‘The undoing’, un nuevo sentido para los juegos de sospechas


Nicole Kidman y su familia deben afrontar la acusación sobre Hugh Grant en 'The undoing'.

La base de cualquier thriller con un asesinato (o varios) de por medio es, o bien plantear varios posibles culpables y desentrañar la tela de araña de sus motivaciones (como las novelas de Agatha Christie), o bien desviar la atención sobre un personaje para después desvelar quién es el auténtico culpable. A veces, ambos formatos se combinan. Pero lo que es más extraño es ver algo como lo que propone la miniserie The undoing, creada por David E. Kelley (serie Boston legal): plantear un crimen, un culpable y comenzar un juego de sospechas para terminar en el mismo culpable.

Y eso es gracias, en primer lugar, a una estructura magistralmente construida, utilizando con inteligencia las bases del propio género y, sobre todo, contando con unos personajes espléndidos y unos actores en estado de gracia. Pero vayamos por pasos. Lo primero, la trama: un matrimonio de la alta sociedad neoyorquina ve cómo su vida da un giro cuando una mujer aparece muerta. Aparentemente, lo único que les relaciona con el crimen es que la víctima, una joven de clase media, llevaba a su hijo al mismo colegio elitista que ellos. Pero cuando el marido desaparece y todas las sospechas recaen sobre él, el mundo de la esposa se desmorona mientras se inicia una investigación que pondrá contra las cuerdas todo lo que creía saber.

Kelley da una vuelta de tuerca más al clásico whodunnit y lo utiliza para algo que habitualmente se reserva más para los dramas. El guionista maneja los tiempos dramáticos y los giros argumentales para, en lugar de apuntar a un sospechoso cada vez, ahondar en el infierno que vive la protagonista de The undoing, interpretada por una sobria y soberbia Nicole Kidman (Bombshell), en sus dudas, sus miedos, las presiones sociales y el conflicto interno que se produce en esta terapeuta de parejas. Y no por casualidad, a medida que el espectador se involucra en su pesadilla y descubre con ella más y más secretos de su marido, las sospechas comienzan a recaer en todo tipo de personajes. Y es aquí donde juega una baza fundamental los conocimientos que todos, espectadores y guionistas, tenemos del género. El creador de esta serie juega con esos engranajes para hacer creer algo que, en realidad, nunca existió.

Esto permite, a su vez, una libertad inesperada para poder explorar tanto a la protagonista como las relaciones sociales y familiares, amén de ofrecer al espectador una suerte de reflexión sobre las capas sociales. Dado que durante muchos episodios el espectador llega a sospechar lo que no es, la serie se permite el lujo de presentar aspectos más o menos oscuros, más o menos ocultos, de cada uno de los secundarios, evidenciando que no todos son ángeles, pero que eso no les convierte en demonios. Este juego del gato y el ratón, que termina poniendo a cada uno en su sitio, puede tener además otras lecturas más metalingüísticas, llevándonos a preguntarnos en qué posición quedamos como espectadores al verter nuestras sospechas sobre personajes que son completamente inocentes.

El asesinato del personaje de Matilda De Angelis será el detonante de 'The undoing'.

Protagonistas sospechosos

Esta especie de viaje circular que es The undoing no podría existir sin ese juego con los pilares del género, pero también son fundamentales los personajes. Y a diferencia de otras cintas en las que cada uno de los sospechosos tiene una motivación, en esta serie lo más interesante es que esas «dudas razonables» que se plantean son casi más una imaginación del espectador que una motivación real. Porque lo cierto es que ninguno de los protagonistas o secundarios tienen razones para cometer el crimen. Bueno, casi ninguno. En realidad, esas sospechas se desvían única y exclusivamente por la información que va descubriendo el personaje de Kidman, que establece vínculos desconocidos para ella y, hasta cierto punto, potenciales culpables.

Pero como decimos, todo obedece a los conocimientos que el espectador tiene del género. Y ahí está el verdadero interés que genera Kelley. Puede que muchos terminen decepcionados al ver que el camino termina donde empezó, pero nada más lejos de la realidad. Como suele ocurrir en las mejores historias, lo importante no es dónde termina, sino lo que se ha recorrido. Y en este caso, ese viaje es extraordinario. El guionista de la miniserie realiza un minucioso estudio de la alta sociedad, su hipocresía, el poder que ostentan y cómo las sospechas recaen siempre en los mismos. Aunque ante todo es un ejemplo de cómo destruir el mundo de un personaje y el modo en que este intenta reconstruirlo o, al menos, pegar algunos de los trozos. El modo en que el rol de Kidman afronta esa duda razonable es brillante, y muchos estudiantes de guion deberían tenerlo como modelo de lo que se puede llegar a conseguir sabiendo manejar los términos de un género tan difícil y utilizado como este.

