‘Ninja Turtles: Caos mutante’: unos héroes a la altura


Las Tortugas Ninja deberán salvar la ciudad en 'Ninja Turtles: Caos mutante'

Me declaro fiel seguidor de las Tortugas Ninja desde mi más tierna infancia. Pertenezco a esa generación que creció con la serie de animación clásica de los años 80 y 90, así como con esas películas en imagen real que, vistas hoy en día, dan algo de grima en algunos momentos. Que los personajes sigan atrayendo a nuevos niños y adolescentes hoy en día solo puede ser síntoma de su enorme calidad, incluso aunque las producciones no les hagan justicia… cosa que no ocurre con su última y original película.

Porque ante todo, Ninja Turtles: Caos mutantes es original. Muy original. No tanto en su historia, que vuelve a recurrir a los orígenes de estos personajes para plantear la trama (¿no habrá nadie que se plantee una película sin tener que contar cómo surgen estas tortugas adolescentes?), sino en el estilo de animación. Siguiendo la estela de las producciones animadas de Spider-Man, sus directores y guionistas optan por un estilo algo más «sucio», menos definido en sus líneas, aportando al conjunto un cierto toque de historieta dibujada por adolescentes que le va como anillo al dedo. Visualmente poderosa, la cinta posee además algunos recursos narrativos muy interesantes, amén de una puesta en escena y un lenguaje audiovisual apabullante, colorido y, sobre todo, fresco.

Esto permite compensar, en cierto modo, la simplicidad de su propuesta y el punto de partida de la trama. En realidad, analizada fríamente, la película ofrece pocas novedades al espectador, incluso a aquel que no esté familiarizado con estas tortugas y su padre-rata. Y es que el desarrollo argumental es bastante previsible, pero lejos de ser un lastre, sus creadores aprovechan esto para dejar que la acción, la intriga y el humor fluyan de forma natural, centrándose en narrar de la mejor forma posible esta trama para así embellecerla. Desde luego, lo consiguen, porque el film es uno de los más divertidos, demostrando que está a la altura de las expectativas y que hay espacio para otro tipo de animación alejada del clasicismo, la animación por ordenador o el humor repetitivo de algunos secundarios.

Todo eso y más es Ninja Turtles: Caos mutante. Porque si la imagen es algo rompedor, la banda sonora acompaña de forma magistral a unos personajes y unas secuencias de acción que ganan enteros con una selección musical que mezcla, al igual que hace la cinta, modernidad y conocidos temas de hace ya varios años. No es una película pensada para un público infantil. Al menos, no solo para este tipo de público. Lo que nos encontramos es una producción que rinde homenaje a la esencia de estos adolescentes que buscan lo que cualquier joven de su edad: conocer su identidad, encontrar su camino en la vida y ser reconocido por la sociedad. Y lo hace rompiendo moldes y utilizando una técnica diferente, más libre en el trazo y la apuesta visual. Se podría haber hecho mejor, como todo en esta vida, pero para eso ya se deja la puerta abierta a una continuación.

Nota: 8/10

2ª T. de ‘Superman & Lois’, un bizarro elemento entre tanto superhéroe


Superman tendrá que luchar contra Bizarro en la segunda temporada de 'Superman & Lois'.

Soy consciente del grado de saturación que tiene ahora mismo el mundo audiovisual con los superhéroes. Cine y televisión se han llenado, literalmente, de producciones sobre todo tipo de personajes, sin que sea necesario siquiera que sean famosos. Esto, evidentemente, está derivando en productos de dudosa calidad artística, visual y narrativa. Pero entre tanta oferta, hay que destacar Superman & Lois, que logra algo que pocas consiguen: tener una segunda temporada incluso mejor que la primera.

Porque si la primera etapa de esta serie creada por Greg Berlanti (serie The Flash) y Todd Helbing (serie Spartacus: Sangre y arena) fue un soplo de aire fresco en ese caos que son las adaptaciones de DC Comics, estos 15 nuevos episodios son simplemente brillantes, reinterpretando tanto héroes como villanos y ofreciendo al espectador un complejo puzzle conceptual que va mucho más allá de lo que suele ofrecer una producción de estas características. Sin entrar en demasiados detalles de la trama, esta segunda parte presenta a Bizarro, uno de los enemigos más interesantes del Hombre de Acero, pero lo hace como un elemento más de un mundo igualmente bizarro y opuesto al nuestro, lo que además de ofrecer muchas posibilidades narrativas (que se aprovechan bastante bien, dicho sea de paso), permite construir una trama con unos conflictos mucho más complejos.

De hecho, si algo bueno tiene Superman & Lois en esta etapa es su capacidad para aunar conflictos heredados del pasado con nuevos retos, construyendo de forma paciente buena parte de una trama que arranca como algo casi anecdótico y termina, literalmente, con una colisión planetaria. De lo pequeño a lo inmenso; del detalle argumental a la inmensidad espacial; de los conflictos más humanos a las luchas superheroicas. Esta ficción se construye sobre un constante tour de force en el que, sin embargo, existen muchos y muy interesantes momentos de reflexión, por no hablar de sus tintes políticos, de los que hablaré más adelante. Pero en lo que a narrativa se refiere, la serie avanza y crece sin perder de vista en ningún momento los argumentos que hicieron de su primera temporada algo diferente, y que pasan fundamentalmente por los equilibrios para salvar el mundo y mantener unida una familia.

Estos dos conceptos no son nuevos, la verdad. Todas las producciones televisivas de Berlanti (básicamente todas las de superhéroes de DC de los últimos años) se rigen por el mismo patrón. Pero en el caso que nos ocupa, al menos por el momento, son elementos utilizados en beneficio de una trama que fluye con naturalidad, aprovechando los conflictos que surgen entre superhéroes y gente corriente, ya sean familiares, amigos o desconocidos. Y esto es gracias a unos arcos dramáticos independientes de cada personaje, que presentan nexos en común como es lógico, pero que se construyen de forma autónoma, sin necesidad de depender de las demás, confluyendo en último término en el arco argumental que sobrevuela toda la temporada. Esta segunda fase incide en todo ello ampliando un poco más la mirada a los personajes secundarios, potenciando la relevancia que ya tuvieron en la primera tanda de episodios.

