‘Overlord’: el ejército de los mil años


La idea de Hitler antes y durante la II Guerra Mundial era construir un imperio de mil años que no tuviera oposición alguna. Partiendo de esa base y de los experimentos nazis que se revelaron al término del conflicto bélico, el nuevo film de Julius Avery (Son of a gun) compone un relato en el que soldados, zombis y superhombres se dan cita para ofrecer un entretenimiento puro y duro en el que la acción apenas tiene descanso. Y todo eso partiendo del origen histórico de la Operación Overlord (más comúnmente conocido como el Desembarco de Normandía).

No es casualidad, por tanto, que el inicio de Overlord sea una suerte de homenaje al inicio de Salvar al soldado Ryan (1998), en lugar de por mar por aire. Evidentemente, ni este film es el clásico de Spielberg ni los directores son comparables, pero ya avanza el ritmo que va a tener posteriormente la cinta. A partir de ese momento la trama desarrolla con acierto tanto a personajes como el argumento, planteando los puntos de giro de forma pausada, tomándose el tiempo para explorar los arquetipos que se presentan en la historia y para abordar la revelación de la información. En este sentido, es especialmente reseñable la secuencia en la que el protagonista descubre los experimentos nazis que se desarrollan bajo el objetivo de su misión, todo un ejercicio de tensión dramática.

En su contra juega el hecho de que estamos ante una serie B notable, y por lo tanto puede no ser tomada demasiado en serio. Pero no hay que confundirse. Avery desarrolla un film sencillo en el fondo (para muchos puede que demasiado sencillo) pero bien elaborado, con personajes prototipo que permiten un desarrollo de la acción sin intermitencia alguna. Es cierto que los personajes apenas tienen trasfondo dramático; es cierto que en varias ocasiones el desarrollo es demasiado previsible. Pero en este caso las carencias se suplen con un tratamiento entregado a la ciencia ficción y a la acción, amén de algunos toques de humor y, por supuesto, unos momentos de lo más sangriento.

Overlord es puro entretenimiento para los amantes de la ciencia ficción y la acción. Con un guión sencillo y directo, y unos personajes más bien planos pero que funcionan a las mil maravillas tanto dentro de la trama como entre ellos, Avery desarrolla una trama que apenas se detiene, evitando así que se planteen dudas en el espectador. Los puntos de giro hacen avanzar la acción por un camino que en muchos momentos es previsible, pero que en este caso no por eso deja de funcionar. Y eso es gracias fundamentalmente a que la película utiliza sus armas con inteligencia, conociendo sus limitaciones y explotando sus ventajas. El consejo de J.J. Abrams (Super 8) se aprecia en cada plano.

Nota: 7/10

‘Monuments Men’: historias de la guerra


George Clooney y Matt Damon encabezan los 'Monuments Men'.George Clooney, como director, suele realizar obras en las que su ideología y su forma de entender el mundo quedan patentes. El problema es que estamos tan acostumbrados a verle firmar obras tan serias y densas como Buenas noches, y buena suerte (2005) que nos olvidamos por un momento de que también es capaz de hacer algo como Ella es el partido (2008). El nuevo film del protagonista de la saga Ocean’s (con la que comparte ciertas bases conceptuales adaptadas al tiempo en el que se desarrolla la trama) tiene algo de ambos mundos, es decir, se encuentra a medio camino entre la gravedad moral de lo que narra y la ligereza con la que lo hace. Y esto no tiene que ser necesariamente malo.

Más bien al contrario, el actor, director y guionista imprime al conjunto un estilo ameno, entretenido y a ratos muy divertido. Se aleja, por tanto, del drama de la guerra y de la muerte por bien común y altruista como es salvar el legado artístico y cultural de siglos de humanidad. Y en cierto modo la apuesta por este punto de vista no solo libra al reparto y al propio director de caer en una espiral dramática que podría haber terminado en tragedia (para la trama y para la propia película en sí), sino que permite combinar los momentos más trágicos con otros algo cómicos. A ello contribuye, no cabe duda, la camaradería de unos actores que disfrutan dentro y fuera de la pantalla, en especial Matt Damon (Contagio), Bill Murray (Bienvenidos a Zombieland) y John Goodman (Red state), que protagonizan alguno de los mejores momentos del film. Mención aparte merece Cate Blanchett (Babel), que aprovecha al máximo un personaje que se queda en un intento de protagonismo femenino, siendo en realidad un secundario que habría merecido algo más.

