‘Los juegos del hambre’: luchas indiferentes de gladiadores por un bien común


Desde hace ya algunas décadas, y sobre todo con la irrupción de Harry Potter en el mundo cinematográfico, los estudios buscan una serie de películas que, basadas en unos best-sellers para adolescentes, llenen sus arcas de forma masiva. Con Los juegos del hambre da comienzo una de dichas sagas para adolescentes, esta vez con las novelas de Suzanne Collins como punto de partida. Y, como suele ser habitual en estos productos, todo aquello que pueda generar rechazo en los adolescentes más jóvenes queda obviado o, directamente, eliminado. Una pena, pues la opción de centrar la atención en el drama personal y emocional de la protagonista resta ritmo a un conjunto que, además, está planteado de inicio de forma harto irregular.

Y eso que la trama podría dar para mucho, sobre todo el contexto en el que se enmarca. La idea de un mundo donde una serie de distritos deben obediencia a un poder central que, para dominarles, les obliga a entregar a dos jóvenes para una encarnizada lucha a muerte que todo el planeta presencia es impactante a la vez que referencial de obras ya conocidas como la cinta Battle Royale, el libro 1984 o, incluso, los clásicos gladiadores romanos, los cuales eran tratados con la misma hipocresía que aquí se muestra: se les trata como a héroes, pero en el fondo no dejan de ser personas que acuden a un matadero. Si a esto se suma el contraste tan acusado entre dicho poder central, cuyos ciudadanos viven en la más absoluta opulencia e hipocresía, y los distritos, donde sus vecinos apenas tienen para comer, la cinta se vuelve incluso actual.

A esta recreación ayudan, qué duda cabe, los actores, todos ellos correctos en sus respectivos papeles, destacando la labor de Jennifer Lawrence (Winter’s Bone) y el siempre soberbio y camaleónico Stanley Tucci (Julie y Julia), y un trabajo de producción realmente excepcional en su responsabilidad de generar no solo el contraste entre los dos mundos, sino el aspecto visual tan extravagante del mundo «pudiente» (tanto en lo concerniente a vestuario como a decorados).

Sin embargo, todo queda, como decimos, en un segundo plano. Más allá de una escogida falta de violencia, el verdadero problema del film se haya, fundamentalmente, en su director y coguionista. Gary Ross (Seabiscuit, más allá de la leyenda) parece no encontrarse cómodo con una cinta de acción, aventuras y supervivencia de estas características. Su apuesta por el tono pausado y la explicación del mundo en el que todo transcurre le llevan a generar una primera parte tediosa, por momentos indiferente, en la que sobran explicaciones, diálogos e incluso secuencias (¿de qué sirve presentar a un personaje totalmente borracho si luego siempre aparece sereno e impoluto?).

Su falta de garra queda igualmente patente en las confusas secuencias de acción de la segunda mitad de la película, que es lo realmente interesante a pesar de verse perjudicada por esa interminable primera parte, así como en la previsibilidad de un guión que, por otro lado, no termina de explicar algunas de las relaciones que, poco a poco se van estableciendo entre los personajes principales. Es de suponer que todos esos interrogantes se desarrollen en la ya confirmada segunda parte, pero no habría estado mal algo más de coherencia propia.

Nota: 5,5/10

Acerca de Miguel Ángel Hernáez
Periodista y realizador de cine y televisión.

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