‘Billions’ reduce sus revoluciones en la sexta temporada


Corey Stoll es el nuevo archienemigo de Paul Giamatti en la sexta temporada de 'Billions'.

El caso de la serie Billions es bastante significativo. A estas alturas, con una sexta temporada terminada hace unos meses y una séptima en camino, pocas dudas quedan de que es una de las mejores producciones de la pequeña pantalla, tanto en materia de guion como de diseño de producción e interpretación. Incluso algo tan complicado como un cambio de protagonista lo gestionó con la elegancia y la inteligencia que destila la ficción en cada plano. Pero eso no siempre es sinónimo de éxito, y esta serie creada por Brian Koppelman (Un hombre solitario), David Levien (Ajuste de cuentas) y Andrew Ross Sorkin lo ha sufrido en primera persona.

La anterior etapa de la serie tuvo las complicaciones propias que impuso lo más duro de la pandemia, pero en mayor o menor medida logró salir indemne. Sin embargo, la continuación de estos 12 episodios no ha sido lo que estaba previsto. Y posiblemente no lo sea por el protagonista que forma la tradicional dupla de este drama de poder y corrupción. No porque Corey Stoll (West Side Story) no componga un gran personaje, sino porque el recorrido del mismo no parece lo suficientemente largo y profundo como para rivalizar con las ambiciones del rol al que da vida Paul Giamatti (Jungle Cruise). Las motivaciones del nuevo multimillonario, más allá del apartado personalista y de la necesidad de reconocimiento que tiene, no se antojan tan contraproducentes como las de su predecesor. Y tal vez lo más importante, no termina de quedar claro cómo chocan contra las de su némesis. Dicho de otro modo, el conflicto que siempre ha sustentado esta producción se diluye un poco con respecto a las anteriores tandas de episodios.

Y el problema de esto no es únicamente que el núcleo de Billions haya quedado dañado, sino que se ha visto afectada toda la estructura dramática de la serie. Es lo que tiene construir de forma tan magistral una ficción en la que todos los elementos, desde los principales hasta los más secundarios, forman parte de un todo y construyen de forma orgánica un complejo entramado de relaciones, motivaciones y traiciones. Quitar del tablero de juego una pieza fundamental afecta, por tanto, a todo el árbol si no se ejecuta con sumo cuidado, y aquí, sea por la pandemia o por cualquier otro motivo, no se ha hecho. Hay varios ejemplos de esto. Para empezar, algunos de los trabajadores más carismáticos abandonan la trama de forma más o menos continuada; para continuar, el personaje al que da vida Maggie Siff (serie Hijos de la Anarquía) o el rol que interpreta David Costabile (The dirt) han perdido buena parte de su esencia, de ahí que a lo largo de los capítulos se les haya intentado reubicar como se ha podido (mejor a ella que a él); y para finalizar, la introducción de los nuevos secundarios no ha terminado de asentarse.

Las transiciones nunca son fáciles, eso es evidente. Y en el caso que nos ocupa, no solo no es fácil sino que también es extraña. Da la sensación de que los creadores de esta serie han intentado mantener, al menos en un primer momento, la esencia de la ficción, prácticamente cambiando un personaje por otro. El problema es que son diferentes, tienen motivaciones diferentes, y eso les conduce por caminos diferentes. La evolución de muchos elementos dramáticos es más que evidente, pero no siempre lógica, de ahí que a medida que se aproxima a su final, esta etapa vaya perdiendo parte de su sentido. Esto no quiere decir ni que sea una mala temporada ni que no tenga momentos brillantes, pero sí que el aterrizaje de este nuevo rumbo no ha sido el idóneo. Posiblemente tenga mucho que ver el hecho de que llevábamos cinco años viendo la guerra económica y jurídica de estos pesos pesados, asumiendo unas dinámicas dramáticas que ahora han cambiado demasiado rápido. En todo caso, hay cosas que mejorar y que reajustar para que la serie no vaya perdiendo calidad a marchas forzadas.

La venganza se sirve fría

Pero como decía, los problemas de esta sexta temporada de Billions no impiden que sigamos asistiendo a una factura técnica impecable y a una batalla interpretativa de primer nivel. De hecho, más allá de sus irregularidades internas, esta ha sido la etapa de la venganza elaborada a partir de estrategias que se prolongan durante los 12 capítulos prácticamente. Personalmente, uno de los mejores momentos se produce hacia el final de la temporada, cuando la guerra entre los protagonistas se hace mucho mayor, más épica, y alcanza instancias mucho mayores de lo que se hubiera podido pensar en un primer momento. El hecho de introducir en la partida conflictos políticos que van más allá de una Alcaldía da buena muestra del cariz que toma la serie y hasta dónde puede llegar la guerra personalista de dos personajes que no tienen problema en utilizar las instituciones en su propio beneficio.

