‘Wayward Pines’ cambia cromos pero mantiene problemas en su 2ª T.


Jason Patrick es uno de los nuevos rostros de la segunda temporada de 'Wayward Pines'.Algo se ha tenido que hacer realmente mal cuando una serie cambia la mayoría de sus elementos de una serie a otra. Tono diferente para la trama, nuevos actores, etc. Y lo cierto es que la primera temporada de Wayward Pines tuvo mucho de eso (de errores, me refiero), hasta el punto de que los nuevos 10 episodios han tratado de hacer borrón y cuenta nueva al cambiar el thriller por una suerte de drama con dosis de acción, y al reclutar nuevos actores eliminando poco a poco a los supervivientes de la anterior. El problema es que este cambio de cromos no ha supuesto una mejora dramática.

Y no lo ha hecho por dos motivos básicos. Para empezar, el desarrollo de la trama carece de consistencia. Con una historia tan rica en matices y con posibilidades infinitas para convertirse en una lectura apocalíptica de la sociedad, la serie creada por Chad Hodge (The Playboy club) con la supervisión de M. Night Shyamalan (El sexto sentido) se limita a ser un producto superviviente, más o menos como los personajes que pueblan el futuro en el que se enmarca el argumento. Con un desarrollo sumamente lineal y unos personajes unidimensionales, la ficción deambula por conflictos no solo previsibles, sino tópicos y con conclusiones limitadas que, para colmo, no tienen continuidad en forma de consecuencias para los protagonistas.

Dicho de otro modo, Wayward Pines propone, narra y resuelve sin que ello haga mella en los roles más importantes de su trama esta segunda temporada. La presencia de un nuevo héroe interpretado por Jason Patrick (Cavemen)  resulta cuestionable. Para empezar, su confusión inicial se elimina de forma directa sin que exista un desarrollo dramático de su nueva situación; además, no se profundiza en los conflictos con la que fuera su esposa, amén de que la presunta lucha por el poder es cuanto menos cuestionable.

El otro gran problema es el reparto elegido. Eliminar a los actores iniciales debe servir, al menos en teoría, para presentar un elenco que mejore la labor realizada en la primera temporada. Al menos que sea equiparable. Pero ni una cosa ni la otra. Los nuevos personajes unidimensionales cuentan con unos actores limitados, ya sea por el poco recorrido de los roles que interpretan o por sus propias deficiencias como actores. A esto se suma una realización correcta en los momentos dramáticos pero excesivamente caótica en las secuencias de acción.

¿Futuro prometedor?

Todo ello, desde luego, no convierte a la segunda temporada de esta serie basada en las novelas de Blake Crouch en algo memorable. Y si tenemos en cuenta el final elegido para la historia (habrá que ver si es definitivo o temporal), da la sensación de que la solución adoptada es la de borrón y cuenta nueva… literalmente, abriendo la posibilidad de que Wayward Pines tenga un mejor reinicio en todos los sentidos.

Pero no todo ha sido negativo, o al menos han existido elementos y episodios lo suficientemente interesantes como para mantener a los espectadores un poco más semana tras semana. Para empezar, algunas secuencias que narran el modo en que se produjo la creación del pueblo y cómo ese grupo de personas supo que estaban preparados para volver. En el que sin duda es uno de los episodios más interesantes, el personaje interpretado por Djimon Hounsou (La leyenda de Tarzán) es el encargado de asistir durante décadas a la destrucción del planeta y la evolución del ser humano, afrontando asimismo su soledad y la dura realidad de que sus seres queridos han muerto.

A esto se suma un villano que resulta mucho más interesante que el resto de conflictos dramáticos juntos. De hecho, se convierte de lejos en el personaje más interesante de la ficción, y eso que apenas abre la boca (salvo para gritar) y aparece a mitad de temporada. Se trata del rol interpretado por Rochelle Okoye, que ha fraguado su carrera como doble de acción en infinidad de series y películas. Es curioso cómo este personaje tiene una definición mucho más compleja, más atractiva y enriquecedora que el resto de personajes. De hecho, y aunque se puede decir que también es un poco arquetípica, la líder de las criaturas a las que se enfrentan los habitantes de este pueblo, la falta de información sobre ella y cómo se descubre la convierte en un ser enigmático y tremendamente interesante, al menos para los parámetros establecidos por la propia ficción.

