‘Cazafantasmas: Imperio helado’: ni frío ni calor


Las dos generaciones de Cazafantasmas vuelven a reunirse en 'Cazafantasmas: Imperio helado'

Cuando hace unos tres años se estrenó Cazafantasmas: Más allá, la fiebre que invadió a varias generaciones en los años 80 regresó de golpe y porrazo. Aquel film contenía un espíritu que parecía haberse perdido durante décadas, recuperando la esencia gracias, entre otras cosas, a un claro homenaje a los cuatro cazadores originales. Sin embargo, esa fiebre parece haberse rebajado considerablemente con la nueva entrega.

Y no porque Cazafantasmas: Imperio helado no sea entretenida. Ni porque falten fantasmas, golpes de humor, ironías y mucho espectáculo. Al contrario, todo eso está. Pero lo que no está es la esencia misma de los ‘Ghostbusters’, que no es otra cosa que la falta de pretensiones y reírse de uno mismo. Y eso, al final, distancia al espectador del producto final por muy atractivo que este sea. Ni la dirección de Gil Kenan (El chico que salvó la navidad) ni el guion tienen la pasión que se le presupone a este tipo de films. El planteamiento del film parece más el de una superproducción al uso que el de una película capaz de ofrecer algo con alma. Dicho de otro modo, por mucho sello e iconografía que contenga, la historia se asemeja en exceso a otras que ya hemos visto una y mil veces (hasta el diseño del villano parece sacado de alguna película de terror).

Ni siquiera el reparto logra sacudirse esta sensación de haber perdido el norte de lo que tradicionalmente fueron (y han sido hasta la película anterior) los Cazafantasmas. Aquellos incomprendidos que luchaban contra fantasmas desde una estación de bomberos se han convertido en una especie de cuerpo ultrasecreto que estudia los fantasmas en una base ultramoderna. Y sí, está bien que las cosas evolucionen; el problema es que siempre parecen evolucionar hacia el mismo sitio, convergiendo todas las historias (con sus particulares matices) en un mismo punto de producción en cadena para un gran público que desde algún despacho se cree que no distingue un grupo de científicos con mochilas y rayos de protones de un cuerpo policial espacial con trajes negros y gafas de sol.

Esa es la verdadera tragedia de Cazafantasmas: Imperio helado. Que parece salir de la misma fábrica que muchas otras películas, cuando no debería ser así. La anterior entrega lo entendió a la perfección, pero para esta, con ese lema de «segundas partes tienen que ser más de lo mismo», algo se ha perdido por el camino. Con esto no quiero decir que no sea una película divertida, con golpes de ironía magníficos y un componente nostálgico interesante (ver a los originales de nuevo en pantalla siempre es motivo de alegría). Lo es, y para pasar un rato es magnífica propuesta. Pero no alcanza el nivel de sus predecesoras. Y es una lástima.

Nota: 6/10

‘Reposo absoluto’: terror acomodado


Melissa Barrera es la joven y luchadora protagonista de 'Reposo absoluto'

Como todos los géneros, el terror puede ofrecer producciones más o menos innovadoras, guiones que, o bien logran romper con los cánones y exploran otras vías de generar emociones en el espectador, o simplemente se dejan llevar y plantean arquetipos narrativos. Unos no son mejores que otros siempre y cuando ofrezcan algo. El debut en el largometraje de Lori Evans Taylor pertenece a la segunda categoría, y desde luego ese no es el mayor de sus problemas.

Desde luego, Reposo absoluto no es original. Nada original. Todo en la película resulta excesivamente conocido, hasta el punto de que cualquier aficionado al género posiblemente haya visto esta historia en cientos, si no miles, de relatos audiovisuales previos. Una casa en reforma, una mujer embarazada que empieza a ver cosas extrañas, un encierro que le impide moverse con normalidad, el conflicto con su pareja, personajes que sospecha que podrían atacarla, fantasmas… Narrativamente hablando, la cinta no se plantea en ningún momento salirse del guion, nunca mejor dicho, que marcan los cánones del género, y hasta cierto punto, esto se agradece, toda vez que podría permitir explorar otras vías de puesta en escena para el relato audiovisual.

Sin embargo, la directora y guionista opta más bien por recursos fáciles, por el susto previsible a través de personajes que aparecen y desaparecen en los espejos, objetos que se mueven solos, niños con un aspecto algo siniestro y, cómo no, un pasado traumático que vincula a la protagonista y al fantasma de turno de un modo u otro. El film, lejos de crecer, se mantiene en un perfil bajo, con un desarrollo que no termina de satisfacer las expectativas. Dicho de otro modo, en todo momento parece que la trama podría dar el giro definitivo, pero no termina de hacerlo nunca. Eso por no hablar de algunas incoherencias narrativas colocadas con calzador en la trama, como las sospechas de la protagonista hacia uno de los personajes. Absurdas cuanto menos, ya que mucho antes de su aparición la joven embarazada ya estaba teniendo visiones (y no diré mucho más por si alguno de los lectores no ha visto el film).

