‘Shazam! La furia de los dioses’: entre niños anda el juego


Zachary Levi vuelve a dar vida a Shazam! para enfrentarse a Helen Mirren en 'Shazam! La furia de los dioses'.

Cuando en 2019 Shazam! llegó a la cartelera supuso un soplo de aire fresco en un Universo Cinematográfico DC más bien pobre, excesivamente serio y carente de un aparente plan para llevar a los superhéroes a la gran pantalla. Ahora, su secuela pretende repetir fórmula, pero lo hace en un contexto completamente diferente, con una anunciada reestructuración de todo lo que se quiere adaptar y la salida de importantes nombres. Y aunque pueda parecer que no, afecta en cierto modo al film.

Porque aunque Shazam! La furia de los dioses es entretenida, lo cierto es que trata de aprovechar el componente infantil para plantear una historia algo menos interesante. Si en la primera entrega la historia se centró en cómo un niño lidia con los poderes de los dioses, aquí directamente pone a los críos enfrentados a esos mismos dioses, lo que hace que se pierda cierta identificación del personaje con los espectadores más adultos (o jóvenes adultos, si se prefiere el término). Ni siquiera ese pequeño matiz del paso de la adolescencia a la madurez aporta el peso suficiente al conjunto como para hacerlo mínimamente profundo. Y no es que espere mucho de una cinta de superhéroes, pero sí algo más que chistes fáciles y un desarrollo tan lineal que apenas genera conflictos personales, salvo tal vez al final. Y los pocos conflictos internos del héroe, que al final es lo que da a cualquier film el poso dramático necesario, terminan por ser repetitivos no solo en este metraje, sino con respecto a la primera cinta.

Dicho esto, la secuela es todo lo que cabría esperarse de una secuela, es decir, más espectacularidad, más acción, algo más de humor y un doble final que abre un abanico de posibilidades para que el personaje siga formando parte de este universo cinematográfico. Pero poco más. Es cierto que el ritmo no descansa prácticamente en ningún momento, lo que se agradece como una distracción inocente sin mayor debilidad que sus propias limitaciones. Y es igualmente cierto que los actores, sobre todo los adultos, disfrutan tomando las personalidades de sus alter ego infantiles. Pero eso no es suficiente como para sostener una trama que, y eso es algo positivo, bebe de la mitología griega. Otra cosa es que, como todo cómic, retuerce los textos clásicos para adaptarlos a su propio terreno, y aquí ya depende del puritanismo de cada uno.

Al final, Shazam! La furia de los dioses es lo que puede esperarse: un divertimento sin más objetivo que distraer durante un par de horas, entretener a los más pequeños y arrancar, si es posible, alguna sonrisa a los adultos que les acompañen en la sala. Pero que nadie se espere una secuela a la altura de las mejores segundas partes de superhéroes, porque la verdad es que es más floja que la primera. Como cinta autónoma tiene demasiados puntos débiles que, aunque en el momento se sustituyen con la velocidad y la adrenalina que desprende en unas secuencias de acción bien ejecutadas, hacen que la cinta tienda a olvidarse demasiado rápido. Eso sí, los más fans posiblemente encuentren en ella un rayo de esperanza para el futuro no solo de este personaje, sino del resto de superhéroes de DC. ¡Ah! Y como siempre, hay que quedarse hasta el final de los títulos de crédito.

Nota: 6/10

‘Una joven prometedora’: Una elegante venganza


Carey Mulligan y Bo Burnham, en 'Una joven prometedora'.

Se la considera la película del movimiento #MeToo. Y puede que, en cierto modo, lo sea. Desde luego, el debut en el largometraje de Emerald Fennell (actriz vista recientemente en la serie The crown) no solo es una historia de venganza. También es un testimonio duro y sin ambages que refleja cómo ha cambiado la sociedad, o cómo está cambiando.

Personalmente, espero que aquellos hombres que salgan de ver Una joven prometedora no tengan la sensación de que es un film que va contra nosotros. Más bien al contrario, la cinta es una radiografía detallada de un comportamiento cavernícola y una crítica, con razón, a esa especie de hermandad que existe entre el género masculino, tendente a minimizar sus actos y a cubrirse entre ellos en situaciones que, a todas luces, son ilegales e inmorales. Bajo este punto de vista, el film de Fennell es un golpe en el estómago cuyo final, agridulce, no debería dejar indiferente.

