Disney da el primer paso para recuperar el cine en salas en marzo


Marzo está llamado a ser el mes de la recuperación cinematográfica, al menos en España. Si no hay más retrasos, en estas semanas está previsto que reabran muchas de las salas ahora mismo cerradas, y si no hay contratiempos, a las mismas llegarán varios de los estrenos esperados que han retrasado en varias ocasiones su debut en pantalla grande. Por lo pronto, este viernes día 5 es el turno de lo nuevo de Disney, que por supuesto no llega solo.

Pero sin duda, la novedad más importante es Raya y el último dragón, aventura que mezcla fantasía, acción, humor y algo de drama producida por la casa del ratón más famoso del mundo y que llega al mismo tiempo tanto a salas como a la plataforma Disney+. La trama sigue a una guerrera solitaria que emprende un viaje en busca del último y legendario dragón para poder hacer frente a unas fuerzas malignas que amenazan con destruir a su pueblo. Una aventura en la que descubrirá que para vencer necesitará mucho más que la magia de un dragón. Dirigida por Don Hall (Big Hero 6) y Carlos López Estrada (Punto ciego), y codirigida por Paul Briggs y John Ripa, ambos debutantes en materia de dirección, esta cinta estadounidense cuenta con las voces originales de Kelly Marie Tran (Star Wars: El ascenso de Skywalker), Awkwafina (Jumanji: Siguiente nivel), Izaac Wang (Pensar como un perro), Gemma Chan (Capitana Marvel), Daniel Dae Kim (Hellboy), Benedict Wong (Vengadores: Endgame), Alan Tudyk (Oddball) y Sandra Oh (serie Killing Eve), entre otros.

Muy diferente es The owners, thriller con dosis de acción y terror que dirige Julius Berg (serie Mata Hari), con la que debuta en el largometraje. Adaptación de la novela gráfica Une nuit de pleine lune de Yves H. y Hermann Huppen, la historia arranca cuando un grupo de amigos de un pequeño pueblo decide entrar a robar en la casa de una pareja de ancianos aprovechando que no están. Pero cuando se quedan atrapados en el sótano descubren que lo que parecía un simple atraco va a terminar siendo la peor pesadilla de sus vidas. El reparto de esta coproducción entre Francia y Reino Unido está encabezado por Maisie Williams (Los nuevos mutantes), Rita Tushingham (My name is Lenny), Sylvester McCoy (When the devil rides out), Ian Kenny (Sing street) y Jake Curran (Senderos de honor).

Los estrenos europeos de ficción se completan con el drama fantástico Birdsong, producción belga de 2019 que supone la ópera prima de Hendrik Willemyns, quien escribe y dirige esta historia sobre una joven empleada de limpieza que trabaja en el turno de noche y que está dispuesta a pagar un alto precio para lograr su sueño de convertirse en una estrella de la música. El reparto está integrado por Natsuko Kobayashi (Still life of memories), Kazuhiko Kanayama (Côpusu pâtî), Akaji Maro (Nekonin), Shinji Matsubayashi (Zan’e: Sunde wa ikenai heya) y Takamasa Suga (Deddo sushi).

En cuanto a los documentales, México y España colaboran en La Mami, obra escrita y dirigida por Laura Herrero Garvín (El remolino) que se centra, como su título indica, en La Mami, una mujer encargada de los baños del Cabaret Barba Azul de Ciudad de México, un espacio de resguardo para las chicas que allí trabajan. A través de sus ojos, el calor y el consejo que ofrece a las mujeres para poder asimilar el día a día, la cinta ahonda en las alianzas que se forman entre estas chicas cuando la sociedad juzga y estigmatiza.

Terminamos el repaso de la semana con Woman, producción francesa de 2019 que aborda temas como la maternidad, la educación, el matrimonio, la independencia económica, la menstruación o la sexualidad a través de los ojos de varias mujeres, cuyos testimonios ofrecen una imagen completa de lo que significa ser mujer en el mundo en el que vivimos. El documental está escrito y dirigido a cuatro manos por Yann Arthus-Bertrand (Human) y Anastasia Mikova, para quien es su ópera prima.

‘Los nuevos mutantes’: sin novedad ni futuro


El universo de los X-Men y los mutantes de Marvel solemos asociarlo a nombres como Lobezno, Cíclope, Mística, Jean Grey, Coloso, Bestia, Magneto,… Pero a la sombra de todos ellos surgieron muchos otros personajes, digamos, «menores», con diversos poderes y nuevas aventuras. En ellos está basado/inspirado el nuevo film de Josh Boone (Bajo la misma estrella), un thriller con dosis de terror y acción que se queda a medio camino de ninguna parte.

Y es que Los nuevos mutantes, en realidad, no ofrecen nada nuevo. El principal problema del guión es su previsibilidad. Personajes inadaptados, una chica nueva, confrontaciones entre ellos, una mad doctor con intenciones ocultas, y los miedos más reales de sus atormentadas almas. Conceptos todos ellos muy habituales del cine de terror y de ciencia ficción que en esta coctelera suman, además, los poderes de los cinco protagonistas para tratar de darle algo más de espectacularidad. Y aunque Boone hace lo que puede tras las cámaras, a su narrativa le falta fuerza, al menos la que se espera de este tipo de films. Es cierto que no está planteada como una espectacular nueva entrega mutante, pero incluso partiendo de esa base, el relato pierde interés a marchas forzadas.

En buena medida, la responsabilidad también recae en los actores, la mayoría de ellos sin el carisma necesario para resultar interesantes. Tan solo Anya Taylor-Joy (Glass) aporta algo de relevancia al conjunto, no solo porque es, de largo, la mejor actriz de esa nueva hornada de intérpretes, sino porque su personaje es el más interesante, tanto por sus poderes como por los traumas que la atormentan. Y no es que el resto de protagonistas no tengan un pasado atormentado y tortuoso, sino que, simplemente, no trasciende tanto, se convierten en elementos excesivamente personales que no afectan al resto, al menos no como lo hacen los traumas de Taylor-Joy o de Blu Hunt (serie Los originales), quien por cierto necesita todavía curtirse más como actriz para soportar el peso del protagonismo, incluso en una historia coral como esta.

Al final, Los nuevos mutantes no ofrecen nada fresco o diferente. Es una reiteración de escenarios en una suerte de sanatorio abandonado en el que los traumas afloran como algo tan vívido como mortal. Posiblemente lo más transgresor sea esa relación homosexual que plantea (algo que, lamentablemente, sigue siendo novedad en según qué ámbitos) y una resolución que tira la casa por la ventana para tratar de compensar un relato demasiado monótono, incapaz de superar sus propias limitaciones y que no motiva nada a unos actores que parecen no saber muy bien qué hacen allí. Una lástima, porque la premisa inicial y el planteamiento de alejar a los superhéroes de su hábitat natural para introducirlos en una especie de película de terror era interesante, pero la ejecución no ha sido la esperada.