Lo que arregla un poco esta historia de poco contenido es un «final feliz» con clara influencia expresionista, recordando incluso un poco a Las tres luces de Fritz Lang (1921). El problema es que eso, por sí mismo, no es capaz de compensar tanto desaguisado ni un planteamiento excesivamente conservador de una película menor que ofrece más bien poco al espectador. Ni una ambientación sólida, ni un terror que busque romper con el susto fácil. Todo es muy arquetípico. Parece medido y calculado para introducir los sustos en el momento oportuno, para presentar el giro argumental en el minuto exacto. Algo tan calculado sin ingredientes novedosos termina por dinamitar las posibles perspectivas que tuviera esta historia.

Nota: 5,5/10

‘Otra vuelta de tuerca’: tornillos aflojados


Hay determinadas novelas que, por muy atractivas que sean, no están hechas para ser adaptadas al cine. Al menos no si se hace de un modo más o menos fiel. La literatura muchas veces sugiere y narra de un modo que no puede hacer una película o una serie de televisión. Y algo de eso debe ocurrir con la historia de Henry James. Eso o que la última adaptación de su novela simplemente ha sido un proyecto fallido de principio a fin.

Sea como fuere, lo cierto es que esta versión de Otra vuelta de tuerca es una producción que no va a dejar indiferente a nadie. Habrá quienes la defiendan por su forma de jugar con el espectador, con las emociones y con esa delicada y difícil linea que separa la locura de la protagonista de una historia de fantasmas al uso. Y habrá quienes directamente consideren que esta cinta es un engaño que no lleva a ningún lado (y serán la mayoría). Lo cierto es que hay un poco de todo. Su directora, Floria Sigismondi (The runaways) logra una atmósfera opresora, malsana, en la que la palidez de la luz y los grises colores se funden en un laberinto de pasillos por los que deambulan fantasmas y miedos a terminar con los tornillos aflojados. En este sentido, la película mantiene un intenso pulso narrativo que, sin embargo, no viene acompañado de un guion sólido.

Y es en este punto donde falla estrepitosamente la cinta. Para empezar, la trama no explica claramente los motivos por los que la joven institutriz a la que da vida Mackenzie Davis (Tully) no se va en cuanto las cosas se empiezan a poner feas. Tampoco existe un objetivo claro de la protagonista, más allá de una responsabilidad por su cargo. La historia de fantasmas que narra el film se sustenta básicamente en sustos, visiones y juegos de imagen que, es cierto, logran un crescendo dramático y aterrador, pero que no parecen llevar a ningún lado. Dicho de otro modo, da la sensación de que la película podría durar tres horas con esta estructura dramática. Es por eso que el final es tan importante. El «giro de tuerca» final viene a dar una respuesta a ese constante crecimiento aterrador, planteando al espectador una respuesta a sus preguntas que, lejos de cerrar puertas, abre otras nuevas con una conclusión abierta que a más de uno le puede ofender.

Pero todo depende de los ojos con los que se mire. Otra vuelta de tuerca trata de ser fiel, muy fiel, al espíritu de la obra de James, planteando en todo momento un complejo equilibrio entre fantasmas y locura, entre aterradoras visiones y problemas psicológicos de la protagonista. Sin embargo, aunque ese juego entre historia y espectador funciona en muchas ocasiones, no termina de encajar del todo bien con una conclusión que deja a cada uno la interpretación final, acotando muy poco el sentido real del film. Al igual que el libro, varias teorías se pueden aplicar a esta película. Y eso, salvo contadas excepciones, no suele ser una apuesta adecuada para una producción audiovisual. Esta no es una de esas excepciones.

Nota: 5/10

‘The Terror: Infamy’, campos de concentración como excusa para una de fantasmas


Cualquier serie de antología tiene como principio que sus historias sean independientes, incluso aunque tengan algún nexo de unión o transcurran en un mismo universo. Pero lo que han hecho David Kajganich (Cegados por el sol), Max Borenstein (Kong: La isla Calavera) y Alexander Woo (serie True blood) con la serie The Terror ha sido llevar ese concepto de independencia más allá, creando una segunda temporada, subtitulada Infamy, que no solo no tiene que ver con la historia de la primera entrega, sino que conceptualmente es también muy diferente.

