‘¡Ave, César!’: el absurdo del humor negro


Scarlett Johansson y Josh Brolin son dos de los protagonistas de '¡Ave, César!'.Un caos absoluto. Un mundo en el que los egos se mezclan con los intereses económicos, en el que la Guerra Fría y la amenaza del comunismo conformaban un paisaje de fondo constante, y en el que casi nada es lo que parece. Así describen los hermanos Coen (Un tipo serio) el Hollywood de los años 50. Y en esta suerte de caos en el que todo termina saliendo bien es donde la película logra sus mayores logros, pero también donde se encuentra con sus mayores problemas.

Y es que ¡Ave, César! contiene demasiados personajes secundarios que ayudan a crear ese microcosmos que es el estudio de cine en el que se ruedan muchas y variopintas películas (desde western hasta musicales, pasando por dramas y, cómo no, peplum), pero que al mismo tiempo desvían la atención de la trama principal, lo que no hace sino ralentizar el ritmo del desarrollo dramático. En muchas ocasiones da la sensación de estar ante un episodio largo de alguna de las sitcom más populares de la parrilla televisiva actual, aunque sin el humor tan evidente que estas contienen.

Este es el gran problema. Los hermanos Coen apuestan por una estructura narrativa inconexa, que vive de los surrealistas personajes que aparecen y desaparecen sin dejar la huella necesaria en el espectador, ni digamos ya en la historia principal. Es cierto que muchos de ellos, por no decir todos, aportan su granito de arena a un humor ácido y negro que divierte y entretiene, pero no es menos cierto que su poca presencia en el conjunto general hace inviable poder apreciarlos en todo su esplendor. Y algunos de ellos, como es el caso del director interpretado por Ralph Fiennes (Cegados por el sol) o el actor al que da vida Channing Tatum (El destino de Júpiter), piden a gritos más minutos en pantalla.

Al final, el título no solo hace honor al contenido de la trama, sino a la impresión general del film. ¡Ave, César! es el título de una película sobre la vida de Cristo. Una incongruencia que se traslada al propio cariz de esta comedia de los hermanos Coen, plagadas de personajes que rozan el absurdo y de un humor que divierte por momentos, que mantiene siempre un nivel óptimo de sonrisa en el rostro del espectador, pero que se diluye entre tanto personaje, tanta secuencia de película diferente y tan poca unión entre ellas. Es la vida de un estudio de cine.

Nota: 6/10

‘Masters of Sex’ separa sexo y contexto social en su 2ª temporada


Lizzy Caplan y Michael Sheen mezcla placer y trabajo en la segunda temporada de 'Masters of Sex'.Que las comparaciones son odiosas lo demuestra normalmente el hecho de que una segunda parte o un remake no llega a tener la calidad del original. Hay excepciones, lo sé, pero es lo que ocurre en la inmensa mayoría de los casos. En la televisión, y más concretamente en las series, la segunda temporada tiende a sufrir un fenómeno similar. Resulta complicado mantener el interés en la historia y en los personajes. A primera vista, muchos seguidores de Masters of Sex puede que tengan esta sensación con su segunda temporada después de una primera entrega notable. Sin embargo, eso podría limitar un poco el contenido de esta creación de Michelle Ashford (serie Nuevos policías). Si durante aquellos episodios se abordó el impacto del sexo en una sociedad puritana, en esta el contexto social no es menos importante, aunque en otro sentido.

Se podría decir, por tanto, que reflejo social y sexualidad se dividen en dos, lo que lejos de debilitar al conjunto lo enriquece. En efecto, si durante la primera temporada existió una única trama principal (la relación de los protagonistas y la influencia del sexo), en estos 12 episodios nuevos dicha relación sigue existiendo, incluso evoluciona, pero otro aspecto hace acto de presencia: la lucha por los derechos de los afroamericanos. Perfectamente hilvanado a lo largo de esta entrega, el espectador asiste a una creciente presencia del racismo en el que vive la sociedad norteamericana en esa época, primero a través del estudio y luego de forma independiente con una trama propia que, todo sea dicho, también tiene algo de influencia sexual.

