‘Ninja Turtles: Caos mutante’: unos héroes a la altura


Las Tortugas Ninja deberán salvar la ciudad en 'Ninja Turtles: Caos mutante'

Me declaro fiel seguidor de las Tortugas Ninja desde mi más tierna infancia. Pertenezco a esa generación que creció con la serie de animación clásica de los años 80 y 90, así como con esas películas en imagen real que, vistas hoy en día, dan algo de grima en algunos momentos. Que los personajes sigan atrayendo a nuevos niños y adolescentes hoy en día solo puede ser síntoma de su enorme calidad, incluso aunque las producciones no les hagan justicia… cosa que no ocurre con su última y original película.

Porque ante todo, Ninja Turtles: Caos mutantes es original. Muy original. No tanto en su historia, que vuelve a recurrir a los orígenes de estos personajes para plantear la trama (¿no habrá nadie que se plantee una película sin tener que contar cómo surgen estas tortugas adolescentes?), sino en el estilo de animación. Siguiendo la estela de las producciones animadas de Spider-Man, sus directores y guionistas optan por un estilo algo más «sucio», menos definido en sus líneas, aportando al conjunto un cierto toque de historieta dibujada por adolescentes que le va como anillo al dedo. Visualmente poderosa, la cinta posee además algunos recursos narrativos muy interesantes, amén de una puesta en escena y un lenguaje audiovisual apabullante, colorido y, sobre todo, fresco.

Esto permite compensar, en cierto modo, la simplicidad de su propuesta y el punto de partida de la trama. En realidad, analizada fríamente, la película ofrece pocas novedades al espectador, incluso a aquel que no esté familiarizado con estas tortugas y su padre-rata. Y es que el desarrollo argumental es bastante previsible, pero lejos de ser un lastre, sus creadores aprovechan esto para dejar que la acción, la intriga y el humor fluyan de forma natural, centrándose en narrar de la mejor forma posible esta trama para así embellecerla. Desde luego, lo consiguen, porque el film es uno de los más divertidos, demostrando que está a la altura de las expectativas y que hay espacio para otro tipo de animación alejada del clasicismo, la animación por ordenador o el humor repetitivo de algunos secundarios.

Todo eso y más es Ninja Turtles: Caos mutante. Porque si la imagen es algo rompedor, la banda sonora acompaña de forma magistral a unos personajes y unas secuencias de acción que ganan enteros con una selección musical que mezcla, al igual que hace la cinta, modernidad y conocidos temas de hace ya varios años. No es una película pensada para un público infantil. Al menos, no solo para este tipo de público. Lo que nos encontramos es una producción que rinde homenaje a la esencia de estos adolescentes que buscan lo que cualquier joven de su edad: conocer su identidad, encontrar su camino en la vida y ser reconocido por la sociedad. Y lo hace rompiendo moldes y utilizando una técnica diferente, más libre en el trazo y la apuesta visual. Se podría haber hecho mejor, como todo en esta vida, pero para eso ya se deja la puerta abierta a una continuación.

Nota: 8/10

‘La caza’: La altura moral de las élites modernas


12 desconocidos despiertan en un bosque sin saber cómo han llegado allí, casi al instante empiezan a morir en una sangrienta caza humana. Hasta aquí, podría ser el comienzo de cualquier película de terror al uso. Sin embargo, Craig Zobel (Compliance) le da una vuelta de tuerca al concepto para abordar el debate existente en cualquier sociedad occidental. Con este punto de vista logra no solo que la clásica historia tenga un sentido nuevo y diferente, sino plantear al espectador un interesante contraste entre la moralidad de dos bloques ideológicos.