En realidad, es algo que ya se había mostrado, en mayor o menor medida, en temporadas anteriores, pero en este caso es algo mucho más claro y directo, síntoma de que los tiempos están cambiando. Otra cosa es la motivación que existe detrás de esta nueva campaña bélica entre los roles de Giamatti y Stoll. En cierto modo, es comprensible, pero desde luego, queda muy lejos de las que los seguidores estaban acostumbrados a ver. Hablando con guionistas sobre las motivaciones de un personaje, siempre explican que no solo deben quedar claras, sino que las reacciones del resto de roles tienen que estar justificadas. Y es lo que ocurre aquí. Sin entrar en demasiados detalles, es evidente que las prácticas del personaje de Stoll pueden ser de dudosa ética, puede que algunas ilegales; pero que su antagonista se oponga a algo que es bueno para la ciudad únicamente porque los ricos van a ser más ricos es lo que no termina de encajar demasiado.

Da la sensación de que el aterrizaje de este nuevo empresario al que da vida Corey Stoll ha descolocado por completo las motivaciones originales del fiscal que tiene los rasgos de Paul Giamatti. Y sus creadores, al menos al principio, parecían tener la intención de mantener el concepto básico de lo que le mueve, independientemente de lo que tenga o a quién tenga delante. Y ese es un error básico de guion. Más allá de lo que impulsa la acción de los personajes, estos tienen que adaptarse a las circunstancias. El viaje del héroe, por decirlo así, viene marcado por los acontecimientos externos, no por sus convicciones internas. En parte, es lo que le ha faltado a esta temporada. No es el único problema, está claro, pero sí puede que sea el meollo de todo lo demás que necesita ser cambiado o mejorado.

Es evidente que el cambio no le ha sentado demasiado bien a la sexta temporada de Billions, pero a pesar de todo, seguimos estando ante una de las producciones más interesantes de la televisión. Más allá de sus problemas de desarrollo, resulta muy interesante comprobar la evolución del conflicto y descubrir las semillas que se han ido sembrando para la siguiente etapa, incluida la caída en desgracia del personaje de Giamatti. Habrá que esperar a ver qué dirección toma la trama y, sobre todo, cómo se van acoplando los diferentes personajes a sus nuevos lugares en la historia, si es que continúan. En cierto modo, si la quinta temporada fue de transición «física» por la pandemia, esta etapa ha sido de transición dramática. Siendo sinceros, no ha sido la mejor posible a tenor del resultado, pero sí lo suficientemente buena como para generar expectativas de cara al futuro. Veremos.

5ª T. de ‘Billions’, punto de inflexión en una temporada accidentada


Damian Lewis y Paul Giamatti vuelven a verse las caras en la quinta temporada de 'Billions'.

Aunque ya ha terminado la sexta temporada y está prevista una séptima (de las que hablaremos más adelante), es interesante analizar cómo una producción puede verse afectada por los acontecimientos del mundo real, y sobre todo cómo utilizar eso para el desarrollo dramático. Porque la quinta temporada de Billions es eso, un buen ejercicio y un reflejo de lo ocurrido en el mundo en los dos últimos años.

De hecho, la serie vio paralizada su producción a mitad de los 12 episodios que componen esta quinta etapa. La pandemia impidió los rodajes, y en el caso concreto de esta ficción creada por Brian Koppelman (Un hombre solitario), David Levien (El jurado) y Andrew Ross Sorkin esa paralización fue prolongada. Desconozco los detalles exactos, pero lo cierto es que, a su regreso, muchas cosas cambiaron narrativa y dramáticamente hablando. Y aunque para gustos están los colores, personalmente creo que los cambios fueron acertados en su inmensa mayoría. Pero vayamos por partes.

La trama siempre se ha sustentado, fundamentalmente, en dos pilares argumentales. Por un lado, el enfrentamiento entre los personajes de Paul Giamatti (Jungle Cruise) y Damian Lewis (Érase una vez en… Hollywood), y por otro los conflictos personales del rol de Giamatti, centrados sobre todo en su mujer y su padre. A su alrededor, muchas tramas secundarias que durante estos años han nutrido y han permitido crecer a una historia compleja que requiere del espectador algo más que sentarse frente a una pantalla. Pero son ya cinco temporadas, y las justificaciones sobre las idas y venidas de estos conflictos cada vez requieren de una mayor argumentación. Dicho de otro modo, Billions estaba empezando a entrar en bucle. Un bucle que ya querrían para sí muchas producciones, pero bucle al fin y al cabo. No avanzaba, o al menos no lo hacía hacia una resolución clara.

El parón obligado ha permitido dar un giro importante a todo el sentido de esta ficción. Y lo ha hecho no solo integrando la pandemia en la historia, sino incorporando nuevos personajes y dando solución a algunas tramas secundarias que necesitaban ser resueltas con urgencia. El resultado es un cambio en el reparto de poder dentro de la trama, sustituyendo un antagonista por otro en la piel de Corey Stoll (Santos criminales), otro lobo que aparece con piel de cordero pero que no duda en traicionar a quien haga falta para lograr sus objetivos. De ahí que tome el relevo de Lewis a todos los efectos en un giro de guion que puede resultar algo forzado en su materialización, pero que tiene el efecto deseado al sustituir uno por otro. A diferencia de otras historias, al menos esta da un sentido y elabora el cambio a lo largo de varios episodios, dando tiempo al espectador a aclimatarse a la nueva situación, y no utilizando un Deus ex machina para justificar lo injustificable.