No cabe duda de que, además, el reparto tiene buena culpa de esto. Lejos de histrionismos o de excesos dramáticos, todos y cada uno de los actores y actrices asumen una interpretación contenida, sobria, casi ajena a las emociones por las que pasa la protagonista. Salvo momentos muy puntuales, en los que la ira y la rabia hacen acto de presencia, todo el relato se mantiene en una contenida tensión dramática que, además, aporta el contexto y el escenario necesarios para el crescendo emocional que escala la terapeuta. Sus diálogos con su padre, con su mejor amiga, con la policía… todo obedece a una contención marcada, entre otras cosas, por los estándares de su clase social. Tan solo el hijo muestra unas emociones mucho más evidentes, curiosamente en contraposición con el pequeño de la asesinada, lo abriría todo un análisis psicológico y social que podría ir mucho más allá de la propia serie.

Desde luego, The undoing es una de las miniseries más recomendables del último año. Tal vez para muchos sepa a poco, o se espere de ella algo que, en realidad, no es. Pero ahí está la gracia de este juego. Puede que si en el proceso de estos 6 episodios no se produjesen importantes transformaciones internas de los personajes, o si estos se entregasen a un histrionismo justificado en el daño social del crimen, el resultado hubiese sido otro. Pero la introspección de la que hacen gala los actores, unido a ese juego de sospechosos que plantea el guionista y al trasfondo sociológico que plantea la serie, convierten esta historia en un relato que no hay que dejar pasar. Incluso aunque se conozca al culpable casi desde el principio.

‘El colapso’, o cómo serán los primeros días del Apocalipsis


Hay ocasiones en que una película, una serie, un libro o cualquier otra creación artística trasciende sus propios límites para convertirse en algo más casi al instante. La miniserie que nos ocupa es uno de esos casos. El colapso se ha convertido, por derecho propio, en una de las producciones del último año. 8 episodios en los que se narran los últimos días de una sociedad al borde del colapso, el propio colapso económico y social, y los primeros instantes en los que los seres humanos deben afrontar una nueva realidad.

Aunque solo sea por su temática, esta ficción creada por Jérémy Bernard, Guillaume Desjardins y Bastien Ughetto ya tiene el suficiente atractivo como para acercarse a ella y sumergirse en el caos, el egoísmo y la locura que se apodera del ser humano en situaciones como esta. Teniendo en cuenta el mundo que nos toca vivir en este 2020, casi parece premonitorio de lo que podría llegar. Pero más allá de sus vínculos con el mundo real y del análisis social que realiza, sobre el que volveremos más adelante, resulta muy interesante analizar el modo en que se afronta la historia. Cada episodio se centra en un día en el entorno del colapso, tanto antes como después. Sin un orden concreto, las tramas se interrelacionan gracias a los personajes, no solo porque algunos de ellos aparecen en varios episodios, sino por el contenido de sus diálogos, sus actos y el estado en el que se encuentran.

Esto permite que las tramas se puedan ubicar fácilmente en una línea temporal concreta, más allá de que cada episodio de El colapso menciona, al inicio, el día en el que se sitúa la trama. Aunque desde un punto de vista narrativo, los guiones quizá sean lo de menos (y eso que alguno es extraordinario). Lo más atractivo es el modo en que se cuenta cada trama episódica. El planteamiento de un plano secuencia en historias tan largas no solo es una arriesgada apuesta, sino que es toda una declaración de intenciones. Desde el primer minuto del primer episodio los creadores de esta miniserie dejan claro que no estamos ante un producto estándar, ni en su forma ni en su fondo. La constante cámara en mano, sin cortes aparentes, traslada al espectador directamente al meollo de la historia, haciéndole partícipe del devenir de los protagonistas, sus miedos y sus decisiones. Siguiendo como se sigue siempre a algún personaje, el plano secuencia logra algo tan difícil como apasionantes, y es jugar con el fuera de campo.

En pocas palabras, los directores (que también son los guionistas) de esta ficción componen todo un universo en cada capítulo. Todo está ensayado y preparado, tanto lo que sale en pantalla como lo que no. Un nuevo mundo creado exclusivamente para cada capítulo en el que la cámara se introduce como un voyeur profesional. Esto, como decía antes, genera una doble emoción en el espectador. Por un lado, la ansiedad de seguir a unos personajes que, en líneas generales, siempre están luchando por su vida, sea del modo que sea. Pero por otro, y esto tal vez sea lo más interesante, se mueve dentro de cada escena, de cada episodio, como si de un personaje más se tratara. Así, juega constantemente con la profundidad de campo, dando la misma importancia a lo que ocurre delante de las narices del espectador y todo aquello que se desarrolla como trasfondo. Y por si esto fuera poco, muchos de los acontecimientos importantes se producen fuera de campo, lo que ahonda en la sensación caótica que imbuye al espectador, haciéndole partícipe de la ansiedad de unos personajes que perfectamente podríamos ser cualquiera de nosotros.

Paralelismos sociales

Este tipo de series, con capítulos independientes, pueden tener un problema, y es la irregularidad en sus propuestas. El colapso no es una excepción, aunque se puede decir que logra compensar con creces esos problemas, ya sea con esa puesta en escena sencillamente apabullante y brillante, ya sea con el contexto social que refleja y sus paralelismos con algunas cosas que pueden verse en la actualidad. Personalmente, algunas de estas historias tienen debilidades conceptuales que, aunque no son un impedimento para disfrutar de la experiencia, sí pueden provocar ciertas incongruencias.