Pero ninguno de estos aspectos es capaz de evitar la sensación de que Wayward Pines no es capaz de librarse de las debilidades que arrastra de su primera temporada. Y eso es porque son innatas. Los personajes poco definidos, las tramas arquetípicas y lineales, y los conflictos previsibles se han convertido en seña de identidad de una serie que pretende ser algo que no es. Y ni siquiera saca provecho de aquello que realmente resulta interesante. La solución estaría en hacer borrón y cuenta nueva. Como he mencionado, el borrón ya ha tenido lugar. Ahora hay que ver si se considera necesaria una cuenta nueva.

‘Gracepoint’, intrascendente thriller por mal uso del género


David Tennant, Anna Gunn  y Nick Nolte son tres de los protagonistas de 'Gracepoint'.Un asesinato es el detonante para que los secretos de varios personajes, incluso un pueblo entero, salgan a la luz. La premisa argumental es casi tan vieja como el cine, y sin embargo ha funcionado muy bien en sus distintas adaptaciones. Al menos casi siempre. He de confesar que no he visto la serie Broadchurch, creada por Chris Chibnall (serie Camelot), pero tampoco creo que sea necesario para analizar Gracepoint, remake norteamericano escrito por el propio Chibnall y que cuenta también con David Tennant (serie Doctor Who) como protagonista. Es cierto que una comparación ayudaría a apreciar algunos detalles, pero lo cierto es que los trazos generales de la trama no requieren de referencias previas. En todo caso, solo serviría para confirmar que es peor que el original o que, como mucho, comete los mismos errores que el modelo británico.

Porque lo cierto es que esta nueva versión flaquea en casi todos sus aspectos. Desconozco si es por su intento de ser igual que el original hasta en la planificación (¿de verdad nadie se ha dado cuenta de que eso no funciona?) o simplemente porque el desarrollo dramático no está bien sustentado, pero lo cierto es que este thriller en el que todo un pueblo se ve golpeado por la muerte de un pequeño de 11 años no logra lo que se le presupone a todo thriller, y es una tensión narrativa que aproveche los ganchos de cada episodio para poner el listón un poco más alto. Más bien al contrario, la historia plantea una serie de premisas en su primer episodio, incluyendo a todos los sospechosos que irán pasando por el caso, que se resuelven en función de las necesidades de los creadores, y no de la propia historia.

Y para ejemplo un botón. Que una investigación policial no revise en sus primeros compases las comunicaciones del fallecido con amigos y gente cercana (vamos, que no se apoderen del ordenador y móvil del mejor amigo de la víctima) es algo no solo ilógico, sino que pone al espectador sobre una pista que no se resolverá hasta el final. Esto, en lugar de provocar la tensión dramática que ya explicó Alfred Hitchcock en su libro con Truffaut, lo que genera es cierto tedio, pues los sospechosos van pasando ante los ojos del espectador, quien sabe que los auténticos detonantes del caso policial no apuntan hacia ellos. De ahí que la sucesión de estos 10 episodios se haga excesivamente larga, obligando a una espera innecesaria que podría haberse resuelto de un modo más coherente.

Curiosamente, la resolución final de la serie deja una serie de conceptos dramáticos muy interesantes. La forma en la que se resuelve el crimen, los paralelismos familiares entre un sospechoso y el verdadero culpable, y las implicaciones sociales que tiene la verdad del caso en la pequeña comunidad (pequeña, sí, pero tiene hasta un periódico), dejan un remanente de reflexiones a cada cual más atractiva, desde el concepto de juez, jurado y verdugo que tiene el ser humano ante determinadas situaciones, hasta la repulsa que genera descubrir los secretos más oscuros de aquellos a los que amamos y creemos conocer. Ideas que, por desgracia, solo se explotan en los últimos compases de la trama, dejando para el grueso de la temporada un concepto más tradicional y manido de este tipo de thriller.