Nota: 6/10

Ya está aquí. ‘Tenet’ llega para salvar el mundo… y el cine


Y llegó el día. Por muchos motivos, cinematográficos y extracinematográficos, este miércoles 26 de agosto de 2020 va a ser recordado, para bien o para mal, durante los próximos años. Y es que hoy llega a las pantallas españolas la que está llamada a ser la impulsora del negocio audiovisual tras el largo parón por la pandemia de COVID-19, siempre con el permiso de Santiago Segura y su Padre no hay más que uno 2. Por supuesto, en este último fin de semana de agosto llegan otros estrenos -algunos de ellos el viernes- que sin duda atraerán a los espectadores.

Pero comenzamos el repaso, cómo no, con Tenet, nueva película escrita y dirigida por Christopher Nolan (Dunkerque) cuyo protagonista es un hombre viaja a un mundo crepuscular de espionaje internacional armado con una única palabra, Tenet, para luchar por la supervivencia del planeta en una misión en la que los límites del tiempo dejarán de existir. Acción y ciencia ficción se dan la mano en esta coproducción entre Estados Unidos y Reino Unido protagonizada por John David Washington (The old man & the gun), Robert Pattinson (El faro), Elizabeth Debicki (Viudas), Kenneth Branagh (Asesinato en el Orient Express), Aaron Taylor-Johnson (Animales nocturnos), Clémence Poésy (Mañana empieza todo) y Michael Caine (Mi querido dictador).

Puramente hollywoodiense es Los nuevos mutantes, nueva incursión en el mundo de los superhéroes que, sin embargo, se distancia mucho del formato tradicional. A medio camino entre el terror y la acción, el film está ambientado en un hospital aislado donde un grupo de jóvenes con habilidades especiales está recluido contra su voluntad para someterse a un tratamiento psiquiátrico. Pero poco a poco descubrirán que ese lugar es algo más, poniendo a prueba no solo sus poderes, sino la amistad que han forjado. Esta adaptación de los cómics de Marvel está dirigida por Josh Boone (Bajo la misma estrella) y cuenta con Anya Taylor-Joy (Glass), Maisie Williams (serie Juego de tronos), Alice Braga (La cabaña), Henry Zaga (Angie X), Blu Hunt (serie Otra vida) y Charlie Heaton (serie Stranger things) entre sus principales actores.

El último de los estrenos de este miércoles es Mi gran despedida, drama español dirigido a cuatro manos por Antonio Hens (La partida) y Antonio Álamo, quien debuta en el largometraje. La trama narra la despedida de soltera de una chica de Cádiz, que reúne para la ocasión a su familia y amigas. Sin embargo, durante ese encuentro una serie de acontecimientos le harán replantearse el futuro. El film tiene como protagonistas a Eloína Marcos (serie El príncipe), Jesús Castro (La isla mínima), Rocío Marín (Campeones), Carmen Vique (serie El pueblo) y Carolina Herrera (Donde el bosque se espesa).

Entre los estrenos europeos encontramos ¡Va por nosotras!, comedia francesa de 2019 que arranca cuando una pequeña ciudad decide crear un equipo de fútbol femenino después de que el equipo original quede descalificado por insultar al árbitro durante un importante partido. Pero en una localidad donde este deporte siempre ha sido cosa de hombres, este nuevo estatus de las mujeres va a poner patas arriba la vida de sus habitantes. Mohamed Hamidi (La vaca) dirige este film protagonizado por Kad Merad (Mi familia del norte), Alban Ivanov (El gran baño), Céline Sallette (El hombre del corazón de hierro), Sabrina Ouazani (Hermanas por sorpresa) y Laure Calamy (La última locura de Claire Darling), entre otros.

Desde Australia nos llega Judy & Punch, comedia dramática de 2019 que escribe y dirige Mirrah Foulkes, siendo la primera vez que se pone tras las cámaras de un largometraje. Ambientada en el mundo del crimen, y combinando fantasía y absurdo, esta reinvención de la historia sigue a los dos titiriteros del título en su intento por resucitar su show de marionetas. El espectáculo es un éxito debido a la superioridad de los títeres, pero la ambición de Punch y su inclinación por una bebida conducen a un giro desafortunado que Judy deberá vengar. Mia Wasikowska (El hombre del corazón de hierro), Damon Herriman (Érase una vez… en Hollywood), Benedict Hardie (Upgrade), Eddie Baroo (Reaching distance) y Tom Budge (Son of a gun) encabezan el reparto.

El último estreno de este miércoles es Abou Leila, film escrito y dirigido por Amin Sidi-Boumédiène, quien de este modo debuta en el largometraje. Con capital argelino, francés y qatarí, este drama con toques de thriller y misterio se ambienta en la Argelia de 1994, cuando en plena oleada de ataques terroristas dos hombres emprenden un viaje por el desierto en busca del autor de uno de esos ataques. Pero a medida que avanzan en su búsqueda todo se vuelve más y más extraño. Entre los principales actores encontramos a Slimane Benouari, Lyès Salem (Sparring), Azouz Abdelkader, Fouad Megiraga y Meriem Medjkrane (L’Oranais).

Viernes 28 de agosto

Respecto al resto de estrenos, Orígenes secretos es un thriller de acción y aventuras español que llega el viernes a Netflix. David Galán Galindo (Al final todos mueren) dirige esta adaptación de su propia novela que tiene como protagonistas a un joven policía recién llegado a Madrid y a un entrañable friki dueño de una tienda de cómics que deberán colaborar para resolver una serie de asesinatos que recrean los Orígenes Secretos de los superhéroes clásicos. Cada muerte es una pieza de un puzzle que les llevará por un complejo laberinto en cuya salida les espera el asesino. El reparto está encabezado por Javier Rey (El silencio de la ciudad blanca), Brays Efe (serie Paquita Salas), Verónica Echegui (Réquiem por un asesino), Antonio Resines (La pequeña Suiza), Ernesto Alterio (Un mundo normal), Carlos Areces (Tiempo después) y Leonardo Sbaraglia (La red avispa).

Otra de las novedades del próximo viernes es Get duked!, comedia británica de 2019 con tintes de acción y terror que llega a Prime Video. Escrita y dirigida por Ninian Doff, que de este modo debuta en el largometraje, la trama gira en torno a cuatro adolescentes de Glasgow que viajan hasta Escocia para firmar hierba en plena naturaleza. Sin embargo, una vez allí se verán perseguidos por un grupo de mayores enmascarados muy aficionados a la caza… humana. Eddie Izzard (Day out of days), Kate Dickie (La bruja), James Cosmo (Tomorrow), Kevin Guthrie (Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald), Jonathan Aris (La muerte de Stalin) y Alice Lowe (Sometimes always never) encabezan el reparto.

