‘Westworld’ cambia la dificultad del juego en su 4ª temporada


Los robots se hacen con el control de los seres humanos en la cuarta temporada de 'Westworld'.

Con mucha diferencia, Westworld es la serie más compleja de los últimos años. No tanto porque su trama aborde temáticas fuera de lo común, sino porque la cantidad de personajes con peso en la historia es tal que su desarrollo requiere de una distribución medida al milímetro, muchas veces perdiéndose en la vorágine del camino. Pero a diferencia de otras producciones, este drama de ciencia ficción con dosis de acción ha tenido la suficiente valentía como para reinterpretarse a sí mismo en la cuarta temporada que finalizó hace ya algunos meses.

Básicamente, lo que han hecho Jonathan Nolan (creador de la serie Person of interest) y Lisa Joy (Reminiscencia) es darle la vuelta al calcetín, y abordar qué pasaría si fueran los robots quienes tuvieran el control sobre los seres humanos, dando a estos el papel que ellos tenían en ese extraño parque de atracciones. Bajo esta premisa, los 8 episodios que conforman esta última etapa se convierten en un curioso e interesante viaje que reflexiona sobre el concepto de realidad y cómo esta es capaz de cambiar en función de los ojos que la observen. Y a pesar de sus debilidades en la narrativa, sigue siendo un modelo sobre cómo manejar los tiempos narrativos y la información a mostrar al espectador, que se adentra de este modo en un juego más difícil y en un laberinto mucho más elaborado, si es que eso es posible.

En cierto modo, ese laberinto que ya de por sí ha sido siempre Westworld va, en esta ocasión, un poco más allá. Porque a diferencia de lo que ocurre en temporadas anteriores, el espectador parte de una premisa que puede considerarse equivocada. O al menos, que puede inducir a error. Incluso sin que se conozca a fondo esta historia basada en la película de Michael Crichton de 1973, la premisa básica de que los robots se rebelan contra los humanos por un mal funcionamiento en el parque está relativamente clara desde la primera temporada. Ahora, sin embargo, todo eso se transforma para mantener un diálogo sutil con el espectador, al que plantea una suerte de partida de ajedrez en la que no solo hay que prever los movimientos, sino el color y la función que tiene cada pieza sobre el complejo tablero planteado por Nolan y Joy. Y es una experiencia enriquecedora, sobre todo si se ve la serie del tirón, pudiendo disfrutar de unos giros argumentales simplemente brillantes.

Porque ese es el secreto de esta cuarta tanda de capítulos: sus giros argumentales. Sin estos pilares narrativos, la serie no funcionaría; al menos no tanto como lo hace. Los creadores de la serie son maestros en el manejo de los tiempos y las narrativas paralelas, pero en esta ocasión no se limitan a plantear dos líneas temporales diferentes, sino que distribuyen la información y el desarrollo de personajes de tal modo que en la segunda mitad de la temporada el espectador solo puede rendirse a la evidencia de que no sabe de qué va el juego, y es mejor dejarse llevar que luchar contra corriente si realmente se quiere disfrutar de la experiencia. Con todo, hay algunos problemas más que evidentes derivados de la complejidad de la trama, pero en la mano de cada uno está dejar que eso se convierta en un obstáculo o que sean «gajes del oficio».

Lo que se ve y lo que no

En efecto, el gran escollo de esta cuarta temporada de Westworld es lo que la convierte en una producción tan original. Su complejidad argumental, no solo por los conceptos filosóficos, morales y sociológicos que maneja, sino por la cantidad de arcos dramáticos que existen, hacen que muchas veces sea difícil mantener la atención a todos los detalles que se muestran. Eso por no hablar del hecho de que algunas tramas, a pesar de tener un peso importante en el conjunto, quedan deshilvanadas, carentes de la fuerza que cabría esperar y derivando a sus personajes, incluso a algunos que tienen un protagonismo notable, a ser meros mecanismos de acción y efecto en la serie. En sí mismo no tendría que ser un defecto si no fuera porque la ficción se basa, precisamente, en ahondar en muchos conflictos internos de los personajes.

Esto provoca una sensación agridulce. Por un lado, es evidente que estamos ante una obra mastodóntica, tanto en su forma como en su fondo; por otro, la ambición de continuar narrando la trama con todos y cada uno de los personajes termina por lastrar parte del conjunto, sobre todo en su tramo intermedio, aquel que correspondería al segundo acto de cualquier película. Es cierto que se suple de forma muy inteligente con una serie de giros argumentales muy interesantes, que desvelan la realidad que está ante el espectador como si se tratara de las capas de una cebolla. Pero eso no termina de eliminar una sensación incómoda que se traslada a la resolución final, que por cierto vuelve a dejar la puerta abierta para completar el desarrollo en una quinta temporada (al menos). De ser así, es decir, de continuar la trama, da la sensación de que habría sido mejor dejar algunas líneas argumentales simplemente esbozadas para centrar la atención en el resto, pudiendo recuperarlas y desarrollarlas más en profundidad durante la siguiente tanda de episodios.

Con todo, esta etapa funciona muy bien en líneas generales. Ya sea por méritos propios de su estructura dramática y de su desarrollo, definido, como decimos, por los giros argumentales de su tercio final, o por los méritos en conjunto de la serie (la temporada parece mirarse en el espejo de la primera temporada, sobre todo con esa suerte de parque temático), lo cierto es que la serie avanza a pasos agigantados planteando, curiosamente, temas ya conocidos por los aficionados al género. Aquellos que la hayan visto posiblemente tengan en mente obras en las que las máquinas terminan dominando el mundo y a los humanos que todavía lo habitan. Claro que, en esta ocasión, no hay guerras tan viscerales y apocalípticas, sino una visión algo más sutil, más comedida. Una especie de guerra fría que la Humanidad está perdiendo a marchas forzadas, siendo sus individuos sustituidos por cuerpos artificiales al más puro estilo de ‘Los ladrones de cuerpos’.

Personalmente, esta cuarta temporada de Westworld tal vez no esté a la altura de las dos primeras partes, pero desde luego que se aproxima mucho. Sobre todo en esos momentos en los que regresa a las instalaciones del parque temático para dar un giro de 180 grados y revelar que la historia de esta etapa es un distorsionado reflejo de lo visto en los primeros compases de la serie. Esto, unido a las revelaciones que se van haciendo a lo largo de su metraje, hacen de esta temporada una obra compleja, interesante, fascinante en algunos momentos y hasta aterradora en otros, por el significado que tiene su temática. El mayor problema, como decimos, es la obsesión con desarrollar todas las tramas a la vez, un objetivo tal vez demasiado ambicioso que no siempre se logra, y que termina por dejar a algunos personajes en un limbo dramático. En todo caso, seguimos estando ante una de las mayores y mejores producciones de la pequeña pantalla.

3ª T. de ‘Westworld’, o cómo los humanos se parecen a los robots


Confieso que sentía curiosidad por el modo en que Westworld iba a desarrollarse después de abandonar el parque, es decir, la esencia de su historia, para adentrarse en el avanzado mundo tecnológico que se intuía en las primeras temporadas. Estando detrás del proyecto Lisa Joy (serie Último aviso) y, sobre todo, un genio como Jonathan Nolan (creador de Person of interest y de muchos de los films dirigidos por su hermano, Christopher Nolan), el resultado no ha decepcionado, aunque desde luego se aleja mucho del sentido original para dar una vuelta de tuerca al concepto de humanidad, alma, libre albedrío y sociedad, plasmando en pantalla un complejo laberinto de intereses que, todo hay que decirlo, toma algunos elementos ya utilizados en la serie que protagonizó Jim Caviezel (La pasión de Cristo).

