que se quiere narrar y del viaje que debe hacer la protagonista. Sí, en líneas generales se trata de que la heroína acepte su nueva condición y contribuya a luchar contra el mal no solo en los tribunales, sino con los puños. Pero la falta de un desarrollo coherente y de una línea más o menos continua en sus conflictos internos y externos juega en su contra hasta el punto de desconectar al espectador de lo que está viendo. Y desde luego, no contribuye en nada que el apartado visual sea tan débil o que se introduzcan elementos juveniles que encajan poco o nada en el resto de la historia. Eso por no hablar del tratamiento de los personajes secundarios, algunos planteados únicamente como elementos a utilizar cuando conviene, y otros con una proyección que luego se queda en humo. Una lástima, porque podría haber sido uno de los personajes más interesantes de la nueva hornada de superhéroes que prepara Marvel para esta nueva etapa.

‘Billions’ reduce sus revoluciones en la sexta temporada


Corey Stoll es el nuevo archienemigo de Paul Giamatti en la sexta temporada de 'Billions'.

El caso de la serie Billions es bastante significativo. A estas alturas, con una sexta temporada terminada hace unos meses y una séptima en camino, pocas dudas quedan de que es una de las mejores producciones de la pequeña pantalla, tanto en materia de guion como de diseño de producción e interpretación. Incluso algo tan complicado como un cambio de protagonista lo gestionó con la elegancia y la inteligencia que destila la ficción en cada plano. Pero eso no siempre es sinónimo de éxito, y esta serie creada por Brian Koppelman (Un hombre solitario), David Levien (Ajuste de cuentas) y Andrew Ross Sorkin lo ha sufrido en primera persona.

La anterior etapa de la serie tuvo las complicaciones propias que impuso lo más duro de la pandemia, pero en mayor o menor medida logró salir indemne. Sin embargo, la continuación de estos 12 episodios no ha sido lo que estaba previsto. Y posiblemente no lo sea por el protagonista que forma la tradicional dupla de este drama de poder y corrupción. No porque Corey Stoll (West Side Story) no componga un gran personaje, sino porque el recorrido del mismo no parece lo suficientemente largo y profundo como para rivalizar con las ambiciones del rol al que da vida Paul Giamatti (Jungle Cruise). Las motivaciones del nuevo multimillonario, más allá del apartado personalista y de la necesidad de reconocimiento que tiene, no se antojan tan contraproducentes como las de su predecesor. Y tal vez lo más importante, no termina de quedar claro cómo chocan contra las de su némesis. Dicho de otro modo, el conflicto que siempre ha sustentado esta producción se diluye un poco con respecto a las anteriores tandas de episodios.

Y el problema de esto no es únicamente que el núcleo de Billions haya quedado dañado, sino que se ha visto afectada toda la estructura dramática de la serie. Es lo que tiene construir de forma tan magistral una ficción en la que todos los elementos, desde los principales hasta los más secundarios, forman parte de un todo y construyen de forma orgánica un complejo entramado de relaciones, motivaciones y traiciones. Quitar del tablero de juego una pieza fundamental afecta, por tanto, a todo el árbol si no se ejecuta con sumo cuidado, y aquí, sea por la pandemia o por cualquier otro motivo, no se ha hecho. Hay varios ejemplos de esto. Para empezar, algunos de los trabajadores más carismáticos abandonan la trama de forma más o menos continuada; para continuar, el personaje al que da vida Maggie Siff (serie Hijos de la Anarquía) o el rol que interpreta David Costabile (The dirt) han perdido buena parte de su esencia, de ahí que a lo largo de los capítulos se les haya intentado reubicar como se ha podido (mejor a ella que a él); y para finalizar, la introducción de los nuevos secundarios no ha terminado de asentarse.

Las transiciones nunca son fáciles, eso es evidente. Y en el caso que nos ocupa, no solo no es fácil sino que también es extraña. Da la sensación de que los creadores de esta serie han intentado mantener, al menos en un primer momento, la esencia de la ficción, prácticamente cambiando un personaje por otro. El problema es que son diferentes, tienen motivaciones diferentes, y eso les conduce por caminos diferentes. La evolución de muchos elementos dramáticos es más que evidente, pero no siempre lógica, de ahí que a medida que se aproxima a su final, esta etapa vaya perdiendo parte de su sentido. Esto no quiere decir ni que sea una mala temporada ni que no tenga momentos brillantes, pero sí que el aterrizaje de este nuevo rumbo no ha sido el idóneo. Posiblemente tenga mucho que ver el hecho de que llevábamos cinco años viendo la guerra económica y jurídica de estos pesos pesados, asumiendo unas dinámicas dramáticas que ahora han cambiado demasiado rápido. En todo caso, hay cosas que mejorar y que reajustar para que la serie no vaya perdiendo calidad a marchas forzadas.