Pero como decía, esta miniserie tiene dos pilares fundamentales para su éxito. Más allá de la parte puramente artística, es muy interesante analizar el contenido de la ficción y, sobre todo, su vinculación con el mundo en el que vivimos. Dejando a un lado pandemias y crisis como la que vivimos actualmente, la serie hace una radiografía precisa de cómo es el mundo en el que vivimos, de cómo nos enfrentamos como individuos a una situación completamente inesperada y, sobre todo, de cómo se desmorona la sociedad a pesar del intento de algunos por preservar lo que nos queda de humanidad. Invita a reflexionar el modo en que, por ejemplo, se narra el incidente en la gasolinera; o el capítulo de la residencia de ancianos; o aquellos en los que los más ricos y poderosos son los protagonistas. Como toda buena producción, la miniserie utiliza como catalizador y «excusa» el colapso de la economía y la sociedad para retratarnos como individuos y como colectivo, y eso es lo que verdaderamente define esta ficción.

No puedo terminar este breve análisis de una obra tan compleja sin mencionar el detalle que esconde la serie, y que tal vez pase desapercibido por estar a simple vista. Se trata del último episodio en su conjunto. Cronológicamente hablando, lo que ocurre en este octavo capítulo se produce días antes de lo visto en los otros siete. Sin embargo, los creadores de la serie deciden situarlo el último. El motivo, más allá del efecto que supone para el espectador saber que se avisó de lo que iba a ocurrir y nadie hizo nada, no es otro que acentuar el dramatismo de los anteriores episodios. Que después del sufrimiento, el dolor, la angustia y la lucha por la supervivencia se nos cuente que hubo alguien que sabía lo que estaba a punto de pasar, y en cuya cara se rieron todos, no deja de generar indignación y frustración al pensar que en algún punto alguien pudo poner algún tipo de remedio. Junto a ello, es también una invitación a la reflexión personal sobre lo que estamos haciendo como especie, dejando el planeta en una situación cada vez más insostenible. Es inevitable pensar en los cientos, miles de científicos que advierten del camino que está tomando el mundo en materia, por ejemplo, de cambio climático, y cómo muchos directamente se ríen en sus narices.

Ahora pensemos en qué hubiera sido de la serie si ese episodio se hubiera situado en primera posición. La ficción habría perdido buena parte de su impacto. Al fin y al cabo, desde el primer minuto se nos habría advertido de lo que iba a ocurrir. Por todo esto, y en pocas palabras, El colapso es una miniserie completa. Muy completa. Visualmente hablando es rompedora, no tanto por utilizar el plano secuencia como por la composición que realiza a campo abierto, creando un teatrillo con vida propia independientemente de que está enfocando la cámara. Pero junto al apartado puramente artístico encontramos un trasfondo, una crítica elegante y muy dura a una sociedad mundial que en situaciones críticas se desmorona rápidamente como un castillo de naipes. Los contrastes entre las élites y las clases más desfavorecidas invitan también a un análisis en profundidad de lo que somos como grupo social. Una obra imprescindible en los tiempos que corren.

‘Chernobyl’, o cómo dramatizar un pasado trágico sin caer en excesos


Da igual los años que pasen. Lo ocurrido en la central nuclear de Chernobyl es y seguirá siendo uno de los sucesos más trágicos e impactantes del imaginario colectivo europeo. Posiblemente se deba a los efectos que ha tenido en las generaciones inmediatamente posteriores a aquellos que vivieron una tragedia de esas magnitudes. Por eso una miniserie como esta Chernobyl se ha convertido por derecho propio en un producto imprescindible. Más allá de su calidad técnica y artística, lo que realmente convierte a esta historia adaptada a la pequeña pantalla por Craig Mazin (R3sacón) en una joya televisiva es, precisamente, la Historia.

Tan solo son necesarios 5 episodios para narrar lo ocurrido en aquellos días de abril de 1986. Y tan solo es necesario uno para mostrar los devastadores efectos de la radiación directa en aquellos trabajadores de la central nuclear, bomberos, fuerzas de seguridad y familiares que estuvieron expuestos durante la explosión. Con una inteligencia y un desarrollo impecables, Mazin establece perfectamente los tiempos narrativos y dramáticos para impactar al espectador desde el primer momento. Si ya genera incomodidad observar la dolorosa muerte de muchos de esos personajes gracias a un lenguaje tan sobrio como descarnado, el hecho de ser conscientes del hecho histórico que se está narrando acentúa ese sentimiento que muchas veces puede llevar a querer retirar la mirada. Es tan solo un episodio (el resto es la investigación de lo ocurrido), pero sienta las bases dramáticas de lo que luego vendrá, destacando aún más las incomprensibles posturas de los dirigentes, el comportamiento de vecinos y familiares, y los riesgos que asumen las personas encargadas de la investigación en un terreno en el que la muerte campa a sus anchas.

