‘Civil War’: el horror de la guerra a las puertas de casa


Kirsten Dunst, Wagner Moura, Stephen McKinley Henderson y Cailee Spaeny recorren Estados Unidos en 'Civil War'

Alex Garland (Ex_Machina) apenas tiene cuatro películas en su filmografía, pero ya ha demostrado que es uno de los directores más interesantes de la nueva hornada de talento que está dando el cine. Da igual que sean grandes producciones o historias más pequeñas. Da igual que sea una cinta de terror o un drama de corte fantástico. Se mueve como pez en el agua con un lenguaje capaz de exprimir todas las posibilidades de su historia. Y su cuarto film es otra prueba más.

Porque Civil War es cine con mayúsculas. Cine que juega con una premisa totalmente ficticia para mostrar la sociedad y el mundo tal y como es, haciéndolo si cabe aún más desagradable para una audiencia insensibilizada con los conflictos bélicos que se desarrollan a miles de kilómetros y que vemos a través de una pantalla. Algo así como ese pueblecito por el que pasan los protagonistas y en el que todo parece normal en medio de la guerra civil que narra el film. Con una apuesta visual tan sobria como inquietante, y con un punto de vista algo diferente al que solemos ver en temáticas de este tipo, Garland plantea un viaje físico y emocional que no deja indiferente.

Y para que el espectador se involucre de lleno en la historia no necesita explicar demasiado, tan solo lo justo para sentar las bases del conflicto que se narra (los motivos de esa guerra apenas duran dos líneas de diálogo) y presentar unos personajes marcados por todo el horror que han visto allá donde han estado. Posiblemente una de las mejores cosas que tenga el film, además de un final tan impactante como angustioso, es precisamente el viaje interno de cada uno de los protagonistas, complementarios entre sí para dar una imagen global de cómo la guerra transforma al ser humano, sacando lo peor de él pero también la valentía que muchas veces parece que no tenemos.

Cualquier película que juega con una realidad alternativa o un futuro distópico es en realidad un ejercicio de reflejo social de lo que ocurre a nuestro alrededor. Y Civil War no es una excepción, con el añadido de que adquiere una dimensión mucho más minimalista e intimista en manos del director. Nos encontramos, por tanto, con una película aparentemente comercial que en realidad se vuelca con unos personajes ávidos de la adrenalina de la guerra, de conseguir un titular en medio del caos que recorre Estados Unidos. Una película que reflexiona sobre la naturaleza humana, sobre cómo reaccionamos al horror y cómo somos capaces de aislarnos de lo que ocurre para llevar a cabo un trabajo, incluso aunque eso suponga ver cómo muere todo un país.

Nota: 8/10

1ª T. de ‘Andor’, precuela de una película puente con sabor a clásico


Diego Luna ayuda a Stellan Starsgård a plantar cara al Imperio en la primera temporada de 'Andor'

Por el título de este texto, la serie Andor puede parecer una suerte de amalgama innecesaria para alargar un universo, el de Star Wars, y una saga en concreto, la de el clan Skywalker. Sin embargo, solo hace falta ver un par de episodios de la primera temporada para comprender que no solo estamos ante un producto independiente y único, sino que tiene un regusto al mejor cine clásico y, más específicamente, a los mejores momentos de aquello que creó George Lucas hace ya tantos años.

Y dado que no queda mucho para la segunda etapa, vamos a analizar qué significan los primeros 12 episodios de esta historia sobre Cassian Andor y sus primeros pasos en La Rebelión. En realidad, la historia del protagonista, al que da vida de forma espléndida Diego Luna (que retoma así el personaje que ya interpretó en Rogue One), es casi lo menos interesante de una trama compleja, con muchos matices y muchos personajes secundarios que contribuyen a construir todo un entorno simplemente brillante. Tony Gilroy (El legado de Bourne), su creador, se afana en dar relevancia a prácticamente cada mirada, cada gesto y cada palabra de los personajes para ir dando pinceladas al espectador sobre lo que realmente está ocurriendo en pantalla. Y por supuesto, es mucho más de lo que aparentemente parece.

Porque Andor es, en realidad, la historia de cómo se construyen las rebeliones y cómo se gestan las caídas de los imperios. Cinematográficamente hablando, siempre es muy atractivo ver a un grupo de personajes sin nada que perder y muy pocos recursos enfrentarse a todo un imperio cargado de armamento, fuerza y poder. David contra Goliath. Una historia tan antigua como la Humanidad. Sin embargo, esta primera temporada escarba sobre esa superficie para mostrar qué hay detrás de todo eso: una clase social alta que financia y es capaz de urdir los planes más complejos para derrocar un sistema que les amenaza y con el que no se sienten cómodos a pesar de que no les perjudica directamente. Una suerte de conciencia de clase transversal. Y esto es lo verdaderamente interesante de la serie, que no escatima, por otro lado, en efectos y espectacularidad.

