‘Misterio en Venecia’: intriga con clase


Tina Fey y Kenneth Branagh se verán envueltos en un 'Misterio en Venecia'

Tras su paso por las obras de Shakespeare, Kenneth Branagh (Belfast) se está dedicando a llevar a la gran pantalla los misterios de Agatha Christie. Y más allá de los argumentos, que pueden resultar más o menos interesantes, lo que está claro es que el actor y director británico es uno de los autores más interesantes y elegantes del cine. Su última incursión en la obra de la escritora es, posiblemente, la mejor prueba de las tres películas que ha rodado llevando sus libros a la gran pantalla.

Y no porque Asesinato en el Orient Express (2017) o Muerte en el Nilo (2022) no sean visualmente una obra de arte, sino porque en Misterio en Belfast, Branagh aprovecha la propia estética del decrépito caserón veneciano para introducir al espectador en un relato que adereza el suspense con pequeñas gotas de terror. Y lo hace casi desde el principio gracias a una planificación y un lenguaje audiovisual con aberraciones formales buscadas, desde planos descompensados con los personajes en los extremos, hasta composiciones que buscan posiciones de cámara poco habituales como casi cenitales, casi nadires, planos aberrantes u ojos de pez. Todo ello no solo saca el máximo partido al lúgubre escenario, si no que sitúa al espectador en una predisposición emocional a introducirse en el mundo de fantasmas que cuenta el relato.

Esto permite a Branagh, como si de un mago se tratara, distraer la atención del crimen, las envidias y los objetivos personajes de cada uno de los personajes, que al fin y al cabo es la base de todas las novelas de la autora. Base, por cierto, que no ha terminado de envejecer demasiado bien una ve que la sociedad ha decidido buscar una intriga y una elaboración algo más compleja. Dicho de otro modo, sin ese componente esotérico y sin la dirección de Branagh y su apuesta visual, posiblemente la cinta sería un ‘whodunit’ al uso, con el único aliciente del hermoso escenario veneciano y unos actores de primer nivel. Así, a pesar de que el desarrollo de la historia es bastante previsible (sobre todo si se conocen unas cuantas historias de este tipo), la trama introduce una serie de elementos secundarios que la hacen más atractiva, más compleja y más lúgubre.

Tal vez sea porque en el cine no es tan conocida como otras adaptaciones de Christie, o tal vez sea por la labor de Kenneth Branagh como director y protagonista, pero lo cierto es que Misterio en Venecia es un film notable, fascinante, sorprendente por momentos y elegante en cada uno de sus planos. Como director, Branagh aprovecha el elemento fantasmagórico para construir un relato a medio camino entre la intriga policíaca y el misterio del más allá, mezclando realismo y ficción en una investigación que, sin eso, sería algo mediocre. El uso de las sombras, de los efectos ópticos, la planificación, la iluminación de los personajes… todo está pensado para que el espectador comparta el viaje del héroe y las dudas que le asaltan entre lo que es real y lo que está provocando su mente. Afortunadamente, es ese viaje el que termina por imponerse en el relato, haciendo de esta una película diferente de las habituales del género y, con diferencia, la mejor de las tres que ha dirigido el artista británico.

Nota: 7/10

‘Mira cómo corren’: reinterpretando a Agatha Christie


Sam Rockwell y Saoirse Ronan interrogan a Ruth Wilson en 'Mira cómo corren'.

Lo que ha ocurrido con las historias de la escritora Agatha Christie es algo curioso. Durante años han sido el prototipo de historia de suspense, pero de un tiempo a esta parte sus adaptaciones parecen haberse quedado obsoletas. Tal vez porque ya se conocen, tal vez porque los mecanismos narrativos están anclados en una época muy concreta. Pero estas obras han dado pie a nuevos relatos que se han nutrido de los pilares dramáticos que asentó la autora y a los que han dado un nuevo aire fresco en forma de narrativa moderna.

