El personaje del Capitán América de los cómics Marvel, más allá del patriotismo y del concepto de superhéroe que lleva consigo, siempre ha servido para reflexionar sobre ideas como la libertad, lo correcto contra lo erróneo, el desafío a la corrupción o la brújula moral que toda persona tiene en su interior. Y en mayor o menor medida, eso también es lo que rige en la primera temporada de Falcon y el Soldado de Invierno, serie nacida del Universo Cinematográfico Marvel que continúa los acontecimientos de Vengadores: Endgame (2019). Y lo hace con una sinceridad, una inteligencia y una capacidad de entretenimiento muy sorprendentes.
La serie creada por Malcolm Spellman (La boda de mi familia) es un deleite visual que recupera los mejores momentos de las películas del personaje interpretado por Chris Evans (Puñales por la espalda), tanto en lo que a acción se refiere como a intriga y evolución dramática. En apenas seis episodios, esta primera temporada sienta unas bases muy interesantes, mostrando un dilema moral a través de la dupla formada por los roles de Anthony Mackie (El banquero) y Sebastian Stan (Yo, Tonya). Y aunque el modo de plantear esa pregunta puede ser un poco simple (el primero en contra y el segundo a favor de que Mackie lleve el escudo), en realidad eso permite a la serie crecer a su alrededor a través de personajes en los que esa moralidad ni siquiera se plantea, o la tergiversan para sus propios fines.
Ese es el motor del conflicto dramático de Falcon y el Soldado de Invierno, más allá de conspiraciones terroristas, supersoldados enloquecidos o decisiones gubernamentales cuestionables. Todo eso, en realidad, no es más que el vehículo para terminar mostrando lo realmente espectacular de esta primera tanda de capítulos: ver al personaje de Mackie como el nuevo Capitán América, alas incluidas, y tomar el relevo para futuras películas y producciones marvelitas. Pero más allá de un producto hecho para los fans, esta serie es en realidad un thriller recomendable y que se puede y se debe disfrutar por cualquier espectador, conozca o no conozca la historia previa (aunque, como siempre, es recomendable saber quién es quién y dónde está cada uno).
Y eso es gracias, fundamentalmente, a una estructura dramática sustentada en un thriller con tintes políticos. Pero a diferencia de muchos relatos, los personajes aquí no son buenos o malos por definición, y eso es algo que diferencia y aumenta la profundidad dramática de la historia. Salvo los dos protagonistas, movidos por una brújula moral y el ejemplo del ahora anciano Capitán América, el resto de roles poseen una serie de capas dramáticas que los sitúan tanto en un lado como el otro de la balanza. Ni los terroristas son tan malos ni los héroes son tan buenos, actuando mal por una buena causa los primeros y dejándose llevar por sus sentimientos de ira y odio los segundos. Esta complejidad de los personajes es lo que permite, en último término, una serie de giros argumentales que, aunque podrían desarrollarse algo más, son lo suficientemente contundentes como para construir un relato sólido ajeno a la propuesta puramente visual.
Héroes, villanos y otros personajes del montón
En este sentido, la primera temporada de Falcon y el Soldado de Invierno se puede entender casi como un producto dual con una lectura en dos niveles claramente diferenciados. Por un lado, la construcción de personajes permite un relato más emocional, más profundo, en el que cada decisión no solo está argumentada, sino que tiene un impacto narrativo que modifica por completo, o amplifica según el caso, la línea argumental propia de cada rol. En este sentido, uno de los arcos dramáticos más interesantes es el de Wyatt Russell (Overlord), no tanto porque sea sorprendente, que no lo es, sino por el simbolismo que posee su evolución, de un soldado ejemplar a un hombre al que el poder le corrompe. El escudo manchado de sangre es, posiblemente, uno de los momentos más álgidos de toda la serie. En cierto modo, se puede interpretar como el lado oscuro del Capitán América, y contrasta, curiosamente, con los terroristas a los que persigue.
Y hablando de héroes y villanos, el uso que la serie de Spellman hace de estos personajes es muy interesante. No es la primera vez que Marvel reconvierte a villanos en héroes, y no va a ser la última, pero en el caso que nos ocupa no es exactamente eso. Más bien, da el protagonismo suficiente a los ‘malos’ de la función para conocerlos un poco más, para desarrollar mejor sus motivaciones y sus argumentos. Y el hecho de colaborar con los héroes por un bien mayor permite ver aspectos de su personalidad que de otro modo, posiblemente, no se verían. El rol al que da vida Daniel Brühl (The Cloverfield Paradox), el Baron Zemo, se revela como un hombre que, en cierto modo, quiere lo mismo que los héroes, aunque con técnicas y métodos que traspasan las líneas rojas de los personajes de Anthony Mackie (El odio que das) y Sebastian Stan (El diablo a todas horas). Más allá de ser una idea ya utilizada, el modo en que se plantea, los conflictos que eso genera, da lugar a algunas de las mejores escenas de la serie, al menos en lo que a drama se refiere.
Y junto a ellos, los secundarios, algunos nuevos, otros conocidos de las películas y otros que se recuperan de un modo sumamente interesante. El abanico de personajes que forman parte del universo creado en esta ficción de, en principio, una única temporada, es muy amplio, pero al igual que ocurre con los héroes y los villanos, lo relevante es el trasfondo emocional y dramático que aportan. Algunos son simplemente vehículos narrativos, pero otros resultan determinantes para la serie. Y entre ellos destaca el papel que interpreta Emily VanCamp (serie Revenge), espía aparecida en algunas de las películas de Capitán América pero que había desaparecido del panorama marvelita hasta ahora. Y al igual que ocurre en Bruja Escarlata y Visión, el personaje es recuperado para tener un papel aparentemente menor, de apoyo si se prefiere, pero que termina siendo fundamental. Tanto que podría ser el motor dramático para una posible nueva temporada.
Al igual que ocurre con la trilogía del Capitán América, Falcon y el Soldado de Invierno es una producción de superhéroes pensada como un relato de espías, un thriller en el que los intereses ocultos mueven la acción y en el que ningún personaje es del todo lo que parece. Pasado, presente y futuro se dan cita en esta temporada que, en el momento de escribir esta reseña, parece que será la única. Los personajes deben lidiar con su pasado, sus dudas morales y sus remordimientos para afrontar los conflictos del presente y convertirse en algo nuevo, algo diferente, en el futuro. En realidad, esto es la base de cualquier desarrollo dramático de los personajes, pero la serie aporta, como no podía ser de otro modo, una espectacularidad marca de la casa, encontrando el equilibrio perfecto entre intriga, acción, cierto toque de humor y mucho entretenimiento. Es una serie corta y recomendable para cualquier espectador, pero los fans encontrarán algo más.