‘Supergirl’ cuelga la capa para ser Kara en la sexta y última temporada


Todos los héroes de la serie 'Supergirl' se unen en la sexta y última temporada.

Se podría medir la calidad y el éxito de una serie por el número de temporadas que tiene. No debería ser así, pero como con la mayoría de cosas, el público es soberano y suele tener la última palabra en casi todo. Y cuando una serie como Supergirl dura menos que sus ‘hermanas’ Arrow y The Flash (la primera sería más bien la matriarca del resto) es por algo. Y ese algo, en este caso concreto, es una deriva de lo más incomprensible, llevando a la última hija de Krypton a un terreno tan reivindicativo como carente de fuerza dramática.

La sexta y última temporada de la serie creada por Ali Adler (serie The new normal), Greg Berlanti y Andrew Kreisberg (ambos autores de las anteriores series mencionadas), en realidad, es la conclusión lógica y prevista de una ficción en la que ha importado más el mensaje social y humano que la narrativa en sí. Y no estoy hablando de efectos especiales, de elaboradas batallas o de explotar al máximo los poderes de los superhéroes. No, me refiero a unos arcos dramáticos muy sólidos en lo que quieren reivindicar pero débiles en su desarrollo, lo que en último término afecta al conjunto de la temporada. Estos 20 episodios se debaten constantemente entre el elemento más tradicional del superhéroe (el bien contra el mal, sea de forma externa o interna) y los conflictos y problemas sociales de los personajes. Si en temporadas anteriores fue el racismo, ahora es el turno de los derechos de aquellos que son diferentes (y por si alguien no capta el paralelismo, ya se encargan sus creadores de dejarlo meridianamente claro).

Y ese debate, por desgracia, no solo no termina de mejorar la última etapa de Supergirl, que venía de unas temporadas cada vez menos interesantes, sino que además resta protagonismo a la trama principal y a esa villana que, por sí sola, tenía cierto interés, pero a la que la incorporación del Lex Luthor interpretado por Jon Cryer (serie Dos hombres y medio) termina por afectar de un modo bastante negativo. No porque el personaje no sea interesante, sino por el modo en que regresa para esta conclusión. Da la sensación de que, a falta de un villano mejor, era necesario recuperar un personaje que ya había dado de sí todo lo que podía. Y esto genera, a su vez, una serie de hitos narrativos en cadena que no hacen avanzar la acción, al menos no de forma natural. Más bien, la llevan en círculos, cada uno centrado en una emoción, volviendo a un punto de partida demasiado parecido para, en último término, plantear una batalla que, como no podía ser de otra manera, recupera a todos los héroes que han ido pasando por las diferentes temporadas (algo que parece es habitual en estas series de DC Comics).

Más allá del guiño a los fans, el modo en que se introducen todos estos personajes resulta un tanto forzado, más o menos como todo el desarrollo de la temporada, cuya premisa, a pesar de interesante, se enreda demasiado para lo que al final resulta siendo. Si se analiza cualquier serie en su conjunto, lo normal es que la última temporada sea siempre un reflejo de la evolución que ha tenido la trama. Si la producción ha mantenido un buen nivel, la etapa final es el broche de oro. Si ha ido en picado, normalmente certifica todos los problemas que ha venido arrastrando. A la chica de acero le ocurre esto último. No solo la protagonista ha perdido interés, sino que ha dejado de ser la protagonista. La mayor parte de las tramas secundarias son bastante ajenas a su evolución dramática, dando más relevancia a los personajes secundarios. Esto implica, entre otras cosas, que el espectador desconecte de la heroína, y que sus problemas y su trasfondo dramático queden relegados a un segundo plano.

'Supergirl' reune a viejos amigos en su temporada final.

Héroes y heroínas

Esta conclusión de Supergirl ha tenido momentos muy interesantes, la mayoría de ellos vinculados a las crisis, las dudas y los conflictos a los que se ha enfrentado la protagonista interpretada por Melissa Benoist (Sun dogs). Y eso es parte de lo que salva esta última temporada, amén de una mayor exploración de diferentes realidades y de algunos conflictos de los personajes secundarios. Pero la serie también ha aprovechado estos últimos 20 capítulos para afianzar algunos de los conceptos que asumió cuando cambió su rumbo y dejó de ser una serie de puro entretenimiento blanco para apostar fuerte por la conciencia social, la diversidad y el feminismo. La consecuencia de esto ha sido la desaparición progresiva de hombres en el elenco, y la sustitución de sus personajes por otros femeninos, casi literalmente. El último caso ha sido el del rol que interpreta Azie Tesfai (Madre oscura), convertida en la versión femenina de Guardián, héroe que interpretó Mehca Brooks (Mortal Kombat) y que hacía de hermano de la primera. Todo queda en familia.