Familia /héroe

Política y héroes

Uno de los elementos más interesantes de esta segunda temporada de Superman & Lois, como mencionaba al inicio, es su carga política, algo bastante inusual, por no decir inaudito, en este tipo de producciones. Y no es algo que se haya ido construyendo de forma progresiva, sino que golpea al espectador en el primer episodio, marcando y definiendo así el devenir del resto de la trama. El hecho de ver a un personaje como Superman enfrentándose al ejército estadounidense no deja de ser una imagen sumamente atractiva por todas las implicaciones sociales que tiene, estableciendo una conexión entre igualdad, patriotismo y heroísmo muy interesante que da un enfoque diferente a una ficción que a priori es un simple entretenimiento sencillo y directo.

Eso sí, no todo en esta producción es idóneo. Aunque el tratamiento de la historia está siendo lo suficientemente maduro como para abordar temáticas de este tipo, está empezando a caer en algunos vicios que suelen tener estas producciones superheroicas, como la transformación moral de algunos personajes. Estoy pensando en el villano interpretado por Adam Rayner (serie Tyrant). No es algo necesariamente negativo, pero lo habitual es dar un cierto margen narrativo para justificar un cambio que aquí se produce casi de la noche a la mañana. Entiendo los motivos argumentales que hay detrás, y en cierto modo no es algo que perjudique a la serie, pero el problema es recurrir a esta herramienta de forma continuada, dando a los personajes un devenir sin rumbo fijo.

El principal problema que esto suele acarrear es que la narrativa de los personajes, y por extensión la de la serie, no avance. O al menos no lo haga de tal modo que los protagonistas y los secundarios puedan evolucionar de forma natural, aprendiendo de errores y desafíos que se encuentran en su camino. No sería la primera vez que ocurre, y aunque todavía no ha ocurrido en esta ficción, empieza a haber síntomas de que podría pasar. Por ello, es fundamental introducir nuevos personajes secundarios y, si es necesario, retirar de un modo u otro a viejos roles que ya aportaron todo lo que tenían que aportar. Es la única fórmula para no caer en la repetición ni en la desidia, sobre todo para una historia que ha comenzado de forma tan sólida y espléndida.

Porque aunque les pese a algunos, Superman & Lois lleva dos temporadas brillantes, la segunda posiblemente mejor que la primera. Esta nueva tanda de episodios ha sabido reinterpretar a algunos famosos personajes de los cómics para crear una trama completamente nueva, compleja, que invita a reflexionar y lleva a los personajes a nuevos escenarios (como el hecho de que el superhéroe revele su identidad a algunos secundarios importantes). El tono adulto y oscuro que tiene la producción aporta igualmente algo fresco, diferente, nuevo, y eso es fundamental cuidarlo para no caer en los errores que se han venido repitiendo en las últimas incursiones superheroicas de DC Cómics. Por el momento, una más que recomendable serie, pero con riesgos en el horizonte.

2ª T. de ‘The Witcher’, giro de timón para mejorar una gran historia


Henry Cavill deberá enseñar a Freya Allan los secretos del combate en la segunda temporada de 'The Witcher'.

Aclaremos una cosa que creo que puede ser útil para todo lo que se va a analizar a continuación: la primera temporada de The Witcher fue, a mi modo de ver, una trama espléndida. Es cierto que los saltos temporales y la falta de un anclaje narrativo puede que invitara a la confusión en algunos momentos, pero el tratamiento de los personajes, la factura técnica y el desarrollo de los conflictos internos y externos de los protagonistas fueron brillantes. Por eso esta segunda entrega ha logrado algo complicado: ajustar los problemas de tiempo y mantener el alto estándar de calidad de esta fantasía medieval, logrando mejorar una ya de por sí gran historia.

Y lo ha conseguido de un modo relativamente sencillo. Esta continuación de 8 episodios ha optado por centrarse en algo muy concreto: la relación entre el héroe y su protegida, con todo lo que eso conlleva, que no es poco. En realidad, eso es algo que ya hicieron los primeros capítulos de esta serie que adapta los libros creados por Andrzej Sapkowski. Sin embargo, la primera parte optó por desviar la mirada, en muchas ocasiones, hacia otros personajes, algo que ahora se reduce considerablemente. Esto tiene una explicación. Puede que el comienzo de esta producción creada por Lauren Schmidt (serie The defenders) no fuese el más acertado, es cierto, pero como en todo comienzo narrativo existía la necesidad de mostrar, definir y plantear a los héroes villanos y conflictos entre ellos.

Ahora, sin embargo, The Witcher se libera de esas restricciones argumentales para dar rienda suelta a la fantasía. Y lo hace de un modo inmejorable, confirmando de paso que el poso dramático ya estaba desde el principio. Solo había que ordenarlo, o mejor dicho, reordenarlo de un modo algo más «académico», por llamarlo de algún modo. Una vez conseguido eso, esta segunda temporada se revela como una producción más que notable, dejando algunos momentos sobresalientes, sobre todo los relativos a la lucha del personaje interpretado por Henry Cavill (Liga de la Justicia) contra los numerosos monstruos que aparecen en pantalla. Pero aunque esto puede ser lo más llamativo, no es, desde luego, lo más interesante.

Ese calificativo se lo lleva el modo en que la temporada expande el universo en el que vive este personaje a través de nuevos roles más o menos secundarios y nuevos escenarios, sobre todo esa fortaleza en la que viven los brujos. A través de estos enclaves y de una narrativa, como decimos, más lineal a lo largo de todos los episodios, la trama se construye sobre hitos dramáticos del presente y del pasado del héroe, permitiendo al espectador comprender un poco mejor todo lo que ocurre sin necesidad de saltos temporales. Es la gran diferencia que existe entre la primera y la segunda temporada de la serie, y desde luego permite a esta aventura de fantasía ganar muchos puntos tanto para los fans como para los que se acercan por primera vez a este universo.

Henry Cavill lucha codo con codo con Kim Bodnia en la segunda temporada de 'The Witcher'.

Villanos o héroes

Uno de los elementos que, personalmente, más aprecio en esta segunda temporada de The Witcher es el tratamiento dado a los personajes. La serie intenta en todo momento alejarse de una clasificación clara de héroes o villanos para mostrar personajes más humanos en el sentido más amplio de la palabra. Cada rol tiene sus motivaciones, sus miedos, sus objetivos. Y no siempre tienen que coincidir con los protagonistas, pero eso no los convierte, necesariamente, en villanos. Un caso claro es el de Vesemir, al que da vida Kim Bodnia (serie Bron), dispuesto a cualquier cosa por proteger a los suyos. El combate que protagonizan los brujos, toda esa secuencia, es una forma magistral de narrar en imágenes y casi sin diálogos no solo una pelea a espada, sino los conflictos internos e interpersonales de los protagonistas.