Temporada 8 de ‘Juego de Tronos’, un gran final para los Siete Reinos


Ya está. Lo que hace ocho años comenzó como la adaptación de una serie de novelas de corte fantástico medieval ha llegado a su fin como el fenómeno televisivo de las últimas décadas. Un fenómeno que ha trascendido su propia dimensión de puro entretenimiento seriéfilo para convertirse en un estudio de estrategias políticas y una confrontación de pasiones encontradas. Y si bien es cierto que esto da buena muestra del grado de relevancia que ha adquirido Juego de tronos, también ha jugado en contra de la octava y última temporada creada por David Benioff (Troya) y D.B. Weiss, ya conocidos como D&D. Personalmente, creo que con sus errores y sus prisas por terminar, que los tiene, estos seis episodios finales son la conclusión sobresaliente a una historia desarrollada en casi una década.

Y sí, digo sobresaliente porque en realidad estos capítulos vienen a ser lo que el tercer acto es a una película, es decir, la conclusión a todas las tramas abiertas a lo largo de los años. Sobre todo las principales. Esto ha provocado que el desarrollo dramático se haya centrado fundamentalmente en los conflictos bélicos largamente esperados, ambos con consecuencias catastróficas tanto visual como sociológicamente. En este aspecto, sus creadores aprovechan las oportunidades que ofrecen las propias características de la serie para componer una huída hacia adelante, un constante recorrido a marchas forzadas para solventar algunos de los conflictos planteados, madurados e incluso enquistados a lo largo de estas temporadas. Habrá quien piense que todo ha sido muy rápido, que solo ha interesado lo visual por encima de la intriga política. No falta razón, pero es que si hubiera sido de otra manera no estaríamos ante el final, sino ante una transición a otra historia diferente.

Las dos principales batallas de esta temporada, desarrolladas no por casualidad en las dos grandes ciudades de Juego de tronos, son un ejemplo de pulso narrativo. La primera, en Invernalia, juega de forma magistral con la iluminación, con el terror de la noche y las características de los muertos. Los movimientos de cámara permiten en todo momento conocer la ubicación de todos los personajes allí citados aunque la historia solo se centra en los principales. Y me explico. El episodio está estructurado de tal manera que la trama solo necesita seguir a los protagonistas para poder narrar cada detalle de la batalla. Y esto, teniendo en cuenta la complejidad de la narrativa, es algo que todo realizador debería estudiar si tiene que enfrentarse a algo similar. La segunda, en Desembarco del Rey, es más bien un derroche de tensión dramática, con ese tañer de campanas que debería marcar un final y, sin embargo, marca un inicio. Y aunque este episodio tiene algunos de los momentos más irregulares de la serie, no deja de evidenciar la fuerza narrativa de una serie construida a fuego lento… nunca mejor dicho.

No cabe duda de que estos seis episodios (algunos de ellos de una duración similar a una película) se han planteado única y exclusivamente para cerrar tramas. Algunas de ellas quedan ligeramente abiertas en el último episodio. Otras se cierran de forma coherente y otras, sencillamente, se antojan algo apresuradas en su resolución. Todas ellas, con sus altibajos, forman sin embargo un mosaico narrativo y visual espléndido, con una serie de discursos y argumentaciones finales que demuestran, por un lado, el peso dramático del rol de Peter Dinklage (Vengadores: Infinity War), diluido un poco entre tanta guerra, y por otro, que la serie ha sido y siempre será un estudio político de los intereses y luchas de poder entre facciones, se llamen familias o con cualquier otro nombre que se les quiera dar. Es cierto que esta última temporada peca en exceso de una cierta aceleración de acontecimientos, sobre todo tras la batalla de Invernalia, y eso es posiblemente lo más censurable del conjunto, pero en todo caso la evolución de los personajes encuentra su encaje en su desarrollo de temporadas pasadas.

Dictadores y demócratas

De hecho, la serie recupera de nuevo esa idea de tiranos dictadores y nobles demócratas que tan bien ha funcionado en el pasado. Para muchos el problema radicará en las figuras que representan cada uno de los bandos. Estoy hablando del rol de Emilia Clarke (Terminator: Génesis), que ha pasado de ser libertadora a convertirse poco menos que en una versión femenina de Hitler. Sus discursos e ideas en el episodio final de esta temporada de Juego de tronos confirman un viraje moral que podría considerarse inconsistente, pero que analizado fríamente tiene una más que clara justificación. Para empezar, durante toda la serie se ha hablado en varias ocasiones del legado familiar de locura y megalomanía; y aunque siempre ha atacado a tiranos y esclavistas, lo cierto es que todo aquel que se ha opuesto a sus designios ha tenido un final poco benévolo. Es cierto que en estos seis episodios su evolución parece precipitarse con demasiada urgencia, pero eso no es óbice para que la base sobre la que se sustenta exista realmente y se haya fraguado durante las siete temporadas previas.

Hay que señalar, en este sentido, la estética dictatorial de esos planos del último episodio, con grandes banderas ondeando sobre ruinas, ejércitos uniformados y discursos más propios de la época más oscura de Europa. Las palabras del personaje de Dinklage despejan las posibles dudas que pudiera haber. Como decía antes, este episodio ocho viene a confirmar que la serie nunca ha abandonado ese cariz puramente político y estratégico, por mucho que haya tenido descansos dramáticos favoreciendo la acción pura y dura. Las tensiones entre los personajes de Clarke y Sophie Turner (X-Men: Apocalipsis) son el mejor ejemplo de ello. Con todo, la serie deja decisiones dramáticas cuestionables. Dado que es necesario acentuar el carácter conquistador de la Madre de Dragones, Benioff y Weiss convierten el rol de Lena Headey (300) en una mujer vulnerable, alejada por completo de la tirana y déspota reina que fue antaño. Algo con poca justificación, ya que la masacre de hombres, mujeres y niños indefensos ya es de por sí suficiente argumento para convertir a una salvadora en una tirana. Su muerte es, posiblemente, el momento más innecesariamente melodramático de toda la serie, amén de no corresponder con la evolución del personaje durante toda la serie.

Ahora bien, la resolución de todas las tramas y del futuro de cada uno de los personajes supervivientes es sencillamente brillante. La argumentación con la que se corona al nuevo rey viene a confirmar un cambio mínimo para que todo siga igual. Dejando a un lado la cuestionable presencia de algunos personajes en esa especie de concilio final en torno al rey (¿de verdad era necesario recuperar personajes que no aparecían desde hacía varias temporadas?), cada uno de los protagonistas termina donde tiene que terminar, el lugar al que pertenece en cuerpo y, sobre todo, alma. Una nueva generación de personajes, cada uno retomando papeles interpretados por veteranos en las anteriores temporadas, que viene a introducir sangre nueva en una historia que perfectamente podría continuar con intrigas políticas, recelos, ambiciones y luchas de poder. Un final continuista para una trama marcada por la destrucción de una guerra que ha dejado muchos, muchísimos cadáveres por el camino. Un final que comienza con la reconstrucción de un mundo arrasado por el hielo y el fuego.