Pero antes de entrar en este último aspecto, ahondemos un poco más en la intriga que impulsa toda la trama de esta serie. Sobre todo la que sostienen sobre sus hombros dos grandísimos actores como Stellan Skarsgård (Dune: Parte dos) y Genevieve O’Reilly (Años de sequía), quienes crean, casi en solitario, toda una intriga que sobrevuela el resto de acontecimientos, y que toma protagonismo por derecho propio en muchos momentos de la temporada. Si bien es cierto que es un arco narrativo secundario, su impacto en el resto de historias es tal que, en no pocas ocasiones, termina siendo protagonista, y eso se debe, en buena medida, a la construcción dramática durante cada episodio. Las secuencias dedicadas a esta conspiración elitista se introducen de forma precisa entre el resto de historias a modo de paraguas para todas las demás, llegando a ser, por tanto, algo más que un conector entre ellas.

Stellan Skarsgård y Genevieve O'Reilly conspiran contra el Imperio en la primera temporada de 'Andor'

Una Rebelión incipiente

La sutileza de esta línea argumental contrasta con la brutalidad y el dinamismo del resto de tramas que componen la primera temporada de Andor. Y sobre todo, contrasta también con la variedad de escenarios en los que transcurren esas historias. De hecho, se podría decir que las intrigas palaciegas están muy alejadas del espíritu Star Wars, lo cual no implica, ni mucho menos, que no sienten bien a la producción. Pero centrémonos en esas otras historias dentro de la serie, comenzando por la del protagonista. Más allá de la buena labor de Diego Luna, lo interesante es, como suele ocurrir en estos casos, la evolución de su personaje a lo largo de los capítulos. Curiosamente, tal vez lo más atractivo sea que, a pesar de que crece y cambia, sigue manteniendo una importante esencia de sus orígenes, lo que genera situaciones que, en otras circunstancias, no se habrían producido.

En realidad, es lo que debería ser el crecimiento de cualquier personaje en cualquier historia: una transformación que no le haga perder su esencia. En todo el universo Star Wars estamos tan acostumbrados a no ver eso (cuando un personaje cambia, lo hace con todas las consecuencias) que cuando aparece resulta extraño. Pero tal vez por el modo en que se construye este cambio, a base de secuencias y situaciones complejas que evidencian la injusticia de una sociedad oprimida por el Imperio, este tipo de transformación parcial se vuelve más creíble. Algo parecido pasa con el personaje de Kyle Soller (serie Poldark), cuya realidad final no termina siendo la que esperaba. Se pueden entender como las dos caras de una misma moneda, y esto es algo muy interesante en tanto en cuanto sus evoluciones, a pesar de ser en entornos diferentes, discurren de forma paralela (ambos terminan, por ejemplo, en dos tipos muy diferentes de cárceles).

A esto se unen, por supuesto, unas espectaculares secuencias de acción y, sobre todo, un contexto narrativo vinculado a ese universo cinematográfico. A diferencia de The Mandalorian, por ejemplo, la trama bebe mucho de lo que ocurre en las películas. Tanto es así que son varios los personajes de las mismas que tienen su aparición en esta serie. Pero sobre todo, es la construcción de La Rebelión lo que resulta sumamente atractivo en tanto en cuanto el espectador asiste a las disputas, los altibajos, las dudas y las actuaciones de esos primeros rebeldes… tanto los que tienen poder adquisitivo como los que arriesgan sus vidas. Este doble nivel y esta doble mirada aporta al conjunto una mayor complejidad, pero sobre todo permite a sus creadores crear una narrativa fluida que se apoya en una y otra línea argumental para manejar el ritmo de los episodios.

Con esto, la primera temporada de Andor se revela como una buena producción de Star Wars. Más al nivel de la otra gran serie ya citada que de producciones algo más mediocres (tanto de cine como de televisión). Y no es porque la historia tenga vínculos con los mejores momentos de la saga cinematográfica, sino porque la trama, aun naciendo de donde nace, sabe tener vida propia gracias, sobre todo, a un protagonista y unos secundarios principales que tienen entidad, que son capaces de desarrollar un mínimo de profundidad emocional, que se enfrentan a dilemas éticos y morales mientras tratan de luchar por sus ideales. Este tipo de trasfondo es lo que da a esta primera etapa el sello personal que tiene, más allá de la acción y la espectacularidad que desarrolla. Una gran serie que se disfruta más conociendo el resto de historias, pero que sin duda puede admirarse de forma autónoma.

‘Pequeñas cartas indiscretas’: insultos liberadores


Olivia Colman y Jessie Buckley se enfrentan en 'Pequeñas cartas indiscretas'

La comedia británica tiene un sello inconfundible. Y a diferencia del género en otros países, no necesita recurrir al absurdo, el humor zafio o una improvisación que tiende al aburrimiento. Simplemente, se atiene a un guion bien elaborado, unos actores que conocen su oficio y algún que otro gag irónico. ¡Ah! Y un trasfondo que siempre invita a la reflexión sobre los valores sociales.