Por supuesto, siempre hay antagonistas más o menos evidentes, pero incluso en este caso, tampoco son necesariamente villanos. A la hora de acercarse a este universo hay que tener clara una cosa: el personaje al que da vida Cavill no es un héroe al uso. Más bien, es un héroe por necesidad. Sus motivaciones son relativamente simples, y solo se vuelven más complejas con la presencia del personaje de Freya Allan (serie El tercer día). Esto tiene una derivada importante en la construcción dramática de la historia y, por lo tanto, en la estructura de los episodios. Las tramas secundarias, en muchas ocasiones, no influyen directamente en la historia principal. Es un riesgo que corre la serie, y doy por sentado que puede haber muchos espectadores a los que esto les aleje de la producción, pero en realidad, y al menos por ahora, está permitiendo construir y definir claramente el mundo de fantasía en el que se mueve. Otra cosa es que este tratamiento continúe así durante varias temporadas sin que en ningún momento confluyan o choquen estas historias, porque eso sí sería un problema importante para el desarrollo.

Y ya de paso, por si fuera poco establecer una nueva estructura narrativa respecto a la primera temporada y redefinir el peso dramático de los personajes (algunos de ellos apenas salen en esta segunda parte, otra consecuencia que puede no gustar a todo el mundo), el equipo de guionistas añade un ingrediente muy interesante: la Cacería Salvaje. Ese grupo que persigue al personaje de Allan y que va a tener un enorme peso en el desarrollo de la serie. De forma muy inteligente, estos episodios introducen este nuevo villano casi con cuentagotas, vinculándolo al misterio que todavía rodea a la joven protagonista. De este modo se une pasado, presente y futuro de esta ficción, sentando las bases para futuras temporadas que, todo sea dicho, pueden dar lugar a una obra espléndida.

Y digo «pueden» porque, al igual que ocurre con Juego de Tronos, la complejidad de The Witcher es enorme. Muchos reinos en conflicto, intrigas políticas, guerras, monstruos y personajes. Todo eso metido en una limitada coctelera en forma de episodios puede dar lugar a algo memorable o, por el contrario, a algo decepcionante. Pero eso es adelantar muchos acontecimientos. Por el momento, esta segunda temporada no solo mantiene el nivel dramático de la primera, sino que mejora los aspectos más criticados y establece una estructura narrativa más fácil de comprender, más coherente si se prefiere. Esto da lugar a una continuación bastante mejor que la primera parte, lo cual es situar estos capítulos entre lo mejor de los últimos meses.

‘Supergirl’ cuelga la capa para ser Kara en la sexta y última temporada


Todos los héroes de la serie 'Supergirl' se unen en la sexta y última temporada.

Se podría medir la calidad y el éxito de una serie por el número de temporadas que tiene. No debería ser así, pero como con la mayoría de cosas, el público es soberano y suele tener la última palabra en casi todo. Y cuando una serie como Supergirl dura menos que sus ‘hermanas’ Arrow y The Flash (la primera sería más bien la matriarca del resto) es por algo. Y ese algo, en este caso concreto, es una deriva de lo más incomprensible, llevando a la última hija de Krypton a un terreno tan reivindicativo como carente de fuerza dramática.

La sexta y última temporada de la serie creada por Ali Adler (serie The new normal), Greg Berlanti y Andrew Kreisberg (ambos autores de las anteriores series mencionadas), en realidad, es la conclusión lógica y prevista de una ficción en la que ha importado más el mensaje social y humano que la narrativa en sí. Y no estoy hablando de efectos especiales, de elaboradas batallas o de explotar al máximo los poderes de los superhéroes. No, me refiero a unos arcos dramáticos muy sólidos en lo que quieren reivindicar pero débiles en su desarrollo, lo que en último término afecta al conjunto de la temporada. Estos 20 episodios se debaten constantemente entre el elemento más tradicional del superhéroe (el bien contra el mal, sea de forma externa o interna) y los conflictos y problemas sociales de los personajes. Si en temporadas anteriores fue el racismo, ahora es el turno de los derechos de aquellos que son diferentes (y por si alguien no capta el paralelismo, ya se encargan sus creadores de dejarlo meridianamente claro).

Y ese debate, por desgracia, no solo no termina de mejorar la última etapa de Supergirl, que venía de unas temporadas cada vez menos interesantes, sino que además resta protagonismo a la trama principal y a esa villana que, por sí sola, tenía cierto interés, pero a la que la incorporación del Lex Luthor interpretado por Jon Cryer (serie Dos hombres y medio) termina por afectar de un modo bastante negativo. No porque el personaje no sea interesante, sino por el modo en que regresa para esta conclusión. Da la sensación de que, a falta de un villano mejor, era necesario recuperar un personaje que ya había dado de sí todo lo que podía. Y esto genera, a su vez, una serie de hitos narrativos en cadena que no hacen avanzar la acción, al menos no de forma natural. Más bien, la llevan en círculos, cada uno centrado en una emoción, volviendo a un punto de partida demasiado parecido para, en último término, plantear una batalla que, como no podía ser de otra manera, recupera a todos los héroes que han ido pasando por las diferentes temporadas (algo que parece es habitual en estas series de DC Comics).

Más allá del guiño a los fans, el modo en que se introducen todos estos personajes resulta un tanto forzado, más o menos como todo el desarrollo de la temporada, cuya premisa, a pesar de interesante, se enreda demasiado para lo que al final resulta siendo. Si se analiza cualquier serie en su conjunto, lo normal es que la última temporada sea siempre un reflejo de la evolución que ha tenido la trama. Si la producción ha mantenido un buen nivel, la etapa final es el broche de oro. Si ha ido en picado, normalmente certifica todos los problemas que ha venido arrastrando. A la chica de acero le ocurre esto último. No solo la protagonista ha perdido interés, sino que ha dejado de ser la protagonista. La mayor parte de las tramas secundarias son bastante ajenas a su evolución dramática, dando más relevancia a los personajes secundarios. Esto implica, entre otras cosas, que el espectador desconecte de la heroína, y que sus problemas y su trasfondo dramático queden relegados a un segundo plano.

'Supergirl' reune a viejos amigos en su temporada final.