Porque de hecho, la fuerza de Chernobyl reside en esa investigación posterior, en esos trabajos en los que participaron hombres y mujeres que, tiempo más tarde, sufrieron los efectos de la radiación. El espectador, omnipresente y omnisciente, asiste al desarrollo de unos acontecimientos que, por un lado, ponen de manifiesto el poco conocimiento que en aquella época se tenía de lo que podía ocurrir, y por otro evidencia una gestión política muy poco humana. En este sentido, es de aplaudir la labor que realiza Stellan Skarsgård (Mamma Mia! Una y otra vez) como el vicepresidente encargado de gestionar la crisis. El actor realiza una labor extraordinaria en un claro proceso de transformación psicológica y casi física pocas veces visto en pantalla, pasando de la soberbia de un político ajeno a los problemas del pueblo a un hombre que solo quiere utilizar el poco poder que en realidad tiene para tratar de frenar algo que se le escapaba de las manos. Él personifica, en el fondo, lo que representa esta serie, y lo hace con la maestría que le caracteriza.

Es cierto que la serie recurre en ciertos momentos a efectismos dramáticos que buscan impactar al espectador, algunos basados en hechos reales y otros, posiblemente, incorporados por exigencias del guión. La secuencia de los perros, sin ir más lejos, es un ejemplo. También el papel de Emily Watson (En la playa de Chesil), explicado al final de la serie y que tiene su lógica narrativa. Puede que estos elementos resten algo de realismo al sobrio conjunto, pero lo cierto es que tampoco creo que sobren. La serie logra un equilibrio perfecto entre el desarrollo de unas labores de investigación y contención que muchas veces transcurren sin más dinamismo que una conversación, y la dureza de una tragedia vista a través de los efectos de la radiación (la mencionada secuencia de los perros, el parto de la mujer de uno de los bomberos, …). Este contraste no hace sino acentuar el dramatismo de lo que estamos viendo en un ejercicio ejemplar de narración en paralelo de varias historias que terminan por converger, de un modo u otro, en ese juicio final tan revelador como indignante.

El juicio

De hecho, su peso en la trama es tan importante que Chernobyl dedica un único episodio a todo el proceso judicial. Y como el resto de la serie, lo hace de forma magistral por dos motivos fundamentalmente. El primero, más político, es por mostrar cómo un grupo de hombres y mujeres se enfrentó a un sistema que no les creía, arriesgando sus carreras, sus reputaciones y sus propias vidas, si bien muchos de ellos sabían que habían firmado su sentencia de muerte cuando se acercaron a la central nuclear. De nuevo, Skarsgård carga sobre sus hombros todo este arco dramático para mostrar a un hombre derrotado en su salud y en sus creencias, un hombre que ahora lucha por defender aquello que en un primer momento atacaba, en un soberbio giro dramático fraguado a lo largo de sus cinco episodios. Aquellos que quieran escribir un personaje que necesite modificar sus creencias sin que parezca irreal deberían anotarse a este personaje. La clave está en enfrentar al rol ante una realidad que solo acepta cuando la vive en sus propias carnes.

El segundo aspecto relevante de este juicio, y no menos importante, es el científico. Al igual que la inmensa mayoría de las personas que vean la serie, no tengo conocimientos avanzados de ciencia, mucho menos de física nuclear. Por eso la explicación a cargo del rol de Jared Harris (serie The Terror) resulta tan clarividente. A través de un sistema de cartulinas el personaje explica al tribunal, y por extensión al espectador, todos y cada uno de los pasos que se fueron dando para desencadenar semejante tragedia. Y mientras esta explicación se desarrolla Mazin intercala las secuencias de aquel fatídico día, punto por punto y personaje por personaje, ubicando al espectador en una especie de plano tridimensional en el que ver lo que falló, la falta de conocimientos de los operarios y el desconocimiento con el que se actuó al comienzo del proceso. Una explicación que pone, en realidad, el broche de oro a una serie extraordinaria, manteniendo en todo momento el tono sobrio del conjunto, sin dirigir la mirada a ningún culpable (aunque evidenciando las responsabilidades) e indagando en el trasfondo de la tragedia más allá de las víctimas y los efectos de la radiación en aquellas personas.

Con todo esto quiero decir que nos encontramos ante un ejercicio milimétricamente medido y diseñado para narrar un acontecimiento histórico sin aburrir al espectador ni resultar demasiado didáctico o documental. Es evidente, y eso se desprende de varias secuencias, que existe un trasfondo histórico que se respeta, pero las licencias dramáticas necesarias en cualquier historia están escogidas con una inteligencia que se ve poco en la pequeña o la gran pantalla. Capítulo tras capítulo, secuencia tras secuencia, lo que se nos narra no solo es la lucha contra una catástrofe externa, sino la lucha interna de una serie de personajes que en todo momento deben decidir entre su propia vida y la de los demás. Eso es lo que convierte a esta mini serie en un ejemplo de dramatismo contenido. Resulta fundamental comprender el vínculo entre el conflicto externo y el interno, entre los antagonistas externos e internos. Al final, y aunque estamos ante un hecho histórico, la prueba externa que deben superar es un reflejo de sus cuestionamientos morales. La vinculación entre ambos conceptos se encuentra en la base del desarrollo de la serie.

