‘Perversidad’, o cómo la obsesión puede destrozar una vida
21/04/2020 Deja un comentario
Apenas un año separa Perversidad (1945) de La mujer del cuadro (1944). Y eso es algo que se aprecia mucho en la narrativa utilizada por el director de ambas, Fritz Lang. Pero incluso con las similitudes (hasta el trío protagonista es la misma), este clásico de la etapa norteamericana del director austríaco posee una entidad única en el que la obsesión se convierte en el motor narrativo de una historia algo más compleja que la del título anterior en la filmografía de Lang.
Para aquellos que no conozcan la trama, que adapta la novela de Georges de La Fouchardière y André Mouëzy-Éon, el protagonista es un gris y aburrido contable de un banco que, en plena crisis de la mediana edad, conoce a una joven cuando la salva de una agresión en plena calle. Este fortuito encuentro le llevará a enamorarse de ella, cuyo novio, un vividor de tres al cuarto, la convence para seguirle el juego y sacarle todo el dinero posible. La obsesión de él por servirla en todo le llevará cometer diversos crímenes hasta terminar enloquecido.
Lang aprovecha una historia relativamente sencilla en su concepción para ahondar en muchos de los elementos expresionistas que desarrolló en Alemania, elevando y potenciando el cine negro norteamericano hasta un nivel pocas veces visto, alejado de gángsteres y enfocado principalmente en hombres normales y corrientes cuya vida monótona se ve alterada por un elemento caótico en forma de mujer. Más allá de las lecturas machistas que puede tener esta idea (estamos hablando de los años 40, así que cualquier lectura hecha con los ojos de hoy en día puede distorsionar el sentido original), lo realmente interesante de la trama es comprobar cómo el protagonista, un extraordinario Edward G. Robinson (Cayo Largo), se involucra progresivamente en una espiral obsesiva con una mujer cuyo único fin es servirse de quien cree que es un exitoso artista. Que la mentira sea la base de esta relación no es casual, ni en un lado ni en el otro, y es de hecho el origen de muchos enredos que terminan en un trágico final.
Pero antes de llegar a eso es importante reseñar cómo la historia establece los dos ambientes en los que se moverá la trama constantemente. Por un lado, el mundo respetable y, en cierto modo, aburrido y monótono del protagonista, atrapado en una vida que le es incluso extraña junto a una mujer que, literalmente, le resulta conveniente. Su única vía de escape para ese mundo es la pintura, que es precisamente la conexión con el universo en el que se mueve el personaje de Joan Bennett (La máscara de hierro), más sórdido, marcado por los chanchullos de un novio que la utiliza para su beneficio personal y poder enriquecerse sin importarle ni ella ni la situación que pueda generar. Resulta interesante comprobar cómo Perversidad se mueve en todo momento en un terreno de máximos. Frente a la inocencia del protagonista, la picardía del estafador; frente a la monotonía de una vida, el constante trasiego de la otra; frente al mundo respetable, los bajos fondos y los timos de medio pelo. La cinta funciona gracias a esos contrastes, y es algo que Fritz Lang potencia con una puesta en escena sobria en la que la luz y la oscuridad juegan un papel tan fundamental como el arte.
Arte y expresionismo
Y precisamente el arte es, en cierto modo, el motor narrativo de la historia. Perversidad juega en todo momento con la dualidad antes mencionada, con los peligros que supone para un hombre anodino introducirse en un mundo que no entiende, lleno de maldad y picardía. Pero el leit motiv de la historia es, en todo momento, el arte. Es el origen de la relación que entablan los protagonistas, la base de una mentira que contiene, sin embargo, una pizca de verdad que termina convirtiéndose en un éxito inesperado, de nuevo con el engaño y la mentira como telón de fondo. Y como no podía ser de otro modo, el arte es también el contexto en el que se desarrolla el final del protagonista, abocado a una locura inimaginable por los crímenes cometidos, la ausencia de castigo y la obsesión de las palabras de la mujer de la que se había enamorado.
Este es, por tanto, un gran ejemplo de cómo utilizar un concepto narrativo y que pase de ser algo secundario a una parte fundamental de la trama. Lo que se presenta inicialmente como una afición se torna en profesión, y lo que comienza siendo una mentira se vuelve verdad, al menos para una parte de la historia. Paralelamente al ascenso de este recurso dramático se produce el descenso a los infiernos del protagonista, lo que podría verse, incluso, como los sacrificios que debemos realizar para lograr nuestras verdaderas pasiones. En el caso que nos ocupa, ese sacrificio le cuesta al protagonista absolutamente todo. Y esto me lleva a una conclusión de la historia donde Lang aprovecha su maestría en el expresionismo alemán para dotar de oscuridad, locura y tragedia el final del personaje.
El director recurre a prácticamente todos los elementos de esta corriente cinematográfica para describir en imágenes el proceso mental de un hombre incapaz de aceptar y comprender lo que ha hecho, pero sobre todo incapaz de asumir que las circunstancias de los crímenes le exoneran. Los juegos de sombras, las voces en off que resuenan en la cabeza del protagonista, las cortinas, los ángulos que parecen desdibujar la habitación,… todo ello transforma esa escena final en algo completamente diferente a lo visto hasta ahora, como si de hecho estuviéramos asistiendo a la fractura de la mente de una persona. La posterior elipsis para presentar al rol de Robinson varios años después, y la situación en la que vive, no hace sino fortalecer esa narrativa expresionista, esa idea de que la locura se ha apoderado del hombre y que, aunque suavizada con los años, sigue dominando su vida, que por cierto es diametralmente opuesta a la que tenía en el primer plano del film. Hay muy pocos viajes del héroe tan radicales, extremos y contundentes como este.
Fritz Lang convierte Perversidad, por tanto, en un extraordinario viaje por la mente y la sociología humanas. El magnífico guion es un perfecto ejemplo de cómo la historia se construye sobre los conflictos en cada secuencia, tanto los que vive el protagonista con su objeto de deseo, como los que afronta a consecuencia del mismo. Es un viaje a un mundo que le arrastra hacia el lado más oscuro de su psique, algo que queda patente en esa imprescindible secuencia final. Pero la película es mucho más. Visualmente poderosa, las lecturas de su trama son tantas como se pueda pensar, pues todos los elementos no solo tienen un significado propio, sino que interactúan entre ellos para enriquecerse mutuamente, mutar en su significado y hacer crecer la historia. El arte y los cuadros que pinta el protagonista son el mejor ejemplo. Pero hay más. Desde los personajes secundarios hasta ese epílogo que muestra a un rol que lo ha perdido absolutamente todo mientras el fruto de su talento enriquece a otros, este thriller de cine negro merece ser disfrutado de principio a fin.