‘La cueva’: angustioso estudio de la desesperación humana


Alfredo Montero llevará a sus personajes a situaciones límite dentro de 'La cueva'.Parece mentira, pero ya han pasado 15 años desde que se estrenara La bruja de Blair. Su presencia en las salas fue la puesta de largo de un estilo visual y narrativo que utilizaba lo que se conoce como footage, es decir, aquel material audiovisual registrado pero no editado, mostrándose al espectador tal y como fue grabado/filmado. Más allá de la calidad de aquel film, el furor causado generó toda una tendencia que con el paso del tiempo se ha depurado y ha confirmado la idea de que la mejor forma de utilizarlo es en espacios cerrados, en escenarios que justifiquen su uso y que puedan alimentarse de la naturalidad y de la frescura de dicha narrativa. Mucho de esto hay en el segundo trabajo como director de Alfredo Montero (Niñ@s), quien utiliza una historia extremadamente simple para sobrecoger al espectador hasta límites pocas veces alcanzados.

Si algo caracteriza a La cueva es su condición de experiencia audiovisual en todos los sentidos, desde el puramente físico hasta el más reflexivo e intelectual, pasando por el análisis de las relaciones humanas e, incluso, de la propia condición humana. A pesar de un comienzo algo típico y tópico, el ajustado film (no llega a la hora y media de metraje) pronto plantea sus premisas básicas, que fundamentalmente involucran a los cinco personajes y una laberíntica cueva de la que es imposible salir. Lejos de efectismos visuales o sonoros gratuitos, Montero desarrolla un descenso a los infiernos de la naturaleza humana pausado y coherente, luchando en todo momento contra las necesidades de asustar al espectador y obligándole, por el contrario, a asistir a la desesperación de una muerte lenta y casi segura. La claustrofobia, la sed y el hambre, e incluso los celos y las envidias, se adueñan de todos los personajes de forma progresiva hasta desdibujarlos en seres absolutamente atroces cuyos actos, en cierto modo, tienen una justificación lógica.

En este contexto la definición de cada uno de los roles, todos ellos interpretados por actores poco o nada conocidos, queda en un segundo plano. Si bien es cierto que su evolución es interesante, cada uno representa un estereotipo de la juventud, y esto termina por quitar algo de presencia a la historia, sobre todo en sus inicios. Desde luego, su valor en la historia es casi anecdótico, pues la situación que viven es tan extrema que el espectador pronto se olvida de las carencias de cada uno (e incluso de la historia, que requiere de una serie de concesiones inevitables) para introducirse de lleno en la pesadilla. Esto no significa, empero, que no existan, y si se hubiera optado por algo un poco más personal y menos arquetípico, posiblemente el film alcanzaría un escalón más.

Pero lo cierto es que sería un riesgo. Si La cueva funciona es gracias a que los personajes se echan a un lado para dejar paso a la experiencia audiovisual, a las emociones de llevar al límite la convivencia de cinco individuos atrapados sin comida ni agua. Desde luego, cualquier persona que padezca de claustrofobia que se aleje de la sala como de la peste. Montero conforma una obra notable que clava al espectador al sillón, quien asiste primero a la frustración de la desorientación, luego al miedo a no ser encontrados, y por último al terror ante la locura que se apodera del grupo. Es esta evolución coherente y natural la mejor carta de presentación de una obra muy recomendable en la que apenas hay nada más que una cueva y cinco chicos.

Nota: 7/10

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