Y precisamente ese tono algo cómico y ligero es lo que impide introducirse de lleno en el film. Eso, y que la historia de este grupo de hombres que busca obras de arte en plena II Guerra Mundial se ramifica en tantas subtramas localizadas en diferentes lugares de Europa en un mismo periodo de tiempo. Diversificación que obliga a tener en todo momento muy presente lo que busca cada personaje, hacia dónde le dirigen las pistas que encuentra, y que dificultades se encuentra por el camino. En definitiva, demasiada complejidad para una historia que se antoja mucho más directa y simple, y que precisamente gana enteros cuando el grupo vuelve a reunirse hacia el tercio final del film.

En cualquier caso, Monuments Men deja algunos momentos para el recuerdo (el descubrimiento de arte robado en una casa es magnífico), y aprovecha los pocos recovecos que la búsqueda de arte le deja para lanzar algún que otro mensaje ideológico que dan buena cuenta de ese compromiso de Clooney. Y no desentonan a pesar del tono afable del conjunto. Es, en definitiva, una combinación de los dos mundos en los que se mueve el director, el más comercial y el más intelectual. No es un gran film cargado de emotividad y reflexiones sobre el modo en que la guerra destruye nuestra humanidad (aquí representada por el arte), pero tampoco lo intenta. Simplemente señala una historia de la guerra que, de otro modo, el gran público tal vez nunca habría conocido.

Nota: 6,5/10

‘De Caligari a Hitler’, o el expresionismo como fuente de estudio social


Una de las épocas recientes más estudiadas desde todos los puntos de vista posible es el período de entreguerras del pasado siglo XX. La magnitud de la crisis económica, la diferenciación social y, sobre todo, los motivos que llevaron a la Humanidad a repetir un horror incomparable como es una Guerra Mundial. Dicho periodo, desde el punto de vista cinematográfico, es posiblemente el más interesante, tanto por el desarrollo de las técnicas que se produjo en esos años, como por la carga simbólica y de denuncia social que contenían. Una de las obras literarias más importantes en este sentido es De Caligari a Hitler. Una historia psicológica del cine alemán (Paidós Comunicación), escrita por Siegfried Kracauer y publicada por primera vez en 1947.

Ya hemos hablado en varias ocasiones del expresionismo alemán y su influencia en todo el cine posterior. Sin embargo, y como recoge este libro, este movimiento cultural es solo una consecuencia de un sentir social derivado de las desastrosas consecuencias que tuvo la I Guerra Mundial para Alemania. A lo largo de sus 350 páginas el autor hace un repaso exhaustivo no solo de los títulos que se realizan, sino de las coincidencias narrativas, morales y argumentales que poseen. En este sentido, y aunque el texto está estructurado por épocas, su información puede abordarse desde un punto de vista puramente cinematográfico en el que se descubren los entresijos y las gestaciones de algunos de los títulos más emblemáticos de la producción alemana.

Aunque, claro está, su principal atractivo reside en el estudio psicológico y sociológico de la producción audiovisual de la época como reflejo del sentir social. Cabe señalar que el título puede llevar a engaños. El texto de Kracauer no comienza, ni mucho menos, con la famosa película que se ha quedado en denominar el inicio del expresionismo alemán. No es hasta bien avanzado el estudio que se analiza a fondo El gabinete del Dr. Caligari (1920). Entonces, ¿por qué el título? Bueno, lo cierto es que muchos autores, entre los que se halla este historiador, ven en los personajes y el tratamiento de la historia un comienzo de lo que después abordaría el expresionismo sin ningún género de dudas: el temor y la denuncia del peligroso camino que la sociedad estaba tomando, cada vez más alienada y dominada por un poder que tendía a acomodarse en las manos de un dictador capaz de manipular el subconsciente global.

Igualmente, el autor no se limita a la ascensión de Hitler al poder en 1933, sino que continúa su obra hasta un período igualmente interesante para el desarrollo audiovisual: la propaganda nazi. Siegfried Kracauer realiza, por tanto, una obra evolutiva en el sentido de que, a través de sus páginas, el lector es capaz no solo de hallar conexiones entre una época y otra, sino de entrever en muchas de la películas abordadas una advertencia de los cineastas a la sociedad al tiempo que un reflejo del malestar y de los sueños y anhelos de los ciudadanos.