Nuevos valores

Todo ello, claro está, sin perder ni un ápice de la intensidad y complejidad dramática y narrativa que define a Billions desde sus inicios. Es posible que algunos pasajes resulten un poco incoherentes en el conjunto, obligando a la trama a desarrollarse por un camino algo artificial (todo el tema de la enfermedad del padre del personaje de Giamatti, por ejemplo), pero en cualquier caso termina por ayudar en la construcción de ese cambio que trae, además, nuevos valores a la historia. Y no me refiero únicamente al cambio de Lewis por Stoll, sino a la incorporación de nuevos personajes y a la mayor presencia de secundarios que hasta este momento habían jugado un papel más o menos complementario en el argumento.

Al fin y al cabo, la serie tiene que evolucionar. Es lógico que el meollo de la trama siga siendo el conflicto entre justicia y mercado financiero, entre ética y moral, entre la venganza personal y la búsqueda de justicia, personificado todo ello en la lucha entre los dos personajes principales. Pero más allá de todo eso, el universo en el que se mueven necesita de nuevos valores que sean algo más que meras comparsas, y en ese sentido, esta quinta temporada da un importante impulso a todo estos roles que, en mayor o menor medida, han tenido protagonismo a lo largo de estos años. Otra cosa es si todos ellos tienen la entidad suficiente como para soportar un mayor grado de relevancia y, por lo tanto, tramas propias que vayan más allá de complementar a otras. Algunos ya han demostrado que sí, pero a lo largo de esta temporada tan accidentada ha quedado claro que otros simplemente nunca podrán, y es un riesgo que la ficción tiene que evaluar para no caer en la irrelevancia.

A lo largo del comentario he mencionado dos personajes que considero fundamentales en todo esto. Por un lado, el padre interpretado por Jeffrey DeMunn (serie The Walking Dead), y por otro, el personaje al que da vida Maggie Siff (serie Hijos de la Anarquía). Sobre todo este último. Ambos, por la relación que tienen con los dos protagonistas, son piezas clave en el desarrollo dramático, teniendo una ambigüedad tan magistralmente construida como desesperante en algunos momentos. Esta quinta etapa les ha permitido evolucionar un poco más, sobre todo a ella, que finalmente ha dado el paso para decantarse por uno de los dos bandos. Lo interesante será comprobar el impacto que tiene todo esto en la serie, porque tiene que tenerlo. De no ser así, estaríamos ante un espejismo de difícil explicación. Lo cierto es que la conclusión de esta tanda de episodios, al menos en este sentido, ha dejado la puerta abierta a una nueva dirección en la historia y las relaciones interpersonales.

Y como no puede ser de otro modo, la ambición será lo que impulse los futuros acontecimientos de Billions. Lo ha sido desde el principio, en realidad, así que sería muy extraño que fuese a cambiar eso ahora mismo. Pero «ambición» es una palabra que puede abarcar muchos, muchísimos aspectos, y es ahí donde la serie necesita encontrar su nuevo rumbo. Esta quinta temporada, de una calidad exquisita (como siempre, por otro lado), ha aprovechado hechos ajenos a la trama para dar un nuevo sentido a una historia que, es cierto, estaba empezando a girar demasiado sobre sí misma. Como decía antes, muchas producciones darían lo que fuera por entrar en un bucle de la calidad que tiene esta serie, pero eso no es impedimento para que pueda (y deba) evolucionar. Y mientras tanto, seguiremos disfrutando del camino como hemos hecho en estas cinco temporadas.

4ª temporada de ‘Billions’, o cómo lograr el éxito sin escrúpulos


Lucha, caída y ascenso de dos titanes. Ese podría ser el resumen, a grandes rasgos, de la evolución dramática de Billions, la serie creada por Brian Koppelman, David Levien (ambos guionistas de Runner Runner) y Andrew Ross Sorkin. Pero en realidad, es mucho más. La cuarta temporada deja patente que este drama sobre la justicia, la Bolsa, la ética y los valores morales es algo más que un mero reflejo de unos personajes corruptos por sus propias ambiciones. De hecho, es mucho más.

Los 12 episodios que componen esta etapa suponen todo un juego intelectual y dialéctico no solo entre los diferentes personajes que pueblan esta ficción, sino de la propia trama con el espectador. Planteada como ese ascenso a la cima que mencionaba al principio, su final da un sentido completamente diferente a una historia ya de por sí compleja y perfectamente estructurada. Un giro argumental al que la serie, en cierto modo, ya nos tiene acostumbrados, pero que en este caso adquiere una mayor relevancia porque, literalmente, define a los protagonistas como dos ‘tiburones’ sin escrúpulos capaces de sacrificar aquello que aman con tal de lograr sus objetivos. Dicho esto, la labor de los guionistas resulta más espléndida si cabe, toda vez que estamos hablando de personajes objetivamente detestables, pero dramáticamente atractivos. Encontrar ese equilibrio es lo que convierte a cualquier historia en una gran historia.

