‘Civil War’: el horror de la guerra a las puertas de casa


Kirsten Dunst, Wagner Moura, Stephen McKinley Henderson y Cailee Spaeny recorren Estados Unidos en 'Civil War'

Alex Garland (Ex_Machina) apenas tiene cuatro películas en su filmografía, pero ya ha demostrado que es uno de los directores más interesantes de la nueva hornada de talento que está dando el cine. Da igual que sean grandes producciones o historias más pequeñas. Da igual que sea una cinta de terror o un drama de corte fantástico. Se mueve como pez en el agua con un lenguaje capaz de exprimir todas las posibilidades de su historia. Y su cuarto film es otra prueba más.

Porque Civil War es cine con mayúsculas. Cine que juega con una premisa totalmente ficticia para mostrar la sociedad y el mundo tal y como es, haciéndolo si cabe aún más desagradable para una audiencia insensibilizada con los conflictos bélicos que se desarrollan a miles de kilómetros y que vemos a través de una pantalla. Algo así como ese pueblecito por el que pasan los protagonistas y en el que todo parece normal en medio de la guerra civil que narra el film. Con una apuesta visual tan sobria como inquietante, y con un punto de vista algo diferente al que solemos ver en temáticas de este tipo, Garland plantea un viaje físico y emocional que no deja indiferente.

Y para que el espectador se involucre de lleno en la historia no necesita explicar demasiado, tan solo lo justo para sentar las bases del conflicto que se narra (los motivos de esa guerra apenas duran dos líneas de diálogo) y presentar unos personajes marcados por todo el horror que han visto allá donde han estado. Posiblemente una de las mejores cosas que tenga el film, además de un final tan impactante como angustioso, es precisamente el viaje interno de cada uno de los protagonistas, complementarios entre sí para dar una imagen global de cómo la guerra transforma al ser humano, sacando lo peor de él pero también la valentía que muchas veces parece que no tenemos.

Cualquier película que juega con una realidad alternativa o un futuro distópico es en realidad un ejercicio de reflejo social de lo que ocurre a nuestro alrededor. Y Civil War no es una excepción, con el añadido de que adquiere una dimensión mucho más minimalista e intimista en manos del director. Nos encontramos, por tanto, con una película aparentemente comercial que en realidad se vuelca con unos personajes ávidos de la adrenalina de la guerra, de conseguir un titular en medio del caos que recorre Estados Unidos. Una película que reflexiona sobre la naturaleza humana, sobre cómo reaccionamos al horror y cómo somos capaces de aislarnos de lo que ocurre para llevar a cabo un trabajo, incluso aunque eso suponga ver cómo muere todo un país.

Nota: 8/10

‘Rings’: más fotogramas para el mismo vídeo


Aquel que vea el vídeo de 'Rings' morirá en siete días.Cuando una saga tiene cierto éxito debe ser explotada comercialmente hasta sus últimas consecuencias. Es una máxima de Hollywood que parece estar evolucionando hacia la idea de esperar un tiempo para recuperar historias que en su día fueron un éxito. El caso de esta niña tirada en un pozo y que ataca a través de una cinta de VHS es el último caso de una tendencia que, por regla general, ofrece más de lo mismo con nuevos personajes y alguna que otra novedad menor. Y desde luego, este nuevo film no es diferente.

Con un director español que está comenzando su carrera tras las cámaras, Rings es una apuesta más ostentosa de una historia que, por regla general, siempre ha sido minimalista. Las nuevas tecnologías ofrecen asimismo un nuevo mundo en el que la pequeña Samara, epicentro de todos los males de este mundo, pueda hacer de las suyas de forma mucho más rápida. La incorporación de nuevos personajes y ciertas variaciones en la historia original logran que esta trama adquiera cierto interés, no tanto en su desarrollo como en las posibilidades que abre de cara a un hipotético futuro, incluyendo esa especie de posesión/renacimiento final.