Lo que hace un buen reparto… y uno malo

Pero la apuesta dramática de Gracepoint no es lo único que se tambalea en la serie, cancelada después de una temporada. El reparto es igualmente responsable. En líneas generales, los actores seleccionados, sobre todo los principales, han dado sobradas muestras de su capacidad interpretativa en otros trabajos. Sin embargo, una historia como esta, con la carga emocional que conlleva y los conflictos personales que genera, exige otra cosa. No más, ni mejor; simplemente, otra cosa. Y eso es lo que no se consigue, al menos no siempre. Desde luego ni Tennant ni Anna Gunn (serie Breaking Bad) salen mal parados, aunque ambos parecen sometidos a personajes manidos, ya vistos en otras series (incluida la propia Broadchurch).

Quizá lo que menos encaja en el conjunto sea la pareja formada por Virginia Kull (serie Boardwalk Empire) y Michael Peña (Marte), a la sazón padres del pequeño asesinado. Ni su química en pantalla permite hacer creíble la familia formada, ni ellos mismos poseen las herramientas adecuadas para explotar al máximo estos roles. No quiero decir con esto que sean malos actores, sino simplemente que su elección tal vez no hay sido la más adecuada (o no han sido bien dirigidos, que también es posible). Las limitaciones dramáticas de Peña, unidas a la situación que vive su personaje, generan una suerte de contraste que no termina de encajar en el contexto, aunque es justo reconocer que a medida que sus secretos se desvelan adquiere algo, no mucho, de significado.

En realidad, el problema con el reparto está muy relacionado con el principal problema de la serie, que es la forma en que se desarrollan los acontecimientos. En todo momento da la sensación de que la historia debería ir por otros derroteros, abandonados en favor de una teórica necesidad de mantener el suspense en torno a esos tradicionales secundarios que sirven únicamente para distraer al espectador. Esto obliga a los protagonistas a actuar muchas veces en contra de su propia naturaleza, o al menos en contra de aquello que se les presupone. Y si añadimos el hecho de que la trama ofrece información que luego ignora durante la mayoría de los episodios, el resultado es una cierta frustración.

Frustración porque Gracepoint insinúa una muy buena historia detrás del tratamiento, que podría ser algo más de lo que finalmente es. La versión norteamericana de Broadchurch viene a confirmar que los remakes no pueden, en ningún caso, ser iguales que el original, mucho menos en su forma de contar la historia. Posiblemente sea por esto que la serie ha sido cancelada tras su primera temporada, mientras que el original británico ya va por su tercera entrega. Pero el problema no es solo el remake en sí. La ficción no trata como debería los pilares del género, llevando la historia por caminos que muchas veces no parecen ser los correctos. Y eso termina por convertir esta serie en algo convencional, tan correcto como intrascendente.

1ª T de ‘Wayward Pines’, el misterio de corto recorrido de Shyamalan


Carla Gugino y Matt Dillon protagonizan el misterio de 'Wayward Pines' en su primera temporada.Cualquiera que haya visto una amplia mayoría de la filmografía de un director sabrá que existen características comunes en todos ellos. Tal vez no visualmente hablando, pero sin duda sí en los temas abordados. Y eso se está trasladando a los títulos televisivos que apadrinan. No es casualidad que Steven Spielberg (E.T., el extraterrestre) esté detrás, por ejemplo, de Falling Skies, o que Martin Scorsese (Uno de los nuestros) haya apoyado una obra como Boardwalk Empire. Por eso aquellos que hayan terminado de ver la primera temporada de Wayward Pines, cuyo último episodio se ha emitido esta semana, habrán encontrado puntos comunes con la obra de su nombre estrella: M. Night Shyamalan, autor de El Sexto Sentido (1999) o El bosque (2004). Para bien y para mal.

Precisamente con esta última tienen bastante que ver estos primeros 10 episodios creados por Chad Hodge (serie The Playboy club). Adaptación de las novelas de Blake Crouch, la trama arranca cuando un agente secreto en busca de unos compañeros desparecidos despierta en un pequeño pueblo después de sufrir un accidente. Poco más se puede decir de su argumento para no desvelar los giros narrativos claves, salvo tal vez que el protagonista pronto comprende que en esa pequeña localidad nada es lo que parece, y que todo el mundo está controlado por cámaras, micrófonos y microchips. Desde luego, con esta premisa inicial el episodio piloto se convierte en un notable ejercicio de intriga que, aunque se desarrolla de forma más o menos previsible, sí deja lugar para numerosos detalles que posteriormente pueden, y deben, ser contrastados con la verdadera historia que se esconde detrás de esta serie.