Lo cierto es que estos 8 episodios (una temporada un poco más corta que las anteriores) plantean una estética, un diseño de producción y un concepto narrativo completamente diferente. Si las anteriores etapas eran laberinto en el que presente y pasado se mezclaban como si de la mente de uno de los robots se tratara, en esta tercera parte el lenguaje es mucho más directo, más lineal si se prefiere, aunque cargado de giros argumentales que dirigen la trama en un sentido muy concreto y mucho más profundo de lo que podría parecer en un primer momento. Así, lo que en el inicio de la historia se plantea como una venganza del personaje de Evan Rachel Wood (En el bosque) se termina revelando como toda una revolución contra un mundo controlado, tecnificado y en el que la libertad de elección ha desaparecido sin ni siquiera habernos dado cuenta. Este último aspecto termina por conectar y ser hilo conductor del ideario básico de esta ficción, toda vez que robots y humanos se parecen más de lo que nos gustaría aceptar (algo parecido se planteó en la segunda temporada, aunque desde el punto de vista de la paranoia por no poder distinguir huéspedes de anfitriones).

Eso no quiere decir que esa venganza no exista, o que sea simplemente una justificación para arrancar la trama. El personaje de Wood, ahora mucho más complejo de lo que se planteó en el inicio de Westworld, busca en todo momento sus motivaciones personales, saciar una sed de sangre por años y años en los que fue violada, torturada y asesinada. La acumulación de recuerdos es la motivación principal del personaje, pero en ese camino hay más, mucho más. Su vendetta personal termina motivando toda una revolución humana en un mundo irreconocible, controlado por una mega inteligencia artificial (al más puro estilo Person of interest, por cierto) y en el que nuestras vidas están determinadas desde que nacemos hasta que morimos, con fecha, hora y causa de la muerte incluidas. Bajo este prisma, Joy y Nolan construyen un thriller de acción incomparable, complejo, denso en algunos momentos y más ligero en otros, en el que los giros argumentales, perfectamente dosificados, elevan el sentido de la historia con algunos momentos sencillamente magistrales.

Si en la primera temporada la magia radicaba en los paralelismos temporales, en esta dicha magia se transforma para plantear la historia de un modo y terminar resolviéndola de otro mucho mayor y con consecuencias más complejas para todos los personajes. Y si en la segunda temporada el vehículo narrativo era la revolución de las máquinas frente al ser humano, en este la guerra se difumina mucho más para convertirse en una lucha personalista, en un conflicto entre individuos y no tanto entre razas. Es más, lo que hace más atractivo al personaje que interpreta Wood es el hecho de que, en la consecución de su objetivo, no duda en acabar con todo aquel que se ponga en medio, ya sea humano o máquina. La genialidad de los creadores de la serie radica en que esta dualidad la hace más humana de lo que nunca ha sido, pero también la aleja de una concepción arquetípica de héroes y villanos, siendo simplemente un personaje con un objetivo que no atiende a estirpes, amistades o cualquier otro concepto dramático.

La chispa de la revolución

Lo cierto es que la tercera temporada de Westworld es una revolución en todos los sentidos. Es una revolución respecto a lo visto en las anteriores tandas de capítulos. Es una revolución conceptual, visual y narrativa. Y ante todo, lo que cuenta, en último término, es cómo se prende la chispa de una revolución. Ahora bien, lo que hay que preguntarse es si esta revolución tiene o no tiene sentido, y aquí es donde puede haber más diferencias de opiniones. Partiendo de la base de que lo atractivo de la serie, en un primer momento, era ese ambiente temático del Lejano Oeste (con su particular incursión en Oriente en un momento dado), dejar atrás ese mundo es un paso arriesgado que a muchos les puede hacer perder el interés, sobre todo a los más nostálgicos de la novela y el film de Michael Crichton. Este paso al nuevo mundo, además, ha tenido daños colaterales no solo en la narrativa, sino en la propia importancia de algunos personajes carismáticos y fundamentales para el éxito de la trama.

Poniendo su mirada como la pone en la evolución de Dolores y en su relación con un nuevo personaje interpretado por Aaron Paul (serie Breaking Bad), la trama deja un poco de lado ciertos aspectos dramáticos personificados en roles como el de Ed Harris (Geostorm), fundamental para comprender el universo en el que se desarrolla la acción pero que aquí queda algo más desdibujado. No es necesariamente un error; ni siquiera es un problema de la trama. El hecho de que su historia se limite a volver a meterle en este juego de humanos y robots hace presuponer que contará con mayor peso narrativo en la cuarta temporada ya anunciada. Pero no deja de resultar un poco llamativo que su papel en la historia sea algo casi anecdótico (un leit motiv para una trama secundaria) cuando venía de ser el epicentro de todo un universo argumental.

Del mismo modo, muchos personajes interesantes de las anteriores temporadas han desaparecido, y su ausencia no se ha cubierto con nada. Ya se anunció que tras la segunda temporada los cambios en el reparto iban a ser notables, y desde luego no se exageraba. Tan solo tres mujeres y tres hombres han sobrevivido a esta criba artística, que se ha producido no solo en el arranque de esta tercera etapa, sino a lo largo de la misma. Esto tiene dos problemas que se han solventado más o menos bien. Por un lado, la riqueza del universo temático desaparece. No me refiero a la estética, sino a la riqueza argumental de los personajes, sus creadores, los trabajadores del parque, etc. Todo eso trata de suplirse con este nuevo mundo de vehículos automatizados, y en parte se consigue. Por otro, la complejidad narrativa se reduce, se hace más lineal y menos compleja en el relato, aunque se equilibra de algún modo con el trasfondo moral y ético de la libertad y la ilusión de la misma. Personalmente creo que cada mundo tiene sus pros y sus contras, pero el movimiento ha sido arriesgado, y muchos, como ha ocurrido con los personajes, sin duda se habrán quedado en el camino.

Pero a pesar de este salto de fe, la tercera temporada de Westworld mantiene a la serie como una de las producciones más atractivas, diferentes, dinámicas y complejas de la televisión. Abandonando el Oeste y adentrándose en una futurista ciudad, la trama da un paso más en su reflexión sobre el hombre y la máquina, sobre la relación que les une, sobre la vida y lo que nosotros creemos que es la libertad. Pero ante todo pone la mirada en las pocas diferencias que pueden existir entre humano y robot desde un punto de vista ético y moral. Los primeros juegan a ser Dios con los segundos, pero… ¿hay algo superior que juegue con el ser humano? Y sobre todo, ¿qué reacción tendría el hombre? Las respuestas a esas dos preguntas se resuelven en unos últimos episodios extraordinarios, en un evidente paralelismo con el final de la segunda temporada que desdibuja más, si es que es posible, la línea que separa la carne del metal.

2ª T. de ‘Westworld’, magistral cambio de sentido dentro del laberinto


Los grandes directores y guionistas, presentes y pasados, suelen ser recordados no solo por sus películas, sino por especializarse en un tipo de relatos, en unos valores narrativos, conceptuales y artísticos muy concretos. La historia del séptimo arte está repleta de estos casos. Y aunque habrá quien diga que todavía es pronto para decirlo, en esa categoría de inmortales del cine se encuentran por derecho propio los hermanos Jonathan y Christopher Nolan, guionista y director de Interstellar (2014) respectivamente. En esta ocasión toca hablar del primero, tal vez menos conocido que el segundo pero verdadero cerebro autor de un estilo inconfundible definido por su uso y la combinación de las líneas temporales de la trama. Y la segunda temporada de Westworld es el último gran ejemplo.