Sin embargo, en ningún momento se desprende del carácter repetitivo, de la sensación de haber visto esto antes, sobre todo si se es fan de la saga desde su original japonés. Que ver el vídeo mate a los siete días es algo inherente a esta trama, pero que una joven entienda el vídeo como una visión con la que inicia una búsqueda para encontrar el cuerpo de la joven, que sufre por un pasado tormentoso y una muerte horrible, es algo que podría haberse, al menos, modificado sustancialmente para ofrecer algo diferente o, al menos, evolucionado respecto a las historias previas. Que se introduzcan nuevas escenas en el vídeo no representa, en sí mismo, un cambio significativo para el resultado final, entre otras cosas porque la conclusión viene a ser la misma.

Los fans de la saga encontrarán en Rings una nueva forma de extender el mal de la pequeña ahogada en el pozo. Del VHS se pasa ahora a los ordenadores y los archivos digitales. De la pantalla de televisión a los ordenadores, los móviles e incluso los circuitos internos de aviones. Pero por mucha tecnología que se aporte, la búsqueda es la búsqueda, la chica es la chica y el misterio es el misterio. Y eso, por suerte o por desgracia, no cambia. Así que sí, nuevos sustos, nuevos personajes y nueva tecnología, pero el mismo desarrollo, la misma historia y el mismo final.

Nota: 6/10

‘Sharknado 3: Oh Hell No!’, el espacio… la última frontera


Los tiburones llegan al espacio en 'Sharknado 3'.No hay nada peor que una película (o una serie, puesto el caso) que se tome en serie una trama risible. Y da igual que tenga un presupuesto de millones de dólares o que sea una pequeña producción. Suele decirse que lo mejor es que un film conozca sus propias limitaciones. Por eso la saga de Sharknado ha llegado a donde ha llegado… que es al espacio. Porque la tercera parte, subtitulada para la ocasión Oh Hell No! (algo así como «Oh, demonios, no!») es todo lo que se le puede pedir a una serie Z capaz de hacer reír con un tema que parece no dar para más, pero que en manos de Anthony C. Ferrante, director de las dos anteriores, adquiere dimensiones estratosféricas.

Lo cierto es que tratar de ver esta nueva entrega (que no la última) de las «terroríficas» aventuras de Ian Ziering (serie Sensación de vivir) contra los tornados de tiburones es una extraña mezcla de sufrimiento y deleite. Sufrimiento porque todas las secuencias de transición, en las que los personajes hablan y, en teoría, se desarrolla una trama, duelen en el alma. Y no solo porque los diálogos tengan menos sentido que la propia historia, sino porque los personajes son más planos que un folio en blanco. Y digo en blanco porque, en efecto, ningún protagonista, secundario o de los que pasan por allí tiene contenido alguno.

Pero por otro lado, y siempre que Sharknado 3 se entienda como lo que es (y como, de hecho, ella misma se presenta), la película produce un pequeño placer culpable al crear las situaciones más absurdas, irónicas y paródicas que puedan encontrarse en una pantalla, ya sea grande o pequeña. Los ataques de tiburones responden a esa teoría no escrita en el cine que afirma que cada continuación debe ser más de lo mismo. Literalmente más. Así, la tercera parte tiene más tiburones, más tornados, más ciudades devastadas y, sobre todo más altura.

Como se apreciará en la imagen que acompaña este texto, los tiburones llegan al espacio. Sin escafandra ni otro tipo de protección. El motivo de que sigan vivos y sean capaces de morder y comerse una nave espacial queda perfectamente explicado en la propia película: si son capaces de sobrevivir a un tornado, ¿por qué no van a poder hacerlo en el espacio? Ya puestos… Es bajo esta premisa autoparódica que lo permite todo donde la película es capaz de sobrevivir. Eso, y las magníficas sentencias que se escuchan bajo el ataque de los tiburones, algunas de las cuales no tienen desperdicio por su grado de estupidez.