Cabe destacar en este sentido el papel de Caitlin FitzGerald (Damiselas en apuros), la mujer del protagonista. Si durante la anterior etapa de Masters of Sex su personaje era casi testimonial y un apoyo argumental para determinados conflictos morales, en esta crece visiblemente hasta el punto de lograr que su historia adquiera significado propio. no por casualidad, dicho crecimiento viene marcado por el sexo, como demuestra el hecho de que el personaje encuentre la valentía que antes le faltaba en ello. Sus decisiones, unido a la confesión que realiza al final de la temporada (y con la que confiesa conocer las infidelidades de su marido), dotan a este rol de una entereza interesante y abren las puertas a una mayor complejidad de la que cabría esperar.

Pero el contexto social no solo reside en esto. El comienzo de esta segunda entrega episódica retoma algunos argumentos que quedaron sin resolver al final de los primeros capítulos, como la sexualidad del personaje de Beau Bridges (Los descendientes) o la enfermedad del rol de Julianne Nicholson (Agosto). Ambas tramas quedan resueltas en los primeros episodios de forma más o menos solvente, eliminando de la ecuación unos personajes que, todo sea dicho, aportaban bastante peso al conjunto. La decisión de suprimirles, aunque resta algo de interés en los instantes siguientes, es decisiva para poder afrontar uno de los mejores momentos de la temporada, que no es otro que la transición a través de secuencias cortas de varios años de trabajo por parte de los protagonistas y que viene motivada, en buena medida, por ese contexto que antes mencionaba. Del mismo modo, la integración de algunos personajes secundarios a la trama principal, como es el caso del interpretado por Annaleigh Ashford (La boda de Rachel) simplifica notablemente la estructura dramática, ajustándose ahora a dos tramas principales y algunas secundarias esporádicas.

Traumas, la siguiente fase

Aunque la parte más interesante de esta segunda temporada de Masters of Sex sigue siendo la relación entre William Masters y Virginia Johnson, o lo que es lo mismo, entre Michael Sheen (Matar al mensajero) y Lizzy Caplan (Despedida de soltera). Si la primera temporada terminaba con ambos personajes envueltos en una relación a medio camino entre la investigación y el romance, en estos episodios el matiz es mucho más significativo, pues se disfraza de ciencia lo que es pura atracción. La ausencia de material científico y el incomparable marco de una habitación de hotel son las dos únicas herramientas que el espectador necesita para leer entre líneas de unos inteligentes diálogos. Con una salvedad. Dicha atracción física y romántica sí posee un componente médico: tratar de curar la impotencia a través de la superación de los traumas del pasado.

En este sentido, la serie da un interesante e importante paso hacia adelante al llevar el estudio a un nuevo campo. No se trata únicamente de reflejar el comportamiento del cuerpo humano durante el coito, sino de tratar de superar una disfunción. Y por encima del aspecto físico, lo más relevante son los componentes psicológicos de dichos problemas, cuya revelación dota a los personajes y al conjunto de la serie de un peso dramático mucho mayor. La relación con un hermano desconocido para la audiencia, con sus propios problemas derivados de un pasado común, es especialmente ilustradora y fascinante, ya que en cierto modo la guionista Ashford lo utiliza como espejo en el que el rol de Sheen se ve obligado a mirarse. Es uno de los últimos secundarios que aparecen en la trama, y desde luego es uno de los mejores momentos de esta etapa.

Hay que señalar igualmente la estrecha relación de simbiosis y complementación que tienen ambas historias principales. Vistas en conjunto, resulta interesante comprobar cómo la evolución de una incide de forma indirecta en la evolución de la otra, y viceversa. La actitud del personaje de Sheen hacia su esposa lleva a esta a volcarse con los derechos de los afroamericanos, aunque por motivos que no exactamente raciales. Pero además, la cada vez mayor independencia de ella hace que el protagonista tienda a revelar su auténtico yo a la mujer con la que pasa muchas noches. Se puede apreciar, por tanto, el distanciamiento entre unos y la aproximación de otros. Y todo ello girando en torno a los traumas del pasado, como confirma la trama secundaria iniciada por el encargado de grabar las sesiones y una de las pacientes.

Todo ello convierte a esta segunda temporada de Masters of Sex en un producto más complejo, con miras más altas y en el que la sexualidad deja de tener un protagonismo físico (lo que no hace que desaparezca, ni mucho menos) para optar por una presencia más psicológica, más social. O lo que es lo mismo, se pasa de la recopilación de datos a abordar las consecuencias de los actos. La forma de abordar este cambio por parte de los responsables puede parecer algo burda en un primer momento con la eliminación de algunos personajes, las transiciones de años o la falta de conflicto en el trío protagonista. Pero la conclusión de la temporada demuestra lo contrario: la complejidad es mucho más sutil, y la perspectiva para la próxima temporada es muy esperanzadora.