A grandes rasgos, el desarrollo narrativo de Wayward Pines en esta primera temporada cumple con los objetivos marcados. La ficción, a través de numerosos ganchos episódicos, logra mantener al espectador pendiente de la explicación que aclarará el misterio planteado unos minutos antes. De este modo, el arco dramático avanza de forma más o menos fluida y exigiendo una única condición: cuadrar mentalmente todo lo visto para que la explicación tenga sentido. Así, la producción se revela como un delicado ejercicio de equilibrio en el que todo está muy medido, en el que las cuestiones (al menos las más evidentes) tiene su porqué. El éxito radica, precisamente, en un consistente armazón firmemente asentado y con una coherencia interna que no siempre se logra en productos de este tipo.

Por desgracia, a medida que el misterio se va desvelando las debilidades narrativas también van apareciendo, algo que no por casualidad también ocurre con frecuencia en el cine de Shyamalan. La revelación a mitad de temporada del secreto mejor guardado de la serie obliga a sus responsables a virar el sentido original de la producción para pasar de un thriller bien medido a una suerte de producto de acción y conspiranoico en el que, en cierto modo, se pierde el norte de muchos personajes. En realidad, este fenómeno se debe a dos motivos. Por un lado, tras conocerse el sentido real de la trama son necesarios algunos capítulos que ayuden a consolidar la nueva información y sienten las bases para el nuevo dogma dramático. Por otro, la corta duración de la temporada impide que haya tiempo suficiente para desarrollar correctamente diversos aspectos, entre ellos el anterior. El resultado es una aceleración de los acontecimientos que no termina de encajar en lo que propone la producción desde un principio.

El sacrificio de los personajes

Aunque desde luego los mayores damnificados de este fenómeno son los personajes. Resulta sorprendente comprobar cómo son sus propios responsables los que destruyen todo lo construido en los primeros episodios de la temporada con su apuesta por virar hacia otro formato en los últimos capítulos de Wayward Pines. Esto genera un fenómeno cuanto menos curioso. Mientras que en los inicios la serie establece las bases de los diversos conflictos que se desarrollarán, todos ellos quedan literalmente olvidados a raíz de los acontecimientos finales. Ni el posible triángulo amoroso, ni las dudas morales del protagonista cuando conoce la verdad. Nada de lo visto hasta ese momento parece tener interés, cuando precisamente debería ser todo lo contrario.

Una posible explicación es el carácter arquetípico de todos sus roles, que no logran desarrollarse más allá de sus características básicas. La mejor evidencia de su carácter se encuentra en los últimos episodios, cuando se produce el ataque al pueblo. A modo de Apocalipsis selectivo, solo son salvados por Dios (léase, los creadores de la trama) aquellos personajes que han mostrado un cierto atisbo de redención, ya sea enfrentándose a aquellos a los que hasta ahora habían ayudado, ya sea apoyando a los protagonistas de forma más explícita. Pero otra explicación, que no es necesariamente excluyente, es que el desarrollo queda totalmente interrumpido. Salvo roles como el de Melissa Leo (Prisioneros) o Carla Gugino (San Andrés), ésta en menor medida, los demás quedan eclipsados por el impacto narrativo de su punto de giro intermedio, dejando a un lado sus propias naturalezas para convertirse en meras herramientas al servicio de un objetivo último.

La pregunta que hay que hacerse es cuál es ese objetivo. La respuesta se encuentra en el apéndice del último episodio, cuando el pueblo vuelve a la normalidad después del ataque… o casi. El diálogo mantenido entre los personajes de Charlie Tahan (Lazos de sangre) y Sarah Jeffery (serie Rogue), que podrían cargar con el peso de la serie en una hipotética segunda temporada, revela un futuro dramático que plantea en principio repetir estructuras narrativas con personajes más jóvenes, dejando a los más veteranos como complemento, apoyo dramático o recurso narrativo. Esto permitiría, una vez conocidos todos los secretos, mejorar el desarrollo de los arcos dramáticos de cada personaje, aprovechando asimismo para enriquecer la historia con tramas secundarias que, todo sea dicho, darían un carácter completamente diferente a la serie.