Para aclararnos, estos 10 episodios toman como punto de partida los campos de concentración de japoneses en la costa oeste de Estados Unidos durante la II Guerra Mundial, para, a continuación, construir una trama de fantasmas, venganza y odio que, en realidad, nada tiene que ver con la premisa inicial. A diferencia de la primera temporada, en la que sí se tomó el suceso histórico de la desaparición de toda una tripulación, aquí el trasfondo histórico se queda, pues eso, en trasfondo, siendo simplemente una excusa para abordar una clásica historia de fantasmas de corte asiático. Eso sí, desde un punto de vista muy interesante, ofreciendo al espectador una nueva perspectiva de estos espíritus vengativos. Pero sobre esto volveremos más adelante. La pregunta que cabe hacerse entonces es: ¿por qué entonces utilizar este acontecimiento histórico?

La respuesta podría estar, precisamente, en el carácter de denuncia y de redención que tiene esta segunda temporada. En realidad, es el leit motiv del protagonista, quien busca en todo momento una forma de encajar en un mundo cambiante. Si bien es cierto que cualquier contexto habría sido válido para desarrollar toda la historia de la familia perseguida y acosada por un fantasma, el hecho de que se haga a través de esos campos de concentración viene a ser la forma que tiene el séptimo arte de pedir perdón por unos hechos de los que, como queda bastante claro durante toda esta etapa, se avergüenza, al menos, parte de la sociedad estadounidense. El hecho de que el actor de uno de los personajes más relevantes viviese de niño en estos campos no hace sino reforzar esa idea.

De este modo, esta nueva historia de The Terror tiene dos partes claramente diferenciadas pero vinculadas. Por un lado, la historia de terror como tal, un clásico relato de fantasmas que aterrorizan al protagonista y a toda su familia y que les sigue allá donde va, en la línea más tradicional del género. Por otro, está ese reflejo de la vida en los campos instalados en la costa estadounidense. Su funcionamiento, el modo en que los prisioneros desarrollaban su día a día, los trabajos que realizaban, las relaciones con los soldados estadounidenses,… La serie presenta un microcosmos realmente interesante en el que racismo y miedo se dan cita bajo el paraguas de la locura que siempre conlleva una guerra. Claro ejemplo son las situaciones que vive el personaje de Derek Mio (Billy boy) cuando se suma al ejército estadounidense, o las desconfianzas que generan entre los soldados aquellos que colaboran en los campos.

Yurei

Abordado ya el aspecto histórico, es conveniente señalar que la serie profundiza mucho, muchísimo, en ese microcosmos que son las historias de fantasmas asiáticas. Estos 10 capítulos no solo narran la venganza de un espíritu traicionado, como es habitual en films como Ringu (1998) o Ju-on: The grudge (2002), sino que va un poco más allá, cruza el umbral que separa los vivos de los muertos y se adentra en el mundo en el que viven estos espíritus atormentados. En el caso que nos ocupa, un yurei. Y posiblemente, este sea uno de los aspectos más interesantes, diferentes y llamativos de toda la temporada para los amantes del fantástico.

Porque lejos de presentar un mundo aterrador en el que las almas deambulan en busca de su objetivo, The terror ofrece al espectador todo un paraíso en el que el espíritu de la serie vive encerrado, deseando recuperar aquello que le fue arrebatado pero sin saber cómo salir. Solo cuando descubre la terrible realidad en la que está atrapada y logra escapar es cuando se empiezan a producir los aterradores episodios que tienen lugar en la trama. Esto da un doble significado al conjunto de la historia. Por un lado, da un nuevo sentido al concepto de fantasma aterrador; por otro, genera un trasfondo dramático al espíritu que pocas veces se ve en una pantalla, otorgándole una motivación que va más allá de la venganza, planteando una visión algo insana y tergiversada del amor familiar. Por supuesto, las revelaciones que se producen durante la trama, y que conforman interesantes giros argumentales en el tramo final de la historia, terminan por lograr que el odio y la venganza se impongan, pero eso no resta interés ni importancia al viaje previo.

Este es otro de los motivos por los que esta segunda temporada no utiliza el apartado histórico exactamente igual a la primera historia. Sí, las imágenes finales completan el homenaje y, en cierto modo, la redención de toda una cultura, de un país, a aquellos que tuvo retenidos en campos de concentración. Pero en realidad, ese apartado no deja de ser un mero contexto para algo mucho más complejo, más profundo. En este caso, una historia de fantasmas en la que más bien se aborda la mentira y cómo esta puede destruir una familia de muchas maneras, la traición, el odio, el rencor y el remordimiento en sus más amplios significados, dejando atrás la venganza para adentrarse en cómo los errores y las decisiones de nuestro pasado nos afectan en el presente, a nosotros y a nuestros hijos.