De este modo, Chernobyl se revela no solo como una de las producciones del año, sino como una de las mejores mini series de los últimos tiempos. Sencilla, directa y planteada con respeto, la creación de Mazin no pretende en ningún momento recrearse en la tragedia, aunque tampoco la rehúye. El primer episodio es ejemplo de esto último; el resto de capítulos, de lo primero. Ese delicado equilibrio fruto de un gusto dramático exquisito es lo que dota a esta producción de su maravillosa forma. La lucha interna y externa de los protagonistas, con un extraordinario Skarsgård a la cabeza, se encuentra en la base sobre la que se construye el fondo. En definitiva, una obra imprescindible desde un punto de vista histórico, social y audiovisual. Por mucho que puedan criticar los rusos.

Las mujeres protagonizan la 75 edición de los Globos de Oro


A diferencia de la pasada edición, los Globos de Oro de este 2018 han dejado unos premios muy repartidos entre los principales títulos de las diferentes categorías de cine y televisión. Con todo, en esta 75 edición ha habido vencedores y vencidos, sorpresas y grandes olvidados, sobre todo en lo que a cine se refiere. Por empezar por estos últimos, sin duda Los archivos del Pentágono ha sido la gran derrotada. El film de Steven Spielberg (Lincoln) optaba prácticamente a todas las categorías cinematográficas a las que podía optar, incluyendo banda sonora, pero tras la gala de este pasado domingo 7 de enero el palmarés de premios ha quedado en blanco. Su gran ausencia ha sido similar a la de La forma del agua, si bien es cierto que esta ha logrado dos premios, uno para Guillermo del Toro (Pacific Rim) como director y otro para Alexandre Desplat (Valerian y la ciudad de los mil planetas) como compositor de la banda sonora.

Y después de los olvidados, los vencedores. En estos Globos de Oro marcados por la reivindicación y la denuncia de la violencia y los abusos contra las mujeres, han sido precisamente producciones protagonizadas por actrices las que han acaparado la práctica totalidad de los premios, principalmente en televisión. Es el caso de Tres anuncios en las afueras, principal vencedor de esta edición cuya protagonista, Frances McDormand (Tierra prometida) ha logrado el premio como Mejor Actriz Dramática. Esta película, sin embargo, ha permitido reivindicar y reconocer el trabajo de Martin McDonagh, director y guionista del film, quien con apenas tres películas a sus espaldas ha logrado dejar su impronta personal en un sistema de producción cinematográfica que tiende cada vez más a parecerse a una cadena de montaje. Personalmente creo que Escondidos en Brujas (2008) y Siete psicópatas (2012) son dos joyas a reivindicar siempre que surja la ocasión, y el hecho de que la tercera película escrita y dirigida por McDonagh haya sido reconocida con los premios a Mejor Película Dramática y Mejor Guión confirma que estamos ante un autor de peso.

En cuanto al resto de premiados en cine, muy repartidos entre algunos esperados y algunas sorpresas. Entre los primeros podríamos incluir el premio a Coco como Mejor cinta de animación o el de Gary Oldman por su recreación de Winston Churchill en El instante más oscuro (este tipo de papeles siempre son del agrado de la Academia, por lo que no es extraño que termine siendo el ganador del Oscar). Y entre las sorpresas podría estar la de James Franco como Mejor Actor de Comedia en The disaster artist; sorpresa relativa, pues la realidad es que buena parte del éxito de esa película radica en la fidelidad de las interpretaciones y de los planos de la película The room (2003), y en este aspecto la labor de Franco es inigualable.

La criada y las mentiras

En lo que a los premios de televisión se refiere, menos sorpresas y menos Globos de Oro repartidos entre los candidatos. Y de nuevo, las mujeres como protagonistas. A pesar de la calidad de los títulos candidatos a Mejor Serie Dramática, parecía evidente que The Handmaid’s Tale iba a lograr el galardón, y las previsiones se cumplieron. No debería ser una sorpresa. Para empezar, es la única serie nueva de las cinco candidatas, lo que ya de por sí aporta un elemento diferenciador a lo que se puede ver en el resto de producciones. Pero es que además, como producto audiovisual, ofrece muchos más niveles interpretativos y conceptuales que sus rivales, amén de una factura técnica, interpretativa y narrativa espléndidas. Sus actores, su fotografía, la temática que aborda y el modo en que se desarrolla la trama son, en líneas generales, muy superiores a los de sus competidoras. De ahí también el premio recogido por su protagonista, Elisabeth Moss (serie Mad Men).