Personalmente, no estoy en contra de una serie de superhéroes protagonizada por mujeres. Al contrario, creo que la diversidad que presenta esta producción y el modo en el que aborda los temas, aunque algo tosco en ciertas ocasiones, es fundamental para que el género avance. Lo que no creo que sea producente es que los roles sean versiones en femenino de otros personajes masculinos, ni que sus arcos dramáticos y los villanos a los que se enfrentan sean los mismos que amenazan el mundo de los héroes con testosterona. Más allá de los problemas, las primeras temporadas presentaban a una heroína y a un grupo de personajes autónomos. Con el paso de los años esto se ha ido perdiendo poco a poco, al mismo ritmo que el mensaje más humano y tolerante se ha ido comiendo absolutamente todo, hasta el desarrollo de las propias tramas.

Y es una lástima, porque tanto los personajes como la puesta en escena habrían dado para alguna temporada más si se hubiera permitido su desarrollo. Al final, la serie ha empezado a mirar demasiado al pasado, retomando conflictos y situaciones personales que, o bien se habían superado, o bien habían quedado tanto en el olvido que podrían haberse resuelto casi con una línea de diálogo. El hecho de recuperar todos esos elementos y combinarlos con retos del presente no hace sin anclar la ficción en un bucle que vicia por completo el sentido de la heroína, que de hecho regresa a su dualidad de Chica de Acero/Kara Danvers para optar, esta vez sí, por su parte humana. Y es lo que viene a decir este final de serie es que en todos nosotros hay un superhéroe. Una buena moraleja que podría haberse hecho de otra forma, con una temporada que hubiese mirado al futuro, no al pasado.

Supergirl, la serie, llega a su fin en la sexta temporada. Arrow lo hizo en la octava, y The Flash está emitiendo ahora mismo su octava parte. Algo quiere decir esto. Y viendo la conclusión de las aventuras de la última hija de Krypton, resulta evidente el cansancio creativo de esta producción. Han sido seis años irregulares, que han ido claramente de más a menos hasta estos 20 episodios finales que certifican una muerte anunciada con antelación. La apuesta por el mensaje social y humano que hizo la serie allá por su tercera o cuarta temporada es digna de aplauso, pero no el modo en que se ha trabajado posteriormente. Esta sexta parte es el reflejo de la evolución que ha ido teniendo la serie, recuperando viejos enemigos, tramas y conflictos (y amigos, todo hay que decirlo) en una amalgama narrativa que avanza a duras penas.

‘Supergirl’, feminismo y diversidad en su quinta temporada


Es muy interesante analizar la evolución que ha tenido la serie Supergirl desde que hace cinco años se emitiera su primer episodio. Cinco temporadas en constante cambio de la mano de Ali Adler (serie The new normal), Greg Berlanti y Andrew Kreisberg, estos últimos autores del resto de adaptaciones modernas de superhéroes DC para televisión. La última etapa, marcada por el coronavirus, como es lógico, da un paso más en esa evolución hacia un producto concienciado con los derechos de las mujeres y el colectivo LGTBI+. Un paso que transforma la serie prácticamente en un producto donde las mujeres lo son absolutamente todo, relegando a los hombres a villanos o a meros acompañantes de la acción.

Y personalmente, no me parece una mala apuesta. Arriesgada en el mundo en el que vivimos, es cierto, pero idónea para normalizar algunos aspectos de la sociedad que no están, ni de lejos, integrados plenamente. Sin ir más lejos, de ser así estos 19 episodios no incidirían tanto en algunos problemas a los que se enfrentan estos colectivos diariamente, en el caso de la serie con la pátina de los superpoderes, claro está. Bajo este punto de vista, la serie ofrece una combinación única e interesante de conflicto dramático y social, y efectos digitales que, en algunos casos, permiten demasiado ver el cartón piedra que hay debajo. El problema de la serie es otro, y es algo que viene arrastrando desde hace ya algunas temporadas. Los acontecimientos ocurridos en el crossover habitual de cada temporada, que perfectamente podrían haber permitido reorganizar algunos conceptos narrativos, solo ha servido como elipsis en la trama para darle un nuevo impulso al villano por antonomasia de los kryptonianos, Lex Luthor (interpretado con bastante solvencia por Jon Cryer -serie Dos hombres y medio-).