Y en cierto modo, eso es lo que hace Mira cómo corren, que al igual que ocurriera con Puñales por la espalda (2019), tira de humor para dirigir la trama hacia nuevos territorios. Aunque en el caso que nos ocupa, la película va más allá. Y es que la trama establece un diálogo metalingüístico con todos esos elementos que impuso Christie, incluida ella misma como figura referente del género. A partir de este diálogo, el argumento se mueve con comodidad entre el humor de unos personajes británicamente cómicos y un contexto artístico y cinematográfico que da lugar a algunos momentos realmente hilarantes. Al final, poco o nada importa descubrir quién es el asesino antes del final (por cierto, un final nada convencional, como se adelanta en la propia película), sino el viaje y entretenerse con los personajes.

Eso, en realidad, es lo mejor que puede hacerse durante la hora y media de metraje. De hecho, la trama está construida de tal forma que apenas deja espacio para la originalidad en su estructura. Sí, el hecho de reírse de sí misma es un factor a su favor, pero el desarrollo como tal apenas tiene sobresaltos. Incluso los habituales giros argumentales de este tipo de historias, marcados por nuevos hallazgos o por nuevas muertes, resultan previsibles. Del espectador depende, por tanto, dejarse llevar o mostrarse reticente con la historia, aunque hay que reconocer que lo segundo se antoja más difícil a medida que avanza la acción gracias a unos personajes atípicos. Sobre todo, a ese investigador borracho y cansado de todo al que interpreta Sam Rockwell (Tres anuncios en las afueras) y a una joven y entusiasta policía que tiende a encontrar culpables con una sola pista (a la que da vida Saoirse Ronan –Mujercitas-).

En realidad, son ellos los que sostienen Mira cómo corren y logran que la historia no sea anodina y tópica. Hay que reconocer que el guion de Mark Chappell (The rack pack) aprovecha los elementos tradicionales de estas historias para recomponer su estructura en algunos momentos, lo que aporta ese aire diferente de cierta originalidad que aprovecha el director Tom George para dejar salir cierto lenguaje audiovisual propio, completando el puzzle cinematográfico que supone este film. En resumen, una más de un asesinato y varios sospechosos, pero realizada con agilidad, con la originalidad justa y con un reparto notable, amén de un metalenguaje brillante sobre este tipo de historias. Dejarse llevar y disfrutar del viaje, aunque nos suene de algo, es la mejor opción.

Nota: 7/10

‘Muerte en el Nilo’: que el crimen no empañe la belleza


Cualquiera puede ser el asesino en 'Muerte en el Nilo'.

Lo peor que le puede pasar a cualquier obra, sea cinematográfica, literaria, musical o de cualquier otra disciplina artística, es resultar indiferente. Que no transmita absolutamente nada. La última película de Kenneth Branagh (Belfast) no llega a ese extremo, pero sí termina por no resultar todo lo apasionante que podría esperarse. Que esto sea bueno o malo teniendo en cuenta el misterio inherente a la historia y que es una adaptación de una novela de Agatha Christie que ya ha sido llevada al cine en varias ocasiones, queda a discreción de cada espectador.

Lo que es indudable es que Muerte en el Nilo es una película elegante. No solo por sus personajes, sino por la maestría que vuelve a demostrar Branagh a la hora de narrar esta historia, recurriendo a un lenguaje visual clásico en el que la iluminación y los encuadres cuentan más de lo que quieren desvelar los personajes. Es por eso que el director reta al espectador a un juego de inteligencia, ofreciéndole la posibilidad de intuir el resultado de la investigación (siempre que no se conozca la historia previamente, claro está) a través de la mirada en forma de sugerentes y bellos encuadres. Branagh, que también vuelve a dar vida a Poirot, convierte este crimen en un viaje para su personaje, tras el que no vuelve a ser el mismo y con el que, además, se establece casi una conexión con el majestuoso entorno en el que se desarrolla la trama.