Juego de tronos termina como debería terminar. Al menos la serie de televisión. Habrá que ver si tiene algo en común con las novelas que deba publicar George R. R. Martin. Pero como producto audiovisual esta octava temporada ha demostrado que la pequeña pantalla es capaz de ofrecer tensión dramática, un lenguaje visual complejo y bello, una evolución compleja de sus personajes y un final que, casi con toda probabilidad, no dejará indiferente a nadie. Como dice el personaje de Dinklage (en uno de sus muchos y brillantes momentos del último episodio), nada une más que una buena historia. Una historia no puede ser derrotada, y si crece lo suficiente puede llegar a ser incontrolable. Algo de todo eso tiene esta última tanda de episodios. Y dado su éxito, es evidente que no gustará a todo el mundo, que cada uno de los espectadores tendrá su versión de lo ocurrido. Eso es lo más atractivo de la serie. Personalmente, y con las irregularidades evidentes que tiene esta etapa, creo que estamos ante una conclusión más que digna de una trama tan compleja como esta. Pero ante todo hemos llegado al final de una era. Nada volverá a ser lo mismo después de esta guerra de Poniente. La televisión ha cambiado, abriendo la puerta a nuevas y complejas producciones. Solo el tiempo dirá si ha sido para bien o para mal. Y de nuevo, como dice Tyrion Lannister, preguntadme dentro de diez años.

Dwayne Johnson salva ‘El rascacielos’ de los monstruos


Verano en estado puro es lo que nos deja este viernes, 13 de julio, en las pantallas de toda España. Y curiosamente, ninguno de los estrenos es de terror. Al menos de terror en estado puro. Eso sí, la acción, el drama y el humor están asegurados en los principales estrenos, algunos de ellos con vocación de convertirse en uno de los títulos de estos meses.

Comenzamos el repaso con El rascacielos, nueva cinta de acción protagonizada por Dwayne Johnson (Jumanji: Bienvenidos a la jungla) con claras influencias de Jungla de cristal (1988) y El coloso en llamas (1974). Dirigida por Rawson Marshall Thurber (Un espía y medio), la cinta gira en torno a un veterano de guerra y ex líder del equipo de rescate de rehenes del FBI que se dedica a supervisar la seguridad en los rascacielos más modernos del mundo. Algo sale mal en su último trabajo, el edificio más moderno del mundo ubicado en Hong Kong, y se declara un incendio del que es acusado. Dispuesto demostrar su inocencia, deberá encontrar a los culpables y rescatar a su familia, que se ha quedado encerrada en una de las plantas. El reparto se completa con Neve Campbell (serie House of cards), Pablo Schreiber (Juego de ladrones), Noah Taylor (Free fire), Kevin Rankin (Comanchería), Roland Møller (Atómica) y Byron Mann (La gran apuesta), entre otros.

Muy diferente es el biopic dramático Mary Shelley, film con capital estadounidense, inglés y luxemburgués que, como su propio título indica, narra la vida de la autora de ‘Frankenstein’ y el romance que mantuvo con Percy Shelley que sirvió de inspiración años más tarde para crear la novela gótica. Haifaa Al-Mansour (La bicicleta verde) es la encargada de poner en imágenes esta historia protagonizada por Elle Fanning (Vivir de noche), Douglas Booth (El destino de Júpiter), Maisie Williams (serie Juego de tronos), Bel Powley (Carrie Pilby) y Joanne Froggatt (serie Downton Abbey).

Puramente norteamericana es Hotel Transilvania 3: Unas vacaciones monstruosas, nueva entrega de la saga de animación con los principales monstruos del cine y la literatura que, en esta ocasión, sitúa a los protagonistas en un crucero en el que Drácula y el resto de monstruos podrán, después de siglos de trabajo, relajarse con unas merecidas vacaciones. Pero el sueño pronto se torna en pesadilla cuando la hija del vampiro descubre que la capitana del barco esconde un oscuro secreto que podría acabar con todos los monstruos. Genndy Tartakovsky, autor de toda la saga, vuelve a ponerse tras las cámaras en esta tercera entrega que cuenta con las voces en su versión original de Mel Brooks (Los productores), Adam Sandler (Pixels), Selena Gomez (Una lucha incierta), Andy Samberg (La autopsia 10), Kathryn Hahn (Captain Fantastic), Steve Buscemi (La muerte de Stalin) y Kevin James (Niños grandes 2).

La principal propuesta española de la semana es El mejor verano de mi vida, comedia familiar dirigida por Dani de la Orden (El pregón) que tiene como protagonista a un vendedor de robots de cocina cuyo sueño es trabajar en el mundo financiero. En plena crisis de pareja y acosado por las deudas, le promete a su hijo que se irán de vacaciones si saca todo sobresalientes. Dado que el chico cumple, se embarca con toda su familia en un viaje que cambiará sus vidas para siempre. El humorista Leo Harlem (Villaviciosa de al lado) es el principal protagonista de este film que se estrena el jueves 12 y en cuyo reparto encontramos también a Maggie Civantos (serie Vis a vis), Toni Acosta (Incidencias), Sílvia Abril (Vulcania) y Berto Romero (Ocho apellidos catalanes).

La misma nacionalidad tiene No quiero perderte nunca, cinta que retrata el dolor de una mujer tras la pérdida de su madre, viviendo un proceso mental similar al que llevó a su madre a un lugar del que nunca pudo volver. Escrita y dirigida por Alejo Levis (Todo parecía perfecto), la película cuenta con Aida Oset (Frontera), Montse Ribas, Maria Ribera (Tres dies ambos família) y Carla Torres como sus principales actrices.

Entre el resto de estrenos europeos encontramos Lola Pater, coproducción franco belga que se centra en un hombre que, cuando su madre muere, decide ir en busca de su padre, quien les abandonó hace 25 años. Pero ahora el progenitor se llama Lola, algo que el joven tendrá que aceptar no sin dificultades. Este drama está escrito y dirigido por Nadir Moknèche (Goodbye Morocco) y protagonizado por Tewfik Jallab (Asalto al convoy), Fanny Ardant (Mis días felices), Nadia Kaci (Le puits), Véronique Dumont (Mon ange) y Lucie Debay (El rey de los belgas).

Francia y Canadá colaboran en La bruma, cinta cuyo argumento arranca cuando una misteriosa niebla mortal se extiende por toda la ciudad de París. La gente se ve obligada a sobrevivir y refugiarse en pisos y tejados de la ciudad. Una familia tendrá que afrontar el hecho de que, para poder salir con vida, tendrán que correr el riesgo de atravesar la niebla. Dirigida por Daniel Roby (White skin), esta propuesta de ciencia ficción está protagonizada por Romain Duris (Alto el fuego), Olga Kurylenko (Un día perfecto), Fantine Harduin (Le boyage de Fanny), Michel Robin (Aquarium) y Anna Gaylor (La familia no se escoge).

