1ª T. de ‘The Sandman’, una adaptación a medio gas de una obra inadaptable
11/11/2023 Deja un comentario
Quienes hayan leído la serie de cómics de The Sandman sabrán de lo que hablo cuando digo que esta es una obra inadaptable. O para ser más precisos, una obra cuya adaptación a la pantalla, ya sea pequeña o grande, va a suponer un proceso tedioso, complejo y, en la mayoría de los casos, de resultado cuanto menos irregular. La idea de llevar esta historia del Dios del Sueño y sus hermanos a la pantalla viene ya de largo, y finalmente ha sido esta serie la que se ha llevado el gato al agua. A estas alturas ya se ha dicho de todo sobre la primera temporada de 11 capítulos (10+1, más bien), así que abordemos lo que han hecho David S. Goyer (guionista, entre otras, de El caballero oscuro) y Allan Heinberg (serie The catch) y cómo se ha trasladado todo eso a imagen.
Tuve la oportunidad de volver a adentrarme en este particular universo creado por Neil Gaiman de forma paralela en las viñetas (si es que se puede decir que tiene viñetas) y en la serie de Netflix, y personalmente creo que la adaptación, narrativamente hablando, es inmejorable. Goyer y Heinberg se convierten, en cierto modo, en montadores de toda la historia para ponerla en orden, vincular algunos personajes para convertirlos en puentes dramáticos de una aventura a otra, y construir de este modo una aventura con algo más de coherencia y vinculación emocional que la que tiene el cómic. En este sentido, los guionistas aprovechan algunas de las historias para cambiarlas de orden, transforman algunos personajes y dan vida a otros tantos en un intento de construir un universo muy parecido pero, al mismo tiempo, propio.
Y lo cierto es que lo consigue. The Sandman, la serie, es bajo este prisma una interesante obra de fantasía en la que el terror se atiene a unas pequeñas dosis, en la que el humor es casi tan negro como el traje del protagonista, y en la que las reflexiones sobre la condición humana se suceden de forma casi ininterrumpida. Todo ello se convierte en los pilares de un desarrollo complejo, aparentemente alejado de las convenciones narrativas de todo guion pero que, bajo esa capa de misticismo, se revela como un relato estructurado en tres actos con unas serie de puntos de giro y ganchos que mantienen al espectador atrapado en esta aventura. Sí exige por parte de los que se acerquen a ella, y esto es importante dejarlo claro, una predisposición a lo que se está a punto de ver, más o menos como en su día hizo Preacher. La diferencia fundamental está en el apartado visual… pero de eso hablamos más adelante.
Lo que parece evidente es que, sobre el papel en el que está escrito el guion, la serie trata de ser lo suficientemente original como para distanciarse lo justo de la obra primigenia, pero manteniendo siempre la esencia tanto a través de los personajes como de la filosofía y la mitología que esconden todos ellos. Quizá el mayor problema que puede tener la serie es su falta de concreción en algunas líneas argumentales y su cierre algo apresurado en otras. El hecho de querer condensar en solo 10 episodios (el 11 son dos historias independientes aunque muy interesantes) todo lo que ocurre en los primeros cómics de Gaiman es una tarea simplemente imposible, y eso se nota, al menos para los que conozcan la obra en papel. Aquellos que no hayan leído nada posiblemente tengan la sensación de un desequilibrio dramático en algunas ramificaciones argumentales. Es normal, y para eso estará la segunda temporada.
Pérdida visual
Pero centrémonos en el lenguaje visual que utiliza la serie. Es aquí donde The Sandman falla. No me considero un purista de la obra de Gaiman, más bien al contrario, pero sí hay aspectos que la serie no logra trasladar con eficacia, y eso termina jugando en su contra. Sin ir más lejos, el aspecto del protagonista. Tom Sturridge (Mary Shelley) compone un interesante Sandman en cuanto a postura y complejidad moral. Sin embargo, este trabajo interpretativo no va acompañado de lo más característico del personaje, que es su aspecto, con piel totalmente blanca y ojos negros tan profundos que parecen un pozo sin fondo. Puede parecer nimio, pero en un rol de corte fantástico como este, es algo imprescindible.
Con todo, no es lo más llamativo. Salvo momentos muy puntuales, la serie no logra acercarse a la apuesta visualmente rompedora de los cómics. Tampoco lo pretende, de hecho, y es respetable que sus responsables, desde guionistas a productores y directores, hayan optado por un planteamiento más «realista» y ordenado. El problema no es ese. El problema es que el concepto de las páginas originales responde a un universo en el que el tiempo y el espacio no se entienden como en nuestro mundo, y a unos personajes consumidos por unos sentimientos a cada cual más vil. El diseño que Gaiman da a algunos villanos recuerda, no en vano, a ese cuadro de Dorian Gray en el que se iban acumulando todas las enfermedades, heridas y miserias del eterno joven. Nada de eso queda en la serie de televisión, perdiendo un componente muy perturbador que trata de compensarse, con desigual fortuna, a través de otros elementos audiovisuales.
De igual modo, la violencia y algunos pasajes oscuros de la trama en estos primeros compases de las aventuras del Señor de los Sueños quedan relegados a meras insinuaciones. Da la sensación de que se ha querido rebajar un poco el cariz oscuro, lúgubre y hasta descorazonador del cómic para acercar el personaje a una mayoría de público. Es una estrategia tan buena como cualquier otra, pero quien se acerque a los cómics en busca de los orígenes de Sandman encontrará algo completamente diferente, al menos en los inicios. Dicho esto, eso no impide que los amantes de la fantasía no puedan disfrutar de la serie. El modo en que se retrata el mundo de los sueños o el infierno, por poner dos ejemplos, es brillante a la par que elegante, construyendo un universo propio que pretende tener vida más allá de su referente en papel. La pregunta que cabe hacerse es si la serie continuará teniendo interés en su próxima tanda de episodios.
Por el momento, la primera temporada de The Sandman se mueve entre dos aguas que terminan por ofrecer al espectador una producción algo irregular. Como adaptación del relato, se podría decir que es más que notable; como narrativa visual, no logra tener la fuerza de los cómics. No se trata de que sea una adaptación fiel. Son dos medios diferentes y, por tanto, deben tener su propio espíritu. El problema es que esos espíritus son casi opuestos, y eso sí es un problema en tanto en cuanto el personaje y el relato pierden algo de su esencia. Con todo y con eso, aunque estamos ante una adaptación a medio gas, como serie de televisión logra funcionar, y los fans del género posiblemente encuentren en ella un refugio al que acudir sin demasiadas exigencias.