Pero por ahora, lo que ofrece Wayward Pines en su primera temporada es, a grandes rasgos, lo que ofrece M. Night Shyamalan en sus películas: un planteamiento sumamente atractivo, un desarrollo algo irregular y un desenlace totalmente diferente. Que esto guste o no depende de cada uno. Lo que sí puede percibirse es un arco dramático que no logra aprovechar todas las posibilidades que ofrece no solo el misterio que centra los primeros episodios, sino «la verdad» contada a mitad de temporada. Ni los personajes ni la historia son capaces de levantar el vuelo con un desarrollo que parece empeñado en constreñir las posibilidades del producto, tal vez porque todo se reserva para una futura continuación que, por ahora, no se ha confirmado. Sea como fuere, este pueblo y sus habitantes reclamaban una mayor profundización en sus relaciones y en los conflictos que generan.

T. 1 de ‘Bates motel’, adolescencia moderna del psicópata clásico


Vera Farmiga y Freddie Highmore protagonizan 'Bates motel', los años adolescentes de Norman Bates.No es nada nuevo encontrarnos con remakes, precuelas y secuelas de los grandes éxitos del cine. Es algo que se lleva haciendo desde que el cine es cine, pero en los últimos años parece que se ha convertido en una constante. Lo que ya no es tan habitual es que una precuela de una película clásica (y, por tanto, con una serie de conceptos y valores que la convierten en lo que es) sea al mismo tiempo moderna y clásica, o dicho de otro modo, que respete el original introduciendo elementos modernos. Recientemente ha ocurrido con la espléndida Hannibal, y en el caso que a continuación analizamos el protagonista es Norman Bates, el antológico asesino de Psicosis (1960), dirigida por Alfred Hitchcock. Y aunque en un primer momento puede provocar un desequilibrio, su primera temporada sabe sobreponerse para convertirse en un producto casi independiente de la película, a la que por otro lado homenajea en buena parte de sus 10 episodios.

La producción está planteada por su creador, Anthony Cipriano (El fin de la inocencia), como la historia jamás contada de un Norman Bates adolescente. Aquellos que conozcan la historia se imaginarán que buena parte del arco dramático de la serie tiene como base la relación materno filial en la familia Bates, así como una profundización mayor en la psique de la madre de Norman, su carácter autoritario y protector, o el origen de buena parte de los traumas, problemas y aficiones de un joven Norman. Y en efecto, ese es el principal interés de la trama. Sin embargo, no es ni mucho menos lo único en lo que se sustenta. Es más, desde cierto punto de vista podría decirse que eso es, en definitiva, un aspecto secundario que enriquece una intriga mucho más compleja y llena de oscuros personajes.

No en vano, rellenar una historia durante 10 capítulos de unos 40 minutos cada uno con la relación entre Norman y Norma (así se llama su madre) sería tan asfixiante como monótono, tan perturbador como tedioso. Cipriano logra con relativo éxito desviar en muchas ocasiones la atención de esta relación familiar para centrarse en tramas mucho más mundanas, más habituales en el cine o las series de suspense. En el caso que nos ocupa, partiendo de un cuaderno con dibujos de chicas encadenadas y obligadas a practicar sexo que el joven protagonista encuentra en una de las habitaciones de su motel el mismo día que se mudan allí huyendo de una tragedia que, como se sabe más adelante, tiene poco de casual, aunque no por los motivos que el espectador presupone en un primer momento. Dicho cuaderno es únicamente el hilo suelto de una madeja que, al descubrirse, revela un secreto casi más aterrador que el que esconde el protagonista y que afecta, de un modo u otro, a todo un pueblo, haciendo recaer las sospechas sobre todos los vecinos y permitiendo, además, abrir nuevas vías dramáticas de cara a futuras temporadas.