La segunda temporada de The terror no puede, por tanto, compararse con la primera historia. Sería comparar la noche y el día. Sí, ambas utilizan un hecho histórico para afrontarlo desde el terror. Pero no solo son dos argumentos muy distintos, sino que el modo de abordarlos también difiere notablemente. Habrá quienes digan que estos 10 episodios son peores que los de la primera temporada. Habrá quienes prefieran esta historia de fantasmas japoneses al terror en el hielo. Personalmente, creo que lo aquí analizado revela que hay algo mucho más complejo, más profundo, en el tratamiento de ese vergonzoso y terrible acontecimiento durante la II Guerra Mundial. Y va más allá de la propia historia de fantasmas. En cierto modo, es una forma de pasar página, de demostrar que, incluso después de los momentos más difíciles y más aterradores, una familia puede permanecer unida. Y quien dice familia, puede decir sociedad.

‘Winchester: La casa que construyeron lo espíritus’: mansión sin alma


Hubo una época en la que las historias de casas encantadas eran capaces de aportar algo diferente al género de terror. Habitualmente, los espíritus servían (y sirven) como vehículo para explorar el pasado de los personajes, para abordar su relación con el otro mundo, redimir sus pecados y aceptar los hechos traumáticos de su vida para poder continuar con su futuro. Y aunque esto resulta interesante, el problema es que esta modalidad del género de terror no ha sabido, salvo honrosas excepciones, evolucionar hacia algo más.

Y ese es el principal hándicap de Winchester: La casa que construyeron los espíritus. El film, que parte de la leyenda en torno a  la viuda del creador de los rifles y armas de repetición Winchester, se desinfla a medida que va enseñando sus cartas, en un desarrollo dramático que tiene como único atractivo el reparto de actores. La cinta, a pesar de un inicio interesante, no es capaz de ofrecer al espectador un mínimo de originalidad, salvo tal vez la idea de que cada habitación de esa surrealista mansión es una recreación del espacio en el que murieron personas por una bala disparada por un Winchester.

Sin embargo, esta premisa queda rápidamente enterrada bajo un arco argumental previsible, carente de giros argumentales interesantes y, sobre todo, sin un desarrollo de personajes coherente o claro. Salvo el personaje interpretado por Jason Clarke (Mudbound), cuyo pasado es necesario conocer para poder dar cierto sentido al film, el resto de personajes están simplemente delineados con trazo grueso, sin llegar a explicar nunca por qué, por ejemplo, el pequeño es el único poseído por los espíritus. Da la sensación de que la cinta da por sentados determinados comportamientos precisamente por ser heredera de muchos otros films anteriores de similares características, pretendiendo que esto sea justificación suficiente para superar unos agujeros narrativos notables.

Aunque parezca contradictorio, todo esto no convierte a Winchester: La casa que construyeron los espíritus en una mala película. Lo que hace es catalogarla como un film más bien irrelevante, que encierra en sí mismo muchas posibilidades pero que no es capaz de explorarlas. El guión se limita a recorrer escenarios y situaciones conocidas. La apuesta visual de The Spierig Brothers (Daybreakers) es plana, sin espíritu. Tan solo los actores salvan un producto que no aporta nada.

Nota: 5,5/10

‘El secreto de Marrowbone’: secretillos de hermanos


El thriller español con dosis de terror parece haberse estancado en un formato y una fórmula que no tienen visos de poder evolucionar mucho más allá de las historias más o menos complejas que narra. Sergio G. Sánchez, guionista de films como El orfanato (2007), se pone ahora tras las cámaras en un producto que, con sus elementos positivos, no es capaz de alejarse de un cierto déjà vu, de una sensación de haber visto, al menos en parte, esta historia.

Y eso es fundamentalmente porque su estructura narrativa recuerda poderosamente a las de otras historias previas, con un comienzo esperanzador, un acontecimiento rupturista y un salto temporal que permite jugar con la idea que el espectador puede tener sobre la verdadera condición de los personajes. A partir de aquí, la forma de vestirlo. En El secreto de Marrowbone dichos ropajes juegan en todo momento al despiste, creando una trama notable en sus inicios que tiende a desinflarse una vez se descubre, o al menos se intuye, parte de ese secreto que da nombre al título. Con todo, el pequeño universo creado en torno a estos cuatro hermanos ayuda a consolidar el desarrollo dramático, desvelando las piezas en los momentos precisos de la trama para aportar un tono más trágico al conjunto.