Y lo consigue gracias, fundamentalmente, a cambiar las tornas de los personajes. O más bien, a centrar la mirada en las élites modernas frente a esos individuos capaces de creerse cualquier conspiración, de atacar a los inmigrantes, las mujeres o cualquier persona que piense o actúe diferente a ellos. Dicho en pocas palabras, los valores más progresistas contra los más conservadores. Y si habitualmente esta lucha se centra en gente rica (conservadores) contra gente de clase media (progresistas), Zobel intercambia los papeles en La caza para situar al espectador frente a un interesante espejo moral. A partir de aquí, la historia adquiere un nuevo significado y ofrece una moraleja diferente. En cierto modo, ese cambio de papeles permite dar una perspectiva completamente diferente de una historia que, por otro lado, está contada exactamente igual que cualquier otra, y ese puede que sea su mayor problema.

Eso, y que el guión no termina de ser lo suficientemente fluido. Sí, la historia está bien construida, las secuencias de acción y de violencia son salvajes y brutales, y el desarrollo es lo suficientemente interesante como para superar las depresiones narrativas de cualquier historia. Pero la historia falla a la hora de plantear ese dilema moral. La cinta resulta demasiado explícita, tal vez incluso infantil, a la hora de plantear esa «altura moral» de las élites y contrastarla con la «mirada estrecha» de las clases más bajas. Los diálogos utilizados para plantear el debate pecan en exceso de academicismo, se introducen de forma algo tosca en medio de la historia para que los personajes expresen, de la forma más simple, burda y directa posible, los dilemas entre una ideología y otra. Puede que sea un efecto buscado, pero desde luego el resultado no es el esperado, pareciendo más bien píldoras de moralidad enfrentada en medio de un relato visceral y sangriento de supervivencia.

En todo caso, Zobel consigue plantear el debate con audacia, y eso es digno de reconocer. La caza es una obra descarnada, brutal, sin hueco para la esperanza. Una lucha por la supervivencia que esconde, además, una lucha por los ideales. Con un reparto más que notable, la historia obliga al espectador a reflexionar si no quiere perderse muchos de los detalles que esconde. Y aunque es cierto que el tratamiento de los momentos más conflictivos moralmente hablando es un tanto infantil, puede que incluso absurdo en su necesidad de llevarse al extremo, en su conjunto funciona gracias a una narrativa fresca, dinámica e incansable en la que las muertes son tan impactantes como algunos de los comentarios que se pueden escuchar durante su ajustado metraje. Una obra diferente que merece una oportunidad.

Nota: 6/10

‘Person of interest’, final lógico y a la altura para una gran serie


La quinta temporada de 'Person of interest' presenta la lucha definitiva entre inteligencias artificiales.La profusión de series y el nuevo fenómeno que han generado han puesto de manifiesto algo que muchas veces puede pasar desapercibido: es muy difícil lograr que una producción aguante en un mismo nivel dramático, artístico y narrativo durante toda su existencia. Muchas veces es culpa de los productores, que quieren alargar más de lo debido una historia; otras veces es simplemente que la idea, aunque sea buena, tiene difícil recorrido. Por eso ficciones como Person of interest deberían ser analizadas y apreciadas como algo no solo fresco y diferente en un mundo televisivo dominado por policías, médicos y abogados, sino como algo diferente por la coherencia y la capacidad de evolución que tienen. Su quinta y última temporada es testimonio de ello.

Los últimos 13 episodios de la serie, con una temporada notablemente más corta que las anteriores, tienen el inconfundible sello de Jonathan Nolan (Memento), y quienes sigan la filmografía de su hermano Christopher (Interstellar) saben a qué me refiero. A pesar de la evidente sensación de final de ciclo que tienen estos capítulos, el desarrollo dramático de la historia sigue siendo la prioridad, tal vez más acelerado de lo debido pero en cualquier caso contundente y descarnado, presentando ante el espectador una guerra entre el bien y el mal en un sentido casi literal. Y como en toda guerra, hay víctimas. Quizá sea esto lo más destacable de esta última etapa, pues la serie no permite sentimentalismos de ningún tipo, haciendo honor a lo acontecido en temporadas anteriores.