Por último, La cámara de Claire es el título de la comedia dramática de 2017 escrita y dirigida por Hong Sang-soo (Lo tuyo y tú) que arranca cuando una trabajadora de la industria del cine es despedida mientras trabaja en el Festival de Cannes. Allí conoce a una mujer que se dedica a la fotografía. Con capital francés y de Corea del Sur, la cinta tiene un reparto encabezado por Isabelle Huppert (Elle), Kim Min-hee (La doncella), Chang Mi-hee (Gwibooin) y Jung Jin-young (Gangnam 1970).

El invierno ya ha llegado a la séptima temporada de ‘Juego de tronos’


El tramo final de cualquier relato, lo que en cine se conoce como el tercer acto, se caracteriza por una mayor acción, menos desarrollo dramático y la resolución de los conflictos planteados durante las secuencias anteriores. De ahí que ver el final de una película sin conocer lo que ha ocurrido antes puede llevar a engaño, frustración o decepción. ¿Y qué tiene esto que ver con Juego de tronos? Pues en realidad todo. Porque su séptima temporada, más corta que las anteriores, está planteada como eso, como el comienzo del fin. El invierno ha llegado a la trama, pero también al tratamiento que David Benioff (Cometas en el cielo) y D.B. Weiss llevan a cabo en estos 7 episodios.

Y es que la historia ha entrado en una recta final frenética, marcada notablemente por la acción, la espectacularidad y los dragones. Vamos, todo lo que los seguidores han estado esperando durante años. Atrás han quedado, o al menos han sido relegados a un segundo plano, los largos y densos diálogos, las miradas capaces de explicar todo un universo complejo de emociones y las intrigas palaciegas. Siguen existiendo, claro está, pero su protagonismo merma considerablemente. Que esto sea mejor o peor es a gusto del consumidor, pero personalmente creo que entrar en estas discusiones aleja la atención del verdadero problema de esta temporada, que abordaré más adelante.

Este problema, del que se derivan muchos otros aspectos, no debe ser óbice para poder disfrutar de una de las temporadas más intensas de Juego de tronos. El ritmo de sus episodios es endiablado, sus personajes han evolucionado coherentemente y, en definitiva, todas las piezas se han ubicado en este tablero que es Poniente para poder dar salida a las tramas secundarias que hayan quedado todavía con vida. Esto ha permitido a sus creadores, por tanto, centrarse en el grueso de los personajes principales, en unificar las diferentes historias en una sola mucho más épica y grandilocuente en la que la espectacularidad es la protagonista.

Los guiones de estos episodios, por tanto, sustentan su atractivo mucho más en la acción. Y precisamente esa apuesta, dado que todavía existen muchos frentes abiertos, es la que provoca la aparición intermitente, en algunos casos demasiado intermitente, de determinados personajes, por no hablar de que su protagonismo en pantalla se ha reducido a la mínima expresión. Dicho de otro modo, la trama pone toda su atención en la lucha por el trono y en la lucha contra los muertos, dejando por el camino varios cadáveres dramáticos que pueden llegar a echarse de menos, sobre todo porque su desaparición no parece estar más justificada que por las necesidades dramáticas del momento.

Menos tiempo

Antes mencionaba que existe un gran problema en esta temporada, y ese es el tiempo. El hecho de que sean tan solo 7 episodios hace hincapié en dos cosas. Por un lado, que estamos ante el final de uno de los eventos televisivos más importantes de la historia. Y por otro, que existen menos minutos para narrar la historia. De hecho, más de dos horas de metraje con respecto a las anteriores temporadas de Juego de tronos. Y eso obliga a los guionistas a concentrarlo todo en menos espacio dramático. El resultado es, más allá de saltos temporales y viajes que parecen casi teletransportar a los protagonistas, una ausencia de intriga, de diálogos profundos que obliguen a la reflexión o a la búsqueda de intenciones ocultas.

Es más, todo en esta séptima etapa está enfocado a hacer avanzar la acción lo más rápido posible. El final de temporada, espectacular como siempre, es el resultado de ese proceso. Lo malo es que se quedan muchas cosas por el camino. Lo bueno es que la serie gana en dinamismo. Por supuesto, eso no quiere decir que no siga existiendo una parte de estrategia y de intriga. Sin duda, los acontecimientos de Invernalia son el mejor reflejo de ese pequeño resquicio que, como muchas cosas en esta etapa, termina muriendo (y no diré más para no desvelar nada). Pero no dejan de ser una pequeña isla en una trama mucho más directa y menos dada a subterfugios.

Puede que la mejor prueba de ello sea el último episodio y varias resoluciones dramáticas que se dan a lo largo de la temporada, algunas con un mayor impacto que otras. Todos los secretos, salvo la gran incógnita en torno al Rey de los Caminantes Blancos, parecen quedar resueltos en esta especie de final previo al gran final que parece anunciarse en la última temporada, aún más corta que la que ahora termina. Secretos, por cierto, que incluyen el verdadero origen de Jon Snow en una revelación que, por el momento en el que se hace y las imágenes que se muestran, puede tener muchas consecuencias.

Ahora lo importante es analizar esta séptima temporada de Juego de tronos, y el resultado no puede ser más diferente a lo visto hasta ahora. Esta es la única valoración objetiva que se puede hacer. A partir de aquí, las impresiones personales de cada uno. La serie apuesta por la acción más visual, por sacar el máximo partido a los combates, a sus dragones y a los enormes ejércitos que parecen no terminarse nunca a pesar de las cruentas batallas. Los diálogos, las conspiraciones y los asesinatos protegidos por las sombras parecen haber terminado, o al menos haber perdido protagonismo. No sé si esto convierte esta temporada en mejor o peor que las anteriores, pero sin duda deja algunos de los momentos más épicos de la serie, así como algunas de las secuencias mejor rodadas de toda esta historia. El invierno ha llegado para todos, como demuestra uno de los últimos planos de la temporada, y la pregunta que queda por hacerse es si los héroes serán capaces de sobrevivir a él. Para saberlo habrá que esperar a los seis episodios de la octava temporada.

‘Juego de tronos’ logra su máximo esplendor en su 6ª temporada


Jon Nieve a punto de entrar a luchar en la batalla de los bastardos en la 6ª T. de 'Juego de tronos'.Si alguien quiere entender por qué Juego de tronos es una de las mejores producciones televisivas de la actualidad, si no la mejor; si alguien quiere entender por qué la serie que adapta las novelas de George R.R. Martin es una de las mejores de la historia; y si alguien quiere entender, en definitiva, el fenómeno adaptado a la pequeña pantalla por David Benioff (Cometas en el cielo) y D.B. Weiss que atrae tanto a los fans como a los mayores detractores de la fantasía, que se siente a ver con pausa y atención la sexta temporada. Porque no solo es la mejor entrega, sino que posiblemente sea el mejor desarrollo narrativo y de personajes que se vea en una producción cinematográfica o televisiva.