En realidad, el giro argumental final lo que hace es confirmar algo con lo que trabaja toda la cuarta temporada de Billions, y es el hecho de anteponer la venganza y las ansias de poder a cualquier otra cosa. Y el personaje de Paul Giamatti (Morgan) es el que mejor representa esta idea. El momento en que anuncia ante el mundo sus afinidades sexuales es sin duda uno de los más importantes de toda la serie, y eso que ha tenido unos cuantos. Pero este supera todo lo visto hasta ahora por varios motivos. Para empezar, la fuerza dramática y narrativa de revelar un secreto ante el mundo. Segundo, el modo en que esto condiciona y modifica, hasta cierto punto, las relaciones del protagonista con los personajes que le rodean. Pero sobre todo, el momento representa lo que representa por el daño colateral que tiene en el rol interpretado por Maggie Siff (serie Hijos de la Anarquía), y cómo afecta a la relación de pareja. Precisamente porque esos efectos se habían avisado previamente el destrozo dramático que provoca es mayor, modificando para siempre el devenir de esa línea argumental. El modo en que se afronta en el guión, y el modo en que Giamatti compone esta faceta de su personaje, hacen que este jurista crezca emocionalmente hasta cotas impensables.

Lo mismo ocurre, aunque en menor medida, con su némesis/amigo. El personaje de Damian Lewis (Érase una vez… en Hollywood) actúa motivado por un odio nacido, a su vez, de la traición. Como ya quedó patente al final de la anterior temporada, la venganza es el objetivo final de los dos protagonistas, y aunque ambos la plantean en términos similares (incluyendo colaboraciones esporádicas), el rol de Lewis parece movido más por la ‘sed de sangre’ que por un planteamiento frío y calculador. Esta diferencia entre ambos personajes, lejos de socavar el atractivo de alguno de ellos, les sitúa como dos caras de una misma moneda, como dos formas de entender un mismo viaje que lleva, inexorablemente, a un mismo final. No es casual. Este planteamiento permite a los creadores de la serie jugar con diferentes situaciones dramáticas para construir dos líneas argumentales que transcurren de forma paralela y que, de vez en cuando, encuentran puntos comunes. Pero el resultado, como digo, es el mismo. El rol de Lewis (quien, por cierto, hace una labor extraordinaria) termina por destruir todo aquello que, en teoría, ama. Todo para terminar con aquel que le traicionó.

Un ‘árbol’ dramático

Y aquí es donde se halla la principal diferencia de esta cuarta temporada de Billions con respecto a las anteriores. Los dos protagonistas dejan de ser enemigos para centrar sus miradas en otros antagonistas que, a su vez, tratan de jugar el mismo juego de estrategia e intriga política y financiera. Esto genera una estructura que se va ramificando hasta crear un complejo entramado dramático tan atractivo como interesante, enriqueciendo notablemente una serie ya de por sí rica y compleja. Las historias secundarias de estos personajes no solo complementan a las de los protagonistas, sino que originan sinergias entre ellas, estableciendo un diálogo de tú a tú con las historias principales. Esto es lo realmente importante, pues la ficción en ningún momento se plantea siquiera el hecho de utilizar alguna de estas líneas argumentales como meros apoyos narrativos, sino que se establecen como motores independientes de desarrollo.

En cierto modo, puede entenderse que la producción pasa de tener dos tramas principales a cuatro, más un buen número de secundarias. Esto explicaría, por ejemplo, los finales de las dos historias protagonizadas por Giamatti y Lewis y esos giros argumentales finales que mencionaba antes. Solo estableciendo en un mismo nivel dramático todos los arcos de los personajes se puede lograr un efecto como ese, teniendo siempre claro quienes son los «buenos» y los «malos» (conceptos que en este caso pueden tener una connotación diferente). Dicho de otro modo, para que una trama sea buena es fundamental que tenga villanos a la altura, o al menos antagonistas capaces de dar la batalla y poner en apuros a los protagonistas, de modo que su victoria sea más satisfactoria.

La pregunta que se plantea en esta etapa de la serie es si, realmente, esa victoria es satisfactoria. No solo porque la catadura moral de los dos personajes principales quede muy en entredicho, sino por el modo en que vencen en sus respectivos campos. No dudan en destrozar a su adversario con tal de conseguir la victoria, y sobre todo no dudan en arrasar con todo a su paso para lograr el objetivo. El personaje de Maggie Siff es la gran víctima en todo esto. Y lo es porque su propio arco argumental lleva a este rol a sufrir en sus carnes los daños de ambos protagonistas, por un lado en su vida personal y por otro en su vida profesional. Esto la convierte en uno de los nexos más fuertes de toda esta estructura dramática, y también en uno de los personajes más interesantes, complejos y de más largo recorrido de toda la serie.

En pocas palabras, Billions crece dramáticamente hablando en su cuarta temporada. Y en contra de lo que se pueda pensar, no lo hace ahondando en los conflictos entre los protagonistas, sino desviando la mirada hacia otros secundarios, explorando así la personalidad de cada uno de ellos en situaciones diferentes a las vistas hasta ahora. Esto expande el universo de la serie, dota de un mayor peso narrativo a algunos secundarios y sitúa a los protagonistas ante un espejo que les enseña (y nos enseña) todo lo que son capaces de hacer por sus ansias de poder. Pero ante todo, lleva la trama por un camino por el que no se puede volver hacia un futuro apasionante y prometedor.