Todo eso es lo que se encuentra en Pequeñas cartas indiscretas, una obra que tal vez no arranca una sonora carcajada, pero siempre mantiene la sonrisa en el rostro del espectador y, sobre todo, ofrece una curiosa reinterpretación del llamado giro argumental. De hecho, en un primer momento puede considerarse como un error narrativo, pero una lectura más profunda obliga a mirar con otros ojos. Y me explico. El film juega desde el principio con una suerte de intriga sobre la autoría de unas desagradables cartas en una puritana sociedad británica. Sin embargo, el responsable se descubre hacia la mitad del metraje. El resto, si bien es cierto que adolece de un ritmo algo menos interesante, se convierte en una especie de aventura por «pillar» con las manos en la masa al responsable. Y esto, aunque pueda parecer un fallo de guion, en realidad obliga al espectador a analizar lo que ve con otra mirada.

Una mirada que, necesariamente, pasa por la reflexión sobre los efectos que puede tener un excesivo puritanismo, las mentiras y la represión social en los personajes protagonistas, sobre todo en las dos mujeres enfrentadas en esta trama e interpretadas por dos extraordinarias actrices como Olivia Colman (Wonka) y Jessie Buckley (Men). Son ellas las que hacen crecer la película más allá, incluso, del propio guion, aportando a sus personajes unas miradas y un trasfondo humano, social y moral muy complejo. En realidad, ninguna de las dos está libre de mácula, ni la que es devota ni la que vive su vida de una forma más desinhibida. Y precisamente su aparente contraste y cómo sus caminos, poco a poco, tienden a ser más parecidos de lo que podría parecer es lo que termina por dar sentido a un film que evoluciona para demostrar que el contenido de las cartas que dan nombre al film, lejos de ser un ataque vejatorio, es más bien un grito de auxilio ante una situación insostenible.

Desde luego, Pequeñas cartas indiscretas podría haber sido mucho mejor. Visualmente hablando ofrece poco al espectador. Su fotografía es más bien sobria y su puesta en escena no explota demasiado algunos recursos que ofrece la historia. Y su ritmo decae en algunos momentos, sobre todo porque al espectador se le dan todos los ingredientes y un final más que previsible. Pero eso, en realidad, importa relativamente poco (aunque importa, claro). Con unos actores extraordinarios y una trama que camina entre el suspense inicial, el espionaje final y el humor que planea durante todo el metraje, la historia es más bien un recorrido para reflexionar, para pensar sobre los límites del puritanismo y del conservadurismo más absurdo, pero también sobre lo que muchas veces se esconde detrás de una actitud más abierta.

Nota: 7/10

1ª T. de ‘Miércoles’, intriga adolescente en el mundo de los Addams


Jenna Ortega da vida a 'Miércoles' en la primera temporada

El año que viene, si nada lo impide, tendrá lugar el regreso de Miércoles, una de las series del año pasado. Me considero admirador de ‘La familia Addams’ y del espíritu transgresor de esta familia «diferente», por lo que, al ver el espíritu adolescente de esta producción de Netflix, tuve ciertas reticencias. Pero lo cierto es que, con sus pros y sus contras, es una de las producciones más originales de los últimos meses.

No cabe duda de que en eso ha tenido mucho que ver una de las mentes creativas de esta ficción, Tim Burton (Eduardo Manostijeras), cuya puesta en escena y el diseño de personajes y decorados impacta completamente en el desarrollo de la trama y en el estilo visual de la producción. Su mano aporta a esta historia el elemento diferenciador con respecto a otras producciones similares de los últimos años, y que también combina adolescentes, misterio y algo de romance. Pero no es lo único original de esta serie creada por Alfred Gough y Miles Millar (autores del guion de Spider-Man 2), quienes logran aunar en una única historia de 8 episodios diferentes líneas argumentales que terminan por converger en una trama mucho más rica y matizada de lo que podría parecer a primera vista.

Sin entrar en detalles sobre el argumento, por si alguien a estas alturas todavía no ha visto Miércoles, esta primera temporada se introduce de forma progresiva en un mundo lleno de criaturas, en el que humanos y monstruos conviven de forma más o menos equilibrada, y en el que la protagonista, a la que da vida de forma magistral Jenna Ortega (Scream VI), se mueve primero por obligación y luego por motivación. Esta evolución del personaje sin que aparentemente cambie nada en su personalidad es, sin duda, uno de los atractivos más interesantes de la evolución dramática, y uno de los equilibrios más difíciles de la ficción, toda vez que se debe mantener esa impasibilidad emocional a medida que se van descubriendo nuevos secretos que afectan de un modo más o menos directo al desarrollo de la protagonista.

Lo cierto es que la serie, en estos primeros episodios, se construye de forma orgánica y progresiva en un crescendo dramático e intrigante. Más allá de que las motivaciones sean las que son, y que los problemas de los adolescentes están ya muy manidos, la serie es capaz de consolidarse en pilares narrativos sólidos que van más allá de ese universo adolescente-monstruoso en el que se desarrolla. Aspectos como los secretos de la familia Addams, la juventud de sus padres, los crímenes, el odio al diferente y las motivaciones que se esconden tras ellos, o los conflictos internos de los adolescentes traducidos a problemas, por ejemplo, de licantropía, no hacen sino ofrecer al espectador algo más que una simple serie sobre adolescentes de hormonas alteradas y objetivos inmediatos.

