‘Spiral: Saw’: otra y otra y otra y…


Chris Rock y Max Minghella deberán enfrentarse a un nuevo asesino en serie en 'Spiral: Saw

Cada cierto tiempo surge una película de terror que, más allá de tener un impacto en los espectadores, da lugar a una saga más o menos longeva en el tiempo. Los amantes del género, sobre todo los más veteranos, recordarán la época dorada que comenzó a finales de los años 80 del pasado siglo. Más tarde, en los 90, llegó Scream. Y a principios del siglo XXI fue el turno de Saw. Conocer la historia es importante, porque todas estas sagas comparten un problema, y es la falta de ideas que termina por apoderarse de ellas. Algo normal, por otro lado.

Y todas tienen en común también un intento de reinventarse, de adaptarse a los nuevos tiempos que han evolucionado desde la primera entrega, aunque lo hagan repitiendo esquemas. Spiral: Saw adolece de todo ello, aunque lo hace con estilo. La verdad es que en esta nueva entrega/reinicio de la franquicia no hay nada nuevo: muertes macabras, elecciones imposibles, un policía que debe resolver un puzzle y una sorpresa final que, a poco que se conozcan este tipo de historias, se puede prever con más o menos acierto. Entonces, ¿qué aporta? Como novedad nada, salvo tal vez para los amantes del gore. Ahora bien, es tan corta, sencilla y directa que se disfruta sin demasiados inconvenientes.

Y buena parte de la responsabilidad de que no sea un fracaso total está en el reparto, con un Chris Rock (Niños grandes) reconvertido a actor dramático como principal y más grata sorpresa. Aquellos que le hayan visto en la cuarta temporada de Fargo ya estarán sobre aviso, pero la verdad es que, con sus limitaciones, está logrando encontrar un espacio en un tipo de cine muy alejado del que nos tiene acostumbrados. Y lo hace con solvencia. Y junto a él, un puñado de rostros conocidos que aportan su experiencia y su calidad para sostener un guion tan previsible como efectivo (y a veces efectista) al que el director saca el provecho que puede sacar, que tampoco es mucho. La puesta en escena de Darren Lynn Bousman (The barrens) resulta, a veces, excesivamente sobria, aunque hay que reconocerle algunos momentos viscerales en las escenas más sangrientas.

La verdad es que Spiral: Saw es otra más. Puede que no de las mejores, pero tampoco de las peores. Simplemente, una más para la colección. Eso sí, de continuar la saga, siempre tendrá el honor de ser la primera piedra de una renovación, pues el final deja la puerta abierta a una, dos, tres y todas las continuaciones que se quieran. Siempre que haya imaginación para asesinar de la forma más traumática posible a las pobres víctimas, claro está. Porque la fórmula, desde luego, no aporta nada nuevo.

Nota: 5/10

‘Riverdale’ se pierde entre las tramas de una 4ª T. más corta


La serie Riverdale posiblemente haya vivido su año más aciago de todos. Al fallecimiento de Luke Perry (Érase una vez en… Hollywood) se ha sumado la terrible crisis sanitaria que ha paralizado rodajes, entre ellos el de esta ficción creada por Roberto Aguirre-Sacasa (serie Las escalofriantes aventuras de Sabrina). Y como consecuencia de todo ello, la cuarta temporada denota un importante déficit de enfoque, ya sea por las complicaciones ajenas a la propia historia o por falta de ideas.

Desde luego, los acontecimientos ajenos a la serie han tenido mucho que ver. Para empezar, ha obligado a acortar la temporada a 19 episodios, lo que ha provocado un doble efecto. Por un lado, algunas tramas se han condensado en menos tiempo, lo que implica a su vez un desarrollo menor de los acontecimientos, elipsis algo más forzadas y, sobre todo, un trabajo más liviano de las motivaciones, de los hechos y sus consecuencias. Pero por otro, ha obligado a dejar algunas historias a mitad de su desarrollo. En cierto modo, esto no es algo negativo, más bien al contrario. En lugar de resolver todas las tramas de forma algo tosca, se ha optado por plantear algunos misterios para comenzar la quinta temporada con más fuerza (o al menos eso es lo esperado), lo cual crea una especie de arco argumental de dos temporadas que podría ser muy beneficioso para una producción que de un tiempo a esta parte se caracteriza por aunar en un puñado de episodios más historias de las que son física y dramaticamente posible. Y este es, precisamente, el gran problema de esta etapa.