Los 10 episodios que componen esta etapa son, de forma individual y en su conjunto, una carrera hacia adelante perfectamente ejecutada. Una de las mayores críticas que se han hecho a la serie (y que en comentarios anteriores he suscrito) es la falta de desarrollo de algunas tramas, lo que deriva en falta de ritmo en muchos momentos de la historia, que necesita situar a los personajes en el tablero de juego que representa Poniente. Una carencia que no solo ha sido subsanada en esta primera temporada libre del yugo de las páginas impresas de Martin, sino que ha sido sustituida por una constante sucesión de giros argumentales que, además de hacer avanzar la trama a pasos agigantados, ha permitido a los personajes crecer y convertirse en lo que se espera de ellos desde hace mucho, mucho tiempo.

El mejor y más claro ejemplo es el de Sansa Stark, una Sophie Turner (X-Men: Apocalipsis) que por fin ha salido del cascarón para convertirse en el personaje que se intuía ya desde la cuarta temporada. La evolución que ha tenido, aunque irregular, es tan espectacular que roba buena parte del protagonismo al resto de roles que rodean a esta pelirroja de carácter cada vez más fuerte. Su papel en el destino de Invernalia y de los personajes involucrados en esta trama principal no solo es clave, sino que se antoja indispensable para el futuro, siendo por tanto el catalizador de la evolución que sufra la serie desde este punto de vista. Asimismo, el papel de Emilia Clarke (Terminator: Génesis), aunque fuerte desde las primera temporadas, parecía tener también un carácter dubitativo que se pierde por completo en estos episodios, lo que define mejor al personaje y le dirige hacia un final que se presume apoteósico.

Porque, en efecto, la sexta temporada de Juego de tronos es lo que podría considerarse como el paso del segundo al tercer acto de la historia. Todos los personajes, sin excepción, han dejado a un lado sus dudas existenciales, los problemas que arrastran o los dilemas morales y sociales que les impiden avanzar para dar rienda suelta a su verdadera personalidad, a sus deseos largamente anhelados pero siempre ocultados bajo capas y capas de intereses familiares, de problemas externos o de decisiones equivocadas. Una decisión dramática que tiene sus consecuencias, es cierto (sin ir más lejos, que los personajes lleguen a descontrolarse), pero que en esta ocasión, y dado que hay una base más que sólida de cinco temporadas, no solo es necesaria, es perfecta.

Menos personajes, más impacto

Aunque posiblemente la mejor decisión de los creadores, y eso es algo que puede deberse a que la historia ha adelantado a las novelas, es la eliminación de muchos, muchísimos personajes secundarios de cierto peso que terminaban por lastrar el avance de la historia precisamente por el interés de sus tramas particulares. Gracias a esta apuesta la trama no solo se carga de mayor peso dramático, sino que se aligera de historias que tenían poco o ningún sentido, centrándose en las intrigas principales, léase Lannister, Stark y Targaryen. Esta alternativa de Benioff y Weiss tiene su principal efecto en los numerosos momentos de carga dramática y espectacularidad de la temporada, posiblemente más que ninguna de sus predecesoras, aportando un dinamismo nunca visto hasta ahora.

Claro que a esto se suman villanos de nuevo cuño cuya fuerza es tal que convierte a los tradicionales «malos» en auténticos angelitos víctimas de un dolor y una humillación sin precedentes. Pero no hay que olvidar que estamos hablando de Juego de tronos, donde la venganza no es que se sirva fría, es que directamente es un témpano de hielo. Pero refranes aparte, lo cierto es que la introducción de estos antagonistas, muchos de la temporada anterior, dota al conjunto de una frescura incomparable, pues genera nuevas tensiones dramáticas que complementan a las ya existentes y a las creadas también por la muerte o partida de esos personajes secundarios.

Antes he mencionado que esta temporada, la sexta, es posiblemente la que posea más episodios determinantes. Los más fieles seguidores estarán acostumbrados a que el episodio 9 sea el gran evento. Ya en la anterior temporada los últimos capítulos fueron, en realidad, todo un ascenso dramático y épico de consecuencias imprevistas. Pero en esta, en parte también por el precedente de la quinta, son prácticamente todos los episodios que impactan al espectador, ya sea por su fuerza épica, dramática o de intriga. Sin revelar grandes detalles, el episodio tres, el cinco, el ocho son grandes ejemplos para los guionistas acerca de cómo manejar los tiempos narrativos para generar emotividad, dramatismo o suspense. La pregunta que se plantea entonces es: ¿si la temporada es así, qué ocurre en el noveno episodio? Bueno, digamos que posiblemente es el mejor de toda la serie, y que contiene una de las mejores batallas del séptimo arte.

Y como colofón, un último episodio que no solo deja las piezas perfectamente agrupadas para la esperada guerra entre familias, sino que desvela, por fin, a qué podría hacer referencia esa ‘Canción de Hielo y Fuego’ que da nombre a la saga literaria. El origen de uno de los personajes más importantes de la serie permite la cuadratura del círculo, la integración de todas las historias. Y abre ante el espectador un futuro prometedor que, de repetir lo conseguido en esta secta temporada de Juego de tronos, convertirá a la serie en un pilar narrativo y audiovisual fundamental para el futuro del cine y la televisión. Un esplendor que, todo hay que decirlo, es difícil que se repita, pero que en cualquier caso convierte a esta etapa en la mejor de la serie. Y con el esplendor ha llegado el invierno.

5ª T de ‘Juego de Tronos’, el arte de lograr que menos sea más


Peter Dinklage y Emilia Clarke, en un momento de la quinta temporada de 'Juego de Tronos'.Uno de los comentarios que más se han oído durante la quinta temporada de Juego de tronos ha sido que no ocurre nada, que su trama no avanza y que sus personajes se mantienen en una constante tensión que no lleva al argumento a ninguna parte. Personalmente soy de la opinión de que eso, en una serie como la creada por David Benioff (Cometas en el cielo) y D.B. Weiss, no puede ocurrir ni aunque se intente. Pero incluso aunque eso fuera verdad, aunque su historia se hubiera anquilosado levemente, su final ha sido, con diferencia, el más impactante de toda la serie. Y no me refiero solo al episodio 10. Ni siquiera al ya famoso episodio 9.

