Por el título de este texto, la serie Andor puede parecer una suerte de amalgama innecesaria para alargar un universo, el de Star Wars, y una saga en concreto, la de el clan Skywalker. Sin embargo, solo hace falta ver un par de episodios de la primera temporada para comprender que no solo estamos ante un producto independiente y único, sino que tiene un regusto al mejor cine clásico y, más específicamente, a los mejores momentos de aquello que creó George Lucas hace ya tantos años.
Y dado que no queda mucho para la segunda etapa, vamos a analizar qué significan los primeros 12 episodios de esta historia sobre Cassian Andor y sus primeros pasos en La Rebelión. En realidad, la historia del protagonista, al que da vida de forma espléndida Diego Luna (que retoma así el personaje que ya interpretó en Rogue One), es casi lo menos interesante de una trama compleja, con muchos matices y muchos personajes secundarios que contribuyen a construir todo un entorno simplemente brillante. Tony Gilroy (El legado de Bourne), su creador, se afana en dar relevancia a prácticamente cada mirada, cada gesto y cada palabra de los personajes para ir dando pinceladas al espectador sobre lo que realmente está ocurriendo en pantalla. Y por supuesto, es mucho más de lo que aparentemente parece.
Porque Andor es, en realidad, la historia de cómo se construyen las rebeliones y cómo se gestan las caídas de los imperios. Cinematográficamente hablando, siempre es muy atractivo ver a un grupo de personajes sin nada que perder y muy pocos recursos enfrentarse a todo un imperio cargado de armamento, fuerza y poder. David contra Goliath. Una historia tan antigua como la Humanidad. Sin embargo, esta primera temporada escarba sobre esa superficie para mostrar qué hay detrás de todo eso: una clase social alta que financia y es capaz de urdir los planes más complejos para derrocar un sistema que les amenaza y con el que no se sienten cómodos a pesar de que no les perjudica directamente. Una suerte de conciencia de clase transversal. Y esto es lo verdaderamente interesante de la serie, que no escatima, por otro lado, en efectos y espectacularidad.
Pero antes de entrar en este último aspecto, ahondemos un poco más en la intriga que impulsa toda la trama de esta serie. Sobre todo la que sostienen sobre sus hombros dos grandísimos actores como Stellan Skarsgård (Dune: Parte dos) y Genevieve O’Reilly (Años de sequía), quienes crean, casi en solitario, toda una intriga que sobrevuela el resto de acontecimientos, y que toma protagonismo por derecho propio en muchos momentos de la temporada. Si bien es cierto que es un arco narrativo secundario, su impacto en el resto de historias es tal que, en no pocas ocasiones, termina siendo protagonista, y eso se debe, en buena medida, a la construcción dramática durante cada episodio. Las secuencias dedicadas a esta conspiración elitista se introducen de forma precisa entre el resto de historias a modo de paraguas para todas las demás, llegando a ser, por tanto, algo más que un conector entre ellas.
Una Rebelión incipiente
La sutileza de esta línea argumental contrasta con la brutalidad y el dinamismo del resto de tramas que componen la primera temporada de Andor. Y sobre todo, contrasta también con la variedad de escenarios en los que transcurren esas historias. De hecho, se podría decir que las intrigas palaciegas están muy alejadas del espíritu Star Wars, lo cual no implica, ni mucho menos, que no sienten bien a la producción. Pero centrémonos en esas otras historias dentro de la serie, comenzando por la del protagonista. Más allá de la buena labor de Diego Luna, lo interesante es, como suele ocurrir en estos casos, la evolución de su personaje a lo largo de los capítulos. Curiosamente, tal vez lo más atractivo sea que, a pesar de que crece y cambia, sigue manteniendo una importante esencia de sus orígenes, lo que genera situaciones que, en otras circunstancias, no se habrían producido.
En realidad, es lo que debería ser el crecimiento de cualquier personaje en cualquier historia: una transformación que no le haga perder su esencia. En todo el universo Star Wars estamos tan acostumbrados a no ver eso (cuando un personaje cambia, lo hace con todas las consecuencias) que cuando aparece resulta extraño. Pero tal vez por el modo en que se construye este cambio, a base de secuencias y situaciones complejas que evidencian la injusticia de una sociedad oprimida por el Imperio, este tipo de transformación parcial se vuelve más creíble. Algo parecido pasa con el personaje de Kyle Soller (serie Poldark), cuya realidad final no termina siendo la que esperaba. Se pueden entender como las dos caras de una misma moneda, y esto es algo muy interesante en tanto en cuanto sus evoluciones, a pesar de ser en entornos diferentes, discurren de forma paralela (ambos terminan, por ejemplo, en dos tipos muy diferentes de cárceles).
A esto se unen, por supuesto, unas espectaculares secuencias de acción y, sobre todo, un contexto narrativo vinculado a ese universo cinematográfico. A diferencia de The Mandalorian, por ejemplo, la trama bebe mucho de lo que ocurre en las películas. Tanto es así que son varios los personajes de las mismas que tienen su aparición en esta serie. Pero sobre todo, es la construcción de La Rebelión lo que resulta sumamente atractivo en tanto en cuanto el espectador asiste a las disputas, los altibajos, las dudas y las actuaciones de esos primeros rebeldes… tanto los que tienen poder adquisitivo como los que arriesgan sus vidas. Este doble nivel y esta doble mirada aporta al conjunto una mayor complejidad, pero sobre todo permite a sus creadores crear una narrativa fluida que se apoya en una y otra línea argumental para manejar el ritmo de los episodios.
Con esto, la primera temporada de Andor se revela como una buena producción de Star Wars. Más al nivel de la otra gran serie ya citada que de producciones algo más mediocres (tanto de cine como de televisión). Y no es porque la historia tenga vínculos con los mejores momentos de la saga cinematográfica, sino porque la trama, aun naciendo de donde nace, sabe tener vida propia gracias, sobre todo, a un protagonista y unos secundarios principales que tienen entidad, que son capaces de desarrollar un mínimo de profundidad emocional, que se enfrentan a dilemas éticos y morales mientras tratan de luchar por sus ideales. Este tipo de trasfondo es lo que da a esta primera etapa el sello personal que tiene, más allá de la acción y la espectacularidad que desarrolla. Una gran serie que se disfruta más conociendo el resto de historias, pero que sin duda puede admirarse de forma autónoma.