Porque si la primera parte fue un ejercicio magistral del manejo de los tempos narrativos, alternando pasado y presente para construir un relato apasionante de redención, búsqueda y liberación, estos nuevos 10 episodios no solo mantienen ese espíritu, sino que dan una vuelta más de tuerca a una historia ya de por sí compleja, cambiando por completo el sentido de lo visto hasta ese momento y convirtiendo lo que parecía una rebelión de las máquinas contra sus creadores en algo más, en una búsqueda del sentido de la vida, en un intento por sobrevivir a su propia materia física. Y no estoy hablando únicamente de los robots. Lo cierto es que esta continuación debería interpretarse más bien como una reinterpretación de lo visto hasta ahora, en todos y cada uno de los aspectos.

En medio de esta revolución, Nolan, creador de la serie junto a Lisa Joy (serie Criando malvas), hace gala de su ingenio para estructurar cada episodio no ya en dos líneas temporales totalmente independientes, sino en tres, añadiendo complejidad y retando al espectador a permanecer atento a la historia y los detalles. Lo cierto es que el reto es fácil de aceptar, pues los personajes adquieren una mayor profundidad dramática. Lo que al principio parecía una mera diversión en un parque temático poco usual se convierte en una búsqueda de la inmortalidad. Aquellos personajes que parecían máquinas rebeldes se convierten en realidad en una suerte de seres mortales que solo desean justicia para años y años de tortura que ahora pueden recordar con total claridad. Lo cierto es que la riqueza de las líneas argumentales de los protagonistas es tal que cada uno daría para varios análisis.

Por lo pronto, lo que queda patente en esta segunda temporada de Westworld es que la idea original de Michael Crichton, autor de la película homónima de 1973, ha quedado empequeñecida. Ya no estamos ante una mera revolución de las máquinas. La idea de que el ser humano que se expone a tecnología para la que no está preparado puede terminar consumido por ella ha dado paso a algo mayor, a la idea de utilizar esa tecnología para alcanzar la inmortalidad, para que el alma permanezca siempre y pueda pasar de un cuerpo artificial a otro. Adquiere ahora más sentido que nunca el título en español de la película original: Almas de metal.

El subtexto, siempre el subtexto

También adquieren sentido muchas de las cosas aparentemente incongruentes de la primera temporada. La búsqueda del laberinto que protagoniza el rol de Ed Harris (Madre!), por ejemplo. También da un nuevo y mucho más interesante sentido a otras secuencias, como la puesta a punto del personaje de Evan Rachel Wood (Allure) por parte de otro protagonista, un magistral Jeffrey Wright (The public) que en esta segunda temporada logra altas cotas interpretativas. Para muchos espectadores posiblemente esto pueda parecer un intento de los creadores de dar continuación a una trama que parecía tener fin en una única temporada, en un intento de alargar la gallina de los huevos de oro. Sin embargo, la mera complejidad de la historia ya rebate cualquier posible argumento en este sentido.

En cinematografía se suele hablar mucho del subtexto, aunque su uso no es tan habitual. Cualquier escena, cualquier diálogo, debe contar algo que no se ve en pantalla, debe mostrar las intenciones ocultas de los personajes. Los grandes hitos del séptimo arte suelen construirse sobre esto. Y Westworld es subtexto puro y duro. Dicho de otro modo, las dos primeras temporadas se pueden entender como texto y subtexto: la primera contaría lo que el espectador ve y la segunda lo que en realidad se esconde tras el parque temático y las motivaciones de los personajes. Y es aquí donde radica la belleza y la magistral labor de Nolan. Estos 10 capítulos se convierten así en una auténtica montaña rusa dramática, calculada milimétricamente para construirse sobre puntos de giro que no solo dan nuevo sentido a las lagunas que, inevitablemente, se forman durante la historia (todas ellas explicadas al final de la temporada), sino que aportan una nueva comprensión al conjunto de la serie, obligando a revisionar no solo los episodios, también los conceptos que hasta ahora se manejaban.

El problema de esta segunda temporada está, sin embargo, en cómo continuar en el futuro. Estando Jonathan Nolan detrás del proyecto es fácil suponer que todo está atado y bien atado, pero el final de esta etapa abre muchas incógnitas, por no hablar de los numerosos personajes que dicen adiós después del fantástico episodio 10. La pregunta más importante es si el espíritu de la serie podrá mantenerse, si las ideas planteadas a lo largo de esta temporada podrán germinar en la siguiente, o si se volverá a dar un giro. Parece evidente que la idea de que los robots se muevan en el mundo real confundiéndose entre los humanos será la base de la historia, pero a partir de aquí las posibilidades son casi infinitas.

Pero hasta que eso llegue, que según parece no será hasta 2020, se puede disfrutar una y otra vez de estas dos temporadas de Westworld. Y digo de las dos porque deben verse casi como una única historia en la que todo tiene un doble sentido, en la que nada es lo que parece. Esta idea subyace en cada uno de los aspectos, desde el primer y clásico primer episodio hasta el último. Si en la primera temporada eso se narraba en las relaciones entre humanos y robots, en esta segunda se produce entre lo visto en aquellos episodios y las verdaderas intenciones mostradas en estos nuevos capítulos. Todo ello en un ejercicio soberbio y magistral que debería estudiarse en las escuelas de guión, con un manejo de los tiempos narrativos sencillamente perfecto, unas interpretaciones impecables y una puesta en escena fascinante. Poco más se puede pedir, salvo que pase rápido el tiempo hasta el siguiente episodio.

1ª T. de ‘Westworld’, magistral laberinto de la inteligencia artificial


El Lejano Oeste es el protagonista en la serie 'Westworld'.Con todo lo que se ha hablado de la primera temporada de Westworld, decir que esta serie es una de las nuevas joyas de la televisión es no decir nada, y además quedarse muy corto. Lo más llamativo, desde luego, es su factura técnica y el mundo creado alrededor de este parque temático ambientado en el Lejano Oeste con robots tan idénticos a los humanos que es imposible reconocerlos. Pero la primera temporada es mucho más, y ello se debe al desarrollo narrativo planteado por Lisa Joy (serie Criando malvas) y Jonathan Nolan (serie Person of interest), autores de esta especie de adaptación/continuación de la película escrita y dirigida por Michael Crichton (autor a su vez de novelas como Parque Jurásico o La amenaza de Andrómeda) en 1973.

Y es que estos primeros 10 episodios son el ejemplo perfecto de cómo estructurar una narrativa para, como si de una cebolla se tratara, desvelar los secretos capa a capa hasta encajar todas las piezas de un puzzle apasionante y complejo. Lo que comienza siendo una especie de bucle episodio tras episodio en el que se van introduciendo pequeños y distintos elementos termina por convertirse en un relato de venganza, de obsesión y, en cierto modo, de proteger un legado. En dicha evolución los personajes, secundarios o protagonistas, se integran de forma armónica para componer una historia coral que, más allá de la violencia, lo que aborda es la humanidad y los riesgos de la tecnología, algo muy presente en la obra de Crichton. Y todo ello manteniendo un misterio que se resuelve con cuentagotas en los últimos episodios.