En realidad, es algo que se arrastra ya desde la tercera temporada. Existen muchas historias en Riverdale, casi tantas como personajes. El problema de todas ellas no es que no resulten interesantes, es que sencillamente no tienen entidad para construirse de forma independiente al misterio principal de cada tanda de capítulos. Eso provoca algo devastador en la ficción, y es que los personajes van de un lado para otro sin un objetivo claro, sin un sentido para sus arcos dramáticos. El caso más grave posiblemente sea el del supuesto protagonista, Archie Andrews (con los rasgos, pectorales y abdominales de K.J. Apa –El odio que das-). En estos cuatro años, el personaje que da nombre a los cómics en los que se inspira la serie ha pasado por todos los estados posibles: amante de una profesora, músico, trabajador de la construcción, jugador de fútbol americano, preso, boxeador, entrenador en un gimnasio. Hasta se ha encontrado con un oso y ha sobrevivido para contarlo. Tanto viraje dramático y emocional obliga a un relato corto de cada fase, a un puñado de escenas y episodios que no permiten, en ningún caso, asentar ningún aspecto del rol, convirtiéndole casi en un componente de contexto para el resto de las historias.

Si bien es cierto que esto ocurre con muchos personajes, también hay que reconocer que otros tienen una presencia algo más estable. Sin embargo, todos ellos se ven envueltos en varias, puede que demasiadas, tramas principales y secundarias. En la temporada que nos corresponde ahora se pueden contabilizar, al menos, 6 historias que implican a dos o más personajes. Y muchas de ellas no generan el interés que deberían, siendo más bien una propuesta adolescente sin más trasfondo dramático que el de los problemas de unos jóvenes a los que no les dejan ir al baile de fin de curso. Esto, mezclado con otros arcos argumentales mucho más complejos y adultos, hace que la serie nade entre dos aguas sin decantarse nunca por ninguna de ellas, y sin llegar por tanto a implicarse en ninguna de ellas. Y esto es algo en lo que ha ido derivando la serie sin motivo aparente. Es cierto que siempre ha habido muchas tramas, lo que ha permitido enriquecer a los personajes. Pero una cosa es que exista variedad de historias y otra muy distinta es que los episodios se antojen como un carrusel de dramas adolescentes sin más recorrido que un par de episodios, todo para rellenar los huecos que deja la trama principal.

Malos y cintas de vídeo

Aunque si algo ha tenido esta temporada de diferente, y al mismo tiempo peligroso, es su proliferación de villanos en tramas principales que se suceden una tras otra. Riverdale, como muchas otras series, ha optado por dividir sus temporadas en dos partes, dedicando una para un villano y otra para otro. En algunos casos ambos están relacionados, en otros no. El problema de esta serie en concreto radica en lo que comentaba un poco más arriba. El alto número de tramas impide un desarrollo constante de estas historias principales, que por cierto conllevan en algunos casos la incorporación de nuevos personajes cuyo trasfondo es tan limitado como su presencia en pantalla. Esto obliga, por un lado, a resolver los misterios en los que se ven envueltos los protagonistas de un modo más directo, en algunos casos incluso algo forzado; y por otro, desvía la atención de algunos conceptos dramáticos que podrían dotar a la serie de una mayor complejidad.