El problema es que la historia, con los años, ha ido perdiendo fuerza. A pesar de los intentos de Branagh, el relato se antoja algo viciado, dando vueltas sobre los mismos conceptos de un modo algo burdo. Esto hace que la historia ralentice su desarrollo en demasiados momentos, alargando innecesariamente el metraje, que perfectamente podría haberse recortado en varios minutos. Y desde luego, los actores tampoco ayudan a crear una atmósfera de suspense. Da la sensación de que no terminan de estar cómodos en sus personajes, al menos algunos miembros del reparto, lo que se aprecia mucho en el clímax, con todos ellos encerrados en el salón escuchando la resolución del caso. Eso sí, los amantes de Egipto podrán disfrutar de la puesta en escena en las pirámides o Abu Simbel, por si eso es un aliciente para acercarse a esta adaptación.

Al final, Muerte en el Nilo es un bello y elegante ejercicio cinematográfico. Branagh vuelve a demostrar su talento a la hora de manejar la cámara y la fotografía, aprovechando las posibilidades que le ofrece la historia para narrar en imágenes, que es lo que debería ser el cine siempre (y que, por desgracia, pocas veces es). Pero más allá de eso, esta nueva versión de la novela de Christie aporta poco, por no decir nada. Desde luego, si se conoce la historia, la película puede resultar plomiza en algunos pasajes. Si no se conoce, cabe la posibilidad de que se intuya el final con algo de antelación, lo que puede restar intensidad dramática. Pero en todo caso, se puede disfrutar con el viaje, tanto el interno que realiza el protagonista como el del barco surcando el Nilo.

Nota: 6/10

‘Asesinato en el Orient Express’: pasajeros sin piedad


El principal hándicap de adapta al cine una novela mundialmente conocida que, además, es un clásico de la literatura de misterio, está precisamente en el argumento y, sobre todo, en la identidad del asesino. Y si además ya se ha llevado anteriormente a la gran pantalla con un buen plantel de actores, el desafío parece casi insalvable. De ahí que uno pueda preguntarse qué aporta esta nueva versión de la obra de Agatha Christie realizada y protagonizada por Kenneth Branagh (Cenicienta). Y la respuesta no es sencilla.

En efecto, la historia de Asesinato en el Orient Express no resulta especialmente atractiva para aquellos que ya conozcan el desenlace. A pesar de estar bien elaborada y con sólidos cimientos dramáticos, perfectamente planteados y desarrollados en sus momentos clave, lo cierto es que la trama puede llegar a resultar monótona en algunos momentos. Eso por no hablar del hecho de que su resolución no termina de arrojar demasiada luz al proceso por el cual el gran detective protagonista es capaz de establecer todas las conexiones entre los personajes.

Sin embargo, algo hay en esta versión que atrae poderosamente. Para empezar, un reparto plagado de estrellas y nombres del séptimo arte, algunos con mayor calidad artística que otros, pero todos ellos, en general, a un nivel extraordinario, fruto sin duda de la labor de Branagh. Lo más interesante, sin embargo, es la apuesta visual del director. Con una fotografía que explota al máximo las posibilidades del escenario nevado y acotado en el que se desarrolla la parte más importante de la trama, Branagh aprovecha todo lo que da de sí un vagón de tren para encontrar recursos narrativos soberbios. En la memoria quedan el descubrimiento del cadáver y la resolución final, claro homenaje a la pintura de ‘La última cena’ (en concreto, y en mi opinión, a la obra de Leonardo Da Vinci, pero eso queda a discreción del espectador).

Todo ello convierte este Asesinato en el Orient Express en una interesante experiencia visual, en un relato conocido visto con otros ojos y una interesante revisión del mensaje final de esta obra, en la que el bien y el mal se combinan hasta difuminar sus fronteras para convertir la investigación por asesinato en una reflexión sobre la justicia, la venganza y el dolor. Puede que aporte poco desde un punto de vista dramático, pero el modo en que se presenta es sumamente poderoso, y si esto se une a una sólida historia como esta, es muy sencillo y entretenido disfrutar de este viaje en tren.

Nota: 6,5/10

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