Héroes y heroínas

Esta conclusión de Supergirl ha tenido momentos muy interesantes, la mayoría de ellos vinculados a las crisis, las dudas y los conflictos a los que se ha enfrentado la protagonista interpretada por Melissa Benoist (Sun dogs). Y eso es parte de lo que salva esta última temporada, amén de una mayor exploración de diferentes realidades y de algunos conflictos de los personajes secundarios. Pero la serie también ha aprovechado estos últimos 20 capítulos para afianzar algunos de los conceptos que asumió cuando cambió su rumbo y dejó de ser una serie de puro entretenimiento blanco para apostar fuerte por la conciencia social, la diversidad y el feminismo. La consecuencia de esto ha sido la desaparición progresiva de hombres en el elenco, y la sustitución de sus personajes por otros femeninos, casi literalmente. El último caso ha sido el del rol que interpreta Azie Tesfai (Madre oscura), convertida en la versión femenina de Guardián, héroe que interpretó Mehca Brooks (Mortal Kombat) y que hacía de hermano de la primera. Todo queda en familia.

Personalmente, no estoy en contra de una serie de superhéroes protagonizada por mujeres. Al contrario, creo que la diversidad que presenta esta producción y el modo en el que aborda los temas, aunque algo tosco en ciertas ocasiones, es fundamental para que el género avance. Lo que no creo que sea producente es que los roles sean versiones en femenino de otros personajes masculinos, ni que sus arcos dramáticos y los villanos a los que se enfrentan sean los mismos que amenazan el mundo de los héroes con testosterona. Más allá de los problemas, las primeras temporadas presentaban a una heroína y a un grupo de personajes autónomos. Con el paso de los años esto se ha ido perdiendo poco a poco, al mismo ritmo que el mensaje más humano y tolerante se ha ido comiendo absolutamente todo, hasta el desarrollo de las propias tramas.

Y es una lástima, porque tanto los personajes como la puesta en escena habrían dado para alguna temporada más si se hubiera permitido su desarrollo. Al final, la serie ha empezado a mirar demasiado al pasado, retomando conflictos y situaciones personales que, o bien se habían superado, o bien habían quedado tanto en el olvido que podrían haberse resuelto casi con una línea de diálogo. El hecho de recuperar todos esos elementos y combinarlos con retos del presente no hace sin anclar la ficción en un bucle que vicia por completo el sentido de la heroína, que de hecho regresa a su dualidad de Chica de Acero/Kara Danvers para optar, esta vez sí, por su parte humana. Y es lo que viene a decir este final de serie es que en todos nosotros hay un superhéroe. Una buena moraleja que podría haberse hecho de otra forma, con una temporada que hubiese mirado al futuro, no al pasado.

Supergirl, la serie, llega a su fin en la sexta temporada. Arrow lo hizo en la octava, y The Flash está emitiendo ahora mismo su octava parte. Algo quiere decir esto. Y viendo la conclusión de las aventuras de la última hija de Krypton, resulta evidente el cansancio creativo de esta producción. Han sido seis años irregulares, que han ido claramente de más a menos hasta estos 20 episodios finales que certifican una muerte anunciada con antelación. La apuesta por el mensaje social y humano que hizo la serie allá por su tercera o cuarta temporada es digna de aplauso, pero no el modo en que se ha trabajado posteriormente. Esta sexta parte es el reflejo de la evolución que ha ido teniendo la serie, recuperando viejos enemigos, tramas y conflictos (y amigos, todo hay que decirlo) en una amalgama narrativa que avanza a duras penas.

1ª T. de ‘Falcon y el Soldado de Invierno’, un nuevo Capitán América


El personaje del Capitán América de los cómics Marvel, más allá del patriotismo y del concepto de superhéroe que lleva consigo, siempre ha servido para reflexionar sobre ideas como la libertad, lo correcto contra lo erróneo, el desafío a la corrupción o la brújula moral que toda persona tiene en su interior. Y en mayor o menor medida, eso también es lo que rige en la primera temporada de Falcon y el Soldado de Invierno, serie nacida del Universo Cinematográfico Marvel que continúa los acontecimientos de Vengadores: Endgame (2019). Y lo hace con una sinceridad, una inteligencia y una capacidad de entretenimiento muy sorprendentes.

La serie creada por Malcolm Spellman (La boda de mi familia) es un deleite visual que recupera los mejores momentos de las películas del personaje interpretado por Chris Evans (Puñales por la espalda), tanto en lo que a acción se refiere como a intriga y evolución dramática. En apenas seis episodios, esta primera temporada sienta unas bases muy interesantes, mostrando un dilema moral a través de la dupla formada por los roles de Anthony Mackie (El banquero) y Sebastian Stan (Yo, Tonya). Y aunque el modo de plantear esa pregunta puede ser un poco simple (el primero en contra y el segundo a favor de que Mackie lleve el escudo), en realidad eso permite a la serie crecer a su alrededor a través de personajes en los que esa moralidad ni siquiera se plantea, o la tergiversan para sus propios fines.

Ese es el motor del conflicto dramático de Falcon y el Soldado de Invierno, más allá de conspiraciones terroristas, supersoldados enloquecidos o decisiones gubernamentales cuestionables. Todo eso, en realidad, no es más que el vehículo para terminar mostrando lo realmente espectacular de esta primera tanda de capítulos: ver al personaje de Mackie como el nuevo Capitán América, alas incluidas, y tomar el relevo para futuras películas y producciones marvelitas. Pero más allá de un producto hecho para los fans, esta serie es en realidad un thriller recomendable y que se puede y se debe disfrutar por cualquier espectador, conozca o no conozca la historia previa (aunque, como siempre, es recomendable saber quién es quién y dónde está cada uno).

Y eso es gracias, fundamentalmente, a una estructura dramática sustentada en un thriller con tintes políticos. Pero a diferencia de muchos relatos, los personajes aquí no son buenos o malos por definición, y eso es algo que diferencia y aumenta la profundidad dramática de la historia. Salvo los dos protagonistas, movidos por una brújula moral y el ejemplo del ahora anciano Capitán América, el resto de roles poseen una serie de capas dramáticas que los sitúan tanto en un lado como el otro de la balanza. Ni los terroristas son tan malos ni los héroes son tan buenos, actuando mal por una buena causa los primeros y dejándose llevar por sus sentimientos de ira y odio los segundos. Esta complejidad de los personajes es lo que permite, en último término, una serie de giros argumentales que, aunque podrían desarrollarse algo más, son lo suficientemente contundentes como para construir un relato sólido ajeno a la propuesta puramente visual.