‘La cueva’: angustioso estudio de la desesperación humana


Alfredo Montero llevará a sus personajes a situaciones límite dentro de 'La cueva'.Parece mentira, pero ya han pasado 15 años desde que se estrenara La bruja de Blair. Su presencia en las salas fue la puesta de largo de un estilo visual y narrativo que utilizaba lo que se conoce como footage, es decir, aquel material audiovisual registrado pero no editado, mostrándose al espectador tal y como fue grabado/filmado. Más allá de la calidad de aquel film, el furor causado generó toda una tendencia que con el paso del tiempo se ha depurado y ha confirmado la idea de que la mejor forma de utilizarlo es en espacios cerrados, en escenarios que justifiquen su uso y que puedan alimentarse de la naturalidad y de la frescura de dicha narrativa. Mucho de esto hay en el segundo trabajo como director de Alfredo Montero (Niñ@s), quien utiliza una historia extremadamente simple para sobrecoger al espectador hasta límites pocas veces alcanzados.

Si algo caracteriza a La cueva es su condición de experiencia audiovisual en todos los sentidos, desde el puramente físico hasta el más reflexivo e intelectual, pasando por el análisis de las relaciones humanas e, incluso, de la propia condición humana. A pesar de un comienzo algo típico y tópico, el ajustado film (no llega a la hora y media de metraje) pronto plantea sus premisas básicas, que fundamentalmente involucran a los cinco personajes y una laberíntica cueva de la que es imposible salir. Lejos de efectismos visuales o sonoros gratuitos, Montero desarrolla un descenso a los infiernos de la naturaleza humana pausado y coherente, luchando en todo momento contra las necesidades de asustar al espectador y obligándole, por el contrario, a asistir a la desesperación de una muerte lenta y casi segura. La claustrofobia, la sed y el hambre, e incluso los celos y las envidias, se adueñan de todos los personajes de forma progresiva hasta desdibujarlos en seres absolutamente atroces cuyos actos, en cierto modo, tienen una justificación lógica.

En este contexto la definición de cada uno de los roles, todos ellos interpretados por actores poco o nada conocidos, queda en un segundo plano. Si bien es cierto que su evolución es interesante, cada uno representa un estereotipo de la juventud, y esto termina por quitar algo de presencia a la historia, sobre todo en sus inicios. Desde luego, su valor en la historia es casi anecdótico, pues la situación que viven es tan extrema que el espectador pronto se olvida de las carencias de cada uno (e incluso de la historia, que requiere de una serie de concesiones inevitables) para introducirse de lleno en la pesadilla. Esto no significa, empero, que no existan, y si se hubiera optado por algo un poco más personal y menos arquetípico, posiblemente el film alcanzaría un escalón más.

Pero lo cierto es que sería un riesgo. Si La cueva funciona es gracias a que los personajes se echan a un lado para dejar paso a la experiencia audiovisual, a las emociones de llevar al límite la convivencia de cinco individuos atrapados sin comida ni agua. Desde luego, cualquier persona que padezca de claustrofobia que se aleje de la sala como de la peste. Montero conforma una obra notable que clava al espectador al sillón, quien asiste primero a la frustración de la desorientación, luego al miedo a no ser encontrados, y por último al terror ante la locura que se apodera del grupo. Es esta evolución coherente y natural la mejor carta de presentación de una obra muy recomendable en la que apenas hay nada más que una cueva y cinco chicos.

Nota: 7/10

T. 1 de ‘Masters of Sex’, la ciencia del sexo en una sociedad cohibida


Lizzy Caplan y Michael Sheen, en un momento de 'Masters of sex'.Una de las revelaciones del año en lo que a la pequeña pantalla se refiere ha sido, sin lugar a dudas, la historia de William Masters y Virginia Johnson. La pregunta habitual que suscitan estos nombres es: ¿y quiénes son? Con los años y la cada vez más extendida presencia del sexo en nuestra sociedad estos dos pioneros han dejado de ser conocidos por el gran público, pero ellos fueron en buena medida los responsables de arrojar mucha luz sobre un acto tan natural y al mismo tiempo tan misterioso socialmente hablando como es el coito. Fueron ellos los que iniciaron una investigación científica sobre el sexo, sus fases, las reacciones que provoca y cómo incide en la vida del hombre y de la mujer. Masters of Sex, cuya primera temporada terminó a mediados del diciembre pasado, recoge esos primeros años de investigación y los conflictos a los que tuvieron que hacer frente.

