1ª T. de ‘The last of us’, drama humano en un mundo deshumanizado
15/05/2024 Deja un comentario
Confirmada la segunda temporada para 2025, es buen momento para analizar una de las mejores producciones televisivas de los últimos años. Más allá del videojuego en el que se basa, The last of us es, ante todo, una experiencia sensorial, un viaje emocional del espectador acompañando a unos personajes tan complejos como el mundo en el que viven. La primera temporada, lejos de ser una clásica producción de ciencia ficción, se revela más como un drama humano en un entorno totalmente deshumanizado.
Para aquellos que todavía no hayan visto esta creación de Neil Druckmann (autor del videojuego) y Craig Mazin (serie Chernobyl), la trama está ambientada en un mundo devastado por la plaga de un hongo que convierte a los humanos en una suerte de zombies. En este contexto, un hombre que debe acompañar a una niña que parece inmune a este hongo para poder desarrollar una cura, atravesando un Estados Unidos en el que humanos y zombies son igual de peligrosos. Y en esta última idea está la clave de esta primera temporada de 9 episodios. Lo interesante, como ocurre en este tipo de ficciones (pienso en la serie The Walking Dead, sin ir más lejos), es que son más importantes los personajes que los efectos visuales, que son impecables, dicho sea de paso. Pero son, al fin y al cabo, el contexto en el que desarrollar un conflicto y unos arcos dramáticos únicos, así como presentar la evolución que vive la pareja protagonista, interpretada por Pedro Pascal (serie The Mandalorian) y Bella Ramsey (serie Juego de Tronos).
Más allá de la labor de ambos actores, que están extraordinarios, lo que aporta valor a The last of us es el modo en que ambos personajes transforman una relación que comienza siendo por necesidad para terminar en afecto. Y en esto juega un papel fundamental el trasfondo emocional de ambos, sobre todo del rol al que da vida Pascal. Un hombre marcado por la pérdida constante de aquellos a quienes ama que se debate entre el cariño que le coge a la joven y el miedo a perder a otra persona más. El modo en que esto está narrado es una de las características de esta ficción. La serie aprovecha todo este bagaje emocional para mostrar, a través de flashbacks, cómo ha ido cambiando el personaje en un mundo que ha cambiado con él. Desde ese primer Día 0 de la infección, con el caos y la brutalidad que conlleva, esta primera tanda de episodios se afana en introducir al espectador en un universo transformado donde la sociedad desaparece casi al mismo tiempo que la humanidad del protagonista. Y con «humanidad» me refiero a su capacidad de sentir afecto por alguien.
La labor de Pascal, unida a la frescura y naturalidad que aporta Ramsey a su personaje, permite construir los cimientos de una historia que se aleja del terror con cada episodio para volverse más y más emotiva, en la que los seres humanos son, como ocurre muchas veces, una amenaza mayor que cualquier monstruo. Quizá lo que se podría afear a esta primera etapa es que el contexto social no queda definido con claridad. Es cierto que, a grandes rasgos, la estructura social y los grupos que la integran queda más o menos claros, pero la trama se centra tanto en los dos protagonistas que el resto quedan apenas dibujados en trazos gruesos. Y sí, contribuyen a expandir el universo en el que se enmarca esta narrativa, pero no entran al detalle de algunas ideas que solamente se plantean. Es de suponer que muchas de estas tramas secundarias se explorarán en las futuras temporadas.
Silencio
En realidad, nada de esto es exclusivo de The last of us. Series como la ya mencionada The Walking Dead basan su éxito en la calidad de los personajes, su complejidad y la amenaza que supone el ser humano, mucho mayor que los peligros que se encuentran en el mundo exterior. Pero la producción de Druckmann y Mazin tiene algo diferente, y es el silencio. Silencio en muchos sentidos. Para empezar, el más evidente, el literal. No se trata de que los personajes vivan sin decir una palabra, sino que el hongo es capaz de detectarles a kilómetros gracias a las conexiones y ramificaciones que extiende por el mundo. Este detalle, magníficamente trabajado en muchos episodios, aporta un suspense incomparable y genera algunas de las mejores secuencias de estos 9 capítulos. Pero a parte de esto, también está aquello que los personajes se guardan para ellos mismos, una censura autoimpuesta que se va resquebrajando poco a poco y que permite al espectador adentrarse un poco más en la complejidad de sus emociones.
Cabe señalar igualmente el modo en que está planteada la estructura narrativa de la serie. Si bien es cierto que el viaje físico y emocional de los protagonistas es el vehículo conductor de la trama, prácticamente cada episodio dedica buena parte de su metraje a abordar el pasado. En algunos casos, como el emotivo tercer capítulo, este viaje al pasado es casi la temática completa de la historia, mientras que en otros se convierte en un recurso narrativo para ahondar en los conflictos internos de los héroes y en otros, directamente, es una premisa inicial para explorar viejas heridas no cerradas. A través de este recurso, la ficción se erige como un complejo mapa emocional, tan complejo como el mapa social en el que se mueve la pareja protagonista y como el mapa físico en el que deben sobrevivir.
Y antes de terminar, quiero detenerme en los secundarios que mencionaba anteriormente. Como en cualquier producción, hay secundarios con más peso que otros, y aunque en líneas generales todos ellos tienen una definición algo esquemática, es importante analizar el rol que juegan los personajes interpretados por Anna Torv (serie Fringe) y Gabriel Luna (Terminator: Destino oscuro), ya que son complementarios. El primero es, en cierto modo, motor de la historia, primero de forma activa y luego de forma pasiva; el segundo es, por decirlo de algún modo, un macguffin, ese objetivo que persigue el protagonista y que va más allá, en este caso, de la misión principal que tiene. Ambos secundarios, cada uno desde una perspectiva, impulsan la trama, tirando de dos extremos diferentes que generan, aunque sea de forma parcial o puntual, un conflicto que tiene una representación física y psicológica, o dicho de otro modo, un conflicto externo y su reflejo a nivel interno.
Todo ello construye una primera temporada de The last of us brillante, espléndida en muchos momentos y prácticamente perfecta en muchos otros. Es cierto que al centrarse en la pareja protagonista, los episodios no dedican demasiado tiempo a desarrollar otros personajes y, por consiguiente, el trasfondo del universo en el que se desarrolla no está demasiado desarrollado. Tampoco es que sea necesario, ya que la fuerza de la trama principal es tal que el resto de elementos, a poco que se planteen en la historia, cumplen su función. En realidad, son aspectos en los que se irá profundizando a medida que se avance en la historia y se vayan introduciendo nuevos personajes. Por el momento, el comienzo de este universo postapocalíptico es una obra imprescindible.