Un producto consolidado

Desde luego, ya desde el comienzo Sharknado 3: Oh Hell No! marca una línea muy clara. Ese pseudo homenaje a James Bond, algunas referencias al gore más vulgar y el comienzo en Washington, con destrucción de la Casa Blanca incluida y ese Presidente de los Estados Unidos destrozando escualos mano a mano con el héroe sientan unas bases muy concretas. Por supuesto, el espectador es libre de tomarse en serio esta película, pero desde luego lo que señalan los primeros minutos es un tono opuesto a la seriedad. Es más, sobrepasa con mucho la autoparodia para convertirse, simple y llanamente, en un ejercicio de humor macabro.

Considerarla una cinta de terror sería equivocado. Ni hay miedo, ni hay sangre. Por no haber, no hay ni secuencias desagradables, pues la propia mediocridad de los efectos digitales impide que algunas muertes, ya sean de humanos o tiburones, se tomen en serio. Pero esta tercera parte deja también una reflexión cuanto menos curiosa, y es la de la consolidación que ha adquirido esta saga, no tanto por el tremendo éxito que supone haber llegado a tres entregas (que se dice pronto), sino por la cantidad de rostros conocidos que se pasean por sus fotogramas.

Sin duda los más llamativos son los de Bo Derek (10, la mujer perfecta) y David Hasselhoff (serie El coche fantástico), sobre todo por ser dos actores que marcaron una época para algunas generaciones. Pero no son los únicos. El apoyo más inesperado es el que hace George R. R. Martin, el creador de ‘Juego de Tronos’, en una pequeña secuencia en la que, como no, hay tiburones de por medio. Su presencia, teniendo en cuenta el éxito tanto de sus libros como de la serie que se inspira en ellos, da buena cuenta del alcance que tienen estas cintas de serie Z producidas por The Asylum.

Espero que de este análisis no se desprenda una valoración positiva de Sharknado 3: Oh Hell No!. La película es mala, muy mala. Pero lo es a conciencia, sabiendo en todo momento los absurdo de su trama, la cantidad de incongruencias que tiene y lo limitado de sus actores, sus personajes y sus efectos especiales. Y en este sentido, se podría decir que la cinta incluso se marca algún tanto, si es que eso es remotamente posible. Si alguien quiere acercarse a un film como este, un único consejo: dejen los análisis de cualquier tipo en un rincón de su mente porque la cinta no los va a pasar. Solo así podrá disfrutarse mínimamente (y a través de la risa) de una historia tan descabellada como esta.

‘La cueva’: angustioso estudio de la desesperación humana


Alfredo Montero llevará a sus personajes a situaciones límite dentro de 'La cueva'.Parece mentira, pero ya han pasado 15 años desde que se estrenara La bruja de Blair. Su presencia en las salas fue la puesta de largo de un estilo visual y narrativo que utilizaba lo que se conoce como footage, es decir, aquel material audiovisual registrado pero no editado, mostrándose al espectador tal y como fue grabado/filmado. Más allá de la calidad de aquel film, el furor causado generó toda una tendencia que con el paso del tiempo se ha depurado y ha confirmado la idea de que la mejor forma de utilizarlo es en espacios cerrados, en escenarios que justifiquen su uso y que puedan alimentarse de la naturalidad y de la frescura de dicha narrativa. Mucho de esto hay en el segundo trabajo como director de Alfredo Montero (Niñ@s), quien utiliza una historia extremadamente simple para sobrecoger al espectador hasta límites pocas veces alcanzados.