El principal problema al que se enfrenta la trama es el propio espectador. O mejor dicho, la cultura y el bagaje audiovisual que tenga. Porque este thriller, visto sin otros films de referencia como el escrito por el propio Sánchez, puede resultar convincente, sólido y apasionante en algunos momentos, sobre todo una vez se desvela el misterio y se conocen los entresijos de lo ocurrido en la casa en la que transcurre el grueso de la acción. Sin embargo, tener en mente la narrativa de todas las historias previas hace prever prácticamente cada uno de los giros argumentales del guión, lo que deja poco margen para la originalidad salvo, en todo caso, un formato algo diferente en lo que a motivaciones y sucesos se refiere.

Todo esto provoca sentimientos encontrados en El secreto de Marrowbone. La obra, como tal, es un thriller correcto, interesante por momentos, con un reparto solvente y una trama bien construida sobre unos puntos de giro sorprendentes. El problema es que todo eso ya se ha visto antes. La cinta aporta poco a historias ya contadas incluso por el propio director, cuya labor tras las cámaras tampoco resulta sorprendente. Esto provoca un cierto desasosiego, una sensación de previsibilidad que no debería existir, y la idea de que, en el fondo, estamos ante un producto poco original en un mundo que tiende a explotar los géneros y las tramas hasta que ya no tienen más jugo que sacar.

Nota: 6/10

‘Piratas del Caribe: La venganza de Salazar’: abandonen el barco


Construir una saga sobre una primera película sencillamente brillante es difícil. Muy difícil. Pocos son los casos en los que una segunda parte supera a la primera. Y lo más normal es que la calidad evolucione inversamente proporcional a la espectacularidad de las historias. La serie ‘Piratas del Caribe’ es uno de los mejores ejemplos modernos, pero su última entrega ofrece, además, una curiosa visión de lo que significa abandonar el barco, nunca mejor dicho.

Y no porque sea una mala película… al menos no la peor de las cinco. Sin embargo, Piratas del Caribe: La venganza de Salazar emana despedida en cada fotograma. Su propia historia viene a terminar con un concepto recurrente en prácticamente todas las cintas, y es la maldición que suele afectar al villano de turno. Historia, por cierto, que cada vez es más repetitiva, utilizando una estructura que no por insistir resulta igualmente efectiva. Existe un cierto hastío en ver cómo Jack Sparrow (un Johnny Depp que está perdiendo la gracia) pierde su barco, lo recupera, logra vencer al malo contra todo pronóstico y se embarca en una nueva aventura, todo ello botella en mano y con un equilibrio un tanto desequilibrado.

Los problemas de esta entrega dirigida por Joachim Rønning y Espen Sandberg (Kon-Tiki), cuya marca tras las cámaras se limita casi a las escenas en tierra firme, no se ciñen exclusivamente a la estructura dramática. Los personajes veteranos parecen estar de paso en un guión con toques cómicos pero que pierde fuerza por momentos, y los nuevos roles, llamados a tomar el testigo, no terminan de encajar en su pálido reflejo de lo que un día fueron Orlando Bloom (Zulu) y Kaira Knightley (Laggies). Y aunque Javier Bardem (El consejero) consigue hacer interesante un personaje pintado con brocha gorda, lo cierto es que su mera presencia no es suficiente para cargar sobre su espalda todo el peso narrativo y dramático.

Al final, Piratas del Caribe: La venganza de Salazar (que alguien me explique el porqué de este nombre cuando el original –Los muertos no cuentan cuentos– es mucho más atractivo y se menciona en la propia película) se convierte en una simple y llana aventura, incapaz de ofrecer nada más que un broche final más o menos digno a muchos de los personajes que durante años han surcado las salas de todo el mundo haciéndose con un botín que todavía sigue aumentando. Espectáculo, por supuesto. Diversión, bastante asegurada. Interés, poco. Originalidad, más bien nada. Y a pesar de todo, parece que la Perla Negra seguirá surcando los mares.

Nota: 6,5/10

‘American Horror Story: Hotel’ recupera el espíritu de la serie


Evan Peters y Wes Bentley protagonizan 'American Horror Story: Hotel'.Tras varios altibajos en la serie, American Horror Story ha logrado, en su quinta historia, algo que muy pocas producciones consigue: devolver al formato las ideas iniciales en lo que a suspense, ambientación, personajes y trama se refiere. Sin el impacto ni la novedad que supuso aquella primera temporada, Hotel es sin duda una de las mejores temporadas de esta ficción creada por Brad Falchuk y Ryan Murphy (serie Glee).