Cinematográficamente hablando, la historia recoge todo tipo de testimonios y situaciones que todos hemos oído en algún momento de nuestras vidas. Que si ir borracha es una invitación a que los tíos se aprovechen. Que si hay que dar el beneficio de la duda al chico antes que creer a una joven que denuncia una violación. Que si éramos unos críos. Etc., etc., etc. Todo lo que uno se pueda imaginar queda plasmado en unas imágenes tan bellas y líricas como impactantes, permitiendo descubrir a una directora interesante que, más allá del importante mensaje, demuestra un lenguaje audiovisual propio, potente y atractivo. De Carey Mulligan (Sufragistas) es difícil decir algo que no se haya dicho ya de su extraordinario talento.

Tal vez el único problema que pueda tener esta historia, si es que tiene alguno, es que muchos vean solo una historia de venganza. Sí, Una joven prometedora es una historia de venganza. Pero a diferencia de otros géneros más sangrientos, aquí esa venganza es sutil, elegante, casi poética. Y no va dirigida únicamente contra los hombres, que evidentemente son el principal objetivo. Las mujeres, aquellas que callan o justifican hechos tan atroces, también están incluidas. Y esto es lo que hace grande al film, pues traspasa el mero entretenimiento para alzar su voz en una sociedad eminentemente machista para abrir los ojos a aquellos (y aquellas) que no los tienen abiertos todavía.

Nota: 8/10

‘Noche de bodas’: Tradiciones de la familia política


Los problemas de entrar a formar parte de la familia de tu pareja ha sido objeto cinematográfico desde siempre. A veces como comedia, otras como drama y otras, como es el caso que nos ocupa, como terror. Todas ellas, sin embargo, tienen como hándicap la poca capacidad de sorprender o de resultar novedosas. Saber esto de antemano puede resultar muy útil para no hacer una ficción tediosa y previsible… o al menos lo suficientemente original como para que entretenga.

Y ese es el caso de Noche de bodas. La película, en síntesis, no resulta diferente de lo que haya podido verse en otros relatos. Tan solo, y he aquí la seña de identidad, su toque irónico y autocrítico en la idea de que un juego como el escondite del lugar a una masacre nocturna. La labor interpretativa, en este caso, es fundamental, y tanto Adam Brody (Isabelle) como Henry Czerny (Remember) y Andie MacDowell (Instinto maternal) bordan ese toque casi paródico que impregna todo el relato, convirtiéndose en la punta de lanza de un reparto consciente de las limitaciones de sus personajes y pudiendo así explotar al máximo la libertad que otorga la poca definición de los mismos. Es la dinámica entre ellos la que sostiene la historia y, sobre todo, la que abre la puerta a apreciar algo más que la simple historia de terror, desarrollando los diferentes aspectos de una familia rica, desestructurada y destruida por una tradición salvaje.

Humor y sangre, mucha sangre, es lo que ofrece esta historia. Con todo, su carácter previsible no es lo peor del guión. El intento de giro argumental final acerca de ese fantasma, esa especie de maldición que pesa sobre toda la familia, lejos de aportar un toque fresco al relato lo que hace es quitar cierta dosis de terror humano y psicológico que había logrado gracias a esa visión sádica de la familia política y sus cuestionables tradiciones. Dicho de otro modo, lo que se plantea inicialmente como una salvaje tradición propia de unos asesinos en serie termina convirtiéndose en un acto justificado en la necesidad de evitar la muerte familiar. Esta especie de motivación a unos actos incalificables resta interés al conjunto, aunque también aporta una mayor ironía a ese final en el que la sangre, literalmente, estalla por toda la habitación.

Desde luego, Noche de bodas no es un referente del cine de terror. Ni siquiera del gore. Pero es una propuesta honesta en su concepción, consciente de su carácter de serie B y planteada con la intención de divertir al espectador. Y en este sentido, lo consigue. Puede que su historia sea previsible, que su guion peque de una explicación final innecesaria que le perjudica más que le beneficia, pero en todo caso la cinta deja momentos en la retina tan sádicos como surrealistas. Y sobre todo, permite ver a un reparto que disfruta con sus personajes, que sabe sacarles el máximo provecho dentro de sus posibilidades, y que pone en tela de juicio las tradiciones.

Nota: 6,5/10

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