Como decía al inicio, Bates motel comienza con un estilo más o menos clásico para romper por completo con ello y tornarse en una versión moderna de los años jóvenes del psicópata. No me refiero tanto a su formato visual como a la indumentaria, la decoración o el carácter de los propios personajes. Su creador genera la ilusión de estar ante un producto que respeta la época del original para revelar, casi al instante, que estamos ante algo completamente diferente. O mejor dicho, ligeramente diferente. Porque si uno se fija en los personajes, verdadero epicentro del interés seriéfilo y cinéfilo, estos no podrían ser más clásicos, al menos los dos protagonistas. En líneas generales, el reparto destaca por méritos propios, pero tanto Vera Farmiga (Expediente Warren: The conjuring) como Freddie Highmore (Charlie y la fábrica de chocolate) se llevan la palma. No sabría decir cuál de los dos realiza un trabajo más complejo, si ella como una madre de la que apenas se tienen referencias, o él convirtiéndose literalmente en un joven Anthony Perkins y, al mismo tiempo, dotando al personaje de Norman de una entidad propia. Más o menos como hace Mads Mikkelsen en la serie Hannibal que antes mencionaba.

No todo tiene que ver con madre

He de reconocer que, aunque el piloto de la serie se puede incluir en la categoría de los mejores del año que acaba de terminar, sus primeros episodios desprendían un aroma que generaba algo de recelo, principalmente por el tratamiento que se le daba a la relación madre e hijo. Sí, todo el mundo espera ver una relación agobiante, con mano firme por parte del personaje de Farmiga. Y sí, los momentos en los que Norman tiene conversaciones con su progenitora en su mente (escasos para mi gusto, pero increíbles) son necesarios y muy reveladores. Pero precisamente porque es lo esperado, de haber evolucionado así la serie ésta se habría convertido en un mero producto sin alma destinado a reforzar una idea ya preconcebida en los espectadores.

Dicho esto, el acierto de Cipriano es que no todo tiene que ver con el personaje de Norma. Influye, por supuesto, pero a medida que se suceden los episodios el desarrollo dramático tiende a separarla cada vez más de la psicosis del protagonista, convirtiéndola en la chispa que enciende la mecha o, por decirlo de otro modo, la excusa para todo. En este sentido, si esta primera temporada capta el interés a medida que avanza es porque el personaje de Highmore se desarrolla paulatinamente entre las luces y las sombras que caracterizaron al del film original. Poco a poco el espectador asiste a la transformación de una psique frágil, incapaz de afrontar el mundo como es y excesivamente protegida por una madre que no comprende a su hijo. Este último aspecto es clave, pues lejos de considerar al personaje de Farmiga como causante de todos los males, es en realidad una mujer que trata de proteger a su hijo sin comprenderle del todo.

Pero todo esto es fruto de una evolución realmente interesante. Una evolución, por cierto, que se produce en todos los aspectos. Las diferentes tramas secundarias que enriquecen el panorama intrigante de un pueblo que parece aislado del resto de la civilización van de la mano con esa cada vez más oscura personalidad de Norman. Una oscuridad que crece por los conflictos que le generan esa incapacidad de enfrentarse al mundo. Durante estos 10 capítulos asistimos al nacimiento de su afición a la taxidermia, su odio por las mujeres y su sexualidad y, en cierto modo, su enfermiza relación con su madre, un aspecto este que puede dar mucho que hablar en las próximas temporadas si se aborda con seriedad y se dejan de lado absurdas concesiones al gran público. Curiosamente, y aunque pueda resultar repetitivo, esta relación no se produce tanto de forma física como psicológica, creando el protagonista una imagen deformada de la verdadera naturaleza de su madre.

Es evidente que Bates Motel podría ser mucho más oscura, más lúgubre y más insana psicológicamente hablando. Pero lo cierto es que, de ser así, se perdería algo del espíritu original. Aquellos que hallan visto la película de Hitchcock sabrán que se caracteriza, sobre todo, por el suspense y ciertas dosis de terror, violencia y sangre. Pues bien, la serie recupera ese testigo y combina dichos conceptos a través de las historias de un pueblo con muchos secretos y de un protagonista con una torturada psicología. Es de agradecer, por tanto, que no haya demasiadas concesiones al terror fácil y sí exista, por el contrario, un trabajo mucho más profundo en el personaje protagonista que, no nos olvidemos, era mucho más complejo que la mera presencia criminal.

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