Dicho de otro modo, la serie sigue sin encontrar un camino propio para progresar en busca de un objetivo. Sí, los personajes, cada uno en su medida, ponen rostro a valores morales y éticos, pero ninguno de ellos termina de encajar correctamente. El arco dramático de cada trama se antoja un poco arbitrario, sin que se nutran unos de otros salvo, tal vez, para ahondar en las diferencias entre la heroína y su mejor amiga, a la vez también su enemiga. Y sí, es un recurso tan válido como cualquier otro, pero el problema es que apenas sí existen consecuencias para todo lo que ocurre en cada episodio. A pesar de las enemistades, de los distanciamientos entre personajes, e incluso los peligros que corren sus vidas, los protagonistas siguen mostrándose igual, sin que se modifique ostensiblemente su personalidad y, por lo tanto, sin que evolucionen. Soy consciente de que estamos hablando de Supergirl, una serie de superhéroes y todo lo que eso conlleva, pero no dar pasos hacia adelante y mantenerse siempre en el mismo punto, sobre el que da vueltas una y otra y otra vez, está llevando a la serie por un sendero peligroso.

Y luego nos encontramos con el modo en que está transformándose la trama, o mejor dicho el tratamiento de la misma. De sus primeros pasos a lo que tenemos ahora ha cambiado radicalmente en su aspecto, no así en el modo de desarrollar las historias. De mujer de acero que salva el mundo con falda, ha pasado a llevar los mismos pantalones que su primo. Y de ser una serie en la que hombres y mujeres comparten cartel, la serie ha pasado a ser una producción eminentemente femenina. Los personajes masculinos, al menos los protagonistas, han ido saliendo de la historia de forma progresiva, algunos sustituidos por otros personajes masculinos pero la mayoría por sus alter ego femeninos. De seguir esta evolución, parece que el siguiente nombre de la lista es el de David Harewood (Agente contrainteligente), marciano que ya tiene una compañera -y posible sustituta- marciana. Como decía, no es una mala apuesta, aunque sí arriesgada. Pero apostar por una producción que ponga de relieve problemas sociales y de integración no va a mejorar las debilidades innatas que tiene la trama.

Poca oscuridad

Supergirl le ocurre algo similar a The Flash, y es que sus personajes apenas tienen diferentes caras dramáticas. Esto provoca que las tramas sean excesivamente lineales, sin conflictos ni retos dramáticos a los que se tengan que enfrentar los héroes. Es cierto que la chica de acero, al igual que Superman, viene a representar los valores más nobles de la Humanidad, pero el hecho de no mostrar demasiados sentimientos humanos negativos (tan solo hacia el final de la temporada parece plantearse algo similar) hace que el rol se distancie cada vez más del espectador. Y no basta únicamente con secuencias de acción bien resueltas o un cierto toque cómico a muchos diálogos. La serie reclama algo más profundo, tal vez no demasiado, pero sí al menos que permita introducir nuevos conceptos dramáticos.

Pero incluso pasando por alto la definición algo arquetípica del personaje al que da vida Melissa Benoist (Día de patriotas), su modelo de personaje no encuentra contrapeso en el resto de protagonistas y de secundarios. Todos los personajes, salvo contadas excepciones, o son héroes o son villanos. O son buenos hasta el límite, o son malos hasta la médula. Esto impide, por definición, lograr una narrativa que enganche al espectador, o al menos que pueda sorprenderle más allá de que el antagonista gane en algunas ocasiones y el grupo de héroes haga lo propio en muchas otras. Esta ausencia de conflicto trata de suplirse con esos conflictos sociales, familiares y personales que protagonizan los secundarios, pero que nunca adquieren el peso que deberían, por lo que al final el interés por la trama va disminuyendo. Es cierto que los protagonistas se enfrentan a retos externos enormes (dioses, otros alienígenas, mentes criminales,…), pero eso no viene acompañado de un conflicto interno. Es más, las pocas ocasiones en las que algo similar se plantea, se soluciona de un modo excesivamente rápido.