Si algo caracteriza a La cueva es su condición de experiencia audiovisual en todos los sentidos, desde el puramente físico hasta el más reflexivo e intelectual, pasando por el análisis de las relaciones humanas e, incluso, de la propia condición humana. A pesar de un comienzo algo típico y tópico, el ajustado film (no llega a la hora y media de metraje) pronto plantea sus premisas básicas, que fundamentalmente involucran a los cinco personajes y una laberíntica cueva de la que es imposible salir. Lejos de efectismos visuales o sonoros gratuitos, Montero desarrolla un descenso a los infiernos de la naturaleza humana pausado y coherente, luchando en todo momento contra las necesidades de asustar al espectador y obligándole, por el contrario, a asistir a la desesperación de una muerte lenta y casi segura. La claustrofobia, la sed y el hambre, e incluso los celos y las envidias, se adueñan de todos los personajes de forma progresiva hasta desdibujarlos en seres absolutamente atroces cuyos actos, en cierto modo, tienen una justificación lógica.

En este contexto la definición de cada uno de los roles, todos ellos interpretados por actores poco o nada conocidos, queda en un segundo plano. Si bien es cierto que su evolución es interesante, cada uno representa un estereotipo de la juventud, y esto termina por quitar algo de presencia a la historia, sobre todo en sus inicios. Desde luego, su valor en la historia es casi anecdótico, pues la situación que viven es tan extrema que el espectador pronto se olvida de las carencias de cada uno (e incluso de la historia, que requiere de una serie de concesiones inevitables) para introducirse de lleno en la pesadilla. Esto no significa, empero, que no existan, y si se hubiera optado por algo un poco más personal y menos arquetípico, posiblemente el film alcanzaría un escalón más.

Pero lo cierto es que sería un riesgo. Si La cueva funciona es gracias a que los personajes se echan a un lado para dejar paso a la experiencia audiovisual, a las emociones de llevar al límite la convivencia de cinco individuos atrapados sin comida ni agua. Desde luego, cualquier persona que padezca de claustrofobia que se aleje de la sala como de la peste. Montero conforma una obra notable que clava al espectador al sillón, quien asiste primero a la frustración de la desorientación, luego al miedo a no ser encontrados, y por último al terror ante la locura que se apodera del grupo. Es esta evolución coherente y natural la mejor carta de presentación de una obra muy recomendable en la que apenas hay nada más que una cueva y cinco chicos.

Nota: 7/10

Encontrar la amistad en el horror de la guerra es posible en ‘Salvar al soldado Ryan’


Hace casi 15 años, Steven Spielberg presentaba en los cines de todo el mundo su visión sobre la II Guerra Mundial, el conflicto bélico que más muertos ha dejado durante el siglo XX. Y lo hacía siendo fiel a su estilo y a sus temas favoritos: la familia y la amistad. Salvar al soldado Ryan supuso la confirmación, en lo que a premios se refiere, de que Spielberg era uno de los pocos elegidos en ese exclusivo club con varias estatuillas doradas de la Academia de Hollywood. El estreno de War Horse hace inevitable echar la vista atrás a este film sobre un grupo de soldados norteamericanos que son enviados a rescatar a un compañero, perdido en medio de Francia, y cuyos hermanos, también combatientes, han muerto en combate.

Si por algo se distingue el director de E. T.: el extraterrestre, con una larga carrera a sus espaldas, es por sorprender al espectador con cada nueva película que dirige. Con la película protagonizada por Tom Hanks (Forrest Gump) y Matt Damon (trilogía Bourne), logró lo que hasta entonces no había conseguido: dejar a los espectadores sin respiración durante los primeros minutos. A muchos les parecerá que incluir como clásico un film de 1998 es prematuro, pero sólo por el desembarco de Normandía, rodado con precisión y maestría, merece la pena ese calificativo. Una secuencia, como decimos, que deja sin respiración, transmite una mínima parte de la ansiedad y caos que debió vivirse en aquella playa y, no olvidarse, el horror que supone una guerra. Toda una declaración de intenciones de lo que luego sería un relato cargado de un mensaje antibelicista aunque no por ello doctrinal o con moraleja.

