No es muy habitual ver en una serie de televisión, sobre todo si es coral, que sus protagonistas se dispersen en diferentes ciudades y escenarios. Principalmente porque supone unos quebraderos de cabeza importantes en lo que a producción y desarrollo dramático se refiere. Si ya es complicado desarrollar tramas cuando hay tantos personajes, ni qué decir tiene que situarles en diferentes lugares impide una relación fluida entre ellos, y por tanto una falta de conexión entre los arcos argumentales. Tal vez por eso había bastante expectación por ver cómo se desarrollaba la cuarta temporada de Glee, que inevitablemente obligaba a captar nuevos talentos y a hacer malabarismos con todos los veteranos que ya no iban a tener un protagonismo tan destacado en esta ficción musical.
En líneas generales, el experimento ha tenido éxito. La forma que han tenido sus responsables, Ian Brennan, Brad Falchuk y Ryan Murphy (estos últimos creadores de American Horror Story), de situar a los personajes que desaparecían al final de la anterior etapa dentro de la trama es a la vez sencilla, lógica y atractiva. Salvo los personajes más emblemáticos de la serie, el resto se han convertido en una especie de modelos a seguir, de iconos a imitar por parte de las nuevas generaciones de este coro de instituto que de vez en cuando aparecen en pantalla para aportar aquello que se ha perdido con su ausencia. En este sentido, ha quedado demostrado una vez más que en Estados Unidos, para triunfar, hay que ser realmente bueno. Los «sustitutos» de los miembros que han dejado el grupo musical son, cada uno en su estilo, igual o mejores que sus predecesores.
La incorporación de Melissa Benoist (Tennessee), Becca Tobin (serie Wiener & Wiener), Blake Jenner (Cousin Sarah) y sobre todo Jacob Artist (serie How to rock), un auténtico descubrimiento, han supuesto un soplo de aire fresco, una revisión a los talentos de las tres temporadas anteriores que han permitido a la serie evolucionar, aunque solo sea en su estilo musical. Así, esta especie de «Glee 2.0» enriquece todo lo visto con anterioridad, pues más allá de reemplazar a unos personajes por otros lo que logra es un equilibrio entre la sustitución dentro del llamado Glee club (incluso se dedica un episodio por si quedasen dudas al respecto) y la complementariedad dentro de la trama general de la serie, la cual por cierto sigue manteniendo un estrecho margen de desarrollo, aunque dejando el espacio suficiente para tratar algunos escabrosos temas como los tiroteos en los institutos, en el que es uno de los episodios más impactantes y destacados de toda la serie.
Pero como decimos, el desarrollo dramático de la serie no tiene el espacio deseado. Sin duda, la necesidad de destinar minutos a los números musicales (algunos de ellos, por cierto, sencillamente inmejorables) quita tiempo a una profundización en el argumento. Empero, en el caso de estos nuevos 22 episodios el problema radica más en esa idea planteada al principio del texto: la dispersión de personajes. Con la serie dividida entre Nueva York y el instituto McKinley la necesidad de centrar la atención en uno u otro sitio provoca que no siempre se atienda como se debe a lo que ocurre con cada uno de los personajes. Del mismo modo, el hecho de que haya nuevos roles que se suman a los ya existentes crea nuevas tramas y nuevos conflictos. Y si bien es cierto que la producción sale airosa del reto, no es menos cierto que en determinados momentos de esta cuarta temporada puede llegar a generar confusión algunos de los acontecimientos que se suceden al no existir un nexo de unión claro entre ellos, explicado para la ocasión a través de diálogos o ágiles flashbacks.
El anuncio de la tragedia
No voy a dejar pasar la ocasión de mencionar la trágica muerte de Cory Monteith (Lo que no se ve), principal protagonista de la serie junto a Lea Michele (Noche de fin de año), y pareja de esta en la vida real. Al menos en España, la emisión de esta cuarta temporada de Glee ha estado marcada por la noticia, sabiendo que estos 22 capítulos son los últimos del joven actor que el pasado 13 de julio era hallado muerto en la habitación de un hotel de Vancouver a causa de una sobredosis. Ya se ha anunciado que en la próxima temporada habrá un capítulo dedicado exclusivamente a este tema y a su desaparición definitiva de la trama, algo que en cierto modo parecía anunciarse en los episodios finales de esta entrega.
He de reconocer que la forma de recuperar a su personaje me ha parecido tan original como algo ridícula, en cierto modo acorde con la naturaleza del rol que interpretaba Monteith. Retirado del ejército por dispararse sin querer en una pierna, la presencia del principal protagonista masculino de la producción ha otorgado al conjunto aquello para lo que fue creado, es decir, liderazgo. Cierto es que puede no ser el mejor bailarín ni cantante del grupo, pero sus creadores se han esforzado por presentarle durante todas las temporadas como un líder nato, y destruir eso quitándole de la serie habría sido una peligrosa carta a jugar. Su vuelta como profesor sustituto del grupo de jóvenes cantantes no solo permitía su presencia de forma periódica, sino que acentuaba la idea de que Glee estaba sufriendo una transformación, una sustitución de sus principales iconos por sangre nueva o, en su caso, sangre veterana reubicada en nuevos puestos.
Y a pesar de todo, no ha tenido el peso que cabría esperar. A pesar de su encontronazos con la impagable Jane Lynch (Los tres chiflados), a pesar de ponerse la armadura de caballero para salvar a su eterna novia y a pesar de sus éxitos como maestro del club musical, no ha sido regular. Y no lo ha sido precisamente por esos escarceos con las drogas. La mejor y mayor evidencia de esto son sus dos episodios finales, durante la filmación de los cuales el actor se encontraba internado en un centro de desintoxicación. En estos episodios se producen los éxitos tanto del Glee club como del personaje de Michele, acontecimientos ambos que ponen las bases para el desarrollo de la quinta temporada. Algo que, por desgracia, ya se da en otros episodios de esta temporada, pero que pasa totalmente inadvertido, curiosamente, por la imposibilidad de mostrar a todos los personajes en todos los capítulos.
La verdad es que esta cuarta temporada de Glee ha estado marcada por la tragedia. No solo por la muerte de Monteith, sino por la temática de algunos de sus episodios. Pero la serie logra superar su propio reto, en parte repitiendo esquemas y en parte aportando nuevos talentos que suponen un buen relevo generacional. Eso sí, el futuro que se plantea es igualmente difícil. La desaparición del personaje de Finn obliga sin duda a reestructurar el desarrollo dramático de la serie y de la trama principal. Habrá que ver cómo logran equilibrar todos los elementos.