Esta quinta temporada, en líneas generales, ahonda en los problemas que la serie viene arrastrando. Con cada capítulo parece ponerse una piedra más en ese camino que no termina de encajar, y en el que lo único positivo que se puede sacar es la presencia de más y más mujeres que representan, cada una en su estilo, la diversidad social que existe hoy en día. Es, sin duda, el mayor valor de una producción que, en lo que a drama y desarrollo argumental se refiere, ha perdido un poco el norte. Lo cierto es que ese abrupto final por la pandemia abre la puerta, como ha ocurrido en otras series, a plantear una siguiente temporada que comience por todo lo alto y que permita, esta vez sí, enderezar algunos de los puntos débiles de la serie. Habrá que ver si eso es posible. Por lo pronto, todo apunta a que terminará creándose una especie de grupo de mujeres -escoltado por unos cuantos hombres- que lucharán contra el mal. Y con esta premisa, las posibilidades son infinitas si se hace correctamente y se plantea con los suficientes conflictos internos que se sumen, y aporten profundidad, a los ya de por sí espectaculares retos externos.

Pero hasta que eso llegue, lo que nos encontramos es que Supergirl se confirma como la producción superheroica con mayor diversidad y más femenina de la televisión. Y la verdad, tal y como suelen plantearse este tipo de ficciones, es un soplo de aire fresco. El problema es que eso no se acompaña con tramas sólidas ni personajes interesantes. Todos los roles son arquetípicos, con fortalezas y debilidades simples y directas, sin que ninguno de ellos presente más de una cara en lo que a personalidad se refiere. Y si lo hace, es algo temporal y como recurso narrativo por necesidades del guión. No existe, por tanto, una evolución de los personajes, entre los que los secundarios, dicho sea de paso, tienen un peso en la narrativa cuanto menos cuestionable, apareciendo y desapareciendo según convenga.

‘Supergirl’ se convierte en el corazón de la diversidad en su 4ª T.


En algún momento, con la reflexión que permite la distancia de los años, se debería abordar en profundidad el trato que la televisión está dando a los superhéroes, sobre todo a ese llamado Arrowverse con personajes de DC Cómics. Porque lo visto en la cuarta temporada de Supergirl es tan interesante en su concepción dramática como fallida en su desarrollo. Y es que los 22 episodios de esta etapa no solo no logran enganchar al espectador, sino que pierden fuerza a medida que entremezcla tramas como si de una amalgama narrativa se tratara.

Pero vayamos por partes. La serie creada por Ali Adler (serie The new normal), Greg Berlanti y Andrew Kreisberg (ambos responsables de ArrowThe Flash) se ha confirmado en esta parte de la historia como el «corazón» de la diversidad en el mundo DC, algo que tendrá su continuidad dentro de poco con la llegada de Batwoman. La serie ha dedicado buena parte de su tiempo, a mi modo de ver con acierto dramático, a explorar los conflictos personales y sociales que aún hoy sigue generando la diversidad sexual. Y digo con acierto porque eso se suma a los conflictos racistas que siempre han estado latentes en el personaje (tanto en este como en Superman) sobre los miedos que genera lo desconocido. De hecho, sus creadores se han esmerado en plantear los alienígenas como una versión fantástica de la inmigración en Estados Unidos, lo que adquiere aún más importancia a tenor de las medidas tomadas desde la Casa Blanca.

En esta cuarta temporada de Supergirl todo eso se agudiza hasta el punto de elevarlo, precisamente, hasta la Casa Blanca, con ese personaje interpretado por Sam Witwer (serie Érase una vez) que se convierte en una suerte de líder de una secta al más puro estilo Ku Klux Klan. Este villano protagoniza buena parte de un arco argumental que comienza de un modo relativamente sólido pero que termina por ser casi una autoparodia. A todo ello se añaden nuevos personajes llamados a quedarse (al menos un tiempo) y que aportan un carácter de diversidad sexual sumamente interesante y reflexivo. De hecho, los autores de la serie no dudan en vincular directamente el odio racial con el odio homofóbico, estableciendo vínculos que van más allá del entretenimiento y la fantasía que ofrece esta ficción.