La venganza se sirve fría

Pero como decía, los problemas de esta sexta temporada de Billions no impiden que sigamos asistiendo a una factura técnica impecable y a una batalla interpretativa de primer nivel. De hecho, más allá de sus irregularidades internas, esta ha sido la etapa de la venganza elaborada a partir de estrategias que se prolongan durante los 12 capítulos prácticamente. Personalmente, uno de los mejores momentos se produce hacia el final de la temporada, cuando la guerra entre los protagonistas se hace mucho mayor, más épica, y alcanza instancias mucho mayores de lo que se hubiera podido pensar en un primer momento. El hecho de introducir en la partida conflictos políticos que van más allá de una Alcaldía da buena muestra del cariz que toma la serie y hasta dónde puede llegar la guerra personalista de dos personajes que no tienen problema en utilizar las instituciones en su propio beneficio.

En realidad, es algo que ya se había mostrado, en mayor o menor medida, en temporadas anteriores, pero en este caso es algo mucho más claro y directo, síntoma de que los tiempos están cambiando. Otra cosa es la motivación que existe detrás de esta nueva campaña bélica entre los roles de Giamatti y Stoll. En cierto modo, es comprensible, pero desde luego, queda muy lejos de las que los seguidores estaban acostumbrados a ver. Hablando con guionistas sobre las motivaciones de un personaje, siempre explican que no solo deben quedar claras, sino que las reacciones del resto de roles tienen que estar justificadas. Y es lo que ocurre aquí. Sin entrar en demasiados detalles, es evidente que las prácticas del personaje de Stoll pueden ser de dudosa ética, puede que algunas ilegales; pero que su antagonista se oponga a algo que es bueno para la ciudad únicamente porque los ricos van a ser más ricos es lo que no termina de encajar demasiado.

Da la sensación de que el aterrizaje de este nuevo empresario al que da vida Corey Stoll ha descolocado por completo las motivaciones originales del fiscal que tiene los rasgos de Paul Giamatti. Y sus creadores, al menos al principio, parecían tener la intención de mantener el concepto básico de lo que le mueve, independientemente de lo que tenga o a quién tenga delante. Y ese es un error básico de guion. Más allá de lo que impulsa la acción de los personajes, estos tienen que adaptarse a las circunstancias. El viaje del héroe, por decirlo así, viene marcado por los acontecimientos externos, no por sus convicciones internas. En parte, es lo que le ha faltado a esta temporada. No es el único problema, está claro, pero sí puede que sea el meollo de todo lo demás que necesita ser cambiado o mejorado.

Es evidente que el cambio no le ha sentado demasiado bien a la sexta temporada de Billions, pero a pesar de todo, seguimos estando ante una de las producciones más interesantes de la televisión. Más allá de sus problemas de desarrollo, resulta muy interesante comprobar la evolución del conflicto y descubrir las semillas que se han ido sembrando para la siguiente etapa, incluida la caída en desgracia del personaje de Giamatti. Habrá que esperar a ver qué dirección toma la trama y, sobre todo, cómo se van acoplando los diferentes personajes a sus nuevos lugares en la historia, si es que continúan. En cierto modo, si la quinta temporada fue de transición «física» por la pandemia, esta etapa ha sido de transición dramática. Siendo sinceros, no ha sido la mejor posible a tenor del resultado, pero sí lo suficientemente buena como para generar expectativas de cara al futuro. Veremos.

‘Westworld’ cambia la dificultad del juego en su 4ª temporada


Los robots se hacen con el control de los seres humanos en la cuarta temporada de 'Westworld'.

Con mucha diferencia, Westworld es la serie más compleja de los últimos años. No tanto porque su trama aborde temáticas fuera de lo común, sino porque la cantidad de personajes con peso en la historia es tal que su desarrollo requiere de una distribución medida al milímetro, muchas veces perdiéndose en la vorágine del camino. Pero a diferencia de otras producciones, este drama de ciencia ficción con dosis de acción ha tenido la suficiente valentía como para reinterpretarse a sí mismo en la cuarta temporada que finalizó hace ya algunos meses.

Básicamente, lo que han hecho Jonathan Nolan (creador de la serie Person of interest) y Lisa Joy (Reminiscencia) es darle la vuelta al calcetín, y abordar qué pasaría si fueran los robots quienes tuvieran el control sobre los seres humanos, dando a estos el papel que ellos tenían en ese extraño parque de atracciones. Bajo esta premisa, los 8 episodios que conforman esta última etapa se convierten en un curioso e interesante viaje que reflexiona sobre el concepto de realidad y cómo esta es capaz de cambiar en función de los ojos que la observen. Y a pesar de sus debilidades en la narrativa, sigue siendo un modelo sobre cómo manejar los tiempos narrativos y la información a mostrar al espectador, que se adentra de este modo en un juego más difícil y en un laberinto mucho más elaborado, si es que eso es posible.