Y si bien es cierto que Coven ya supuso una recuperación de ese espíritu, estos 12 capítulos representan lo que podría denominarse como una continuación directa de la historia de la casa encantada. No por los personajes, sino por el concepto general de la trama. Un hotel plagado de fantasmas, vampiros y asesinos es lo que da pie a una historia que, sin embargo, se centra más en el concepto del amor. Tal vez eso sea lo que le ha faltado a la serie en otras etapas; tal vez no. Lo cierto es que el delicado equilibrio entre ese sentimiento y la violencia característica de la producción crean un espectáculo incomparable.

Un padre atormentado por la pérdida de un hijo, una madre condenada a vivir en un hotel lleno de fantasmas para estar junto a un hijo que la odia y una vampiresa que una vez experimentó el amor verdadero son solo algunos de los ejemplos. Desde un punto de vista conceptual, American Horror Story: Hotel se revela más bien como una historia de búsqueda, de añoranza por lo perdido y por un pasado que, aunque dentro de esos muros parece no cambiar, en realidad se dejó atrás hace mucho tiempo.

Por supuesto, a todo esto se suma el incomparable espacio elegido, un edificio decadente, ajeno al tiempo o a las modas y en el que cada sala, cada rincón, es una trampa mortal para los visitantes. Desde su dueño, un espléndido Evan Peters (X-Men: Días del futuro pasado), al que es más necesario que nunca ver en versión original, hasta el ya famoso papel de la cantante Lady Gaga, Globo de Oro incluido, todos los habitantes de ese edificio parecen condenados, lo quieran o no, a matar a los visitantes, litros y litros de sangre mediante, claro está.

Lady Gaga logró un Globo de Oro por su rol en 'American Horror Story: Hotel'

Regreso a la narrativa de personajes

Y a pesar del espectáculo visual que supone esta quinta temporada, American Horror Story: Coven es sobre todo una historia de personajes. Al igual que ya ocurrió en algunas temporadas anteriores, que no en todas, el origen de los protagonistas, sus obsesiones, sus fobias y sus motivaciones, quedan patentes en sendos episodios a través de una narrativa de sus respectivos pasados para terminar confluyendo, de un modo u otro, en finales comunes. En esta ocasión, además, con la dificultad añadida de tener dos grandes protagonistas (la ya mencionada Gaga y el policía al que da vida Wes Bentley –American beauty-) como principales pilares, lo que obliga a dividir en dos el tiempo de la historia. ¿Cómo se logra mantener unido el desarrollo dramático sin que parezca, como ocurrió en Asylum, que cada cosa ocurre por su cuenta? La respuesta es Evan Peters.

Su personaje, tan sádico como enigmático, se termina por convertir en una suerte de nexo de unión de todas las historias, tal vez porque es el corazón de ese hotel, o tal vez porque, simplemente, es un personaje muy humano dentro de su violencia. Su caso, posiblemente, sea el mejor ejemplo del entramado dramático que logra crearse entre todos los personajes, ya sean secundarios, principales e, incluso, episódicos. De ahí que sea tan importante el pasado de los mismos, y de ahí que cobren especial relevancia aquellos momentos en los que se abordan las claves de su llegada a ese hotel maldito.

Pero si el contenido dramático es importante, la forma que se le da a todas esas historias es simplemente hipnótica. Elegante, fascinante, visceral, sangrienta, atemporal. Cualquier calificativo puede servir para definir un entorno único, una apuesta escénica en la que la sangre emana a borbotones para dar paso a una nueva vida en la que, no por casualidad, los implicados deben encontrar un motivo para enderezar sus fantasmagóricas vidas, que habitualmente, por no decir siempre, tiene que ver con el asesinato. La presencia, además, de personajes aparecidos en temporadas anteriores otorga al conjunto un halo de continuidad interesante que, en cierto modo, cierra un círculo iniciado con la primera y maravillosa temporada.

Así las cosas, American Horror Story: Hotel es, posiblemente, la etapa de esta serie que más se aproxima a lo vivido en aquella casa encantada hace ya varios años. Por su ambientación, el trauma de sus personajes e incluso la definición de muchos de ellos, esta historia es digna heredera de aquella. Pero es mucho más. Falchuk y Murphy parecen haber aprendido de algunos errores cometidos en el pasado y han sido capaces de crear muchos historias independientes bajo un mismo techo que, aparentemente, no tienen nada en común, pero cuyo desarrollo termina irremediablemente unido a las habitaciones de este macabro hotel. O a su dueño, que para el caso viene a ser lo mismo. Sin duda, una de las mejores temporadas de la serie.