Aunque posiblemente lo más interesante de esta primera temporada de Westworld sea la capacidad de Nolan y Joy para relacionar líneas argumentales que no solo se narran de forma paralela, sino que discurren en tiempos diferentes. El hecho de que este mundo del Oeste no envejezca, no cambie, permite a sus creadores jugar con el presente, el pasado y el futuro. Bajo el paraguas de ese «juego» que quiere resolver el personaje de Ed Harris (Retales de una vida), la historia aborda desde diferentes prismas el concepto de la evolución psicológica de los personajes, concepto presente en todas y cada una de las líneas argumentales que nutren estos primeros capítulos. Puede parecer que muchas de las historias son, sencillamente, elementos complementarios a la principal, pero la resolución de la temporada permite una visión tan amplia de la trama que todas las piezas terminan encajando en ese laberinto que el rol de Harris se afana por resolver.

Un laberinto, por cierto, en el que también se introduce al espectador, con el que se establece un juego de inteligencia y perspicacia basado no solo en los detalles visuales, sino en los conceptos sobre los que reflexionan los personajes. Ideas como que los robots solo ven lo que sus creadores quieren que vean, o su incapacidad para hacer daño, terminan siendo ideas fundamentales que no solo sostienen la coherencia de este universo, sino que provocan puntos de giro tan inesperados como impactantes, elevando la historia hasta niveles insospechados en un primer momento. La serie, que cuenta con el apoyo de J.J. Abrams (Star Wars. Episodio VII: El despertar de la fuerza) como productor, se revela así como una producción compleja, impecable en su factura técnica y con un trasfondo moral, humano y social sumamente sólido.

Actores y actrices

En efecto, esta primera temporada de Westworld es capaz de sobreponerse a sus fallos (si es que los tiene son menores) gracias a una constante reflexión en torno a la idea de lo que nos convierte en humanos, de esa capacidad para tomar decisiones. En este caso, a diferencia de la película original, no hay fallos mecánicos o de energía, sino una presencia en forma de código informático que abre la puerta al libre albedrío de las máquinas. A través de pequeños y aparentes fallos en su comportamiento, la trama cambia el prisma poco a poco para mostrar la verdadera realidad de una situación mucho más compleja, plagada de intereses y en la que pocos personajes terminan siendo lo que inicialmente fueron; es decir, la serie evoluciona, que al fin y al cabo es lo que se pide a toda historia.

Y en esta evolución tienen buena parte de responsabilidad los actores. Sostener una trama tan compleja, con tantas aristas y tantas lecturas, sería complicado si el reparto no está a la altura. Y lo cierto es que no solo asumen sus respectivos roles, sino que aportan algo más, ya sea físicamente o psicológicamente. Desde Anthony Hopkins (Noé), que comienza siendo una suerte de padre bondadoso para revelar su verdadera naturaleza, hasta Ed Harris (Una noche para sobrevivir), cuyo final no revelaremos por ser clave en la comprensión final de la trama, todos los actores acometen la difícil tarea de dotar de profundidad a los personajes, incluso aquellos definidos de una forma algo más burda y arquetípica.

En este sentido, destacan Thandie Newton (Huge), Jeffrey Wright (serie Boardwalk Empire) y Evan Rachel Wood (Los idus de marzo). La primera porque se convierte en el vehículo transformador de toda la historia, en la cara visible de un cambio que se produce a muchos niveles. A través de su personaje no solo se narra la revolución de las máquinas, sino que se descubre el dolor y la tortura a la que se somete a estos personajes. Tortura, por cierto, que se amplifica con el rol de Wright, cuyos giros argumentales en el tramo final son sencillamente abrumadores. En cuanto a Wood, su personaje es el epicentro de la trama, y a pesar de no desempeñar un papel fundamental en el desarrollo de la historia, es evidente que será clave en el futuro de la trama. Es, por así decirlo, el objetivo de todo lo narrado en estos episodios.

La primera temporada de Westworld se convierte, por tanto, en una de las producciones imprescindibles de la temporada. La espectacularidad y precisión de su factura técnica, posiblemente lo más llamativo del conjunto, es simplemente el envoltorio adecuado para una historia compleja que aprovecha los puntos de giro dramáticos para derribar las pretensiones del espectador de comprender algo de lo que ocurre. Y lo más fascinante de todo es que en apenas dos episodios todas las piezas de este parque temático encajan a la perfección para descubrir el fantasma dentro de la máquina, el mensaje que se nos transmite desde el principio y que no hemos podido, o no hemos sabido, ver. La guinda del pastel es que el final de estos 10 episodios deja la puerta abierta a un futuro mucho más apasionante.

‘Person of interest’, final lógico y a la altura para una gran serie


La quinta temporada de 'Person of interest' presenta la lucha definitiva entre inteligencias artificiales.La profusión de series y el nuevo fenómeno que han generado han puesto de manifiesto algo que muchas veces puede pasar desapercibido: es muy difícil lograr que una producción aguante en un mismo nivel dramático, artístico y narrativo durante toda su existencia. Muchas veces es culpa de los productores, que quieren alargar más de lo debido una historia; otras veces es simplemente que la idea, aunque sea buena, tiene difícil recorrido. Por eso ficciones como Person of interest deberían ser analizadas y apreciadas como algo no solo fresco y diferente en un mundo televisivo dominado por policías, médicos y abogados, sino como algo diferente por la coherencia y la capacidad de evolución que tienen. Su quinta y última temporada es testimonio de ello.

Los últimos 13 episodios de la serie, con una temporada notablemente más corta que las anteriores, tienen el inconfundible sello de Jonathan Nolan (Memento), y quienes sigan la filmografía de su hermano Christopher (Interstellar) saben a qué me refiero. A pesar de la evidente sensación de final de ciclo que tienen estos capítulos, el desarrollo dramático de la historia sigue siendo la prioridad, tal vez más acelerado de lo debido pero en cualquier caso contundente y descarnado, presentando ante el espectador una guerra entre el bien y el mal en un sentido casi literal. Y como en toda guerra, hay víctimas. Quizá sea esto lo más destacable de esta última etapa, pues la serie no permite sentimentalismos de ningún tipo, haciendo honor a lo acontecido en temporadas anteriores.

No solo eso. La quinta temporada de Person of interest es todo un ejemplo de cómo debe finalizarse una trama, o mejor dicho de cómo hay que afrontar dicho final. Los guionistas, y en general los autores de cualquier historia, tienden a modificar el curso natural de los acontecimientos para evitar que sus personajes, a los que inevitablemente se coge cariño, afronten grandes e insalvables males. De ahí que la estructura de conflictos crecientes hasta llegar al clímax siempre termine con el héroe victorioso. Sin embargo, Nolan opta aquí por una estrategia diferente, o al menos por una resolución diferente. En efecto, estos últimos capítulos posiblemente sean los más angustiosos de toda la serie, situando a los protagonistas en una espiral de violencia incontrolada en la que siempre están un paso por detrás.

Sin embargo, el final no es feliz, o al menos no todo lo que cabría esperar. No hay lugar para heroicidades sin consecuencias, por lo que el tratamiento apenas deja espacio para la reflexión o para los buenos sentimientos. Tal vez este sea el motivo por el que el personaje interpretado por Jim Caviezel (Plan de escape) da un giro más que notable en su personalidad en esta etapa, algo que no queda del todo explicado y que chirría un poco en algunos momentos. Pero volviendo al tratamiento narrativo, la conclusión de la serie es todo lo que un tercer acto debería ser. Una vez explicada la historia y con un desarrollo previo consolidado, solo queda la resolución, y esta no puede por menos que ser tan espectacular como descarnada.