En cierto modo, ese laberinto que ya de por sí ha sido siempre Westworld va, en esta ocasión, un poco más allá. Porque a diferencia de lo que ocurre en temporadas anteriores, el espectador parte de una premisa que puede considerarse equivocada. O al menos, que puede inducir a error. Incluso sin que se conozca a fondo esta historia basada en la película de Michael Crichton de 1973, la premisa básica de que los robots se rebelan contra los humanos por un mal funcionamiento en el parque está relativamente clara desde la primera temporada. Ahora, sin embargo, todo eso se transforma para mantener un diálogo sutil con el espectador, al que plantea una suerte de partida de ajedrez en la que no solo hay que prever los movimientos, sino el color y la función que tiene cada pieza sobre el complejo tablero planteado por Nolan y Joy. Y es una experiencia enriquecedora, sobre todo si se ve la serie del tirón, pudiendo disfrutar de unos giros argumentales simplemente brillantes.

Porque ese es el secreto de esta cuarta tanda de capítulos: sus giros argumentales. Sin estos pilares narrativos, la serie no funcionaría; al menos no tanto como lo hace. Los creadores de la serie son maestros en el manejo de los tiempos y las narrativas paralelas, pero en esta ocasión no se limitan a plantear dos líneas temporales diferentes, sino que distribuyen la información y el desarrollo de personajes de tal modo que en la segunda mitad de la temporada el espectador solo puede rendirse a la evidencia de que no sabe de qué va el juego, y es mejor dejarse llevar que luchar contra corriente si realmente se quiere disfrutar de la experiencia. Con todo, hay algunos problemas más que evidentes derivados de la complejidad de la trama, pero en la mano de cada uno está dejar que eso se convierta en un obstáculo o que sean «gajes del oficio».

Lo que se ve y lo que no

En efecto, el gran escollo de esta cuarta temporada de Westworld es lo que la convierte en una producción tan original. Su complejidad argumental, no solo por los conceptos filosóficos, morales y sociológicos que maneja, sino por la cantidad de arcos dramáticos que existen, hacen que muchas veces sea difícil mantener la atención a todos los detalles que se muestran. Eso por no hablar del hecho de que algunas tramas, a pesar de tener un peso importante en el conjunto, quedan deshilvanadas, carentes de la fuerza que cabría esperar y derivando a sus personajes, incluso a algunos que tienen un protagonismo notable, a ser meros mecanismos de acción y efecto en la serie. En sí mismo no tendría que ser un defecto si no fuera porque la ficción se basa, precisamente, en ahondar en muchos conflictos internos de los personajes.

Esto provoca una sensación agridulce. Por un lado, es evidente que estamos ante una obra mastodóntica, tanto en su forma como en su fondo; por otro, la ambición de continuar narrando la trama con todos y cada uno de los personajes termina por lastrar parte del conjunto, sobre todo en su tramo intermedio, aquel que correspondería al segundo acto de cualquier película. Es cierto que se suple de forma muy inteligente con una serie de giros argumentales muy interesantes, que desvelan la realidad que está ante el espectador como si se tratara de las capas de una cebolla. Pero eso no termina de eliminar una sensación incómoda que se traslada a la resolución final, que por cierto vuelve a dejar la puerta abierta para completar el desarrollo en una quinta temporada (al menos). De ser así, es decir, de continuar la trama, da la sensación de que habría sido mejor dejar algunas líneas argumentales simplemente esbozadas para centrar la atención en el resto, pudiendo recuperarlas y desarrollarlas más en profundidad durante la siguiente tanda de episodios.

Con todo, esta etapa funciona muy bien en líneas generales. Ya sea por méritos propios de su estructura dramática y de su desarrollo, definido, como decimos, por los giros argumentales de su tercio final, o por los méritos en conjunto de la serie (la temporada parece mirarse en el espejo de la primera temporada, sobre todo con esa suerte de parque temático), lo cierto es que la serie avanza a pasos agigantados planteando, curiosamente, temas ya conocidos por los aficionados al género. Aquellos que la hayan visto posiblemente tengan en mente obras en las que las máquinas terminan dominando el mundo y a los humanos que todavía lo habitan. Claro que, en esta ocasión, no hay guerras tan viscerales y apocalípticas, sino una visión algo más sutil, más comedida. Una especie de guerra fría que la Humanidad está perdiendo a marchas forzadas, siendo sus individuos sustituidos por cuerpos artificiales al más puro estilo de ‘Los ladrones de cuerpos’.

Personalmente, esta cuarta temporada de Westworld tal vez no esté a la altura de las dos primeras partes, pero desde luego que se aproxima mucho. Sobre todo en esos momentos en los que regresa a las instalaciones del parque temático para dar un giro de 180 grados y revelar que la historia de esta etapa es un distorsionado reflejo de lo visto en los primeros compases de la serie. Esto, unido a las revelaciones que se van haciendo a lo largo de su metraje, hacen de esta temporada una obra compleja, interesante, fascinante en algunos momentos y hasta aterradora en otros, por el significado que tiene su temática. El mayor problema, como decimos, es la obsesión con desarrollar todas las tramas a la vez, un objetivo tal vez demasiado ambicioso que no siempre se logra, y que termina por dejar a algunos personajes en un limbo dramático. En todo caso, seguimos estando ante una de las mayores y mejores producciones de la pequeña pantalla.

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