Aunque en este apartado televisivo sin duda la gran triunfadora ha sido Big Little Lies, que ha acaparado la práctica totalidad de los premios relativos a la Mejor Miniserie. Premios no solo a la producción como tal, sino a casi todos sus actores. Y digo casi porque sus actrices competían de dos en dos en las categorías Principal y Secundaria, por lo que una de ellas tenía que irse a casa sin el premio. Finalmente, Nicole Kidman (La seducción) y Laura Dean (Star Wars: Episodio VIII – Los últimos jedi) fueron las agraciadas. Y el hecho de que esta ficción se haya llevado tantos premios invita a analizar la única categoría en la que no competía, la de Mejor Actor de Miniserie o TV Movie, que ha ido a parar a Ewan McGregor (American Pastoral) por su papel en la tercera temporada de Fargo. Baste señalar que él, junto a David Thewlis (Teorema Zero), es uno de los grandes atractivos de una temporada más floja que sus predecesoras.

En líneas generales, por tanto, los Globos de Oro entregados en este 2018 han dejado, al menos en televisión, menos variedad de la que podría esperarse, muy al contrario de lo que ha ocurrido en las categorías cinematográficas, que por cierto ya dejan entrever cuál puede ser la quiniela de los Oscar, sobre todo si se tiene en cuenta lo ocurrido el año pasado. En cualquier caso, lo cierto es que la calidad de los títulos que competían en esta edición era alta, muy alta, por lo que el destino de las estatuillas podría haber sido cualquiera. A continuación encontraréis la relación de los ganadores de la 75 edición de los Globos de Oro.

CATEGORÍAS CINEMATOGRÁFICAS

Mejor Película Dramática: Tres anuncios en las afueras.

Mejor Película Comedia/Musical: Lady Bird.

 Mejor Director: Guillermo del Toro, por La forma del agua.

Mejor Actor Dramático: Gary Oldman, por El instante más oscuro.

Mejor Actor Comedia/Musical: James Franco, por The disaster artist.

Mejor Actriz Dramática: Frances McDormand, por Tres anuncios en las afueras.

Mejor Actriz Comedia/Musical: Saoirse Ronan, por Lady Bird.

 Mejor Actor Secundario: Sam Rockwell, por Tres anuncios en las afueras.

Mejor Actriz Secundaria: Allison Janney, por Yo, Tonya.

Mejor Guión: Martin McDonagh, por Tres anuncios en las afueras.

Mejor Banda Sonora: Alexandre Desplat, por La forma del agua.

Mejor Canción: Justin Paul & Benj Pasek, por ‘This is me’, de El gran showman.

Mejor Película en Lengua Extranjera: En la sombra (Francia y Alemania).

Mejor Película de Animación: Coco.

 

 CATEGORÍAS DE TELEVISIÓN

Mejor Serie Drama: The Handmaid’s Tale.

Mejor Actor Drama: Sterling K. Brown, por This is us.

Mejor Actriz Drama: Elisabeth Moss, por The Handmaid’s Tale.

Mejor Serie Comedia: The Marvelous Mrs. Maisel.

Mejor Actor Comedia/Musical: Aziz Ansari, por Master of none.

Mejor Actriz Comedia/Musical: Rachel Brosnahan, por The Marvelous Mrs. Maisel.

Mejor Miniserie/Telefilme: Big Little Lies.

Mejor Actor Miniserie/Telefilme: Ewan McGregor, por Fargo.

Mejor Actriz Miniserie/Telefilme: Nicole Kidman, por Big Little Lies.

Mejor Actor Secundario Serie/Miniserie/Telefilme: Alexander Skarsgård, por Big Little Lies.

Mejor Actriz Secundaria Serie/Miniserie/Telefilme: Laura Dern, por Big Little Lies.

‘Los Médici: Señores de Florencia’, ficción histórica de impecable factura


Richard Madden, Stuart Martin y Dustin Hoffman protagonizan 'Los Medici: Señores de Florencia'.Si ya resulta complicado encontrar un equilibrio en cualquier historia para lograr su éxito, hacerlo en una de corte histórico tiende a ser casi misión imposible. Si se opta por ser fiel a la realidad, se puede perder el pulso dramático y caer en el tedio. Si se elige la opción de una fantasía, el resultado puede ser una invención entretenida que no solo no se ajuste a la realidad, sino que desvirtúe el carácter de los personajes tal y como se conoce. De ahí que lo logrado por Nicholas Meyer (Elegy) y Frank Spotnitz (serie Hunted) con Los Médici: Señores de Florencia tenga tanto mérito. Porque, en efecto, la serie tiene un marcado carácter histórico en todos sus aspectos, pero en su trama principal subyace un thriller que nada tiene que ver con la realidad.

Y esto es lo más interesante de esta ficción. Toda la trama de asesinatos, sospechas, engaños y manipulaciones queda perfectamente integrada con los acontecimientos históricos que sí vivió Cosme de Médici, interpretado con sobriedad por Richard Madden (Robb Stark en Juego de tronos). Se produce, por tanto, un desarrollo dramático casi paralelo entre ambos aspectos de la trama, pero nutriéndose uno de otro hasta desembocar en un final tan inesperado como satisfactorio. Ahora bien, dicho desarrollo no es del todo perfecto. A lo largo de los 8 episodios que componen esta primera temporada, la historia cuenta en muchas ocasiones, tal vez demasiadas, con oscilaciones hacia una u otra línea argumental, si bien esto no supone un gran problema narrativo en sí mismo.