Una serie para el recuerdo

Los héroes afrontan su último desafío en la quinta temporada de 'Person of interest'.Y vaya si lo es. Si bien es cierto que algunos de los mejores episodios de Person of interest pertenecen a la tercera temporada, esta última etapa deja en el recuerdo algunos de los momentos más importantes de la ficción. Me refiero, por ejemplo, al protagonizado casi en exclusiva por el rol de Sarah Shahi (Una bala en la cabeza), viviendo un bucle infinito que recuerda poderosamente a otras historias contadas por Nolan. Y por supuesto el final, capaz de aunar en pocos segundos sensaciones tan dispares como angustia, tristeza, orgullo o satisfacción. A riesgo de repetirme, eso solo es posible gracias al desarrollo de todas las temporadas y a una conclusión que, aunque esperada y lógica, es fiel a lo que el espectador ha visto a lo largo de estos 103 episodios.

Precisamente el desarrollo de la serie es lo que más se recuerda durante los episodios y momentos finales de esta quinta etapa. Atrás quedan las sensaciones de estar ante un producto tópico y típico que dejaron los primeros compases de la serie. Sus dubitativos comienzos con una estructura repetitiva y algo similar a otros productos de corte policíaco terminaron convirtiéndose en pasos firmes por una senda más compleja y complicada pero indudablemente más interesante. De los números que emitía la máquina (y que de hecho se han mantenido durante toda la serie como un referente), con poca o ninguna relación entre ellos, se ha pasado a situar la acción en auténticos arcos argumentales en los que la idea inicial se integra en guerras de bandas, policías corruptos y, finalmente, una lucha entre inteligencias artificiales.

El final de la serie, además, contempla una interesante y hasta ahora inexplorada idea que, dada la conclusión de la secuencia con la que se cierra esta magnífica producción, podría llevarse a cabo, aunque habría que ver si con la misma eficacia que hasta ahora. En efecto, limitar el dominio de una máquina al acotado mundo de la ciudad de Nueva York ha permitido a la ficción no desviarse de su objetivo final, pero es evidente que resulta poco creíble en una trama de estas características. De ahí que, aunque sea de forma testimonial, se haya planteado la posibilidad de historias paralelas en otras ciudades. Si a esto sumamos que el testigo es recogido por uno de los protagonistas, el futuro de posibilidades es tan grande que solo la inteligencia artificial protagonista sería capaz de contemplarlas todas.

Pero es adelantarse mucho al presente. Por lo pronto, Person of interest termina con una quinta temporada simplemente notable, tal vez no a la altura de la calidad conseguida en sus momentos más álgidos pero en cualquier caso sí en el mismo nivel que el conjunto de todas las etapas por las que ha pasado el producto. Y eso, en definitiva, convierte a la serie en algo excepcional, en una ficción que, aunque no pertenezca a ese reducido grupo de grandes títulos, sí tiene todo lo necesario para ser una obra de culto. Desde su trama hasta sus personajes, pasando por el tratamiento dramático o por la crudeza y seriedad de muchas de sus propuestas, la obra de Jonathan Nolan confirma no solo que estamos ante algo más que notable, sino que su autor es uno de los creadores más en forma del panorama actual.

‘Person of interest’ lleva a sus personajes al límite en la 4ª T


Los protagonistas de 'Person of interest' serán puestos a prueba en la cuarta temporada.Es muy interesante lo que está logrando Jonathan Nolan, guionista de Interstellar (2014), con Person of interest. Lo que comenzó siendo un thriller con dosis de ciencia ficción en clave policíaca ha terminado siendo, en su cuarta temporada, una especie de intriga sobre una guerra entre dos inteligencias artificiales en la que los humanos, a medio camino entre meros peones y recursos valiosos, son los soldados. Pero lo interesante no es tanto su evolución, algo que se intuía ya a lo largo de la tercera temporada, como la capacidad de los guionistas para desarrollar en 22 episodios lo que muchos otros solventan, como mucho en media temporada.

Y es que esta última entrega de la serie protagonizada por Jim Caviezel (Plan de escape) y Michael Emerson (serie Perdidos) ha sido capaz de narrar el conflicto entre héroes y villanos sin que exista un resultado satisfactorio. La verdad es que pocos creadores tienen la valentía de situar a sus personajes en situaciones cada vez más complejas y más difíciles emocionalmente hablando. Con una integración de cada trama episódica en la guerra general que se desarrolla en la historia, esta cuarta temporada es un claro reflejo de que no importa quien gana los combates, sino quien gana la guerra. Y es ahí donde los personajes protagonistas se ven desbordados por un contexto más grande y más omnipotente que ellos. En este sentido, el desarrollo dramático de la serie es un constante giro argumental que cierra el círculo sobre un conflicto cuya resolución, lejos de resolver ciertas dudas, plantea nuevos y enigmáticos retos.

Con todo, y a pesar del constante caminar hacia delante de Person of interest, esta cuarta temporada no logra colmar las expectativas creadas por la tercera. No quiere eso decir que sea una mala temporada, más bien confirma que la anterior etapa fue, con diferencia, la mejor que ha ofrecido esta ficción. Tal vez sea por el delicado equilibrio entre la estructura clásica (los números que salen, el crimen que hay que investigar, la víctima a la que proteger) y la nueva (centrada en el conflicto y con un diseño basado en temporadas, no en episodios aislados). Tal vez sea que los giros argumentales no resultan tan relevantes. Personalmente me inclino por lo primero, entre otras cosas porque la temporada, y esto es algo que queda patente en sus últimos episodios, pide a gritos una trama centrada en el conflicto entre las máquinas que tenga un desarrollo más largo.

Pero sea como fuere, lo que está claro es que ha sabido reinventarse a sí misma y, lo más importante, ha abierto toda una interesante línea dramática para la próxima tanda de episodios. Y es que cada vez es más complicado encontrar producciones que sean capaces de cambiar de aires y no mueran en el intento (o no lo hagan mediante el sistema deus ex machina). El cambio de sede de los protagonistas, la incorporación de nuevos personajes, la desaparición de muchos otros y, sobre todo, los efectos que el pasado tiene sobre los personajes son algunas muestras de que Nolan maneja los tiempos dramáticos como pocos guionistas, lo que le ha permitido construir todo un mundo orgánico que evoluciona y en el que las historias pueden finalizar coherentemente. Baste señalar, sin ir más lejos, el modo en que se ha concluido la trama secundaria protagonizada por Enrico Colantoni (Contagio), el capo de la mafia enfrentado a una nueva y amenazadora banda. Su historia, poco integrada en el resto, se estaba convirtiendo en un lastre para el desarrollo a pesar de ser un buen complemento. Su ausencia en los próximos episodios ofrece nuevas posibilidades.

Nuevos enemigo, nuevos formatos

La consolidación de Samaritano como el enemigo a derrotar ha dotado a Person of interest de nuevos aires. Ya se intuía al final de la anterior temporada, y desde luego estos 22 capítulos han demostrado que los protagonistas pueden ser puestos a prueba hasta la extenuación sin llegar a resultar ridículo o repetitivo. En buena medida eso es gracias a que la presencia de un único enemigo y el abandono, hasta cierto punto, del tradicional formato de los números que canta la máquina ha permitido a la serie explorar nuevas formas narrativas, nuevos formatos que enriquezcan el conjunto y generen renovadas expectativas.