Ahora bien, estos 12 episodios no tratan sobre sexo. Al menos no exclusivamente. Como no podía ser de otro modo, la motivación principal que sustenta toda la trama es la parte científica y todos los problemas que supera poco a poco. Desde el primer capítulo, en el que se plantean las premisas básicas, hasta el último, en el que el resultado de un año de investigación sale a la luz con resultado poco alentador, la serie siempre busca el espacio necesario para abordar el avance de la investigación. En este sentido, por cierto, es conveniente señalar y reconocer la valentía de los responsables a la hora de mostrar y hablar sobre sexo. Pero esta motivación, este estudio, no deja de ser eso, una premisa sobre la que construir algo mucho más interesante: el aspecto social del sexo.

Uno de los aspectos más interesantes es comprobar cómo a medida que avanza el estudio de Masters y Johnson no solo se derriban mitos y leyendas en torno al acto, sino los muros que constriñen a una sociedad, la de los años 60 y 70 del pasado siglo, muy encorsetada por unos convencionalismos que convertían el sexo en tabú. Es un reflejo de la revolución que años más tarde provocarían los investigadores con sus publicaciones. La serie recoge de forma sutil y al mismo tiempo contundente cómo los personajes, atrapados en una sociedad que no entiende de deseos y pasiones, liberan sus sentimientos a medida que el sexo se hace más y más presente en sus vidas. Más adelante hablaré de lo que me parece uno de los puntos más previsibles del conjunto, pero antes he de detenerme en el personaje de Beau Bridges (Los descendientes) porque es, posiblemente, el que más acusa dicho cambio.

Al menos es el que más perjudicado resulta con el inicio del estudio. Chantajeado por una condición sexual que por aquel entonces se consideraba una enfermedad (algún resto de esta ideología todavía perdura en la actualidad), desde ese momento su evolución y la influencia que tiene el experimento, tanto en él como en su matrimonio, reflejan la doble vida que la sociedad tenía en aquellos años. Su personaje, maravillosamente interpretado, por cierto, se debate en todo momento entre lo que la sociedad le ha enseñado que es correcto (ama a su esposa) y sus verdaderos sentimientos y necesidades que debe buscar en otra parte. Su dualidad, unido a ese concepto del sexo a medio camino entre la pulcritud y la curiosidad de lo novedoso, posiblemente represente mejor que cualquier otra línea argumental lo que trata de ser Masters of Sex, es decir, una transgresión, un continuo contraste entre lo admitido y lo prohibido, entre el tabú y la ciencia.

Un médico como los de antes

Sin duda, y aunque posee algunas trazas de prototipo trágico y sufridor, es uno de los mejores personajes de la trama. No quiere esto decir que los protagonistas no tengan interés, pero sí es cierto que son dos roles excesivamente previsibles, excesivamente arquetípicos. Sobre todo el de Masters, un espléndido Michael Sheen (Midnight in Paris) que vuelve a demostrar un talento innato para los personajes históricos. Su evolución a través del estudio y de su ayudante Johnson, a la que da vida Lizzy Caplan (Monstruoso), se anuncia casi desde el primer minuto, restando algo de interés a la relación que se gesta entre ellos. De hecho, y al margen del resto de acontecimientos que se van sucediendo en la trama, no es extraño que el espectador haga apuestas sobre el episodio en el que se van a producir, y cómo se van a producir, los inevitables puntos de giro.

Curiosamente, los efectos que provoca esta relación a todos los niveles tienen más interés que ella en sí misma. Ver cómo afecta al estudio, al matrimonio y al resto de personajes secundarios resulta mucho más enriquecedor, sobre todo porque produce una serie de tramas secundarias que completan notablemente el conjunto. Un conjunto, por cierto, que recrea la época de forma espléndida, tanto en diseño de producción como en vestuario, vehículos e incluso movimientos físicos. Todo para generar la sensación de vivir en un espacio asfixiante del que la única vía de escape, al menos para los protagonistas, es el tiempo que pasan en esa pequeña sala realizan los estudios sobre sexualidad.