Es digno de mención igualmente el recurso de los flashbacks a lo largo de la trama, sobre todo en los primeros episodios. Ya sea por la presencia de un brillante Dustin Hoffman (El coro) o por la posibilidad de comprender la evolución de algunos protagonistas, la introducción de estas secuencias no solo ayuda a sostener la definición de personajes, sino que es un soplo de aire fresco a una trama que en ocasiones puede ser pesada dramáticamente hablando, nutrida de numerosos conflictos de diversa índole que enriquecen el conjunto pero pueden llegar a saturar al espectador. De ahí que, cuando el desarrollo se centra más en el carácter histórico de los personajes, los recuerdos de juventud sean una herramienta más que útil para aliviar la carga y dibujar más claramente a los protagonistas.

A todo ello se suma una cuidada puesta en escena, alejada de efectismos pero que tampoco cae en la sobriedad más absoluta, recurriendo en muchas ocasiones a movimientos que cámara capaces de acaparar toda la belleza de los decorados y, sobre todo, la fuerza de las secuencias más determinantes. Aunque posiblemente puede considerarse que la serie carece de un ritmo idóneo en las secuencias de acción (algunas narradas de forma un poco tosca), es indudable que este lenguaje visual embellece el conjunto y es capaz de ofrecer varios matices que, de otro modo, podrían escaparse a la atención del espectador, ya sea en las intrigas palaciegas o en las secuencias en exterior.

De actores y hombres

Con todo, si algo destaca de Los Médici: señores de Florencia es la definición de sus personajes y los actores elegidos para interpretarlos. Curiosamente, el que menos destaca es el protagonista, no tanto por el modo en que se le presenta como por Madden, que aunque sobrio, en demasiados momentos parece más bien una de las muchas esculturas de las que se rodea Cosme de Médici. Si bien es cierto que la gravedad del rol que interpreta invita a una mínima expresividad, no lo es menos que hay varias situaciones que exigen una mayor muestra de emociones, aunque solo sea por el contexto en el que se desarrollan. Con todo, esta apuesta interpretativa permite apreciar con mayor evidencia el cambio en el carácter del protagonista con respecto a sus años de juventud.

Aunque si hay un personaje que destaca sobremanera es el de Contessina, mujer de Cosme y auténtico espíritu de la familia. Mujer fuerte e inteligente, es presentada como un rol capaz de dominar toda una estirpe a pesar de ocupar un lugar que, para la época, podía considerarse secundario. Su entereza para afrontar los desaires del marido, las humillaciones e incluso los desprecios en algunas miradas es admirable. Y a todo ello contribuye, y de qué modo, Annabel Scholey (Walking on sunshine), actriz que no solo da vida a esta mujer, sino que la engrandece hasta convertirla en un referente para todos y cada uno de los personajes. Desde luego, los momentos que protagoniza se cuentan entre los mejores de estos 8 capítulos, y aquellos que comparte con Madden son magistrales.

En realidad, estos son solo dos ejemplos de que esta historia, con sus intrigas y su recreación histórica, es una historia de personajes, de hombres y mujeres y de los actores y actrices que les interpretan. El modo en que se desarrollan muchos de los diálogos da buena cuenta de que estamos ante una ficción en la que nada es lo que parece, o al menos no lo que el espectador espera. La revelación final sobre la identidad del asesino es el colofón a un desarrollo dramático que desafía la inteligencia en diferentes niveles y que, a lo largo de sus episodios, desgrana los entresijos no solo de la familia más poderosa de Florencia, sino del sistema social, político y económico de la época, incluyendo esa especie de Parlamento de la ciudad o los cambiantes apoyos del Papa en base a sospechas, informaciones o, simplemente, dinero.

Habrá quienes consideren que Los Médici: señores de Florencia no es una serie histórica, sino una ficción que utiliza un trasfondo histórico como excusa. Bueno, es cierto. Pero eso no impide que no se pueda disfrutar a partes iguales de su fidelidad a los acontecimientos que vivió Cosme de Médici y de su elaborada intriga que planea durante toda la serie. Dos elementos que, además, se integran perfectamente en determinados momentos, lo que aporta una especial gravedad a algunos de los hechos históricos que se narran en la trama. Una producción rica en detalles, de una factura técnica muy alta y con un desarrollo dramático muy bien medido, con algunos altibajos pero en cualquier caso muy recomendable, sobre todo para los amantes de este tipo de ficciones.