Más allá de la inclusión en muchos episodios de pinceladas que permiten hacer avanzar a la trama por el arco dramático general de la historia, lo interesante cabe encontrarlo en la exploración que se hace del pasado de los protagonistas, sobre todo del estoico rol de Caviezel (quien por cierto ha sabido dar a su papel un toque de humor negro hasta ahora desconocido). En este sentido, el capítulo 20 es revelador, tanto por la arquitectura dramática de su guión como por las revelaciones que conlleva, y que revelan casi por primera vez el lado más humano de un personaje que, como se menciona en la serie, parece Superman. Es sin duda uno de los mejores episodios, pero es también una muestra de lo que es capaz de ofrecer la serie más allá de la resolución de los casos policiales o de los crímenes que todavía no se han cometido.

Claro que lo más interesante sigue siendo la evolución de la guerra entre Samaritano y la máquina. El punto de inflexión que supone la desaparición del personaje de Sarah Shahi (Una bala en la cabeza) podría equipararse a lo que ocurrió en la tercera entrega con el rol de Taraji P. Henson (En qué piensan los hombres), aunque sin el impacto dramático que esta tuvo. Sin embargo, y dado que se enmarca en el conflicto, sus consecuencias son igualmente determinantes, sobre todo con la resolución propuesta por los creadores. Habrá que esperar a la siguiente temporada para comprobar si a todo este desarrollo le sigue una conclusión adecuada. Pero sobre todo, esta guerra ha permitido también resolver algunas de la líneas abiertas en la segunda temporada y que habían logrado mantenerse hasta ahora, como la relación entre la máquina y su creador, o los conflictos entre algunos protagonistas.

Todo esto convierte a la cuarta temporada de Person of interest en una especie de transición hacia un futuro mejor para sus protagonistas. Esto no debe entenderse como una irregularidad en el tono general de la serie, sino más bien como una necesidad ante el gigante dramático que se había creado. Existían demasiadas tramas secundarias, demasiados personajes cuyos arcos dramáticos no habían sido concluidos. Estos episodios han servido para atar varios cabos sueltos, pero también para desarrollar la trama principal y llevarla a un nuevo terreno en el que el combate es decididamente abierto. El dramático final, con los héroes salvando a la máquina entre una lluvia de balas, es el resumen perfecto para una temporada que ha arrinconado a sus propios personajes. Por el bien de la serie, esperemos que su lucha siga en la próxima temporada.

‘Interstellar’: los Nolan crean una nueva odisea en el espacio


MAtthew McConaughey y Anne Hathaway son los principales protagonistas de 'Interstellar'.Hay películas que desde el primer fotograma se intuyen épicas, atemporales. Películas que, independientemente de su magnitud o de su presupuesto, tienen eso que muy pocas historias logran hoy en día: magia. Los hermanos Nolan, pues a pesar del genio individual de cada uno dependen mucho uno del otro, pertenecen a ese pequeño grupo capaz de narrar las historias más fantásticas e inverosímiles de la forma más humana posible. Con su última película van un paso más allá, utilizando la majestuosidad y grandiosidad del espacio para, en definitiva, adentrarse en los conflictos emocionales de un padre y una hija a través del espacio y del tiempo.

Y como todo artista que se precie, sabe reconocer que muchos otros antes que él han abonado el terreno que ahora él trabaja. O lo que es lo mismo, Christopher Nolan (Insomnio), en su calidad de director, es consciente de que las odiseas espaciales tienen un referente cultural inamovible, por lo que la mejor manera de triunfar es homenajeando el clásico de Stanley Kubrick. En cierto modo, Interstellar puede entenderse como una versión moderna y algo menos conceptual de 2001: Una odisea en el espacio, con las distancias más que evidentes que las separan en materia argumental y dramática. Pero a pesar de dichas diferencias, las influencias y las referencias son más que evidentes. Desde la estructura de su tercio final hasta detalles como los robots que acompañan la misión (una especie de fusión entre el monolito y HAL 9000), el film posee ese aire clásico y vanguardista que define al film de Kubrick.

Pero esta odisea moderna creada por los Nolan va más allá. Con un comienzo algo lento pero magistralmente elaborado, la película es una reflexión sobre la relatividad del tiempo y cómo eso afecta a los seres humanos. También es un intenso drama familiar en el que la mayor tragedia no es la separación entre padre e hija, sino las promesas difíciles de cumplir y los sacrificios de nuestra propia vida para salvar toda una especie. Los dilemas morales que se suceden en la historia, combinados con esa obsesión de director y guionista con el paso del tiempo y sus diferentes dimensiones, otorgan al conjunto un sentido grandilocuente de una historia que casi podría considerarse intimista. Todo ello con el trasfondo de la ciencia y el misterio de los agujeros negros, lo que por cierto genera uno de los mejores puntos de giro que tiene el film.

Estamos, por tanto, ante una de esas historias que tienen todos los elementos para convertirse en un clásico. Incluso en un referente. Aunque al igual que ocurre en Interstellar, solo el paso del tiempo permitirá saber si el film ha alcanzado ese lugar en el que pueda subsistir una vez su vida actual termine. Desde luego, los fans de Christopher Nolan (y de su hermano, aunque no sean conscientes) encontrarán en esta epopeya de ciencia ficción uno de los relatos más sólidos, emotivos y espectaculares de los últimos años. Los premios deberían caer por el propio peso de la gravedad, aunque como suele ocurrir con estas películas, posiblemente se queden orbitando. Por supuesto, eso no resta ningún mérito a lo que se puede disfrutar durante casi tres horas que apenas se notan.

Nota: 8,5/10

‘Person of interest’ da un salto cualitativo en su tercera temporada


'Person Of Interest' da un salto cualitativo en su trama durante la tercera temporada.Hace poco leí en algún foro que la serie Person of interest debería catalogarse entre los fracasos del todopoderoso J.J. Abrams (serie Fringe) dado que su estructura es repetitiva. Vamos, que visto uno, vistos todos. Todas las opiniones son respetables, no cabe duda, pero tal afirmación no encaja en absoluto con lo vivido en la tercera temporada de la serie creada por Jonathan Nolan, guionista habitual de las películas dirigidas por su hermano Christopher, entre ellas El caballero oscuro (2008) o El truco final (El prestigio) (2006). Porque si algo destaca en estos nuevos 23 episodios es una evolución dramática sin comparación alguna en la televisión actual. Los giros narrativos, el ritmo frenético al que son sometidos los personajes y la forma de atar absolutamente todos los cabos sueltos de las anteriores temporadas convierten a esta entrega en la mejor de todas, pero también en una de las mejores del año.

De hecho, en determinados aspectos el tratamiento de la historia y de los personajes debería ser objeto de estudio de todos los aspirantes a guionista. Nolan, quien vuelve a demostrar su genialidad a la hora de componer tramas (algo que debería empezar a ser reconocido de algún modo), compone una auténtica montaña rusa de emociones y nudos narrativos que se solventan de las formas más impactantes, obligando al espectador no solo a estar pegado a la pantalla, sino a prestar atención a todos los detalles y las relaciones que se generan entre los personajes. Su capacidad para afrontar todo tipo de situaciones sin miedo a los cambios que puedan producir en el arco dramático es lo que aporta al conjunto la sensación descorazonadora que planea sobre toda la temporada.