Esta mayor complejidad emocional de la serie se suma, y encaja bastante bien, a los planteamientos iniciales de la superheroína, que la verdad es que no han cambiado prácticamente nada desde la primera temporada. Los secundarios siguen llenando un cierto vacío de la protagonista, cuya dualidad entre su identidad secreta y su figura de Supergirl sigue siendo el motor de la serie, alcanzando en esta ocasión cotas mucho mayores de lo visto hasta ahora. Se puede decir que la cuarta etapa lleva todos los planteamientos iniciales a límites mucho mayores, obligando al espectador a plantearse muchas cuestiones al tiempo que es capaz de distraer durante los tres cuartos de hora que dura cada episodio aproximadamente. El problema está en el formato elegido, en cómo han vestido todo este trasfondo dramático y emocional. Y sobre todo en cómo han desarrollado los arcos dramáticos de cada personaje y cómo han planteado la sucesión de tramas secundarias.

Rusos y fascistas

Y es un gran problema, porque la sensación final que deja la cuarta temporada de Supergirl es la de una serie para adolescentes muy blanca, con pocas luces y sombras, en la que los buenos son muy buenos y los malos son muy malos, sin sacrificios, dudas o errores de por medio. Esto, desde un punto de vista cinematográfico, hace que la serie sea completamente plana, sin giros argumentales de relevancia ni conflictos dramáticos atractivos. Y lo que es peor, diluye en buena medida el mensaje de tolerancia que plantea desde un inicio, reduciéndolo a un mero complemento para las aventuras de la Chica de Acero que, por cierto, abandona la idea de estar a la sombra de Superman para, directamente, convertirse en él, asumiendo de paso a sus villanos.

De aquí se deriva, en cierto modo, el otro gran problema de la historia. La entrada en escena de Lex Luthor (serie Dos hombres y medio), aunque atractiva por lo que aporta el personaje, deja de lado buena parte de lo construido hasta ese momento. Mejor o peor, la serie se había enfocado hacia la intolerancia y el fascismo. La presencia del archienemigo de Superman, aunque bien integrada en el conjunto de la trama, absorbe absolutamente todos los elementos anteriores de la trama, fagocitándolos en su propio beneficio para narrar algo totalmente diferente. Algo que no tiene que ser necesariamente negativo si no fuera porque, en lugar de buscar un desarrollo más o menos coherente, se opta por la vía rusa, esa Hija Roja cuyo recorrido es más bien corto y una suerte de plan maquiavélico que, de rebuscado, no termina de ser creíble.

Las tramas secundarias, además, no acaban de encajar demasiado bien. No tanto en el desarrollo de la temporada, donde sí se integran bastante bien unas con otras, sino en el impacto que pueden tener a futuro en los personajes. Da la sensación de que todo el periplo dramático que viven los secundarios es única y exclusivamente una excusa para desarrollar otros conceptos, sin que luego existan verdaderas consecuencias sobre ellos. Esto, evidentemente, no se sabrá hasta que avance la serie en las siguientes temporadas, donde posiblemente se recuperen algunos de los conflictos que se han quedado sin resolver en esta etapa, pero en cualquier caso poner a cualquier personaje ante un desafío externo (o interno) y que después de superarlo no se vea ninguna evolución dramática siempre es un fallo narrativo importante.

La cuarta temporada de Supergirl, por tanto, se revela como un producto incompleto. Por un lado, se consolida como la ficción más diversa de este universo televisivo. Racismo, homofobia, xenofobia, … son conceptos subyacentes a la fantasía, los efectos especiales y las aventuras superheróicaso. Y en este sentido es digno de alabar el esfuerzo de sus creadores por integrar todas estas historias bajo un mismo paraguas. Pero estos 22 capítulos adolecen de falta de ritmo narrativo. Ni las historias secundarias logran tener entidad propia, ni la historia principal del personaje interpretado por Melissa Benoist (Día de patriotas) resulta lo suficientemente atractiva, lastrada por un exceso de formalidad y una falta de complejidad dramática del personaje. Esto deriva en una serie sumamente lineal en la que los episodios, cargados de dinamismo, se suceden y se consumen tan rápido como se olvidan.

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