El gran compendio del expresionismo

De Caligari a Hitler supone, posiblemente, la mayor y más completa obra realizada sobre el expresionismo alemán y el resto de cintas producidas durante los años 20 y 30 del siglo pasado. Analizar en profundidad las connotaciones de sus ideas, las relaciones que establece y las conclusiones que se obtienen sería objeto de un trabajo cuya extensión es demasiado grande para un artículo de este blog. Sin embargo, buena parte de sus argumentos serán abordados en diferentes ocasiones con motivo del análisis de algunas de las películas mencionadas en el texto.

Puede que muchos solo quieran ver en estas páginas un vano intento por nutrir a las películas de un contenido que no tienen. Considerar, empero, que el expresionismo alemán (o el cine soviético de la época) son solo meras fantasías en blanco y negro es rascar muy poco bajo la superficie. Es indudable que algo existe bajo la ciencia ficción de Metrópolis (1927), bajo el pacto de Fausto (1926) o bajo los crímenes de M, el vampiro de Düsseldorf (1931). Todas ellas, como describe el autor, son formas diferentes de mostrar el peligro de las ideas nazis y el carácter manipulador a través de una imagen amable y democrática de sus líderes.

El libro, por lo que tiene de inminente respecto a la época que aborda, se convierte así en un compendio enorme de la evolución ideológica, moral y social de una época convulsa no solo en Alemania, sino en todo el mundo. A pesar de las diferencias, su estudio puede extrapolarse a otros ámbitos sin riesgo a sufrir un grave error. No hay que limitarse, sin embargo, al expresionismo, si bien es el movimiento más emblemático de la época.

Alpinismo, drama y rebeliones a la autoridad

Durante estos años, y al igual que la mayor parte de las producciones, de la mano de Ufa, muchos autores trataron de mostrar de un modo u otro los dilemas morales que sentían y que, en cierto modo, se extendían a toda la sociedad. Estos otros géneros o, si se prefiere, estas otras temáticas, son abordados de forma minuciosa por Kracauer, como es el caso del alpinismo. Muchos autores, actores y actrices optaron por abordar la escalada de grandes montañas como un reflejo de la lucha contra la adversidad, como una forma de liberarse de la opresión que sentían. Un reflejo, por cierto, que era algo más que un simbolismo, pues no hay que olvidar que estamos en los años 20 y 30 del siglo XX, y este tipo de películas se realizaban sin dobles y con medidas de seguridad más bien pobres comparadas con la tecnología actual. Aunque no fue lo único.

Muchos títulos, entre los que se encuentra la propia Metrópolis de Fritz Lang antes mencionada, presentan como punto de unión la rebelión a la autoridad, vista esta como un mecanismo de coartar las decisiones propias de un pueblo libre. Ya sea a través de una revolución trabajadora, ya sea mediante el rechazo de un hijo a la autoridad paterna, lo cierto es que la sociedad alemana sentía la necesidad de liberarse de todo aquello que la impedía evolucionar de forma natural, y que a la larga fue el mejor caldo de cultivo para la ideología de extrema derecha.

Ya lo hemos dicho, no todo es expresionismo. El propio autor hace esa distinción a lo largo de su obra. Si bien el periodo de posguerra es el más prolífico en lo relativo a este movimiento, a la ciencia ficción y al desarrollo de las técnicas cinematográficas, pasada esta época se da un «período de estabilización», como lo denomina Kracauer, en el que predomina un realismo centrado en el montaje y en la necesidad de mostrar historias más cercanas a la gente, menos simbólicas por decirlo de algún modo. Así, nuevos elementos se convierten en protagonistas, como el adolescente o el amanecer (en claras referencias al despertar social), así como se desarrollan nuevos géneros como el drama.

De Caligari a Hitler es, en definitiva, una obra fundamental para comprender la evolución cinematográfica de una de las épocas más ricas del cine, pero también permite acceder a un análisis pormenorizado de la sociedad de ese periodo, de sus frustraciones y sus esperanzas, y de los sentimientos que permitieron el ascenso del nazismo y, en consecuencia, la repetición de una Guerra Mundial aunque enriquecida por el avance tecnológico. En este sentido, su lectura se vuelve necesaria para, salvando las distancias temporales que nos separan, comprender cómo evoluciona la sociedad en tiempos de crisis y, de este modo, evitar repetir errores del pasado.

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