Wyatt Russell manchará el escudo del Capitán América en la primera temporada de 'Falcon y el Soldado de Invierno'

Héroes, villanos y otros personajes del montón

En este sentido, la primera temporada de Falcon y el Soldado de Invierno se puede entender casi como un producto dual con una lectura en dos niveles claramente diferenciados. Por un lado, la construcción de personajes permite un relato más emocional, más profundo, en el que cada decisión no solo está argumentada, sino que tiene un impacto narrativo que modifica por completo, o amplifica según el caso, la línea argumental propia de cada rol. En este sentido, uno de los arcos dramáticos más interesantes es el de Wyatt Russell (Overlord), no tanto porque sea sorprendente, que no lo es, sino por el simbolismo que posee su evolución, de un soldado ejemplar a un hombre al que el poder le corrompe. El escudo manchado de sangre es, posiblemente, uno de los momentos más álgidos de toda la serie. En cierto modo, se puede interpretar como el lado oscuro del Capitán América, y contrasta, curiosamente, con los terroristas a los que persigue.

Y hablando de héroes y villanos, el uso que la serie de Spellman hace de estos personajes es muy interesante. No es la primera vez que Marvel reconvierte a villanos en héroes, y no va a ser la última, pero en el caso que nos ocupa no es exactamente eso. Más bien, da el protagonismo suficiente a los ‘malos’ de la función para conocerlos un poco más, para desarrollar mejor sus motivaciones y sus argumentos. Y el hecho de colaborar con los héroes por un bien mayor permite ver aspectos de su personalidad que de otro modo, posiblemente, no se verían. El rol al que da vida Daniel Brühl (The Cloverfield Paradox), el Baron Zemo, se revela como un hombre que, en cierto modo, quiere lo mismo que los héroes, aunque con técnicas y métodos que traspasan las líneas rojas de los personajes de Anthony Mackie (El odio que das) y Sebastian Stan (El diablo a todas horas). Más allá de ser una idea ya utilizada, el modo en que se plantea, los conflictos que eso genera, da lugar a algunas de las mejores escenas de la serie, al menos en lo que a drama se refiere.

Y junto a ellos, los secundarios, algunos nuevos, otros conocidos de las películas y otros que se recuperan de un modo sumamente interesante. El abanico de personajes que forman parte del universo creado en esta ficción de, en principio, una única temporada, es muy amplio, pero al igual que ocurre con los héroes y los villanos, lo relevante es el trasfondo emocional y dramático que aportan. Algunos son simplemente vehículos narrativos, pero otros resultan determinantes para la serie. Y entre ellos destaca el papel que interpreta Emily VanCamp (serie Revenge), espía aparecida en algunas de las películas de Capitán América pero que había desaparecido del panorama marvelita hasta ahora. Y al igual que ocurre en Bruja Escarlata y Visión, el personaje es recuperado para tener un papel aparentemente menor, de apoyo si se prefiere, pero que termina siendo fundamental. Tanto que podría ser el motor dramático para una posible nueva temporada.

Al igual que ocurre con la trilogía del Capitán América, Falcon y el Soldado de Invierno es una producción de superhéroes pensada como un relato de espías, un thriller en el que los intereses ocultos mueven la acción y en el que ningún personaje es del todo lo que parece. Pasado, presente y futuro se dan cita en esta temporada que, en el momento de escribir esta reseña, parece que será la única. Los personajes deben lidiar con su pasado, sus dudas morales y sus remordimientos para afrontar los conflictos del presente y convertirse en algo nuevo, algo diferente, en el futuro. En realidad, esto es la base de cualquier desarrollo dramático de los personajes, pero la serie aporta, como no podía ser de otro modo, una espectacularidad marca de la casa, encontrando el equilibrio perfecto entre intriga, acción, cierto toque de humor y mucho entretenimiento. Es una serie corta y recomendable para cualquier espectador, pero los fans encontrarán algo más.

‘The Walking Dead’ siembra la semilla del caos en la T. 10 (I)


Con los años The Walking Dead se ha ido especializando en una estructura dramática a la que, aunque no siempre ha sido efectiva, se ha aferrado como si fuera la Biblia del desarrollo argumental. En el caso de la primera parte de la décima temporada el resultado se podría decir que es exitoso, toda vez que logra algo pocas veces visto en la serie: que la etapa de calma y planteamiento del conflicto sea, a su vez, un vehículo para desarrollar un caos en el seno de los protagonistas que deriva en un episodio final con uno de los mayores ganchos de esta ficción postapocalíptica, con permiso de Negan, claro está.

Estos ocho episodios de la serie creada por Frank Darabont (serie Mob city) y Angela Kang (serie Terriers) son tan irregulares como apasionantes. Sé que puede parecer contradictorio, pero en realidad toda la serie basada en la novela gráfica de Robert Kirkman, Charlie Adlar y Tony Moore tiene ese mismo punto contradictorio. Pero me explico. Esta temporada la serie pierde buena parte de su fuerza dramática porque divide al grupo protagonista, repartido por las diferentes ciudades que conforman esa suerte de primera civilización tras el apocalipsis zombi. Si bien esto produce nuevas sinergias dramáticas y narrativas, también hace que la producción pierda fuerza dramática. Los protagonistas afrontan nuevos desafíos en solitario, sin poder compartir secuencias con otros personajes, y cuando lo hacen es de un modo limitado al no existir esa facilidad de reunir a todos los héroes bajo un mismo techo. Esto produce, por ejemplo, que muchos personajes no tengan presencia durante varios episodios, o que sea algo meramente testimonial, lo que termina por romper el interés del espectador.

Pero son cosas previsibles y derivadas de la amplia dimensión que ha adquirido The Walking Dead. Por eso, sus creadores han aprovechado estos problemas para convertirlos en oportunidades, y vaya si lo han hecho. De hecho, han localizado su mirada en los villanos, desarrollando todo un complejo esquema de secuencias que ayudan a explicar cómo funciona ese grupo de Susurradores encabezado por una extraordinaria Samantha Morton (Two for Joy). Algo que, de hecho, ha ocurrido muy pocas veces, por no decir ninguna. El hecho de narrar los orígenes de la villana principal a lo largo de varios episodios (dedicándole uno plenamente a ella) enriquece de tal modo la trama que vuelve la historia mucho más compleja emocionalmente hablando, pues permite comprender las motivaciones del otro bando y lo que les lleva a ser como son. Si a esto sumamos la presencia de Negan (Jeffrey Dean Morgan –Watchmen-) y de otros personajes que juegan a dos bandas entre el bien y el mal, lo que obtenemos es un interesante reflejo de cómo una comunidad se desestructura poco a poco, y de cómo el ser humano es capaz de renunciar a sus principios con las consecuencias que eso conlleva.