Emma Myers y Jenna Ortega, diferentes y grandes amigas en la primera temporada de 'Miércoles'

¿Addams o no Addams?

Bajo este prisma, y a pesar de que el trasfondo de Miércoles sigue siendo el de una serie adolescente para adolescentes, la ficción logra desquitarse un poco de esa carga y revelar algo más. Tal vez no mucho, pero sí lo suficiente para mostrarse más original que otras producciones similares. La pregunta que cabe hacerse es si esta apuesta hace que se pierda o se mantenga el espíritu de los Addams. Hasta cierto punto se mantiene, pero lo cierto es que se pierde mucho por el camino. Tal vez demasiado. Una de las cosas más atractivas de las historias de los Addams son sus excéntricas tradiciones, su particular y tétrica forma de entender la vida, algo a lo que contribuyen principalmente Gómez y Morticia, los padres de Miércoles que apenas tienen una presencia testimonial (aunque imprescindible) en la serie, con los rasgos de Luis Guzmán (Asalto al tren Pelham 1 2 3) y Catherine Zeta-Jones (Efectos secundarios).

Esto implica que la serie pierde bastante esencia de lo que representan los personajes originales, convirtiendo a Miércoles en una especie de investigadora privada paranormal cuando, en realidad, el papel está bastante alejado de este concepto en su idea original. Y con esto en mente, es evidente que esta producción deja mucho que desear, pero la realidad es que en ningún momento pretende serlo. Al igual que ocurre con otras ficciones sobre conocidos personajes de la cultura popular occidental, esta primera temporada solo aprovecha algunos aspectos que le interesan de la iconografía del personaje (su palidez, la ropa oscura, el rictus recto…) para transformarla en algo diferente e introducirla en un ambiente completamente distinto, nuevo, lleno de criaturas con las que poder desarrollar líneas argumentales en un futuro no demasiado lejano.

Ahora bien, como en cualquier serie que se precie, lo relevante no es únicamente el papel protagonista. Si esta trama en torno a Miércoles Addams ha tenido el éxito que ha tenido se debe también a secundarios como el que interpreta Emma Myers (La chica en el sótano), la amiga/compañera de cuarto que no solo es un contrapunto en lo que a personalidad se refiere, sino también en el apartado visual. La relación entre ambas, con un tira y afloja constante, compone un arco narrativo que termina por ser una especie de base emocional de la serie, sobre la que poder narrar tanto la parte de suspense como la romántica, además de permitir un desarrollo más interesante de este personaje secundario con una línea argumental propia que explora el racismo, la xenofobia y el dolor del primer amor. Y por supuesto, a esto se suman colaboraciones como la de la propia Christina Ricci, que en su infancia fue el rostro de Miércoles que todos tenemos en mente.

Todo ello aporta a Miércoles un toque original, no tanto en su historia (bastante tópica en muchos aspectos) como en el modo de afrontarla. La capacidad de la trama para mezclar pasado y presente, monstruos y humanos, color y oscuridad, permite a sus creadores, con Burton como principal exponente, establecer un relato ágil, fresco, dinámico y cargado de referentes, algunos más evidentes que otros. La primera temporada irrumpe de lleno en el panorama televisivo para convertirse en un producto diferente hoy en día. La cuestión es si será capaz de mantener esta originalidad y no caer en la complacencia de los gustos adolescentes, despreciando el resto de alicientes puramente fantásticos. Habrá que esperar unos meses todavía.

‘Misterio en Venecia’: intriga con clase


Tina Fey y Kenneth Branagh se verán envueltos en un 'Misterio en Venecia'

Tras su paso por las obras de Shakespeare, Kenneth Branagh (Belfast) se está dedicando a llevar a la gran pantalla los misterios de Agatha Christie. Y más allá de los argumentos, que pueden resultar más o menos interesantes, lo que está claro es que el actor y director británico es uno de los autores más interesantes y elegantes del cine. Su última incursión en la obra de la escritora es, posiblemente, la mejor prueba de las tres películas que ha rodado llevando sus libros a la gran pantalla.

Y no porque Asesinato en el Orient Express (2017) o Muerte en el Nilo (2022) no sean visualmente una obra de arte, sino porque en Misterio en Belfast, Branagh aprovecha la propia estética del decrépito caserón veneciano para introducir al espectador en un relato que adereza el suspense con pequeñas gotas de terror. Y lo hace casi desde el principio gracias a una planificación y un lenguaje audiovisual con aberraciones formales buscadas, desde planos descompensados con los personajes en los extremos, hasta composiciones que buscan posiciones de cámara poco habituales como casi cenitales, casi nadires, planos aberrantes u ojos de pez. Todo ello no solo saca el máximo partido al lúgubre escenario, si no que sitúa al espectador en una predisposición emocional a introducirse en el mundo de fantasmas que cuenta el relato.

