‘Snowpiercer’ se alarga de forma innecesaria en su 3ª T.
13/09/2022 Deja un comentario
Suele ser bastante evidente cuando una producción se alarga en exceso. En una película puede que sea algo más difícil de detectar al tener una duración limitada, pero cuando una escena aporta poco o nada al conjunto, o una línea argumental secundaria no termina o lo hace de forma abrupta, suele ser un síntoma de que algo no encaja. En las series de televisión, al haber más tiempo, es más fácil descubrirlo. Y la tercera temporada de Snowpiercer es un caso bastante evidente.
Curiosamente, no es cuestión de que esta serie creada por Graeme Manson (serie Orphan black) y Josh Friedman (serie Fundación) no necesite estos 10 capítulos, sino que la trama da demasiadas vueltas sobre lo mismo para la conclusión a la que llega. Parece casi una referencia metalingüística, pues los personajes giran sobre los mismos hechos al igual que lo hace este tren alrededor de la Tierra. La lucha entre unos pasajeros y otros, entre la dictadura y la democracia, entre el bien y el mal, había avanzado de forma más o menos lineal durante las dos primeras temporadas (con sus pros y sus contras, claro está), pero es que en esta etapa directamente se opta por «rellenar» con conflictos innecesarios, con tramas secundarias que no aportan demasiado al conjunto y con unos personajes secundarios cuyo recorrido, sinceramente, se podría haber resumido en un par de escenas de un episodio. ¿Todo esto qué significa? La respuesta más directa es que sobra la mitad de la temporada.
Aunque posiblemente lo peor de todo es que ese tiempo que sobra, en lugar de completarse con algo que fuera fiel al espíritu de la historia, se ha utilizado para introducir todo tipo de elementos, a cada cual más extravagante. Desde las luchas de poder hasta las traiciones personales, pasando incluso por una suerte de superhéroe/monstruo capaz de soportar las temperaturas extremadamente bajas del exterior sin necesidad de un traje. Soy un gran fan de la película en la que se basa esta serie. Me parece un retrato social brillante a la par que trágico. Pero eso, que más o menos se mantuvo en la primera temporada, ha desaparecido por completo. Habrá quien piense que no, que sigue vivo en la lucha de los dos antagonistas principales, pero en realidad lo que representan es la lucha por el poder de dos modelos de gobierno diferentes. Sigue habiendo clases, es cierto, pero la lucha entre ellas ha quedado, digamos, suspendida hasta nuevo aviso.
Esto no sería algo necesariamente negativo si no fuera porque el recorrido de esto es muy corto. Y no es un problema de Snowpiercer en exclusiva. En realidad, toda historia que confronta modelos de gobierno utilizando alegorías distócicas como esta suele caer en el mismo problema: una vez asentadas las bases de cada parte, es imposible que evolucionen, reiterando sus diferencias en cada episodio. Por ello, es imprescindible contar con buenos arcos dramáticos individuales y tramas secundarias que puedan nutrir una línea argumental principal bastante endeble. En el caso que nos ocupa, por desgracia, esto se ve poco. Sí, hay algunos personajes secundarios muy interesantes (como es el caso del interpretado por Mickey Summer –Now is everything-), y la resolución de sus tramas en el episodio final es atractiva, pero en general, lo que nos encontramos es una extensión del conflicto principal. Dicho de otro modo, se repiten patrones a diferentes escalas, como si se tratara de eco. Y eso termina por lastrar al conjunto.
Nuevo mundo
De hecho, la lucha entre los personajes de Daveed Riggs (El estornino) y Sean Bean (Dark river) llega al extremo de desvirtuarse y perder todo el sentido. Si en la primera temporada se planteaba, de un modo más o menos acertado, la lucha de clases de la historia original, la segunda etapa se centraba en, precisamente, la recuperación del poder que los poderosos ponían en marcha. Y lo que en esta tanda de episodios parecía que iba a convertirse en un nuevo tira y afloja ha terminado siendo, en realidad, algo completamente anodino, carente de un mínimo de lógica. Los acontecimientos se han desarrollado tan rápido que resulta difícil seguir el ritmo. Al fin y al cabo, han sido 10 capítulos en los que el poder ha pasado por varias manos, y todavía ha quedado tiempo para ahondar un poco en la búsqueda de un nuevo mundo.
La velocidad nunca es buena, ni siquiera a bordo del Snowpiercer. Y tratar de resumir en un puñado de episodios algo que en las anteriores etapas se ha fraguado en un arco de temporada completo es un peligroso juego que puede (y suele) salir mal. Toda trama tiene sus tiempos, y desde luego no son los que plantea la serie ahora mismo. O al menos, no con el tratamiento que se le ha dado. Perfectamente se podría haber resuelto el conflicto político de forma más directa y destinar el resto de capítulos a explorar los conflictos internos de unos personajes que juegan con las esperanzas de los pasajeros en busca de un futuro mejor. Pero en lugar de eso, y en parte tomando como excusa esa posibilidad de salir del tren, se vuelve a lo mismo una y otra vez, con tejemanejes tan vertiginosos que cambian casi en cada capítulo. Eso por no hablar de lo que ocurre con el personaje de Jennifer Connelly (Top Gun: Maverick), que regresa tras una larga ausencia solo para generar un conflicto un tanto forzado para recuperar, una vez más, un viejo argumento del pueblo contra sus nuevos gobernantes. Lo dicho: vueltas sobre lo mismo.
Es esta combinación de ansiedad en un tratamiento en círculos lo que perjudica la trama. De hecho, si se hubiera resuelto más rápido toda la confrontación entre protagonista y antagonista se habría podido afrontar con más comodidad el resto de la historia. Dicho de otro modo, si lo que ocurre en los últimos episodios con el personaje de Bean hubiera ocurrido en los primeros, la trama habría encontrado cauces para un desarrollo más natural. O tal vez no, y habría obligado a terminar la temporada antes. El caso es que, para alcanzar esa imagen final de los pasajeros saliendo del tren en un lugar donde el frío ha dejado paso a la vida, no hacían falta tantas idas y venidas, tantos conflictos vacuos que aportan poco o nada a toda la historia o a las relaciones entre los personajes.
De hecho, los momentos memorables de esta tercera temporada de Snowpiercer pueden contarse con los dedos de una mano, y no es casualidad que todos ellos tengan como nexo común los conflictos internos de los personajes, sus traiciones y sus tergiversadas interpretaciones de la realidad. Esto es lo realmente interesante de la serie, no un enfrentamiento que ya quedó planteado, desarrollado y resuelto en las dos primeras temporadas. Pero claro, solo con las historias secundarias no es suficiente, y aunque existe ese arco argumental sobre la búsqueda de la tierra prometida, parece ser que sus creadores no lo vieron del todo claro, así que en lugar de buscar algo nuevo optaron por dar vueltas sobre el mismo eje. Pero una historia siempre es un viaje, y eso implica, necesariamente, avanzar. Esta tercera etapa lo hace poco y a trompicones.