Dicho de otro modo, esta primera mitad de la décima temporada es un ejemplo de cómo dinamitar por dentro lo construido previamente. A través de varios personajes, sorpresa final incluida (el episodio 7 posiblemente sea de los mejores de toda la serie), la trama ahonda en los miedos, en los problemas, en las suspicacias entre unos y otros mientras confiamos aquellos dichos de «la unión hace la fuerza» y «divide y vencerás». Efectivamente, la división entre los principales protagonistas, principalmente física aunque en parte también emocional, provoca situaciones que hacen evolucionar la historia hacia lugares que habitualmente no se han tocado en esta serie, especialmente en sus dos últimos episodios. Sin desvelar grandes spoilers se puede decir que personajes definidos por su recia moral terminan sucumbiendo a sus ansias de venganza, y que roles que comienzan una vida en familia… bueno, eso es mejor descubrirlo por uno mismo.

Héroes, villanos y antihéroes

Y esto entronca directamente con otro de los grandes aciertos de esta temporada de The Walking Dead. Su planteamiento del bien y del mal, de los héroes y los villanos, queda difuminado en numerosas ocasiones. A diferencia de temporadas anteriores, donde los villanos eran más que evidentes y no tenían, digamos, una interpretación moral que justificase sus actos, en esta ocasión no solo existe dicha explicación, como comentaba antes, sino que los héroes toman decisiones y actúan de modos muchas veces cuestionables. Comprensibles por el dolor que han sufrido, pero en cualquier caso cuestionables. La sed de venganza hacia esos Susurradores es el detonante de muchos conflictos internos en el grupo, pero también de muchos dilemas morales en cada uno de los héroes.

A esto deberíamos sumar, además, la complejidad que aporta al conjunto el rol de Dean Morgan. Tal vez sea mucho decir, pero posiblemente estemos ante el personajes más interesante y enigmático de toda la serie, y el actor engrandece el viaje de este villano reconvertido en antihéroe hasta hacerlo más indispensable de lo que ya es. El camino que emprende no solo permite al espectador conocer más en profundidad a Negan, sino que además obliga a repensar muchas de sus actitudes y sus decisiones, sobre todo la relativa a los Susurradores. El que fuera archienemigo de Rick Grames demuestra, con sus actuaciones, que se ha pasado a ese oscuro mundo del antihéroe, considerado por muchos como el villano pero capaz de hacer cosas buenas para salvar a la gente. Habrá que esperar a la siguiente tanda de episodios para averiguar los verdaderos planes de este hombre.

Más allá de los cambios respecto a la novela gráfica (algunos muy muy significativos, como es habitual), lo que esta primera mitad de temporada aporta es, desde el punto de vista dramático, una disección muy interesante del funcionamiento de una sociedad, de cómo sus miembros quieren regirse por unas normas que, sin embargo, no pueden evitar ignorar cuando les consume la ira. Pero es que desde el punto de vista audiovisual la temporada es un ejemplo de cómo narrar en el silencio, utilizando los sonidos en numerosas ocasiones para hacer avanzar la acción. Muchos verán en estos episodios una muestra de esa lentitud que se achaca muchas veces a esta ficción. Y puede que sea así. Pero en esa calma, en ese silencio, la serie encuentra una poderosa arma narrativa que ofrece muchas posibilidades de interpretación y complejidad emocional. Ese silencio, que siempre acompaña a los Susurradores, termina por llegar a los héroes, algo que en cierto modo también es una forma de consolidar la idea de que estos villanos tienen una enorme influencia.

Desde luego, el final de esta primera mitad de la décima temporada de The Walking Dead tiene uno de los mejores ganchos de toda la serie, pero es solo el colofón a un arco dramático que, aunque irregular en algunos episodios, ha llevado a los personajes a otro nivel. El impacto de los acontecimientos de la novena temporada, unido a esa división del grupo de héroes y al tratamiento que se da a los antihéroes, convierten a estos 8 episodios en una tanda interesante, apasionante por momentos y tediosa en otros tantos, pero que lleva la historia hasta puntos realmente críticos, sobre todo en su clímax de los dos últimos capítulos. Es la tormenta que precede a la calma, eso es más que evidente, pero también es un ejercicio de tratamiento dramático y de estudio del caos imprescindible en una serie que, durante varias temporadas, había caído en una dinámica de buenos y malos sin luces ni sombras. Lo planteado en esta primera etapa es, en muchos sentidos, un soplo de aire fresco aunque pueda no parecerlo.

‘Glass’: héroes (y villanos) de carne y hueso


Diferenciarse en el mundo de los superhéroes en el cine es cada vez más complejo. La proliferación de adaptaciones, personajes e historias ha llevado a este subgénero a repetirse en muchas ocasiones, y por lo tanto a debilitar las tramas y los superhéroes y supervillanos que las protagonizan. Por eso la nueva película de M. Night Shyamalan (El incidente) resulta gratificante a pesar de sus evidentes limitaciones.

Más allá del hecho de unir dos historias totalmente diferentes bajo un mismo arco dramático, Glass es una reflexión no solo sobre la estructura argumental de los cómics y de las historias que nutren sus páginas, sino sobre el efecto y el impacto que este elemento de la cultura popular tiene en la sociedad y en el imaginario colectivo. Con una historia sencilla a la par que directa, el director y también guionista desgrana algunos ejes dramáticos y recursos narrativos de este arte, fundiendo cine y tebeo a través de un metalenguaje ya utilizado en una de las historias sobre las que pivota el film. Y lo hace, además, controlando al milímetro los giros argumentales, marca de la casa Shyamalan, con una profundidad en los personajes que, aunque irregular, termina por dotar al conjunto de una suerte de equiparación entre cómic y realidad.

El problema del film, y no es un problema menor, es un final que retuerce la trama, que trata de dar hasta un triple sentido a lo que se ha narrado. Y a diferencia de otras historias del director, la historia en este caso no ofrece el trasfondo necesario para tanto giro dramático. Esto termina por convertir la historia en una parodia de sí misma, intentado explicar que los superhombres existen entre nosotros pero haciéndolo con quiebros finales para, presuntamente, despistar al espectador de algo que, en realidad, se sabe desde el principio. A esto se suma una cierta ralentización en el ritmo narrativo en varios momentos, algo que se trata de compensar, fundamentalmente, con la labor de James McAvoy (Inmersión), aunque sin conseguirlo del todo.

En definitiva, Glass es un film que va de más a menos, que sienta unas buenas bases dramáticas y ofrece al espectador una reflexión acerca de nuestra sociedad, nuestra cultura y, por qué no, el cine de superhéroes. Pero lo hace con el inconfundible estilo de Shyamalan, para bien y para mal. La necesidad de incorporar giros argumentales que transformen la historia en algo más, en algo diferente, termina por tener el efecto opuesto. Menos sorpresas finales posiblemente habrían dejado un relato más lineal y simple, pero habrían reafirmado este film como un entretenimiento visual para completar una suerte de trilogía. En lugar de eso, da la sensación de que pretende ser más de lo que ya es de por sí, limitando su propio potencial.

