1ª T. de ‘La casa del dragón’, algo más que una precuela de un referente televisivo
07/05/2023 Deja un comentario
Cada vez que me acerco a un spin-off o una precuela de una película o una serie lo hago con mucho recelo. No es habitual que el resultado de la nueva historia sea bueno, no digamos ya que esté a la altura del original. Hay casos, pocos, en los que esto no es así, y el de La casa del dragón es uno de ellos. Y eso hace que sea incluso más interesante de lo que a primera vista podría resultar. La primera temporada de esta especie de precuela de Juego de tronos (por aquello de que algunos personajes son antepasados muy pasados de los protagonistas de la serie original), de 10 capítulos, es una de esas composiciones dramáticas que dejan sin aliento. Como a estas alturas presumo que la mayoría habrá visto una etapa que terminó en noviembre de 2022, vamos a ir directamente a lo que la hace estar entre lo mejor que se ha producido recientemente.
No voy a entrar en su trama ni en sus intrigas, sino más bien en aquellos elementos que la convierten en una más que digna producción. Y todos ellos pasan, no por casualidad, por haber concebido esta nueva serie creada por Ryan J. Condal (guionista de Proyecto Rampage) y el autor de las novelas, George R.R. Martin, como una historia independiente, ajena por completo a lo que el espectador ya conocía pero, al mismo tiempo, con los suficientes elementos reconocibles como para que el efecto fan se desarrolle en todo su esplendor. Dicho de otro modo, alguien que no haya visto Juego de tronos puede disfrutar con esta nueva ficción tanto o más que aquel que conozca todos los detalles de las casas dinásticas que se disputan el trono de hierro. Esta importante independencia permite una serie de elementos muy importantes para construir la trama.
El primero de ellos es el modo en que se plantea el suspense. Es cierto que en La casa del dragón siguen existiendo intrigas familiares y luchas de clanes, pero la historia se centra sobremanera en una de ellas, lo que no solo permite acotar los acontecimientos, sino que hace mucho más sencillo el seguimiento de las diferentes tramas secundarias que se mezclan a lo largo de los episodios. En este sentido, al restar relevancia al resto de familias, la construcción dramática que realizan sus creadores se consolida sobre pilares mucho más sólidos, permitiendo a su vez un desarrollo de los personajes más profundo que es capaz de ahondar en matices de los conflictos personales. Al igual que ocurriera en la serie original, esto no resta relevancia a la espectacularidad de la puesta en escena y de esos dragones que harán las delicias de los fans, más bien al contrario. Y sobre todo, permite al espectador afrontar un hito importante en la temporada: el salto temporal que se produce a mitad de la misma.
Digo esto porque muchos personajes cambian de actor, ubicación y rango, lo que podría generar cierta confusión en el caso de estar ante muchas líneas argumentales secundarias independientes. Sin embargo, Condal y Martin componen un entramado más bien clásico, centrado en el conflicto entre dos mujeres y con un puñado de secundarios fijos en torno a ellas. En cierto modo, esta primera etapa se asemeja más a la construcción arquetípica de cualquier historia (una trama principal rodeada de varias secundarias que se nutren entre sí de forma orgánica) que a un planteamiento coral en el que cada personaje tiene una historia propia e independiente de lo que ocurre en la principal. No es cuestión de que sea mejor o peor, pero sí creo que, para los acontecimientos que se cuentan, resulta mucho más adecuada esta estructura.
Una familia, muchas intrigas
Quizá uno de los mayores aciertos de La casa del dragón es que, a pesar de centrarse en una única familia, logra ampliar la mirada en diferentes direcciones para construir una intriga a la altura de la historia original. Y esto lo hace gracias a la fuerza de unos personajes simplemente brillantes y complejos, con diferentes caras que se van desvelando a medida que avanza la historia. Algunos de ellos pasan de héroes a villanos, otros hacen el recorrido inverso, y otros sencillamente van mostrando sus cartas poco a poco hasta desvelar lo que el espectador intuye casi desde el principio. Esto crea un interesante mapa de personalidades que, a través de sus sinergias naturales y sus contrapesos, construyen una intriga en torno, cómo no, a ese trono de hierro que genera, dicho sea de paso, una de las evoluciones más dramáticas de un personaje, contribuyendo a una dolorosa muerte por enfermedad.
La derivada más interesante de esto es, en pocas palabras, que se puede crear mucho con muy poco. Sí, es cierto que tenemos la presencia de dragones y todos los efectos digitales que eso conlleva, pero más allá de eso, la trama transcurre en un puñado de escenarios (muchos menos que Juego de tronos), lo que contribuye aún más a acotar las intrigas palaciegas y a controlar la incorporación de nuevos personajes, creando el tablero de ajedrez en el que se termina convirtiendo la serie de forma progresiva (otra gran diferencia con la serie original), lo que a su vez permite al espectador avanzar conforme lo hacen los personajes y crear una mayor complicidad con ellos, amén de asumir de forma más natural su evolución y su crecimiento personal conforme se van desarrollando los acontecimientos.
El problema de la serie, o su acierto (según se mire) es que nunca es posible encariñarse demasiado con un personaje. No solo porque es más fácil que mueran a que se mantengan con vida, sino por los saltos temporales que se producen. Habrá que esperar a ver cómo evoluciona la segunda temporada, pero con semejantes lapsos de tiempo es posible que la historia avance a pasos agigantados, lo que va a obligar a concentrar mucho, muchísimo, el desarrollo de los diferentes arcos dramáticos. Es un poco lo contrario a lo que le ocurría a la serie original, y va a requerir de una estructura mucho más elaborada para mantener todo lo que está por venir de una forma más o menos coherente. Dicho de otro modo, las temporadas se van a ver obligadas a presentar nuevos conflictos que se mantengan en el tiempo durante generaciones, o encontrar la manera de prolongar las intrigas personales ya existentes de padres a hijos y nietos.
Pero eso ya es algo que habrá que dejar para sucesivas etapas. Por lo pronto, la primera temporada de La casa del dragón es un espectáculo a la altura de Juego de tronos, con el aliciente de ver más dragones. Una intriga palaciega con una estructura algo diferente a la serie original pero al mismo tiempo similar, volviendo a dar prioridad a unos personajes complejos y atractivos (interpretados por unos actores simplemente brillantes) antes que a la espectacularidad de los efectos especiales, pero dando rienda suelta al apartado visual siempre que es necesario. Un difícil equilibrio que Juego de tronos no siempre supo mantener al mismo nivel y que, esperemos en esta nueva ficción medieval fantástica pueda durar varios años.