3ª T. de ‘Billions’, o la construcción en las sombras de los antagonistas


Resulta fascinante la facilidad que algunas series tienen para cambiar el sentido de sus tramas y no perder su esencia en el proceso. Pero es mucho más interesante analizar cómo esas mismas producciones logran seguir creciendo en intensidad dramática y en complejidad narrativa. La tercera temporada de Billions es uno de los mejores y más recientes ejemplos, toda vez que abandona la guerra que nutrió las anteriores etapas para centrarse en un auge y caída de sus protagonistas de forma independiente. Y así es cómo lo consiguen Brian Koppelman, David Levien (ambos autores del guión de The girlfriend experience) y Andrew Ross Sorkin: con nuevos personajes antagonistas.

O mejor dicho, con una construcción orgánica, y hasta cierto punto desarrollada en las sombras, de dichos antagonistas. Porque lo cierto es que no se han introducido muchos personajes nuevos, al menos no relevantes. Tan solo el fiscal general interpretado magistralmente (en la línea del resto de los actores de la serie) por Clancy Brown (El escándalo Ted Kennedy) y el mafioso al que da vida John Malkovich (Entre dos maridos). Esta pieza, unida a una progresiva transformación del resto de secundarios, da origen a un cambio de escenario completo en el que los dos protagonistas dejan su enfrentamiento para atender sus propios problemas. En este sentido, la trama se divide claramente en dos partes, la financiera y la jurídica, igualmente apasionantes, y en las que sigue predominando el elegante juego de traiciones y estrategias que ha definido desde el principio esta historia.

Dicho así, puede parecer sencillo, incluso banal, el modo en que una serie puede redirigir su mirada hacia nuevos conflictos, pero lo cierto es que es algo construido desde el principio. A diferencia de producciones que utilizan roles arquetípicos, Billions se sustenta sobre personajes definidos al detalle, inteligentemente desarrollados para confluir y chocar en todo tipo de intereses. Esta dinámica les convierte no solo en humanos, sino que permite a sus creadores desarrollar una trama a modo de tela de araña en la que amigos y enemigos duran lo mismo que el conflicto al que se enfrentan. Dicho de otro modo, una guerra sin cuartel por lograr los objetivos que cada personaje se ha marcado. Y hete aquí que se desvela el principal motor de esta serie (y en teoría, de cualquier producción): cada rol, sea principal o secundario, tiene sus propios intereses, que cambian y evolucionan en función de los acontecimientos.

Esta construcción tan orgánica ha permitido, por ejemplo, explorar las diferentes traiciones que se muestran en estos 12 episodios. En este sentido, lo que encontramos en esta tercera temporada es una inteligente evolución de la serie. En lugar de reproducir el conflicto entre los personajes de Paul Giamatti (San Andrés) y Damian Lewis (serie Homeland) en un bucle infinito que terminaría por resultar aburrido, sus creadores optan por apartar dicho conflicto y aprovechar a los secundarios con mayor peso en la trama para tejer nuevos retos dramáticos, nuevas enemistades y nuevos personajes en una guerra intelectual totalmente nueva. Y todo funciona gracias fundamentalmente a que todos esos secundarios han ido creciendo con la serie pero alejados de los protagonistas, creando entre todos los personajes el espacio dramático suficiente como para que la confrontación funcione.

Auge y caída

Y aquí vuelve a aparecer la importancia de personajes bien definidos y construidos, y sobre todo de un relato en el que lo mostrado en pantalla y el verdadero sentido de los acontecimientos sean dos cosas muy diferentes. Habrá quien piense que algunos secundarios son algo arquetípicos, que representan una especie de idea básica en el mundo corrupto en el que se mueven los protagonistas. Nada más lejos de la realidad. Es cierto que roles como el de Toby Leonard Moore (serie Daredevil) son fieles a una idea y tienen una personalidad muy marcada y aparentemente simple, pero es precisamente eso lo que les aleja de ser personajes sencillos, pues una definición tan amplia da pie a infinidad de posibilidades dramáticas.

Pero para que funcionen deben narrarse adecuadamente, y es aquí donde entra la habilidad de los guionistas. A lo largo de estos 12 capítulos la historia es presentada como un relato de victoria para ambos protagonistas. Alejados uno de otro y aparentemente independientes, sus historias, con ciertas diferencias, corrían de forma paralela como arcos argumentales en los que el conflicto siempre se inclinaba a su favor, logrando cada vez retos más importantes. Su ceguera ante lo que realmente estaba ocurriendo, y sobre todo ante quienes tienen a su alrededor, se transmite al espectador de forma tan magistral que los puntos de giro finales de temporada resultan tan impactante como enriquecedores. Algunos más previsibles que otros, estos cambios dramáticos son de tal calibre que trastocan por completo todo lo visto hasta ese momento, redefiniendo el relato como una historia de auge y caída. Y cuando más alto se llega, más dura es la caída.

Que nadie piense que dicha caída es algo construido sobre la marcha. La estructura dramática de estos episodios deja elementos suficientes como para intuir lo que puede pasar, pero la intensidad de los protagonistas arrasa cualquier posible sospecha. Se puede decir que esta tercera temporada es de lo mejor de la serie, pues a diferencia de sus predecesoras, en esta ocasión nos encontramos ante una aparente victoria que se convierte en derrota, todo ello con un relato minuciosamente construido y en el que nada se deja al azar. Ninguna conversación es banal, y desde luego ningún personaje se vuelve anodino, más bien al contrario.