No solo eso. La quinta temporada de Person of interest es todo un ejemplo de cómo debe finalizarse una trama, o mejor dicho de cómo hay que afrontar dicho final. Los guionistas, y en general los autores de cualquier historia, tienden a modificar el curso natural de los acontecimientos para evitar que sus personajes, a los que inevitablemente se coge cariño, afronten grandes e insalvables males. De ahí que la estructura de conflictos crecientes hasta llegar al clímax siempre termine con el héroe victorioso. Sin embargo, Nolan opta aquí por una estrategia diferente, o al menos por una resolución diferente. En efecto, estos últimos capítulos posiblemente sean los más angustiosos de toda la serie, situando a los protagonistas en una espiral de violencia incontrolada en la que siempre están un paso por detrás.

Sin embargo, el final no es feliz, o al menos no todo lo que cabría esperar. No hay lugar para heroicidades sin consecuencias, por lo que el tratamiento apenas deja espacio para la reflexión o para los buenos sentimientos. Tal vez este sea el motivo por el que el personaje interpretado por Jim Caviezel (Plan de escape) da un giro más que notable en su personalidad en esta etapa, algo que no queda del todo explicado y que chirría un poco en algunos momentos. Pero volviendo al tratamiento narrativo, la conclusión de la serie es todo lo que un tercer acto debería ser. Una vez explicada la historia y con un desarrollo previo consolidado, solo queda la resolución, y esta no puede por menos que ser tan espectacular como descarnada.

Una serie para el recuerdo

Los héroes afrontan su último desafío en la quinta temporada de 'Person of interest'.Y vaya si lo es. Si bien es cierto que algunos de los mejores episodios de Person of interest pertenecen a la tercera temporada, esta última etapa deja en el recuerdo algunos de los momentos más importantes de la ficción. Me refiero, por ejemplo, al protagonizado casi en exclusiva por el rol de Sarah Shahi (Una bala en la cabeza), viviendo un bucle infinito que recuerda poderosamente a otras historias contadas por Nolan. Y por supuesto el final, capaz de aunar en pocos segundos sensaciones tan dispares como angustia, tristeza, orgullo o satisfacción. A riesgo de repetirme, eso solo es posible gracias al desarrollo de todas las temporadas y a una conclusión que, aunque esperada y lógica, es fiel a lo que el espectador ha visto a lo largo de estos 103 episodios.

Precisamente el desarrollo de la serie es lo que más se recuerda durante los episodios y momentos finales de esta quinta etapa. Atrás quedan las sensaciones de estar ante un producto tópico y típico que dejaron los primeros compases de la serie. Sus dubitativos comienzos con una estructura repetitiva y algo similar a otros productos de corte policíaco terminaron convirtiéndose en pasos firmes por una senda más compleja y complicada pero indudablemente más interesante. De los números que emitía la máquina (y que de hecho se han mantenido durante toda la serie como un referente), con poca o ninguna relación entre ellos, se ha pasado a situar la acción en auténticos arcos argumentales en los que la idea inicial se integra en guerras de bandas, policías corruptos y, finalmente, una lucha entre inteligencias artificiales.

El final de la serie, además, contempla una interesante y hasta ahora inexplorada idea que, dada la conclusión de la secuencia con la que se cierra esta magnífica producción, podría llevarse a cabo, aunque habría que ver si con la misma eficacia que hasta ahora. En efecto, limitar el dominio de una máquina al acotado mundo de la ciudad de Nueva York ha permitido a la ficción no desviarse de su objetivo final, pero es evidente que resulta poco creíble en una trama de estas características. De ahí que, aunque sea de forma testimonial, se haya planteado la posibilidad de historias paralelas en otras ciudades. Si a esto sumamos que el testigo es recogido por uno de los protagonistas, el futuro de posibilidades es tan grande que solo la inteligencia artificial protagonista sería capaz de contemplarlas todas.