El resultado más palpable de todo esto es el hecho de que Person of interest ha aprovechado estos episodios para, como decía al inicio, encajar todas las piezas sueltas que se habían ido presentando durante los capítulos previos. Elementos como el grupo Vigilancia, el proyecto Luces del Norte, el pasado de los personajes o la red mafiosa denominada HR encuentran su final en esta tercera entrega. Pero contrariamente a lo que pueda pensarse, no lo hacen de forma positiva, sino más bien realista. La propia producción destruye sus cimientos para demostrar que el uso de una inteligencia artificial capaz de velar por nosotros no es necesariamente sinónimo de éxito. Es más, la evolución de los principales personajes, los interpretados por Jim Caviezel (Transit) y Michael Emerson (serie Perdidos), evidencia una desconfianza cada vez mayor hacia un instrumento que no puede ser controlado. Al revés, es la máquina la que controla.

Esta desconfianza alcanza dos puntos álgidos, uno previo a una catástrofe y otro posterior a otra crisis. Jonathan Nolan aprovecha la necesidad de terminar con las tramas secundarias para dividir la temporada en dos partes bien diferenciadas. La primera se centra en la destrucción definitiva de los policías corruptos que integran HR. Con un desarrollo algo intermitente, los primeros episodios abordan la investigación que realizan los protagonistas en su intento por cercar la organización criminal. La forma en que la máquina anticipa el final, con esos números que hacen referencia a todos los policías, nunca lleva a pensar, ni por un momento, en la resolución tan dramática e inesperada que proponen los responsables de la serie. Un punto de inflexión emotivo y brutal que genera los dos mejores episodios de la temporada: la muerte de un personaje importante en la trama y la posterior venganza, una espiral de violencia desatada que encaja notablemente bien con el tono algo más calmado de la serie.

Guerra de dioses

Jim Caviezel desata toda su furia en la tercera temporada de 'Person of Interest'.Aunque sin duda es la segunda parte de esta temporada de Person of interest la que más aporta al futuro de la serie. Una vez concluido el tema del crimen organizado (algo que, por cierto, se estaba alargando un poco), la ficción dirige su mirada hacia los aspectos más técnicos y tecnológicos de la trama. Con la incorporación del personaje de Sarah Shahi (Una bala en la cabeza) algunos episodios antes, la serie no solo cubría la baja del otro personaje, sino que presentaba la forma en que los «números relevantes» eran resueltos por el Gobierno. Pero también ha servido de nexo de unión para una trama mucho mayor: la de la presencia de otra máquina, un proyecto llamado Samaritano cuyo poder, al ser un sistema abierto y sin control, es infinitamente mayor.

La lucha, por tanto, no se desarrolla solo en un plano humano y físico, sino también en un virtual en el que dos inteligencias artificiales ostentan un poder inigualable. El resultado de este combate es el otro gran momento de la temporada. Un episodio final impactante, revelador y magistralmente desarrollado que confirma esa imagen algo decadente de toda la temporada, en la que los protagonistas, dicho vulgarmente, no dan pie con bola. Este planteamiento, en el que por muy buenos que sean los buenos no triunfan sobre los malos, es lo que aporta interés a la serie, y es lo que la convierte en un producto extraño en su género y, porqué no, un modelo a seguir. El hecho de que, además, el personaje de Emerson pierda la fe en su creación y se convierta en cabeza de turco de los diferentes enemigos a los que se enfrenta hace que el futuro de la serie, cuya próxima temporada ya se ha confirmado, sea incierto y apasionante. Hablando de villanos, no puede obviarse la labor de John Nolan (El mundo está lleno de hombres casados) como la némesis de Finch, un hombre frío y calculador cuya obsesión por la máquina le lleva, en una imagen inquietante que cierra la temporada, a ponerse a las órdenes de una inteligencia artificial superior.

A grandes rasgos, se puede decir que estos capítulos han hecho dar a la serie un salto cualitativo pocas veces visto en una trama. Lo normal es que, poco a poco, los conflictos se vayan presentando y se sitúa a los héroes ante una situación extrema de la que solo saldrán dando lo mejor de ellos mismos. La genialidad de todo esto es que dichos conflictos desembocan en una situación que obliga a los héroes a rendirse, pasar a la clandestinidad y separarse. La gran labor de los guionistas, con Nolan a la cabeza, ha sido introducir poco a poco en la estructura habitual de los episodios (sale un número, se investiga y se salva una vida) una trama mucho mayor. Ahí está, por ejemplo, el episodio en el que deben salvar al creador de Samaritano, o todos aquellos en los que el personaje de Amy Acker (La cabaña en el bosque) es presentado realizando misiones paralelas que en principio no tienen sentido pero que, echando la vista atrás, conforman un puzzle magistralmente compuesto.

La mejor prueba de que estamos ante un punto y aparte en la producción(personalmente creo que incluso a nivel general de series) es que la producción ha destruido por completo su formato inicial. Ha dejado de ser una serie episódica en el que las tramas tenían un nexo de unión algo débil para convertirse en… bueno, lo cierto es que no podemos saber en qué se ha convertido, pues esa sorpresa se reserva para la cuarta temporada. Lo que está claro es que esta tercera entrega ha sabido aprovechar perfectamente su estructura tradicional para introducir nuevos elementos hasta llegar a presentar una auténtica lucha de poder que supera cualquier expectativa previa. Eso, y la ausencia total de miedo a la hora de eliminar personajes de la ecuación. Eso siempre ha sido algo que honra a los guionistas. Y si se hace de una forma elegante y dramática, como es el caso, es ejemplar. Ahora toca esperar, pues solo las máquinas saben lo que nos depara el futuro de Person of interest.

Tráiler de ‘Interstellar’: el emotivo viaje espacial de los Nolan


Matthew McConaughey en un momento del tráiler de lo nuevo de Christopher Nolan, 'Interstellar'.A última hora de la tarde del viernes veía la luz el primer avance de una de las películas más esperadas y que más expectación ha generado en los últimos meses. La verdad es que no es para menos después de ver estas imágenes en movimiento. Y también es cierto que no es extraña una reacción de este tipo ante el nuevo film de Christopher Nolan, al que los más jóvenes conocerán como el director que ha elevado a la categoría de obra maestra el subgénero de las adaptaciones de cómic gracias a su trilogía sobre Batman. Evidentemente, las ganas de ver el tráiler de Interstellar, que así se titula, no se derivan únicamente de estas tres obras. Por supuesto, su carrera ha tenido unos éxitos más acertados que otros, pero en líneas generales su filmografía está plagada de títulos distintos, personales y de una calidad técnica y dramática de la que pocos pueden presumir.

Buena parte del mérito debería tenerla su hermano, Jonathan Nolan, guionista de la mayor parte de sus películas y de esa entretenidísima serie que es Person of interest. Ambos colaboran en la trama de esta nueva película que, como no podía ser de otro modo, vuelve a combinar espectacularidad visual con intimísimo dramático. En esta ocasión el marco es el espacio exterior; más concretamente, la historia sigue a un grupo de exploradores que, tras descubrir un nuevo agujero de gusano que les llevará a los rincones más alejados del universo, se embarcarán en una misión para superar los límites que hasta ahora habían tenido los viajes espaciales del ser humano. Lo cierto es que explicado así la trama dice más bien poco, de ahí que este primer tráiler haya sido consumido de forma ávida por aquellos que esperaban saber algo más del film.