Esto permite a Branagh, como si de un mago se tratara, distraer la atención del crimen, las envidias y los objetivos personajes de cada uno de los personajes, que al fin y al cabo es la base de todas las novelas de la autora. Base, por cierto, que no ha terminado de envejecer demasiado bien una ve que la sociedad ha decidido buscar una intriga y una elaboración algo más compleja. Dicho de otro modo, sin ese componente esotérico y sin la dirección de Branagh y su apuesta visual, posiblemente la cinta sería un ‘whodunit’ al uso, con el único aliciente del hermoso escenario veneciano y unos actores de primer nivel. Así, a pesar de que el desarrollo de la historia es bastante previsible (sobre todo si se conocen unas cuantas historias de este tipo), la trama introduce una serie de elementos secundarios que la hacen más atractiva, más compleja y más lúgubre.

Tal vez sea porque en el cine no es tan conocida como otras adaptaciones de Christie, o tal vez sea por la labor de Kenneth Branagh como director y protagonista, pero lo cierto es que Misterio en Venecia es un film notable, fascinante, sorprendente por momentos y elegante en cada uno de sus planos. Como director, Branagh aprovecha el elemento fantasmagórico para construir un relato a medio camino entre la intriga policíaca y el misterio del más allá, mezclando realismo y ficción en una investigación que, sin eso, sería algo mediocre. El uso de las sombras, de los efectos ópticos, la planificación, la iluminación de los personajes… todo está pensado para que el espectador comparta el viaje del héroe y las dudas que le asaltan entre lo que es real y lo que está provocando su mente. Afortunadamente, es ese viaje el que termina por imponerse en el relato, haciendo de esta una película diferente de las habituales del género y, con diferencia, la mejor de las tres que ha dirigido el artista británico.

Nota: 7/10

1ª T. de ‘La casa del dragón’, algo más que una precuela de un referente televisivo


Emily Carey y Milly Alcock, dos amigas que terminarán enfrentadas en la primera temporada de 'La casa del dragón'

Cada vez que me acerco a un spin-off o una precuela de una película o una serie lo hago con mucho recelo. No es habitual que el resultado de la nueva historia sea bueno, no digamos ya que esté a la altura del original. Hay casos, pocos, en los que esto no es así, y el de La casa del dragón es uno de ellos. Y eso hace que sea incluso más interesante de lo que a primera vista podría resultar. La primera temporada de esta especie de precuela de Juego de tronos (por aquello de que algunos personajes son antepasados muy pasados de los protagonistas de la serie original), de 10 capítulos, es una de esas composiciones dramáticas que dejan sin aliento. Como a estas alturas presumo que la mayoría habrá visto una etapa que terminó en noviembre de 2022, vamos a ir directamente a lo que la hace estar entre lo mejor que se ha producido recientemente.

No voy a entrar en su trama ni en sus intrigas, sino más bien en aquellos elementos que la convierten en una más que digna producción. Y todos ellos pasan, no por casualidad, por haber concebido esta nueva serie creada por Ryan J. Condal (guionista de Proyecto Rampage) y el autor de las novelas, George R.R. Martin, como una historia independiente, ajena por completo a lo que el espectador ya conocía pero, al mismo tiempo, con los suficientes elementos reconocibles como para que el efecto fan se desarrolle en todo su esplendor. Dicho de otro modo, alguien que no haya visto Juego de tronos puede disfrutar con esta nueva ficción tanto o más que aquel que conozca todos los detalles de las casas dinásticas que se disputan el trono de hierro. Esta importante independencia permite una serie de elementos muy importantes para construir la trama.

El primero de ellos es el modo en que se plantea el suspense. Es cierto que en La casa del dragón siguen existiendo intrigas familiares y luchas de clanes, pero la historia se centra sobremanera en una de ellas, lo que no solo permite acotar los acontecimientos, sino que hace mucho más sencillo el seguimiento de las diferentes tramas secundarias que se mezclan a lo largo de los episodios. En este sentido, al restar relevancia al resto de familias, la construcción dramática que realizan sus creadores se consolida sobre pilares mucho más sólidos, permitiendo a su vez un desarrollo de los personajes más profundo que es capaz de ahondar en matices de los conflictos personales. Al igual que ocurriera en la serie original, esto no resta relevancia a la espectacularidad de la puesta en escena y de esos dragones que harán las delicias de los fans, más bien al contrario. Y sobre todo, permite al espectador afrontar un hito importante en la temporada: el salto temporal que se produce a mitad de la misma.

Digo esto porque muchos personajes cambian de actor, ubicación y rango, lo que podría generar cierta confusión en el caso de estar ante muchas líneas argumentales secundarias independientes. Sin embargo, Condal y Martin componen un entramado más bien clásico, centrado en el conflicto entre dos mujeres y con un puñado de secundarios fijos en torno a ellas. En cierto modo, esta primera etapa se asemeja más a la construcción arquetípica de cualquier historia (una trama principal rodeada de varias secundarias que se nutren entre sí de forma orgánica) que a un planteamiento coral en el que cada personaje tiene una historia propia e independiente de lo que ocurre en la principal. No es cuestión de que sea mejor o peor, pero sí creo que, para los acontecimientos que se cuentan, resulta mucho más adecuada esta estructura.