Pero es adelantarse mucho al presente. Por lo pronto, Person of interest termina con una quinta temporada simplemente notable, tal vez no a la altura de la calidad conseguida en sus momentos más álgidos pero en cualquier caso sí en el mismo nivel que el conjunto de todas las etapas por las que ha pasado el producto. Y eso, en definitiva, convierte a la serie en algo excepcional, en una ficción que, aunque no pertenezca a ese reducido grupo de grandes títulos, sí tiene todo lo necesario para ser una obra de culto. Desde su trama hasta sus personajes, pasando por el tratamiento dramático o por la crudeza y seriedad de muchas de sus propuestas, la obra de Jonathan Nolan confirma no solo que estamos ante algo más que notable, sino que su autor es uno de los creadores más en forma del panorama actual.

‘Corazón de león’: 40 cm. para evitar el enanismo emocional


Guillermo Francella y Julieta Díaz, una pareja que deberá tener 'Corazón de león' para enfrentarse a los prejuicios.La sociedad actual, y por extensión el cine, cada vez está más dominada por lo que ha quedado en llamarse «políticamente correcto», expresión que ha provocado, irónicamente, un sinfín de errores, sobre todo en lo referente al lenguaje. En el lenguaje visual esto vendría a ser cualquiera de estos films en los que dos adolescentes de bellas facciones y una fea materia gris debaten sobre lo humano y lo divino sentando cátedra. Por eso de vez en cuando películas como la realizada por Marcos Carnevale (Tocar el cielo) son un soplo de aire fresco. No es que sea una obra determinante. De hecho, más allá de un par de elementos es bastante tópica y previsible. Pero el trasfondo que plantea da que pensar y, lo más importante, desnuda el alma del espectador en muchos sentidos.

Si nos atenemos a lo puramente narrativo, esta comedia argentino brasileña puede considerarse del montón, prácticamente diseñada con algún programa informático que determine cuándo deben introducirse los momentos irónicos, los momentos dramáticos o los diálogos ingeniosos. Nada en ella destaca sobremanera, pero tampoco desagrada o resulta estridente. Su tono, amable y conciliador, mantiene en todo momento unos amplios márgenes de tolerancia en los que tienen cabida todo tipo de situaciones, resueltas en su mayoría de una forma más o menos estándar. Pero más allá de todo esto, la trama ofrece un interesante contenido sociocultural que traspasa fronteras y que, en el fondo, es lo que realmente atrae de Corazón de león. Un contenido que juega de forma inteligente con los estereotipos, los complejos individuales y las imposiciones sociales.

En efecto, la relación que se establece entre los dos protagonistas y las situaciones que genera es lo que dota de fuerza al conjunto. No es que lo convierta en un punto de inflexión dentro del género, pero sí hace lo suficiente como para distinguirse de lo que habitualmente puede verse en una sala de cine. Evidentemente, buena parte de la responsabilidad recae en sus actores principales, sobre todo en Guillermo Francella (El secreto de sus ojos), cuyo carisma es lo que permite, en muchas ocasiones, aguantar una historia algo endeble. Del mismo modo, Julieta Díaz (Juan y Eva) aporta la mayor parte de la comicidad a la pareja. La suma de ambos factores genera un microcosmos que permite desgranar numerosos comportamientos sociales provocados, como se dice en un momento del film, por un «enanismo emocional» inculcado desde la más tierna infancia.

Así las cosas, Corazón de león se encuentra dentro de los márgenes habituales de la comedia romántica. Es más, su desarrollo casi puede anunciarse antes del primer minuto. Pero la aportación que realiza Carnevale a la historia gracias a ese hombre que ha luchado toda su vida contra su corta estatura genera el suficiente impacto como para analizar y al mismo tiempo criticar una serie de comportamientos sociales moralmente cuestionables. Es cierto que más allá de esto el film aporta más bien poco. Y es cierto que en algunos momentos se nota el truco de los efectos visuales. Pero al final la sensación es positiva. Lo suficiente como para tener una altura de miras por encima del resto.

Nota: 6/10

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