¿Y qué se desprende de estas imágenes en movimiento? Para empezar, que los Nolan han optado por un tono más bien oscuro, alejado de sentimentalismos tópicos de este tipo de historias y centrándose en la relación paternofilial del protagonista. Con el trasfondo de una Humanidad al borde de su extinción, la relevancia del conflicto entre la familia a la que se debe abandonar para viajar a un lugar desconocido en busca de un planeta que habitar o del que sustraer lo necesario para sobrevivir adquiere si cabe tintes más dramáticos, acentuados por la majestuosidad y grandiosidad de algunas de las imágenes mostradas, como esa nave circular en medio de la inmensidad del espacio. Si a esto añadimos una fotografía que desluce los colores más vivos del planeta y aviva los tonos fríos y carentes de vida de la nave, el resultado es un film que se aleja, como decimos, de la épica o de la acción para adentrarse más en los personajes, en sus relaciones y en las consecuencias de sus actos.

Y por si el interés generado por director y película fuera poco, en el reparto se hallan algunos de los mejores actores de los últimos tiempos, como son Matthew McConaughey (Dallas Buyers Club), Anne Hathaway (Los miserables), Jessica Chastain (La noche más oscura), Casey Affleck (El demonio bajo la piel), Michael Caine (Ahora me ves…), Wes Bentley (American beauty), Topher Grace (La sombra de la traición), Ellen Burstyn (serie Political animals), David Oyelowo (El mayordomo) y John Lithgow (El origen del planeta de los simios). Así que sin más preámbulos, el tráiler.

2ª Temporada de ‘Person of interest’, la rebelión del Gran Hermano


La máquina de 'Person of interest' depara más de una sorpresa en la segunda temporada.Es interesante comprobar cómo hay guionistas capaces de añadir sorpresa y giros argumentales atractivos a historias relativamente sencillas. Interesante y esperanzador, sobre todo en un mundo audiovisual donde las adaptaciones y los remakes están a la orden del día. Uno de esos guionistas es, sin lugar a dudas, Jonathan Nolan, hermano del director Christopher Nolan (trilogía El caballero oscuro) y autor de libretos como el de El truco final (El prestigio) (2006). Prueba de ello es el desarrollo argumental de la segunda temporada de Person of interest, serie que ya en sus primeros 23 episodios dejó claras sus intenciones y que, en estos nuevos 22 capítulos ha dado un giro hacia una complejidad mayor que la mera trama conclusiva en un solo programa. Lo curioso de todo esto es, sin embargo, que la producción apunta hacia horizontes insospechados.

La conclusión de la primera temporada dejaba ya numerosas incógnitas en el aire, como el hecho de que algunos personajes ajenos a los protagonistas tuvieran conocimiento de la existencia de la máquina capaz de prever los crímenes que se iban a perpetrar en cualquier lugar del mundo. Por supuesto, dichas cuestiones quedan resueltas en los primeros compases de esta nueva entrega, pero también abre muchos otros que de forma muy inteligente se distribuyen a lo largo de los capítulos para culminar en un clímax final a lo largo de los dos últimos que, aun siendo sencillo en extremo, no deja de generar muchas especulaciones sobre la verdadera alma de toda esta historia: la máquina.

Y es que si la primera temporada se centró en explicar la relación entre los protagonistas y sus respectivos pasados, esta segunda aborda un tema más complejo, sobre todo porque no llega a verse nunca. A pesar de las aventuras que deben vivir en cada capítulo, a pesar de seguir desvelando las pinceladas del pasado que han moldeado el carácter de los protagonistas, el auténtico arco dramático se centra en ese ente que episodio tras episodio publica números de la Seguridad Social. Y lo hace de forma sutil, casi secundaria, lo que genera la sensación en el espectador de que algo pasa y de que, como ocurre en muchas ocasiones en la vida cotidiana, lo que comienza siendo un simple aviso termina convirtiéndose en un grito de socorro.

En este sentido, tal vez los mejores episodios de toda la temporada sean los últimos, aquellos que deliberadamente centran su atención en la máquina y en los intentos de diversos personajes por hacerse con su control. La forma que tienen los responsables de solucionar el ataque a una inteligencia artificial de semejante calibre es, cuanto menos original, pero arroja un rayo de luz sobre un sendero que pocos seguidores de Person of interest podían suponer. Lo que comenzó siendo una especie de Gran Hermano que nos vigila termina en esta segunda tanda de episodios convertido en una rebelión de las máquinas, o mejor dicho de la máquina, capaz no solo de salvar la vida de la gente, sino de protegerse a sí misma y de manipular la sociedad para que la ayude en la tarea.

La otra cara de la moneda

Este es, sin lugar a dudas, el concepto más relevante de toda esta trama, y lo que convierte a esta continuación en un producto mucho más completo que su predecesora. Por supuesto, para los fans de la acción y del thriller policíaco, los casos siguen sucediéndose, muchos de ellos con una mayor complejidad y originalidad interna de la que existía en la primera temporada. Además, sus protagonistas se muestran mucho más cómodos en unos personajes que, cada vez de forma más evidente, empiezan a nutrirse el uno del otro, sobre todo en el caso de los interpretados por Jim Caviezel (Mentes en blanco) y Michael Emerson (serie Perdidos).

Y por supuesto, siguen existiendo las tramas secundarias en torno a los policías que les ayudan, a las luchas de los grupos criminales por hacerse con el control de la ciudad y a los problemas personales de cada uno de ellos. Empero, otro de los elementos más novedosos de esta nueva temporada ha sido el rostro, al menos parcialmente, de la otra cara de la moneda que representan estos ángeles de la guarda enviados por el Gran Hermano. Nos referimos a aquellos a los que el personaje de Emerson vendió la máquina, aquellos que rechazan muchos números por ser irrelevantes. Nos referimos al Gobierno, mencionado en más de una ocasión pero solo aquí mostrado a través de un comando que opera para eliminar amenazas.

Claro que, como no podía ser de otro modo, la presencia de este cuerpo de élite se intuye amenazadora, peligrosa y, en definitiva, un enemigo más (salvo algún que otro personaje que apunta a habitual en la tercera temporada). Eliminadas amenazas heredadas de la anterior entrega, la segunda temporada concluye con numerosos frentes abiertos. Tras el ataque a la máquina con el que concluyen los últimos episodios son ya tres los individuos que reciben avisos de este ente informático cuya inteligencia artificial, ha quedado demostrado, supera con creces las expectativas de sus creadores. Una triángulo que, sin duda, centrará buena parte del futuro desarrollo argumental, en el que se plantean cuestiones como el uso que el Gobierno quiere dar a la máquina, el lugar al que se ha trasladado o, por qué no, los nuevos casos que se tendrán que resolver.

No cabe duda de que la segunda temporada de Person of interest ha dado un vuelco de 180º al concepto de la serie. De unos buenos samaritanos que se servían del ojo que todo lo ve para salvar a la sociedad hemos pasado a una trama en la que muchos personajes ansían el control de una máquina capaz de contratar trabajadores para que copien su código fuente y de ordenar su traslado para evitar ser encontrada. Es decir, de una herramienta se ha derivado una auténtica rebelión de las máquinas que, a pesar de todo, siguen ayudando al ser humano a evitar crímenes. Será complicado que haya semejantes giros en futuras temporadas, pero lo cierto es que Jonathan Nolan ha demostrado que es capaz de todo. Como reza la frase final de cada aventura… «no se pierdan el próximo episodio».

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