Nota: 7/10

‘Érase una vez’ se pierde definitivamente en su sexta temporada


Han sido seis años, pero la verdad es que la sensación es de un tiempo mucho mayor. Érase una vez llega a su fin, al menos de la historia y los personajes originales, en una sexta temporada que evidencia la transformación que ha sufrido esta original serie creada por Adam Horowitz y Edward Kitsis (TRON: Legacy). Una transformación que, aunque ha ganado en originalidad, ha perdido mucho en consistencia dramática y, sobre todo, en coherencia. Porque si algo demuestran estos 22 episodios es que, incluso en una fantasía de cuento de hadas, no todo vale.

En unos días analizaremos la séptima y última temporada, una vez finalizada la serie, pero por ahora centrémonos en el contenido de esta conclusión de la trama original. Y sin duda lo que más llama la atención es el tratamiento de los personajes y de las historias que protagonizan. Da la sensación de que, en un intento de hacer el equilibrismo imposible, sus creadores introducen todos los elementos habidos y por haber en los cuentos de hadas para componer una sinfonía de fantasía donde todos los héroes y villanos están relacionados de algún modo, bien por parentesco, bien por encuentros más o menos fortuitos en el pasado. De ahí que, por ejemplo, se junten en una única historia Aladdin, Jasmine, la Sirenita, Blancanieves, Frankenstein, Jekyll, Hyde y un largo etcétera de personajes.

El principal problema es que muchos de ellos están incorporados casi por obligación, como si fuera necesario aportar al conjunto la historia de todos los personajes de cuento o literarios, incluso aunque esto se haga únicamente en un episodio a modo de contexto dramático para ese momento puntual dentro de una historia mayor. Es el paso definitivo de una evolución que, atendiendo a los índices de audiencia, no ha sido la más acertada. Dicho de otro modo, Érase una vez ha intentado abarcar más de lo que podía, lo que curiosamente ha hecho perder al conjunto lo que le daba la magia con la que comenzó su andadura. A lo largo de las temporadas la serie ha pasado de tener una estructura de héroes contra villanos a otra que dividía cada temporada en dos partes diferenciadas, para terminar siendo una amalgama de historias con un villano final y varios intermedios.

No es el único problema de la trama, claro está. De hecho, puede que no sea el mayor, pues hay que reconocer que la introducción de tantos personajes expande el universo de fantasía hasta límites que no se habían visto, amén de reinterpretar los cuentos más famosos de un modo incontestablemente original. En este sentido, no cabe duda de que esta sexta temporada es un alarde visual y de ingenio que, con sus evidentes pegas, termina enganchando gracias a un ritmo narrativo y dramático lo suficientemente sólido como para que el espectador se deje llevar, al menos en varios de sus tramos. Es por esto que posiblemente lo más débil de esta etapa, dramáticamente hablando, sea algo que la serie viene arrastrando desde años atrás, y es esa necesidad de que los villanos se conviertan en héroes y las consecuencias que eso conlleva.

¿Héroes o villanos?

En efecto, el principal escollo de Érase una vez para su correcto desarrollo argumental ha sido qué hacer con los villanos, fundamentalmente con los interpretados por Lana Parrilla (One last ride) y Robert Carlyle (T2: Trainspotting). Curiosamente, ambos son los principales atractivos de la serie y sus verdaderos protagonistas, lo que reafirma la idea de que un buen villano hace mejor cualquier trama. Pero volviendo al origen, estos dos villanos fueron, desde el principio, el motor de esta ficción, incluso cuando sus acciones comenzaron a tornarse en las de héroes. Ese proceso ocurrió de forma natural, motivado entre otras cosas por un tratamiento muy profundo y complejo de unos personajes cuyas motivaciones tenían un largo pasado y cuyo objetivo parecía sencillo y a la vez inalcanzable: tener un final feliz.

Esta sexta temporada viene a confirmar la deriva sin rumbo fijo de la serie, algo que también se pudo ver en las anteriores etapas. Una vez convertidos en héroes, integrados en el grupos de los «buenos» aunque con sus respectivos matices, era necesario encontrar otros enemigos a los que hacer frente. Estos 22 capítulos rizan el rizo y aprovechan la compleja trama familiar para introducir a la villana definitiva, el origen de todo mal. Más allá de que esto pueda resultar más o menos congruente con lo narrado a lo largo de estos años, el problema radica en los efectos secundarios que esto tiene, y que de nuevo tiene que ver con héroes y villanos. Por ejemplo, el doble malvado de la Reina Malvada se vuelve una heroína, como ya había hecho el rol original; la bruja mala de Oz también encuentra su forma de hacer el bien; y muchos otros secundarios menores que comienzan siendo enemigos se tornan en aliados tan rápido que apenas hay tiempo de explorar la evolución dramática.

Todo ello genera un concepto dramático impropio tanto para lo visto hasta este momento como para el desarrollo que cualquier historia debiera seguir. Precisamente si algo bueno tenían los roles interpretados por Parrilla y Carlyle es que su tratamiento permitía comprenderles, explorar sus fortalezas y sus debilidades dramáticas, sus motivaciones y sus objetivos, y eso no solo les hacía más complejos, sino que redundaba en la calidad dramática de la serie. Ahora, sin embargo, lo que nos encontramos es un compendio de personajes, cuantos más mejor, cuyas historias se reinterpretan en un intento de tapar con originalidad la falta de criterio dramático. Por todo ello, esta sexta temporada es sin duda la consecuencia lógica de la evolución de la ficción, pues los numerosos personajes (y sus respectivas historias) introducidos durante las etapas anteriores han tenido que encontrar su resolución en estos episodios. Y dado el alto número y la limitación de tiempo y espacio dramático que existe, era imposible no acelerar algunos de los procesos dramáticos, con las consecuencias evidentes.

Érase una vez es el mejor ejemplo de cómo una producción puede perder interés a pasos agigantados si la historia no tiene un tratamiento controlado y calculado. Su sexta temporada es la prueba palpable de que no por introducir más y más elementos, ya sean personajes, escenarios o tramas, la historia gana en complejidad y atractivo. Puede que de lo primero sí, pero de lo segundo difícilmente ocurrirá si no se sigue una lógica. La necesidad de incorporar más héroes, más villanos y más cuentos de hadas ha terminado por asfixiar una historia sumamente original, capaz de dar un giro coherente a las historias que conocemos desde niños, y relacionar a muchos de los héroes y villanos en un único universo plagado de magia y fantasía. Al contrario de la protagonista interpretada por Jennifer Morrison (La oscuridad), el espectador comenzó la historia creyendo en la magia y los cuentos de hadas para terminar perdiendo la fe. Aunque en este caso no es porque nos hayamos hecho adultos después de seis años.

