‘La monja II’: la hermana, el demonio y la fiesta del vino


Taissa Farmiga vuelve a enfrentarse al demonio en 'La monja II'

Hay una máxima, o al menos debería haberla, por la que a una historia se la exige una coherencia narrativa. Coherencia que no solo se refiere a los elementos visuales, sino también conceptuales. En líneas generales, cualquier trama debe ser fiel a su esencia e intentar no salirse de ahí, sobre todo en momentos álgidos como el clímax. Por eso entiendo cada vez menos que determinadas historias, sobre todo de terror, terminen convirtiéndose en algo que no son, y a esta secuela de un spin-off le ocurre exactamente eso.

Vaya por delante que La monja II me parece, en líneas generales, una cinta de terror más que aceptable. Tanto su director, Michael Chaves (La Llorona), como sus guionistas, optan por un suspense atmosférico bastante logrado, desarrollando una trama que va de menos a más y que, a pesar de ser bastante previsible, tiene la suficiente entereza como para generar algo de intriga en los elementos secundarios que ayudan a construir el contexto en el que se desarrolla la acción. Además, la narrativa en paralelo de los dos personajes que continúan de la primera película va en beneficio de esta apuesta decidida por un lenguaje en el que el segundo plano es casi más interesante que los protagonistas que aparecen en primer término, algo muy característico del nuevo cine de terror.

El problema es el final. Nunca entenderé por qué películas como estas, que optan claramente por algo muy concreto en su narrativa y en su lenguaje, terminan por echar por tierra todo lo que han construido para «mostrar al monstruo». Ese tercio final en el que no solo la monja se ve en todo su esplendor, sino que también lo hacen el resto de monstruos y criaturas que convoca, no solo es innecesario; es que rompe por completo la línea de intriga ascendente para convertirse en una película de monstruos del montón. No voy a entrar en detalles, pero la fiesta del vino que se monta al final, en un intento burdo de homenajear El resplandor (1980), es tan innecesario como aparatoso en una película que, hasta ese momento, se había caracterizado por la tensión, la sutileza y el terror de lo no mostrado… o de lo mostrado en penumbras.

Y es una pena, porque ese final termina por desinflar lo conseguido por La monja II. No es que sea una gran película de terror, pero personalmente sí creo que es mejor que la primera entrega, más que nada porque, a diferencia de la primera, sí intenta contar algo y tener un alma propia. Evidentemente, está muy alejada de la saga ‘Expediente Warren’, pero en líneas generales es una correcta producción que cumple su función sin asustar demasiado pero sí cumpliendo las expectativas narrativas. Sin embargo, el clímax desatado no encaja, vuelve a convertir a los héroes en una suerte de superhéroes y a un todopoderoso demonio en un ser vulnerable. Y jugar con eso simplemente porque es necesario para la historia es lo contrario a la coherencia de la que hablábamos al principio.

Nota: 6,5/10

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