‘Insidious: Capítulo 3’: demasiado susto para tan poca atmósfera


Dermot Mulroney y Stefanie Scott protagonizan 'Insidious: Capítulo 3'.El riesgo que corre cualquier continuación cinematográfica es caer en los mismo tópicos que su predecesora sin aportar, al menos, un aliciente en forma de espectacularidad, complejidad dramática o sorpresa. En este particular mundo de las secuelas el cine de terror suele salir muy mal parado, repitiendo fórmulas que funcionan hasta el punto de destruirlas por aburrimiento. Y eso es lo que le ocurre, a grandes rasgos, a la tercera parte de Insidious, uno de los films más terroríficos de los últimos años que, con esta entrega, se ve obligada a recurrir al final feliz para tratar de dar un nuevo sentido al poco esperanzador final de la original.

Planteada como una precuela centrada en el personaje interpretado por Lin Shaye (Algo pasa con Mary), la cinta vuelve a recurrir a aquellos elementos que han dado fama a la serie de películas, incluida la representación de ese mundo de los espíritus en forma de la más absoluta oscuridad. Y gracias a ello, y en cierto modo al buen recuerdo de sus predecesoras, la película arranca con fuerza, sin apenas dar un momento de respiro al espectador y planteando las bases de lo que posteriormente será el desarrollo de la trama. Pero por desgracia se queda en eso, en un buen comienzo. A medida que se desarrolla el arco dramático principal protagonizado por el rol de Stefanie Scott (Sin compromiso) la película echa mano de tópicos sustos y secuencias hipotéticamente aterradoras para adentrarse en un manido terreno del terror.

Dicho de otro modo, lo que comienza siendo una cinta de terror atmosférico y casi claustrofóbico se queda al final en un mero film de sustos, acción y fantasmas a cada cual más desagradable. Y dicho de otro modo también, esta tercera parte pierde la esencia de lo que dejaron las dos entregas anteriores. Olvidadas quedan esas secuencias en las que todo tipo de personajes, vivos y muertos, se mueven en las diferentes profundidades del plano, una de las señas de identidad de la saga y, sin duda, uno de los elementos más angustiosos de la trama. Además, la incorporación del ente maligno de las dos primeras partes se antoja forzada, como si existiera la necesidad de relacionar esta tercera parte con las anteriores a través de un malo de turno, al estilo de las clásicas sagas de los años 80.

Lo cierto es que la mano de Leigh Whannell como director debutante se nota, y en algunas ocasiones es demasiado evidente. A pesar de que el guión es suyo, al igual que el de las anteriores entregas, la historia carece de la fuerza que se podría esperar. Esto no quiere decir que no asuste, al contrario. Pero a diferencia del original, recurre a efectos de sonido y apariciones «inesperadas», obviando en muchas ocasiones la atmósfera y la realización tan características de la saga. Algo que, por cierto, reafirma a James Wan, director de la primera y la segunda entrega, como un director con una visión única. Una conclusión algo mediocre para una saga que ha dado inolvidables momentos de terror.

Nota: 5,5/10

American Horror Story vuelve a sus orígenes con ‘Coven’


Las brujas protagonizan la trama de 'American Horror Story: Coven', tercera temporada de la serie.Cuando en 2011 dio comienzo American Horror Story muchos, entre los que me incluyo, quedamos fascinados tanto por la belleza formal de la producción como por la elegancia e inteligencia de un guión que jugaba constantemente al gato y al ratón entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos. Pero esta historia de una casa encantada tenía, lógicamente, fecha de caducidad, aunque solo fuera por el hecho de que estirar ese desarrollo argumental en demasía podía derivar en una autoparodia innecesaria. Afortunadamente, pronto se anunció que cada temporada iba a ser independiente. Una decisión arriesgada que mantuvo en ciertos aspectos el nivel en la segunda parte, subtitulada Asylum, aunque no lograba definirse con tanta trama. Su tercera temporada, bajo el subtítulo Coven (aquelarre en inglés), recupera las buenas sensaciones del original.

Y lo hace volviendo a sus orígenes, es decir, a centrarse en una única historia (eso sí, con homenajes a muchos otros subgéneros del terror) que tiene lugar en el mundo de la brujería. En concreto, la historia creada por Brad Falchuk y Ryan Murphy, creadores de la serie Glee, gira en torno al relevo en un aquelarre de brujas de su Suprema (con los rasgos de Jessica Lange), la bruja que debe guiar todas sus acciones. Un relevo que desata no solo las previsibles y tradicionales luchas de poder entre ellas, sino que desentierra (nunca mejor dicho) viejos fantasmas del pasado en forma de enemistades con otros grupos de brujas, remordimientos y, literalmente, muertos vivientes. Y a pesar de todo, a pesar de la cantidad de elementos que poco o nada tienen que ver con la brujería, la serie logra encajar como un guante todo aquel concepto que pueda resultar extraño en una trama que, a pesar de algún que otro altibajo, tiene algunos momentos realmente memorables.