No quiero terminar el comentario sin hacer referencia al último episodio en el que se realiza la presentación de los resultados del experimento. Más allá de que se conozca o no la historia real en la que se basa, más allá de que el resultado de la exposición del material se intuya casi desde el capítulo anterior, es interesante comprobar cómo para determinadas cosas la sociedad no ha cambiado en 50 años. Y lo más grave es el contexto en el que ocurre todo, supuestamente más abierto y receptivo. Que una sala llena de médicos se tome a broma un experimento sobre la sexualidad humana hasta que se aborda plenamente ese tema desde el punto de vista femenino refleja claramente el machismo imperante. Pero que un grupo de profesionales se escandalice por las imágenes que se grabaron durante el experimento es poco menos que ético. Como digo, después de medio siglo deberíamos haber cambiado, pero no es infrecuente ver esas mismas reacciones en determinados ámbitos. Por no hablar de la forma de entender la homosexualidad.

Es una serie diferente. Masters of Sex podrá incomodar a algunos, encantar a otros y dejar indiferente a más de uno. Pero es una producción valiente, arriesgada, que busca en todo momento reflejar el carácter de una sociedad que no permitía a sus individuos expresar sus sentimientos y emociones como ellos deseaban. Es una serie sobre ciencia, medicina y sexo, en efecto. Pero es una trama sobre los convencionalismos, sobre la forma de evolucionar y de romper con lo establecido. En cierto modo, ella misma busca romper ciertos tabúes televisivos, y personalmente creo que lo consigue.

‘De Caligari a Hitler’, o el expresionismo como fuente de estudio social


Una de las épocas recientes más estudiadas desde todos los puntos de vista posible es el período de entreguerras del pasado siglo XX. La magnitud de la crisis económica, la diferenciación social y, sobre todo, los motivos que llevaron a la Humanidad a repetir un horror incomparable como es una Guerra Mundial. Dicho periodo, desde el punto de vista cinematográfico, es posiblemente el más interesante, tanto por el desarrollo de las técnicas que se produjo en esos años, como por la carga simbólica y de denuncia social que contenían. Una de las obras literarias más importantes en este sentido es De Caligari a Hitler. Una historia psicológica del cine alemán (Paidós Comunicación), escrita por Siegfried Kracauer y publicada por primera vez en 1947.

Ya hemos hablado en varias ocasiones del expresionismo alemán y su influencia en todo el cine posterior. Sin embargo, y como recoge este libro, este movimiento cultural es solo una consecuencia de un sentir social derivado de las desastrosas consecuencias que tuvo la I Guerra Mundial para Alemania. A lo largo de sus 350 páginas el autor hace un repaso exhaustivo no solo de los títulos que se realizan, sino de las coincidencias narrativas, morales y argumentales que poseen. En este sentido, y aunque el texto está estructurado por épocas, su información puede abordarse desde un punto de vista puramente cinematográfico en el que se descubren los entresijos y las gestaciones de algunos de los títulos más emblemáticos de la producción alemana.

Aunque, claro está, su principal atractivo reside en el estudio psicológico y sociológico de la producción audiovisual de la época como reflejo del sentir social. Cabe señalar que el título puede llevar a engaños. El texto de Kracauer no comienza, ni mucho menos, con la famosa película que se ha quedado en denominar el inicio del expresionismo alemán. No es hasta bien avanzado el estudio que se analiza a fondo El gabinete del Dr. Caligari (1920). Entonces, ¿por qué el título? Bueno, lo cierto es que muchos autores, entre los que se halla este historiador, ven en los personajes y el tratamiento de la historia un comienzo de lo que después abordaría el expresionismo sin ningún género de dudas: el temor y la denuncia del peligroso camino que la sociedad estaba tomando, cada vez más alienada y dominada por un poder que tendía a acomodarse en las manos de un dictador capaz de manipular el subconsciente global.

Igualmente, el autor no se limita a la ascensión de Hitler al poder en 1933, sino que continúa su obra hasta un período igualmente interesante para el desarrollo audiovisual: la propaganda nazi. Siegfried Kracauer realiza, por tanto, una obra evolutiva en el sentido de que, a través de sus páginas, el lector es capaz no solo de hallar conexiones entre una época y otra, sino de entrever en muchas de la películas abordadas una advertencia de los cineastas a la sociedad al tiempo que un reflejo del malestar y de los sueños y anhelos de los ciudadanos.