Pasados esos primeros minutos, la historia adquiere ese tono al que Spielberg nos tiene acostumbrados. El viaje que la unidad de rescate realiza por media Francia termina por convertirse en una búsqueda de sentido a una batalla para la que muchos de los soldados ni siquiera estaban preparados. Significativo es el caso del personaje de Hanks, con el que se especula sobre su pasado durante buena parte del metraje.

Pero sobre todo, la búsqueda del famoso Ryan se convierte en un proceso de conocimiento. A medida que pasa la historia, todos y cada uno desvela su verdadera naturaleza, una forma de ser que lucha contra la atrocidad que supuso esa guerra tanto en el frente como en la retaguardia, con las bromas sobre los compañeros caídos que se hacen en un momento dado del film. Al final, encontrar a Ryan, el personaje de Damon, se convierte en una especie de mcguffin cuya localización es lo de menos, pues el verdadero interés reside en las relaciones obtenidas entre estos hermanos de sangre.

Con todo, la película no abandona ese sentimiento de desazón que marca el desembarco inicial. Con un estilo visual muy marcado que distingue con claridad las escenas de acción (crueles y violentas con cámara al hombro) de la búsqueda (más pausada y con un lenguaje más tradicional), el conjunto logra la unidad en su espléndida fotografía, ganadora del Oscar. Con tonos apagados y grises, el director de fotografía Janusz Kaminski aporta ese ambiente depresivo, sucio, del que los personajes no logran evadirse ni siquiera en los momentos más relajados como la secuencia de la iglesia o el encuentro con Ryan.

Actores a consagrar

Muchos de estos elementos, qué duda cabe. estarán en War Horse. El hecho de que la trama gire en torno a la amistad entre un chico y un caballo así lo demuestra. Pero existe otro elemento común a ambas propuestas: los actores. En Salvar al soldado Ryan Spielberg utilizó a un ramillete de actores poco o nada conocidos en ese momento. A excepción de Hanks y algún secundario como Tom Sizemore o Ted Danson, el resto comenzaban sus carreras. Matt Damon apenas había rodado cinco películas, aunque se había ganado su reputación con El indomable Will Hunting. Del grupo de soldados sólo destacaban Edward Burns, que había logrado cierta notoriedad con Ella es única y el mencionado Sizemore.

Pero los demás eran completos desconocidos. El francotirador, ferviente católico que pedía perdón cada vez que disparaba, es un jovencísimo Barry Pepper (Bob Kennedy en la serie del mismo nombre) cuya carrera apenas ha continuado en la gran pantalla o, por lo menos, en el circuito más comercial. Junto a él, nombres como el de Giovanni Ribisi, el médico del grupo, que luego se convertiría en el extraño hermano de Phoebe en la serie Friends; Adam Goldberg, el personaje judío, quien ha desarrollado su carrera fundamentalmente en televisión (se dejó ver en Una mente maravillosa).

Los dos nombres que completan el grupo son, posiblemente, los casos más sorprendentes. Por un lado, Jeremy Davis, quien interpreta al inexperto soldado, es un secundario que aporta siempre calidad al conjunto. Su trabajo anterior en Twister lo completó con su participación en The Million Dollar Hotel, Solaris, Dogville y, posiblemente el papel que más fama le ha reportado, su participación en Perdidos como Daniel Faraday. Por otro lado, tenemos a Vin Diesel… sí, exacto, el mismo de la saga Fast & Furious y películas como XXX, Pitch Black o Las crónicas de Riddick. Su papel, sin embargo, no fue excesivamente largo. Algo querría significar, digo yo.

La nueva propuesta sobre la guerra del director de Tiburón tiene un perfil similar, con nombres consagrados como el de Emily Watson, otros despegando como el de Benedict Cumberbatch y otros totalmente desconocidos como el de su protagonista, Jeremy Irving. Que sus carreras lleguen a lo más alto o no depende de sus decisiones, pero que su nombre aparezca en una película de Spielberg es un trampolín por el que muchos actores darían cualquier cosa.

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