En realidad, esta última temporada es un ejercicio minuciosamente medido para llevar al espectador en un viaje cuyo final le resulta inesperado (salvo para aquellos que hayan leído los libros, claro está). El desarrollo dramático de sus tramas principales responde a la teoría de los tres actos de forma casi milimétrica. Así, durante los tres primeros episodios se plantean las posiciones de los principales personajes. Los cuatro siguientes desarrolla los conflictos planteados, llevando a muchos de los protagonistas a situaciones límite. Y el tercer acto, o los tres últimos episodios, es un festival de emociones, de giros argumentales impactantes y de clímax indescriptibles. Repasando mentalmente el camino que han tomado estos 10 nuevos episodios la pregunta que nos debe asaltar es si realmente es cierto eso de que no ha pasado nada.

Si algo caracteriza a Juego de tronos casi desde el comienzo es que menos es más. Salvo contadas excepciones, la serie siempre se ha sentido más cómoda entre intrigas palaciegas, luchas de poder en la sombra y traiciones familiares que entre impactantes revelaciones, normalmente limitadas al episodio 9. Y desde luego la quinta temporada es uno de los mejores ejemplos, como demuestra la conversación entre los roles de Peter Dinklage (X-Men: Días del futuro pasado) y Emilia Clarke (Dom Hemingway), uno de los mejores momentos de la temporada. El magistral desenlace que ha tenido esta entrega invita a reflexionar sobre el papel que han jugado todos los acontecimientos previos. Un papel imprescindible para comprender no solo el futuro de muchos de los personajes, sino los cambios emocionales, morales y físicos que sufren casi todos. Es, en este sentido, una temporada de transición, después de ese giro dramático que supuso la cuarta temporada. Una transición necesaria pero para nada aséptica.

Desde luego, lo más interesante son las lecturas que se hacen de las decisiones y las motivaciones de los principales personajes. Estamos tan acostumbrados a ver cómo los personajes de George R. R. Martin logran más o menos los objetivos más inmediatos que nunca nos hemos parado a pensar en las consecuencias de sus actos. Y eso, en definitiva, es el argumento de esta serie. Si el clan Lannister está acostumbrado a gobernar pisoteando a los demás, en esta temporada sus acciones tienen consecuencias imprevistas. Cuando la Khaleesi cree que puede gobernar simplemente liberando esclavos, una rebelión se alza contra ella. Y si los Stark creen que pueden seguir adelante sin pagar un alto precio, bueno… en este tema es mejor no entrar demasiado.

Tramas insustanciales

El resumen de todo el análisis anterior podría ser que, aunque no lo parezca, la trama avanza de forma notable, e incluso se producen cambios mucho más profundos en los personajes de lo que había podido verse hasta ahora. Sin embargo, eso no impide que hayan existido, casi por primera vez, tramas que no han aportado mucho, al menos a lo largo de la temporada (parece evidente que algo desencadenarán en la sexta entrega). Una de ellas es la historia ambientada en Dorne, ciudad a la que España ha dado vida y que, todo sea dicho, no ha sabido explotar más que la belleza de los escenarios. Su trama, un rescate secreto que se tuerce y que tiene como protagonista a Jaime Lannister (de nuevo Nikolaj Coster-Waldau, visto en Oblivion), se desarrolla con más pena que gloria, sin generar demasiado interés y preocupada más en mostrar los rasgos de esta nueva casa, intuidos en la temporada anterior, que por ofrecer algo consistente al espectador. Al menos hasta el último episodio.

También resulta sorprendente el tratamiento dado al personaje de Sophie Turner (Mi otro yo), una Sansa Stark que parecía haber madurado al final de la cuarta temporada y que, de nuevo, vuelve a ser esa niña atemorizada y traumatizada por el mundo de violencia y sangre en el que vive. Un giro que no logra funcionar demasiado bien en la definición de su personaje pero que, por otro lado, ayuda a consolidar la historia de Invernalia como una de las mejores, permitiendo además que otro personaje recoja el testigo de rol más odiado de la ficción. Sentimientos aparte, lo cierto es que su indefinición no hace sino jugar en su contra, no solo porque convierte a ese personaje en un ser débil y manipulable, sino porque no logra evolucionar, algo que en Juego de tronos no puede mantenerse por demasiado tiempo.

Y no puedo dejar de mencionar, aunque sea sutilmente, el final de esta quinta temporada. Como decía a más arriba, no se trata solo del último episodio, sino de todo el tercer acto de esta etapa. Tres finales de episodio simplemente indescriptibles, cada uno magistral en su concepción. Todos ellos han revelado aspectos muy significativos de la historia, más allá de la espectacularidad que puedan presentar en sendas batallas que superan, en muchos aspectos, a las mostradas hasta ahora. Aunque si hay algo que dejará sin palabras a los espectadores será la conclusión del episodio 10, un auténtico gancho dramático que, casualidad o no, tiene una clara influencia de uno de los episodios más conocidos de la Roma Clásica. Un final que, de ser cierto, cambia las reglas del juego por completo, obligando a tomar una nueva dirección que puede ser tan interesante como peligrosa.

Tal vez no sea la mejor temporada de Juego de tronos. La verdad es que la tercera y la cuarta entregas han sido insuperables. Pero desde luego mantiene el altísimo nivel dramático y técnico de toda la serie. De nuevo, sus creadores demuestran que no es necesario que ocurran grandes acontecimientos para que una producción sea capaz de crear expectación. La sensación de vivir una calma antes de una violenta tormenta, de que en ese remanso de paz todo se mueve para producir un terremoto que sacuda los cimientos dramáticos de la serie, está presente en todo momento. Benioff, Weiss y R. R. Martin vuelven a demostrar que menos es más. Y lograr que eso sea tan eficaz como lo es en esta serie es todo un arte.

‘Juego de Tronos’ llega a su punto de inflexión en la cuarta temporada


Peter Dinklage gana protagonismo en la cuarta temporada de 'Juego de Tronos'.Desde que finalizó la cuarta temporada de esa joya de la televisión llamada Juego de Tronos estoy dándole vueltas a qué etapa ha sido mejor. En concreto, las dudas me asaltan cuando comparo esta con la tercera temporada. En conjunto es evidente que estos nuevos 10 episodios han llevado la trama a un nuevo estadio, infinitamente más complejo y con nuevas piezas sobre el tablero de juegos que representan los Siete Reinos. La anterior temporada fue, en cuestiones de manejo de tensión y drama, mucho más equilibrada, manejando mejor los tiempos y jugando con los nervios del espectador. Esta, empero, se antoja mucho más dinámica, con giros narrativos en prácticamente cada secuencia, convirtiéndose en un viaje sin retorno que, como decía, ofrece una nueva perspectiva de esta batalla.