‘Breaking Bad’ se corona en su adiós de unos Emmy conservadores


Los protagonistas de 'Breaking Bad' posan en la edición 66 de los Emmy.La 66 edición de los Emmy ha confirmado varias sospechas que se barruntan desde hace varios años. Por un lado, que Breaking Bad ha traspasado los estándares de calidad actuales para convertirse en un referente audiovisual de la pequeña pantalla, como bien demuestran sus numerosos premios a lo largo de los años. Por otro, que estos premios se enrocan incomprensiblemente en sus posturas iniciales, lo que les impide lograr un reflejo más exacto de la realidad actual de la televisión, que es lo que en realidad debería ser cualquier entrega de premios. Que la serie protagonizada por Bryan Cranston (Godzilla) se lleve los mismos premios año tras año es tan justo con la serie como injusto con el resto de producciones, algunas de ellas con el aliciente de ser propuestas frescas y novedosas.

El propio actor lo reconocía al recoger su premio al Mejor actor protagonista en drama. Que este reconocimiento no haya ido a parar a manos de Matthew McConaughey por su papel en True Detective es algo difícil de explicar, incluso cuando delante está un rol como el de Walter White. Sobre todo si tenemos en cuenta el resto de candidatos, entre los que se hallan un Jon Hamm (serie Mad Men) al que cada vez le quedan menos posibilidades de ganarlo y un Kevin Spacey cuya labor en House of cards es simplemente excepcional. Que una serie que ha ganado de forma continuada premios por las mismas premisas demuestra una falta de valentía a la hora de valorar al resto de candidatos, restando importancia a producciones de igual o mejor calidad como pueden ser Juego de Tronos o la propia Mad Men, que por unas cosas o por otras siempre termina siendo la gran perjudicada.

Y si esto puede aplicarse de igual modo a la comedia. Antes incluso de que se anuncien las nominaciones se puede intuir que los ganadores serán Modern Family como Mejor comedia y Jim Parsons como Mejor actor por su papel en The Big Bang Theory. Quizá en este caso la competencia no sea tan feroz como la que existe en la categoría dramática, pero es igualmente sintomático el hecho de que año tras año nuevos candidatos hagan acto de presencia y, año tras año, los ganadores sean los mismos. Esto no quiere decir que no lo merezcan, al contrario, pero resta interés y credibilidad a los premios la sensación de repetir año tras año los mismos ganadores, como si no hubiese nada mejor producido en la televisión.

Se plantea así la duda de qué ocurrirá el año que viene cuando Breaking Bad no esté en las quinielas. Evidentemente, algún título tendrá que ocupar su lugar, pero la verdadera incógnita es si será capaz de repetir esa sucesión de premios o, por el contrario, las aguas volverán a su cauce y los premios se repartirán de forma más equitativa. Algo que, por cierto, hay que reconocer que se ha producido en esta edición en las categorías de intérpretes secundarios e invitados, sobre todo en lo que respecta a la comedia.

Miniserie de anécdotas

Pero si en lo referente a las series dramáticas y cómicas ha habido un alarmante monopolio de viejos conocidos de estos premios, en lo que respecta a las miniseries los Emmy no se han quedado atrás. De hecho, dos producciones se han llevado la práctica totalidad de los reconocimientos, aunque es justo decir que se centran en sus intérpretes. En efecto, los protagonistas de esa joya británica titulada Sherlock han logrado alzarse con una estatuilla, reivindicando la madurez de la serie y sus actores, cuya tercera temporada ha sido todo un ejercicio de originalidad narrativa. Algo más sorprendente puede parecer que tanto Jessica Lange como Kathy Bates se hayan llevado los premios por American Horror Story: Coven, sobre todo si se repasan las candidatas en esas categorías.

Y digo «puede parecer» porque lo cierto es que ambas mujeres componen sendos personajes que dejan huella en una serie acostumbrada a crear roles impactantes. Sobre todo la segunda, una suerte de sádica asesina racista condenada a vivir eternamente en una sociedad que no comprende y no respeta. Aunque mayor sorpresa son la presencia de Allison Janney (serie Masters of sex) como triunfadora en dos categorías, algo que confirma esa idea ampliamente extendida de que las votaciones son, muchas veces, por inercia, y el galardón a la miniserie Fargo como mejor producción, lo que no solo es un empujón a la ficción, sino también a la espléndida película en la que está basada, dando más argumentos además a una serie de iniciativas puestas en marcha para adaptar al formato seriado diversas tramas cinematográficas, entre ellas la de Shutter Island, de Martin Scorsese.

En definitiva, y más allá de que los ganadores sean justos vencedores, los Emmy vuelven a revelarse como unos premios conservadores que prefieren reafirmarse en sus ideas antes que acercarse a las nuevas propuestas. La pregunta que cabe hacerse es cuántas veces es necesario premiar a una serie o a un actor por un mismo papel para demostrar que es el mejor, o al menos uno de los mejores. Hasta la fecha, parece que cuatro. Esto, además de un tanto incoherente (¿alguien se imagina que los Oscar premien a un actor por hacer el mismo papel en una saga cinematográfica una y otra vez?) es contraproducente, pues impide una renovación de aires dentro de la propia gala. Ahora queda esperar a ver quién ocupará el trono de Mejor drama, aunque visto lo visto todo apunta a que será alguna de las más veteranas.

Relación de candidatos y premiados en la 66 edición de los premios Emmy

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