La imagen final de la temporada es posiblemente la que mejor defina Billions. Tres personajes caídos en desgracia cuando estaban a punto de tocar el cielo con los dedos que urden un plan para recuperar aquello que les arrebataron. Tres personajes que tiene un pasado de confrontación y ahora tienden puentes contra enemigos que, aunque no son comunes, tienen los suficientes nexos de unión como para ayudarse mutuamente. Es el juego en el que se mueve esta serie que con su tercera etapa ha dado un nuevo impulso a una trama que en ningún momento había mostrado síntomas de cansancio. Y el futuro resulta apasionante y, hoy por hoy, totalmente inesperado.

La 2ª T. de ‘Billions’ confirma que en la guerra todo vale para ganar


Posiblemente Billions sea uno de los mejores ejemplos actuales en los que la relación antagonista entre dos personajes es capaz de nutrir y sostener una trama de 12 episodios. La primera temporada dejó claro que la lucha entre estos dos protagonistas iba a ser encarnizada, pero la segunda tanda de capítulos que ahora nos ocupa es capaz no solo de llevar esta particular guerra entre un fiscal y un gestor de fondos de cobertura, objetivo principal de la continuación, sino que lo hace evolucionando las tramas secundarias e integrándolas de forma consciente en la principal, ofreciendo un mosaico dramático mucho más complejo y desarrollando algunas de las ideas ya planteadas en la primera parte hasta alcanzar un grado excepcional en su calidad.

A todo ello se suma, en varios episodios, un tratamiento formal original, alejado de la narrativa tradicional que suele ofrecer esta serie creada por Brian Koppelman, David Levien (ambos autores del libreto de Runner, runner) y Andrew Ross Sorkin. En efecto, la trama no solo juega con el duelo moral y legal que se plantea entre estos dos personajes, sino que aprovecha diversos puntos de inflexión en el desarrollo de la temporada para ofrecer al espectador una visión diferente de la historia, ya sea en forma de flashback, ya sea con una rápida reinterpretación final de todo lo acontecido en un capítulo que aporta una visión nueva y fresca de lo ocurrido. Dichos recursos aportan, además, mayor profundidad a los antagonistas y a sus motivaciones, confirmando algo que ya parecía claro en la primera temporada: que están dispuestos a llegar a donde sea con tal de destruir a su adversario.

En este sentido, lo más interesante de Billions radica en el hecho, precisamente, de que no existen límites a esta obsesión. Y cuando digo que no existen, es que realmente no existen. Un ejemplo claro es el que protagoniza el fiscal interpretado por Paul Giamatti (San Andrés), que es capaz de perder millones de dólares de un fondo personal y arruinar a los que llama amigos con tal de tender una elaborada trampa al gestor al que vuelve a dar vida Damian Lewis (Un traidor como los nuestros), en el que sin duda es el giro más impactante de la temporada tanto por el cambio de rumbo de la trama como por las implicaciones morales y sociales que plantea a la mayoría de personajes, sobre todo para un fiscal capaz de cruzar todas las fronteras. Pero no es el único caso. Esta guerra deja en esta segunda etapa una escalada de ataques que llevan la trama hasta un nivel que va a ser difícil de superar en sucesivas entregas, aunque visto lo visto cualquier cosa puede pasar.

Y ya que mencionamos a Giamatti y Lewis, es imprescindible hacer hincapié en la labor de ambos actores. Como ya ocurriera en la primera temporada, los dos son capaces de aportar a sus roles un mayor dramatismo, mayor fanatismo y, en definitiva, dotarlos de muchas más dimensiones y matices de los que a priori se muestran sobre el papel. En concreto, estos últimos episodios cargan más la narración sobre los hombros del primero, que no solo sale victorioso, sino que es capaz de revelar facetas hasta ahora ocultas del fiscal. Su plan para atrapar a su archienemigo, su forma de tejer tramas con sus subordinados e, incluso, el modo en que maneja la situación con su esposa, demuestran tanto la verdadera naturaleza de este rol como la excepcional labor de Giamatti en los momentos clave.

Las mujeres, a escena

Antes apuntaba que las tramas secundarias en la segunda temporada de Billions han adquirido mayor relevancia. Bueno, lo justo sería decir que sin ellas posiblemente sería imposible articular la evolución dramática de estos capítulos. En efecto, mientras que en la primera parte de la serie las historias ajenas a la lucha entre los protagonistas parecían servir únicamente como herramienta dramática a utilizar en el momento clave para ofrecer un giro argumental, en esta nueva tanda de episodios se convierten en ramificaciones fundamentales para llevar la historia hasta donde sus guionistas desean. Muchos son los ejemplos, desde esa extraña joven interpretada por Asia Kate Dillon (Hitting the wall) que debería tener, y esperemos que así sea, mayor protagonismo en el futuro, hasta la investigación a la que es sometido el fiscal interpretado por Giamatti.