Sin duda, y ya que hemos mencionado los altibajos, la serie encuentra su mayor handicap en la innecesaria y constante resurrección de los personajes. A diferencia de la primera (más romántica) y de la segunda temporada (más visceral), American Horror Story: Coven está planteada desde un principio como una especie de juego de pistas en el que el espectador trata de averiguar quién es quién en esa mansión, o lo que es lo mismo, cuál será el orden en el que irán cayendo las brujas en esa lucha de la que antes hablábamos. Y hasta cierto punto sus responsables logran, con mayor o menor originalidad, ir eliminando personajes de forma coherente y, sobre todo, espectacular. El problema nace en la aparente obligación de volver a contar con dichos roles para una especie de clímax final en el que todos deben participar. Sencillamente es algo que genera algo de indiferencia, pues los personajes parecen impunes no solo ante sus actos, sino ante su propio final.

Igualmente, el arco dramático de la temporada, que consta de 13 episodios como la anterior, ofrece un elemento muy interesante: la lucha encarnizada durante siglos de las brujas contra sus cazadores. Sin embargo, el desarrollo que esta trama secundaria presenta se queda algo escaso, no tanto en lo que explica cómo en la forma de narrarlo, con demasiados trompicones y sin ahondar demasiado en los antagonistas, retratados aquí como un grupo de hombres cuyo único fin es la eliminación de estas mujeres como poderes. Hay que reconocer, empero, que la forma de eliminarlos es sencillamente sublime, haciendo gala de la elegancia y brutalidad que caracteriza a la serie.

Homenajes delirantes

A pesar de todo, esta tercera temporada de American Horror Story se erige como una digna sucesora del original, muy por encima de la confusa segunda parte. Y lo logra porque, como decía al principio, centra la mirada en una única historia con muchas ramificaciones, pero integrando todas ellas en un conjunto único que se nutre de cada detalle, cada decisión y cada diálogo. En este sentido, es imposible no destacar los numerosos homenajes que la serie hace a figuras clásicas del cine, la literatura y la mitología, por no hablar del hecho de que reformula algunas de las ideas más tradicionales sobre las brujas, en la misma línea que ha trabajado hasta ahora esta producción de terror.

Podemos encontrarnos, por ejemplo, con un Minotauro a las órdenes de Angela Basset (Objetivo: La Casa Blanca), quien da vida a un personaje histórico como es Marie Laveau. O con una horda de zombis eliminados por el personaje de Taissa Farmiga (Mindscape), en lo que es un claro y magnífico homenaje a cintas como Posesión infernal (1981) y Braindead: Tu madre se ha comido a mi perro (1992). Eso por no hablar de la criatura de Frankenstein a la que da vida Evan Peters (Adult world) y cuya evolución es de las más interesantes de toda la temporada. Todo ello, además de dar respiro a una espiral de conspiraciones y sadismo que amenaza en todo momento con escaparse de las manos, permite al espectador alcanzar una perspectiva mayor sobre una historia compleja y con muchos, tal vez demasiados, personajes secundarios.

Aunque como ha ocurrido siempre en la serie, dichos personajes secundarios son el verdadero plato fuerte. Sin ir más lejos, estos 13 capítulos incorporan a Kathy Bates (Misery) en otro personaje histórico, Madame LaLaurie, sádica mujer de la alta sociedad que se dedicó a torturar a sus esclavos en la Luisiana de finales del s. XVIII y principios del s. XIX. Un fichaje que protagoniza algunos de los mejores momentos del conjunto. Destaca también la presencia de Danny Huston (Hitchcock) como un asesino en serie, y en menor medida las jóvenes Gabourey Sidibe (Precious) y Emma Roberts (Somos los Miller), sobre todo esta última como una de las villanas de la función. Todos ellos, entre muchos otros, tienden a derivar el desarrollo dramático hacia derroteros que poco o nada tienen que ver con la historia principal, aunque por fortuna se logra enfocarlos hacia un bien común, que no es otro que la resolución de la trama principal.

La sensación que deja American Horror Story: Coven es la de estar ante una temporada que recupera lo mejor del sello propio de la serie. Elegancia, inteligencia y momentos de auténtica brutalidad. Además, lo hace sin perder nunca de vista de qué habla y qué importa realmente en esta historia de brujas, secretos y traiciones. Sin embargo, posee algunos «peros» que pueden hacer desconectar de la acción, muchos derivados de esa profusión de tramas secundarias que también ha caracterizado a la producción. Por no hablar del episodio final, ciertamente bello e incluso poético pero sin demasiada fuerza narrativa. Pero nada de esto debería ser un impedimento para disfrutar de una serie tan personal y arrebatadoramente bella como esta.

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