Matt Smith y Emma D'Arcy lucharán por su legado en la primera temporada de 'La casa del dragón'

Una familia, muchas intrigas

Quizá uno de los mayores aciertos de La casa del dragón es que, a pesar de centrarse en una única familia, logra ampliar la mirada en diferentes direcciones para construir una intriga a la altura de la historia original. Y esto lo hace gracias a la fuerza de unos personajes simplemente brillantes y complejos, con diferentes caras que se van desvelando a medida que avanza la historia. Algunos de ellos pasan de héroes a villanos, otros hacen el recorrido inverso, y otros sencillamente van mostrando sus cartas poco a poco hasta desvelar lo que el espectador intuye casi desde el principio. Esto crea un interesante mapa de personalidades que, a través de sus sinergias naturales y sus contrapesos, construyen una intriga en torno, cómo no, a ese trono de hierro que genera, dicho sea de paso, una de las evoluciones más dramáticas de un personaje, contribuyendo a una dolorosa muerte por enfermedad.

La derivada más interesante de esto es, en pocas palabras, que se puede crear mucho con muy poco. Sí, es cierto que tenemos la presencia de dragones y todos los efectos digitales que eso conlleva, pero más allá de eso, la trama transcurre en un puñado de escenarios (muchos menos que Juego de tronos), lo que contribuye aún más a acotar las intrigas palaciegas y a controlar la incorporación de nuevos personajes, creando el tablero de ajedrez en el que se termina convirtiendo la serie de forma progresiva (otra gran diferencia con la serie original), lo que a su vez permite al espectador avanzar conforme lo hacen los personajes y crear una mayor complicidad con ellos, amén de asumir de forma más natural su evolución y su crecimiento personal conforme se van desarrollando los acontecimientos.

El problema de la serie, o su acierto (según se mire) es que nunca es posible encariñarse demasiado con un personaje. No solo porque es más fácil que mueran a que se mantengan con vida, sino por los saltos temporales que se producen. Habrá que esperar a ver cómo evoluciona la segunda temporada, pero con semejantes lapsos de tiempo es posible que la historia avance a pasos agigantados, lo que va a obligar a concentrar mucho, muchísimo, el desarrollo de los diferentes arcos dramáticos. Es un poco lo contrario a lo que le ocurría a la serie original, y va a requerir de una estructura mucho más elaborada para mantener todo lo que está por venir de una forma más o menos coherente. Dicho de otro modo, las temporadas se van a ver obligadas a presentar nuevos conflictos que se mantengan en el tiempo durante generaciones, o encontrar la manera de prolongar las intrigas personales ya existentes de padres a hijos y nietos.

Pero eso ya es algo que habrá que dejar para sucesivas etapas. Por lo pronto, la primera temporada de La casa del dragón es un espectáculo a la altura de Juego de tronos, con el aliciente de ver más dragones. Una intriga palaciega con una estructura algo diferente a la serie original pero al mismo tiempo similar, volviendo a dar prioridad a unos personajes complejos y atractivos (interpretados por unos actores simplemente brillantes) antes que a la espectacularidad de los efectos especiales, pero dando rienda suelta al apartado visual siempre que es necesario. Un difícil equilibrio que Juego de tronos no siempre supo mantener al mismo nivel y que, esperemos en esta nueva ficción medieval fantástica pueda durar varios años.

‘Poker Face’: sin estrategia previa


Russell Crowe escribe, dirige y protagoniza 'Poker Face'.

Hay películas que parecen no tener un guion. En algunos casos para bien y en otros para mal. Y hay obras en las que se nota mucho la labor del guionista. También para bien y para mal. Y lo último de Russell Crowe (El maestro del agua) como director, guionista y actor tiene mucho de esto último. El guion se nota demasiado… pero no precisamente para bien.

Fundamentalmente, en la estructura narrativa. Poker Face se plantea con una narrativa lineal en todos sus sentidos, tanto que destina todo su primer acto a narrar la infancia de los que luego serán protagonistas. Y esto no es algo negativo a priori, pero sí algo que termina lastrando trama, no tanto porque esté mal planteado sino porque su relación con el resto de la historia es mínima, por no decir completamente nula. Sí, se muestran ciertas enemistades e incluso el sustrato de la personalidad de cada uno, pero el salto temporal posterior es tan grande y está tan poco explicado que esta primera secuencia carece de todo sentido. La historia se centra demasiado en mostrar cómo el rol de Crowe maneja las bases del póker y se olvida de abordar, por ejemplo, los verdaderos motivos de la separación de los personajes (una simple frase en voz en off no es una buena forma de explicarlo), o cómo han llegado a donde han llegado. Ni siquiera en el diálogo entre ellos se aborda de manera clara.

Esto no es un impedimento para el desarrollo normal de la trama, ni mucho menos, pero sí que devalúa mucho el interés en la historia, hasta el punto de encontrarnos en varios tramos de la cinta con una obra que no parece tener un rumbo claro. En realidad, la historia es la de un hombre que reúne a sus viejos amigos para un último encuentro. La excusa del póker no es más que eso, una excusa (Elsa Pataky aparece en pantalla un puñado de minutos y no se vuelve a saber de ella), y el ataque a la casa es simple y llanamente un recurso para generar algo de tensión en una historia que carece del impacto emocional necesario para atrapar al espectador. Crowe maneja las escenas con eficacia y con un lenguaje visual atractivo, pero tropieza en un desarrollo coherente del conjunto. Eso por no hablar de algunos conflictos internos y externos que se plantean, parecen sobrevolar la trama y terminan por difuminarse en la nada, o esas escasas escenas con las que se narra una muerte sin tener claro si el protagonista es culpable o inocente.