Pero entre todas ellas destacan dos, las dos que afectan a las mujeres de los protagonistas, de nuevo interpretadas por Maggie Siff (serie Hijos de la Anarquía) y Malin Akerman (Sácame del paraíso). Si bien es cierto que estos roles son fundamentales para entender la dinámica antagonista que sustenta todo el relato, también hay que reconocer que hasta ahora eran casi testimoniales, sobre todo el de Akerman, limitándose a ser daños colaterales en una guerra en la que se ven inmersas casi sin comerlo ni beberlo. Sin embargo, en estos capítulos las tornas cambian, adquiriendo un papel más activo y, sobre todo, determinante en la forma de afrontar los desafíos de los héroes (o antihéroes) de turno. Es cierto que la presencia de Siff siempre ha sido muy activa, pero es ahora cuando aporta un mayor peso e influencia a la relación entre los papeles de Giamatti y Lewis, siendo determinante en algunas decisiones y, sobre todo, poniendo la relación con su marido, el fiscal, en un punto cuanto menos comprometido.

Mayor cambio es el que experimenta el papel de Akerman, sobre todo porque su influencia no solo se extiende a la trama principal, sino incluso a la secundaria que protagoniza Siff. Su desaparición durante varios días, su fuerza a la hora de tomar determinadas decisiones o el modo en que afronta las mentiras de su marido la convierten en un factor determinante para entender la temporada. Pero es que además los creadores de la serie la dibujan con un trazo mucho más definido para convertirla en una suerte de archienemiga del personaje de Siff, es decir, creando una segunda línea de confrontación entre las esposas de los respectivos maridos involucrados en una guerra sin cuartel para destruirse mutuamente. El paralelismo es evidente, lo que abre una serie de posibilidades apasionantes, sobre todo si se logra dotar de autonomía esta segunda trama y se consigue que ambas se nutran mutuamente.

La segunda temporada de Billions es, por tanto, todo lo que puede esperarse de la continuación de una historia. Todo lo bueno, quiero decir. El desarrollo dramático envuelve la trama de un carácter más oscuro, la confrontación entre los antagonistas permite un mayor conocimiento de los personajes, y la complejidad aumenta a medida que nuevas tramas secundarias con nuevos o conocidos personajes se incorporan a la principal, nutriéndola y ampliando el abanico de caminos narrativos. Es, en definitiva, una aplicación de la fórmula ‘más y mejor’ realizada con coherencia, sin caer en el histrionismo o el exceso que perfectamente podrían haber sido seña de identidad en estos episodios. Y lo más atractivo es que la temporada termina con un final ejemplar que deja todo listo para que la partida entre el fiscal de dudosas prácticas y el gestor de fondos con una actividad sospechosamente ilegal continúe.

1ª T. de ‘Billions’, una incomparable guerra intelectual y legal


Todo guión debería tener como pilares fundamentales una historia sólida y unos personajes bien definidos. Dicho así, suena tan sencillo como teórico. El trabajo posterior, por supuesto, siempre es mucho más complicado. Pero cuando se logra, cuando realmente se consigue una armonía entre trama y personajes, es cuando una historia crece casi de forma orgánica, lo cual por cierto puede ser un problema si no se controla correctamente. La serie Billions es el último ejemplo de que se puede lograr. Es más, de que a cualquier ficción le pueden faltar el resto de elementos y aún así convertirse en una auténtica joya dramática.

Para quienes no se hayan acercado todavía a la primera temporada de esta serie creada por Brian Koppelman, David Levien (ambos autores del guión de Runner, runner) y Andrew Ross Sorkin, la serie aborda la batalla intelectual y legal entre un fiscal y un gestor de fondos de cobertura, en medio de la cual se encuentran la mujer del primero, que trabaja para el segundo. Resumido así, el argumento puede parecer excesivamente simple o soporífero, depende de a quién se pregunte. Pero ahí reside precisamente la magia de estos primeros 12 episodios. No voy a negar que exige mucho del espectador, tanto en lo que se refiere a atención como en conocimientos financieros o legales, pero la recompensa es extraordinaria.

Para empezar, la trama está construida sobre los miedos y las propias miserias de cada personaje. A pesar de que todos, aparentemente, son triunfadores, los protagonistas recurren a artimañas y subterfugios, a influencias y cauces de dudosa legalidad para lograr sus respectivos objetivos. Es evidente que eso se aprecia mejor en el fiscal interpretado por un excepcional Paul Giamatti (San Andrés), pero también se aprecia, sobre todo hacia el final de esta primera temporada de Billions, en su enemigo, al que da vida un espléndido Damian Lewis (serie Homeland). Esto permite a la serie abordar los diferentes conflictos desde una perspectiva diferente, aportando matices e interpretaciones diferentes y mucho más enriquecedoras de lo que inicialmente podría pensarse de la acción propia de cada secuencia.

Asimismo, el desarrollo dramático, a diferencia de otras ficciones, tiene siempre un único objetivo que, en cierto modo, podría entenderse que es la conversación entre los protagonistas en su episodio final. Para poder llegar a ese maravilloso cara a cara los creadores construyen un relato creciente de ataques mutuos, de sibilinos golpes bajos y de decisiones cuestionables que, además de enrarecer el contexto en el que se mueven los personajes, enriquece la aparentemente sencilla trama que plantea. A todo esto se suma, aunque no es lo más determinante, una narrativa visual que juega en muchos momentos con los tiempos dramáticos, despistando al espectador hasta el punto de identificarse con los protagonistas según necesidades dramáticas.