El gran compendio del expresionismo

De Caligari a Hitler supone, posiblemente, la mayor y más completa obra realizada sobre el expresionismo alemán y el resto de cintas producidas durante los años 20 y 30 del siglo pasado. Analizar en profundidad las connotaciones de sus ideas, las relaciones que establece y las conclusiones que se obtienen sería objeto de un trabajo cuya extensión es demasiado grande para un artículo de este blog. Sin embargo, buena parte de sus argumentos serán abordados en diferentes ocasiones con motivo del análisis de algunas de las películas mencionadas en el texto.

Puede que muchos solo quieran ver en estas páginas un vano intento por nutrir a las películas de un contenido que no tienen. Considerar, empero, que el expresionismo alemán (o el cine soviético de la época) son solo meras fantasías en blanco y negro es rascar muy poco bajo la superficie. Es indudable que algo existe bajo la ciencia ficción de Metrópolis (1927), bajo el pacto de Fausto (1926) o bajo los crímenes de M, el vampiro de Düsseldorf (1931). Todas ellas, como describe el autor, son formas diferentes de mostrar el peligro de las ideas nazis y el carácter manipulador a través de una imagen amable y democrática de sus líderes.

El libro, por lo que tiene de inminente respecto a la época que aborda, se convierte así en un compendio enorme de la evolución ideológica, moral y social de una época convulsa no solo en Alemania, sino en todo el mundo. A pesar de las diferencias, su estudio puede extrapolarse a otros ámbitos sin riesgo a sufrir un grave error. No hay que limitarse, sin embargo, al expresionismo, si bien es el movimiento más emblemático de la época.

Alpinismo, drama y rebeliones a la autoridad

Durante estos años, y al igual que la mayor parte de las producciones, de la mano de Ufa, muchos autores trataron de mostrar de un modo u otro los dilemas morales que sentían y que, en cierto modo, se extendían a toda la sociedad. Estos otros géneros o, si se prefiere, estas otras temáticas, son abordados de forma minuciosa por Kracauer, como es el caso del alpinismo. Muchos autores, actores y actrices optaron por abordar la escalada de grandes montañas como un reflejo de la lucha contra la adversidad, como una forma de liberarse de la opresión que sentían. Un reflejo, por cierto, que era algo más que un simbolismo, pues no hay que olvidar que estamos en los años 20 y 30 del siglo XX, y este tipo de películas se realizaban sin dobles y con medidas de seguridad más bien pobres comparadas con la tecnología actual. Aunque no fue lo único.

Muchos títulos, entre los que se encuentra la propia Metrópolis de Fritz Lang antes mencionada, presentan como punto de unión la rebelión a la autoridad, vista esta como un mecanismo de coartar las decisiones propias de un pueblo libre. Ya sea a través de una revolución trabajadora, ya sea mediante el rechazo de un hijo a la autoridad paterna, lo cierto es que la sociedad alemana sentía la necesidad de liberarse de todo aquello que la impedía evolucionar de forma natural, y que a la larga fue el mejor caldo de cultivo para la ideología de extrema derecha.

Ya lo hemos dicho, no todo es expresionismo. El propio autor hace esa distinción a lo largo de su obra. Si bien el periodo de posguerra es el más prolífico en lo relativo a este movimiento, a la ciencia ficción y al desarrollo de las técnicas cinematográficas, pasada esta época se da un «período de estabilización», como lo denomina Kracauer, en el que predomina un realismo centrado en el montaje y en la necesidad de mostrar historias más cercanas a la gente, menos simbólicas por decirlo de algún modo. Así, nuevos elementos se convierten en protagonistas, como el adolescente o el amanecer (en claras referencias al despertar social), así como se desarrollan nuevos géneros como el drama.

De Caligari a Hitler es, en definitiva, una obra fundamental para comprender la evolución cinematográfica de una de las épocas más ricas del cine, pero también permite acceder a un análisis pormenorizado de la sociedad de ese periodo, de sus frustraciones y sus esperanzas, y de los sentimientos que permitieron el ascenso del nazismo y, en consecuencia, la repetición de una Guerra Mundial aunque enriquecida por el avance tecnológico. En este sentido, su lectura se vuelve necesaria para, salvando las distancias temporales que nos separan, comprender cómo evoluciona la sociedad en tiempos de crisis y, de este modo, evitar repetir errores del pasado.

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