Se puede decir que el problema de Poker Face es la falta de una estrategia previa. De un guion sólido que sepa a dónde va o lo que quiere contar. Bueno, en realidad sabe lo que quiere contar, pero da la sensación de que no termina de saber cómo quiere contarlo. Juega en todo momento con ingredientes de suspense, pero lo desvela todo con antelación. Plantea también conflictos dramáticos, pero no termina de resolverlos. Y lo más importante: el grupo de amigos que se reúne para esta última partida de póker no queda bien definido. Sí, es cierto que se comprende qué es cada uno, pero no de dónde vienen ni los motivos que los llevaron a separarse y tomar caminos tan dispares (un escritor, un ministro, un alcohólico y dos propietarios de un negocio multimillonario). Ese espacio temporal no contado resulta mucho más interesante que una infancia que apenas aporta algo relevante.

Nota: 5/10

‘La abuela’: Miedo a envejecer


Almudena Amor deberá cuidar de 'La abuela' en la nueva película de Paco Plaza.

Paco Plaza (Verónica) es uno de los mejores directores de género en España. Posiblemente el mejor. Ver su nombre vinculado a una película de terror o suspense es garantía de disfrutar de unos minutos de inquietud, inseguridad y, por qué no, insomnio. Su última película, a pesar de sus problemas y de su previsibilidad, confirma una vez más la maestría del realizador a la hora de componer un relato tan angustioso como profundo.

Porque La abuela va más allá de lo que se ve a simple vista. Sí, es una historia de terror claustrofóbica, ambientada casi en su totalidad en un piso con más rincones que un laberinto. Pero más allá de su puesta en escena, la obra habla sobre la juventud, la vejez, el miedo a la muerte o las relaciones familiares, y cómo nuestras decisiones condicionan nuestra vida. Todo ello envuelto en una presentación a ratos angustiosa, que juega en todo momento con los contrastes que permite la iluminación, y que convierte las noches en ese antiguo piso en una pesadilla. Sus dos protagonistas, sobre todo Almudena Amor (El buen patrón), logran transmitir ese equilibrio entre los dos extremos de la vida, y cómo llegan a chocar de una forma aterradora.

El problema de la película, y no es un problema menor, es su previsibilidad. A pesar de que su escena inicial puede resultar chocante, apenas unos minutos después se puede intuir de qué va la historia realmente. Y alrededor del primer punto de giro, más o menos a la media hora de película, es bastante evidente lo que está ocurriendo y, lo que es peor, cómo va a terminar la cosa. Por desgracia, esto le resta peso dramático a la trama, que simplemente se deja llevar para narrar, de forma correcta y bajo un prisma nuevo, una historia vista cientos de veces. El resultado más inmediato de esto es que el espectador simplemente espera a la siguiente noche para ver los terrores a los que se somete a la protagonista, perdiendo algo de interés en la evolución de la protagonista (al fin y al cabo, ya se sabe cómo va a acabar).

En el fondo, Paco Plaza logra elevar el componente terrorífico de una película que, en otras manos, posiblemente no tendría el mismo efecto. El modo en el que trata los silencios, la tensión que vive la protagonista y la espiral de locura en la que se pierde aporta a La abuela un tempo admirable que compensa, aunque no demasiado, los problemas de un guion previsible y carente de giros argumentales que realmente atrapen al espectador. Y es una lástima, porque todo el trasfondo sociológico y familiar está presente, lo que permite, quitando de encima las capas más anodinas, reflexionar sobre el lugar que cada uno ocupamos en la sociedad, nuestro miedo al final o el modo en el que vejez y juventud se reflejan la una en la otra.

Nota: 6,5/10

‘Maligno’: hay que extirpar el cáncer


Annabelle Wallis deberá enfrentarse a 'Maligno'.

Tras más de una decena de películas a sus espaldas, decir que James Wan (Insidious) es el nuevo maestro del terror moderno no debería sorprender a nadie. Sobre todo porque tres de las grandes sagas del género de los últimos años (‘Saw’, la mencionada ‘Insidious’ y ‘Expediente Warren’) nacieron y crecieron en sus manos. Su narrativa, su manejo de los tiempos dramáticos, de los planos, del sonido… absolutamente todo está milimétricamente medido para provocar todo tipo de emociones en el espectador. Y su última propuesta no es menos.