Entre actores anda el juego

Pero como decimos, lo relevante en Billions son los personajes, y más concretamente los actores. Dejando a un lado el duelo dramático entre ambos personajes, posiblemente lo más relevante sea el modo en que el tratamiento desgrana progresivamente el trasfondo emocional de cada uno de los roles. Esta información, ofrecida con cuenta gotas, genera un doble efecto, primero de cierta sorpresa e incluso choque emocional, y luego de comprensión y hasta tristeza. Sea como fuera, el caso es que poder comprender el pasado y los aspectos más íntimos de los dos protagonistas permite al espectador no solo anticipar ciertos movimientos (algo complicado en este tipo de series), sino aceptar determinadas decisiones poco comprensibles sin dicha información.

A todo ello contribuyen de forma imprescindible los actores, Tanto Lewis como Giamatti componen dos enemigos íntimos tan sólidos como inigualables. Si la definición de los personajes sobre el papel es compleja, ambos intérpretes acentúan los valores dramáticos hasta cotas insospechadas. Posiblemente donde más se aprecie sea en sus momentos de mayor bajeza moral, cuando recurren a todo tipo de estratagemas para poder salir vencedores en esta especie de partida de ajedrez que se establece entre ellos. Es en los rincones más oscuros de los personajes donde más disfrutan los actores, y donde logran sacar el máximo partido dramático de sus decisiones y sus acciones, repercutiendo en el resto de las tramas.

Precisamente las tramas secundarias pueden ser uno de los puntos más débiles de la serie, y no porque no estén bien estructuradas. Más bien, la lucha principal entre estos personajes y todo lo que ello conlleva (investigación, estrategias, traiciones, etc.) está construida de tal modo que el resto de líneas argumentales pensadas para complementar parecen menos brillantes. Y aunque es cierto que ciertos romances de personajes secundarios resultan algo irrelevante (al igual que episodios protagonizados por tramas anexas), una reflexión posterior permite apreciar el conjunto como un complejo puzzle en el que las piezas están en un delicado equilibrio que pivota sobre la complejidad del mundo en el que se mueven los personajes.

Billions es, a todas luces, una de las mejores producciones de la televisión. La primera temporada es un perfecto juego del gato y el ratón en el que, curiosamente, no se termina de tener demasiado claro quién representa a uno y a otro. La lucha entre estos personajes alcanza cotas sobresalientes, terminando con un diálogo en el último episodio simplemente memorable. A su alrededor se construye todo un mundo de traiciones, mentiras e intereses que supera con creces la mera investigación judicial, afectando de diferente forma a todos y cada uno de los personajes. Una obra construida al milímetro desde sus cimientos, sumamente recomendable para todo aquel que disfrute con la interpretación.

‘Runner Runner’: el buen jugador sabe cuando retirarse


Ben Affleck y Justin Timberlake en un momento de 'Runner Runner', de Brad Furman.Hay ocasiones en que una película, a pesar de su aparente atractivo, envía señales inequívocas de que algo no funciona, de que posiblemente decepciones una vez haya sido vista. Más o menos como la nueva película de Brad Furman (The take) afirma que ocurre en el póquer, en el que el buen jugador se define como aquel que sabe cuándo retirarse. Eso implica que hay mucha gente que no se ajusta a dicha categoría, y por extensión que hay muchos espectadores que tampoco saben cuándo deben escuchar a su instinto. Seguramente más de uno y más de dos se sentirá así una vez se enciendan las luces de la sala en la que proyecten Runner Runner.

La palabra que mejor define este thriller ambientado en el juego online es, aunque parezca un juego de palabras, la indefinición. Sí, la historia está bastante bien montada. La ambientación es tan idílica como cabría esperar, y hasta cierto punto la corrupción y el lujo desenfrenado que rodea este mundo quedan retratados de forma creíble. Pero ya. Si la trama es más o menos acertada, su desarrollo es un ejemplo de mala escritura, con diálogos simplemente absurdos y secuencias que lejos de aportar impiden una visión panorámica del conjunto, pues proponen vías de tratamiento que finalmente se solucionan apresuradamente.

Si los decorados y la ambientación se ajustan a lo que se espera de ellos, los personajes juegan al siempre peligroso juego del gato y el ratón… pero con el espectador. Y en esta ocasión la casa no gana. Es más, sale muy mal parada. El villano de turno queda retratado como un mafiosillo de tres al cuarto cuyas amenazas se identifican como tales únicamente porque utiliza más clichés que insultos. La supuesta jugada maestra, que consiste en ocultar sus verdaderas intenciones hasta el final (menuda novedad, ¿no?), se identifica casi desde el principio, convirtiendo el suspense en una espera un poco interminable para el espectador. Por no mencionar la floja relación sentimental, que más que una motivación o un escollo es una forma de rellenar minutos en pantalla.

Y no hablemos ya de los actores, ninguno de ellos cómodo en su papel y alguno demostrando que se le da mejor estar detrás de las cámaras que delante de ellas. Al final, Runner Runner dura hora y media, y parecen dos horas. La premisa inicial, interesante aunque algo manida, se pierde en una maraña de ideas y viajes a ninguna parte que lo único que hacen es entorpecer lo realmente interesante: la forma en la que el malo va a tratar de atacar al bueno. Un caos indefinido y previsible que, como decimos, demuestra que, como en todos los ámbitos de la vida, hay jugadores buenos y jugadores malos.

Nota: 4,5/10

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