’15:17 Tren a París’: unos héroes sin historia


Estados Unidos es un país de héroes. O al menos eso es lo que siempre trata de vender en sus historias. Gente corriente, cuya vida pasaría desapercibida en cualquier otro país, que se convierte en todo un icono al lograr salvar vidas, superar obstáculos o enfrentarse al sistema. Una forma de presentar el sueño americano. Pero este sueño puede ser, literalmente, somnoliento, y eso ocurre cuando detrás de ese héroe no hay historia. Al menos no una interesante cinematográficamente hablando.

Y eso es lo que les ocurre a los protagonistas de 15:17 Ten a París. Los jóvenes norteamericanos, dos de ellos militares, que lograron detener, junto a un cuarto pasajero, a un terrorista islamista que amenazaba la vida de cientos de personas, son presentados en este film como lo que son: héroes. Pero héroes cuya vida carece de interés alguno. De ahí que el guión del nuevo film de Clint Eastwood (Invictus) destaque, curiosamente, por no destacar absolutamente nada. Pocas veces puede verse un relato tan falto de giros dramáticos, de puntos de inflexión en la historia. Los protagonistas, que se interpretan a sí mismos, deambulan por el desarrollo dramático recordando sus años previos a ese viaje por Europa que, este sí, supuso un plot point.

El gran problema del film, por tanto, es ese. Hasta el final del relato no ocurre absolutamente nada. El espectador asiste impasible a la juventud de estos amigos en el colegio para, a continuación, suprimir años de amistad y ubicarles en ese viaje a Europa previa muestra de sus respectivas situaciones vitales. Ni la labor de Eastwood tras las cámaras ni el montaje intentando introducir saltos temporales entre pasado y presente logran aportar un mínimo de interés a una historia carente del mismo y vacía de contenido en la que los presuntos dramas se eliminan de un plumazo. Eso por no hablar del hecho de que el meollo de todo este relato dura apenas unos segundos.

Así, el problema de 15:17 Tren a París no es su patriotismo o esa necesidad de ensalzar la labor de los jóvenes y los militares estadounidenses. En un momento del film se menciona que los americanos no derrotaron a Hitler por mucho que lo digan sus libros de historia o sus películas. Irónicamente, la película muestra a estos tres héroes pero se olvida del cuarto condecorado por Francia, que sí aparece en las escenas finales y que, no por casualidad, no era norteamericano. Pero lecturas políticas o socioculturales aparte, la realidad es que esta historia solo genera curiosidad por el hecho de que los protagonistas se dan vida a sí mismos, lo que aporta cierto grado de veracidad en algunos momentos. El resto no es más que una ventana a la vida normal y corriente de cualquiera de nosotros. La normalidad de un héroe puede tener su grado de atractivo, pero en este caso, la realidad no superó a la ficción. Ni siquiera estuvo cerca.

Nota: 5,5/10

‘Wonder Woman’: La mujer maravilla


Feminismos aparte, la adaptación a la gran pantalla de la superheroína de DC Cómics se ha convertido en todo un fenómeno por algo tan sencillo y a la vez tan difícil como ofrecer un entretenimiento puro y duro sin caer en el infantilismo ni en el absurdo del espectáculo. Es evidente que la fortaleza del personaje principal marca una diferencia fundamental, pero lo realmente relevante de la nueva película de Patty Jenkins (Monster) es su capacidad para construir un relato redondo, con un equilibrio perfecto entre humor, aventura y acción, y con un desarrollo de personajes, al menos de los principales, lo suficientemente profundo como para que resulten sólidos o, al menos, entrañables.

Y esto convierte a Wonder Woman en una de las mejores películas de este nuevo universo cinematográfico que está empezando a nacer. La cinta ofrece un relato sustentado en un personaje único, una mujer en un mundo de hombres capaz no solo de demostrar que no es la chica que tiene que ser salvada, sino que es capaz de superarles en todo. Y a pesar de los consabidos superpoderes, estos quedan relegados a un segundo plano (al menos hasta la parte final del film) en favor del tratamiento de los personajes, de sus relaciones y de la sociedad en la que se desarrolla la acción. Esto permite jugar en todo momento con el humor y la ironía que generan la inocencia inicial de la protagonista en un mundo recién descubierto. Por supuesto, a todo esto se suman unas secuencias de acción tan espectaculares como cabría esperar, que beben casi en su mayoría (y tal vez demasiado) del gusto de Zack Snyder, cerebro de este universo superheróico (no en vano, es autor de esta historia), por la cámara lenta.

El mayor problema de la cinta es, sin duda, sus necesarias concesiones dramáticas, que rompen un desarrollo bien construido y que provocan algunas secuencias cuanto menos forzadas para poder hacer avanzar la acción en el sentido deseado. Ya sea la relación romántica entre los protagonistas, el poco tratamiento de los villanos o el modo en que el personaje de Gal Gadot (Las apariencias engañan) se enfrenta a algunas situaciones, lo cierto es que estas debilidades narrativas no llegan nunca a eclipsar el espléndido resultado final, y aunque pueden generar cierta desconexión en la historia, en ningún caso afectan tanto como para ser lo más recordado de esta aventura que, esperemos, siente las bases de un futuro esperanzador.

En definitiva, Wonder Woman no deja de ser una espectacular cinta de aventura y acción, con sus dosis de humor y sus momentos dramáticos. Dicho de otro modo, una peli de superhéroes. Pero en esa categoría, y después de tantos años, se puede distinguir entre las mediocres y las producciones más completas, y la cinta de Jenkins pertenece a esta segunda categoría. Y como suele ser habitual, esto es así porque huye de forma casi sistemática de los efectos especiales sin sentido para centrarse en los personajes, en construir una historia con un trasfondo moral en el que los protagonistas afronten retos personales con forma de enemigo externo. El hecho de conocer poco a poco el origen de la protagonista aporta un plus de dramatismo que, aunque pueda intuirse, se mantiene de forma más o menos secreta durante casi todo el metraje. Lograr eso en una película de estas características ya es todo un reto. Y sí, que se convierta en un modelo a seguir por las niñas, con los defectos que se le pueden encontrar, debería ser suficiente para alabar esta cinta.

Nota: 8/10

Diccineario

Cine y palabras