Antes de entrar en el detalle de esta nueva entrega creada por David Benioff (Troya) y D.B. Weiss, un aviso: aquellos que no hayan podido ver todavía el desarrollo de la temporada encontrarán algunos, muchos o demasiados spoilers, todo en función de lo que se conozca o se haya visto. Una vez dicho esto, comencemos por lo más genérico y principal: el papel de Peter Dinklage (X-Men: Días del futuro pasado). No hace falta decir que su presencia a lo largo de la serie ha sido imprescindible. Si el personaje ya es de por sí único, con una inteligencia fuera de lo común y un pragmatismo y heroísmo que le convierten en el auténtico heredero de su apellido, la labor del actor aporta al personaje un encanto especial, a medio camino entre la picardía y el rencor, entre el miedo al rechazo y la burla. Pero lo que ocurre en el ecuador de esta temporada, con ese speech al ser juzgado por el asesinato de su sobrino el rey, es sencillamente magistral. Todas las emociones que se intuían a lo largo de la ficción estallan en una ira inusitada en él, dejando entrever una faceta hasta ahora desconocida cuya consecuencia directa es la muerte de otro personaje fundamental que deja un vacío muy destacado.

Este juicio, así como la muerte del personaje de Jack Gleeson (Cabeza de muerte), que por cierto va a provocar sentimientos encontrados de alivio y añoranza, se convierten en el motor de todo el desarrollo dramático de la cuarta temporada. Un desarrollo que, por cierto, es mucho más lineal y menos abrupto que en ocasiones anteriores. Salvo algunas ocasiones contadas, muchas de ellas de carácter secundario, la trama avanza por derroteros más o menos previsibles, lo cual no impide, ni mucho menos, que Juego de Tronos crezca en calidad en todos sus aspectos. Se puede decir, por tanto, que la presencia de Dinklage es más necesaria que nunca, acaparando todos los focos sobre él y convirtiendo en meros secundarios al resto de personajes y de tramas que en momentos anteriores habían adquirido categoría de protagonista. ¿Es esto un tropiezo? Puede que los más fieles seguidores echen en falta algunos elementos, pero lo bueno de estos capítulos es que con muy poco dan un giro radical a la trama que hasta ahora conocíamos, dejando todo preparado para un futuro muy prometedor.

De hecho, todas las tramas que ponen el acento en personajes alejados del trono de hierro completan un panorama que recuerda mucho a los preparativos antes de la guerra, o lo que es lo mismo, una tensa calma que augura momentos verdaderamente épicos. Es cierto que el episodio 9 de la temporada, del que hablo a continuación, acoge de nuevo un momento brillante, pero a diferencia de temporadas anteriores este tiene poco que ver con el resto de la trama, al menos a priori. Sin embargo, tanto este momento como el resto de acontecimientos que se suceden en los diferentes escenarios de la serie poseen un sabor especial. Prueba de ello es que prácticamente todos dejan entrever sus aspiraciones a un trono que ahora ocupa un niño más joven si cabe que el anterior, incluyendo el personaje de Aidan Gillen (Mister John), cuya presencia, aunque tardía en la temporada, ha sido de lo más reveladora.

Historias veladas

Como contrapunto a las numerosas revelaciones que se suceden en esta cuarta temporada de Juego de Tronos (entre ellas una madurez brutal de las hermanas Stark) se plantean numerosos conflictos que, aunque pueden pasar desapercibidos, no dejan de ser interesantes. El primero y más importante es el de los muertos más allá del Muro, abandonados en estos episodios salvo por un detalle tan breve como revelador que ofrece un sinfín de posibilidades. Otro de ellos es la presencia cada vez más inestable de los dragones, que poco a poco van descubriendo su incontrolable naturaleza. Mientras que en temporadas anteriores sus apariciones solían ser para ayudar al personaje de Emilia Clarke (Dom Hemingway), en esta se convierten en fieras que necesitan ser encadenadas para evitar males mayores. Y hablando de las hermanas Stark, no quiero dejar pasar la forma en que el rol interpretado por Maisie Williams (Heatstroke) deja morir a su captor, un detalle casi más aterrador que el combate cuerpo a cuerpo en el que los cráneos son reventados con las manos.

Mención aparte merece el ya imprescindible episodio 9, centrado en esta ocasión en un ataque al Muro de los Salvajes. Al igual que la batalla de la segunda temporada, la serie aprovecha este momento para dar rienda suelta a una narrativa visual fuera de lo común en el convencional formato de la televisión. Y para rizar más el rizo, la acción se divide en dos escenarios claramente diferenciados cuyas características obligan a una planificación distinta, lo que no hace sino engrandecer el planteamiento del episodio. No se trata, en realidad, de ofrecer varios minutos de violencia y acción, sino de mostrar cómo un grupo reducido de personajes es capaz de repeler un ataque envolvente de miles de atacantes. La facilidad con la que la cámara se mueve por los distintos escenarios sin perder nunca el sentido narrativo es ejemplar, permitiendo al espectador saber en todo momento dónde se ubican los personajes, cómo afrontan los combates y qué dilemas se plantean en sus cabezas. En este sentido hay que destacar un plano secuencia perfecto que recorre todo el campo de batalla de forma envolvente y cuyo dinamismo ya querrían muchos directores en sus películas.

Pero como decía, este ataque no tiene una relevancia especial en el desarrollo principal de la serie. Muy alejada física y conceptualmente de la acción que centra esta cuarta temporada, su presencia se antoja un tanto extraña en el conjunto de los episodios. Es de suponer que tendrá su influencia en futuros acontecimientos, pero eso es algo que, por ejemplo, se hizo mejor en etapas anteriores de la ficción. No quiere esto decir que no sea espectacular, increíble o atractiva, pero el hecho de que se enmarque en las tramas secundarias que antes mencionaba la convierten en un acontecimiento, digamos, para satisfacer las ganas de acción de responsables y aficionados. Personalmente el momento del juicio protagonizado por Dinklage y los acontecimientos derivados de su discurso resultan mucho más interesantes, impactantes y brutales que la propia batalla.

De lo que no cabe duda es de que Juego de Tronos es uno de esos raros casos en los que una serie mejora con cada temporada. Eso no impide que existan altibajos narrativos en cada una que podrán ser más o menos discutidos, pero el balance general es el de una ficción que sabe crecer, que no tiene miedo en eliminar personajes si eso va a enriquecer la acción, y que busca en todo momento desarrollarse visualmente hablando. Soy consciente de que gran parte del mérito pertenece a George R. R. Martin, el autor de la saga ‘Canción de Hielo y Fuego’ en la que se enmarcan las novelas, pero la serie ha sabido ganarse un estatus propio (al fin y al cabo, podría no haber estado a la altura). Esta cuarta entrega es un claro punto de inflexión en muchos sentidos: la mayor parte de los villanos han muerto, y muchos de los más relevantes personajes están dispersados por el mapa. Su desarrollo tal vez no sea tan impactante como el de la temporada anterior, pero desde luego genera mucho más momentos interesantes, lo que juega en beneficio de un dinamismo que, al final, hace que 10 episodios sean pocos. Las ganas de más es el mejor síntoma de su grandeza.

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