De hecho, puede que sea más, porque Maligno no es exactamente lo que aparenta ser. La película se mueve a medio camino entre una historia de fantasmas y una de slasher al más puro estilo ochentero, con imágenes no aptas para personas sensibles o que tengan aprensión a la sangre. El guion, bien construido en casi todo el relato (la resolución flojea un poco cuando ya se desvela todo el pastel), se mueve como pez en el agua entre el suspense, el terror atmosférico tan característico de Wan y la violencia sin cortapisas. Pero posiblemente lo más interesante de todo es cómo dosifica la información que va descubriendo el espectador, situando las grandes revelaciones en unos giros de guion que llevan el argumento por caminos bastante más imprevisibles de lo que estamos habituados a ver en este tipo de producciones.

Y a todo esto se suma la labor del director. Su puesta en escena es simplemente brillante. Al uso ya conocido de las sombras, los juegos de profundidad dentro del plano y los movimientos de cámara suaves capaces de generar más intensidad emocional se suman ahora su experiencia en secuencias de acción, lo que aporta un plus a la historia, amén de algunos hallazgos visuales como ese plano completamente cenital por todas las estancias de la casa. El principal problema de la historia, y es algo que Wan trata de solventar como puede, es el final, que no termina de encajar con el tono general del relato, entregándose por completo a la acción y el concepto de monstruo final como si no hubiera otra forma de solventar el complejo puzzle planteado en una intriga más que notable.

Un final, eso sí, que hará las delicias de los amantes al gore. Pero Maligno, como lo fueron antes otras películas del director, no es una obra de ese género. Es un relato oscuro, trágico, con numerosas e interesantes lecturas sobre la familia, los vínculos de sangre e, incluso, el dolor de la pérdida o la lucha contra el cáncer. Una obra que podría haber dado más de sí con un final diferente, más próximo al resto de la trama. En todo caso, es encomiable el equilibrio encontrado entre suspense, terror y sangre, una mezcla que no todos los directores son capaces de manejar, pero con la que James Wan demuestra, una vez más, que es un modelo a seguir dentro del género.

Nota: 7/10

‘Viuda Negra’: la familia es lo primero


David Harbour, Rachel Weisz y Florence Pugh son la familia de 'Viuda Negra', a la que da vida Scarlett Johansson.

El tiempo, el cine y Marvel debían a los fans una película sobre el personaje de Scarlett Johansson (Jojo Rabbit). La espía vengadora a la que la actriz ha dado vida en tantas películas no tenía su aventura propia, y qué mejor que iniciar una nueva etapa en el Universo Cinematográfico Marvel que con una entretenida e interesante película de espías con sus dosis de acción, humor y espectacularidad. Pues eso es, básicamente, lo que ofrece este film dirigido con eficacia por Cate Shortland (Lore).

Ahora bien, de esos ingredientes el que predomina por encima de todos es la acción. La intriga y el suspense quedan relegados a un segundo plano para dar rienda suelta a unos efectos especiales que tal vez resten algo de profundidad a los personajes, pero que harán las delicias de los fans. Y como suele pasar en estas películas, la identidad cinematográfica del director, en este caso directora, queda reducida a la mínima expresión, aunque en este caso Shortland sí aporta algunos detalles interesantes a la narrativa. Pero a pesar de sus limitaciones, que las tiene, la película va de menos a más introduciéndose poco a poco en una estructura narrativa de espías al más puro estilo James Bond, guarida del villano incluida. Esto, unido al humor de muchas escenas y a la labor de los actores, sobre todo de Florence Pugh (Peleando en familia) y David Harbour (Hellboy), que están simplemente brillantes, compone un film sumamente entretenido, sin demasiadas sorpresas pero que cumple su función a las mil maravillas.

¿Y cuál es esa función? Pues servir de puente entre el pasado y el futuro del universo de Marvel en el cine al tiempo que completa la serie de películas individuales sobre los Vengadores. Y a pesar de ese objetivo, el guion es capaz de ofrecer una interesante visión sobre el pasado del personaje de Johansson, abordando conceptos como la familia, la libertad, la soledad o la venganza, todos ellos bajo el paraguas de la Guerra Fría y la lucha entre Estados Unidos y la antigua Unión Soviética. Y como primera película de la Fase 4 de Marvel, es un buen primer paso a pesar de algunos puntos débiles en su estructura narrativa. Pero lo más importante es lo que aporta a ese macro conjunto de películas. Ambientada entre Capitán América: Civil War y Vengadores: Endgame, la cinta introduce nuevos personajes que van a tener un peso destacado en próximas producciones, como es el interpretado por Pugh.

Y sobre todo, conecta con anteriores películas y con elementos que ya se están empezando a plantear de ahora en adelante. Viuda Negra tal vez sea una película ‘menor’ dentro de las macroproducciones de la compañía. Pero es una película sólida, bien planteada y con una narrativa que no se detiene en ningún momento. Tal vez algunos planteamientos de su desarrollo sean un poco irregulares, pero no cabe duda de que quedan eclipsados por el ritmo y por unos actores que disfrutan con sus personajes (las mejores escenas, sin duda, son las que cuentan con Pugh y Harbour). Es lo que promete y nada más, pero tampoco menos. Y aviso para los fans. La escena post créditos es fundamental para entender lo que va a ocurrir, sobre todo si se ha visto la serie Falcon y el Soldado de Invierno.

Nota: 6,75/10

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