Lo que sí resulta muy interesante es la relación que se establece en todo momento entre las amenazas al grupo protagonista y un concepto tan anacrónico en estos momentos como las cintas de VHS, que a muchos incluso les suene al pleistoceno. Si algo tienen en común las dos tramas principales es este elemento y todo lo que representa, desde el carácter amateur, voyerista y chantajista, hasta el espionaje y la amenaza. El hecho de que sean cintas de vídeo (y de que los personajes, en el mundo de Youtube, tengan todavía reproductores) dota al conjunto de un aire «retro» que beneficia mucho a las tramas, dotándolas de un carácter amenazador bajo el prisma del pasado, un poco en la línea que siempre ha mantenido la serie (las amenazas suelen llegar de hechos del pasado). Y aunque no se plantea una conexión directa entre los villanos, sí existe una cierta comunión en el espíritu de ambos arcos argumentales, uno recayendo sobre un solo personaje (el ataque al rol de Cole Sprouse –A dos metros de ti-) y otro teniendo un impacto mayor sobre toda la serie.

La crisis sanitaria ha impedido que esta última haya concluido de forma satisfactoria, por lo que la serie tiene ahora una oportunidad de oro para reconducir muchos de los problemas arrastrados en los últimos años. Por lo pronto, algunos actores ya han anunciado su salida de la producción para la próxima temporada, lo que podría beneficiar al conjunto si eso lleva a adelgazar un poco la carga dramática. Cierto es que son secundarios sin demasiado peso en la historia, pero en todo caso podría permitir una reestructuración argumental que facilite mucho el trabajo y el desarrollo narrativo. Con todo, la serie reclama modificaciones más profundas. Es imprescindible que comience a centrarse algo más en los protagonistas, que les sitúe de forma permanente en una trama independientemente de las historias secundarias que puedan tener. Y es igualmente fundamental que algunos secundarios den un paso adelante o un paso atrás para equilibrar algo más el balance argumental que tienen las diferentes tramas.

Muchos de los problemas que tiene la cuarta temporada de Riverdale son fruto de su concepción y la terrible situación sanitaria que nos ha tocado vivir. Evidentemente, sin tantas historias se habría podido acortar esta etapa de forma más satisfactoria, peso es igualmente cierto que sin esas tramas secundarias la ficción adolescente no tendría la riqueza de personajes que presenta actualmente. Con todo, necesita reducir esa carga. Eso, o reordenar muchos de sus conceptos para poder localizar su atención en lo verdaderamente importante. La serie pierde mucho tiempo en historias menores, en situaciones que, aunque sirven para denunciar determinados comportamientos sociales (lo cual, por cierto, es de aplaudir al tener el público objetivo que tiene), en realidad no dejan de ser mensajes aislados en un maremagnum de intrigas y suspenses. Tal vez si esos esfuerzos se introdujeran de otro modo en la trama principal, esta se enriquecería al tiempo que la serie no se perdería entre muchas historias secundarias.

‘Riverdale’ se pierde entre demasiadas tramas en su 3ª temporada


Riverdale se ha caracterizado, desde sus inicios, en su poco miedo a reinventarse constantemente. La serie creada por Roberto Aguirre-Sacasa (Carrie) ha sabido alejarse del tono limpio de los cómics en los que se basa para reconvertir las historias de este grupo de adolescentes en una mezcla de intriga, romance adolescente y aventura de instituto. Pero en su tercera temporada esta ficción ha llevado esta máxima hasta un límite que ha roto la magia que unía todo, convirtiendo la producción en una sucesión de giros argumentales a cada cual más inexplicable, en algunos casos absurdos y, en la mayoría de ellos, carentes de demasiado interés.

El porqué de esto es sencillo. Las primeras temporadas de la serie tenían un arco argumental principal muy bien definido. En él participaban todos los protagonistas, en mayor o menor medida. Y las pocas historias secundarias existentes no solo estaban a la sombra de la principal, sino que se limitaban a un par de personajes, siendo el resto componentes de un mosaico de fondo enriquecedor y, por momentos, capaz de robar algo de protagonismo a los cuatro héroes de turno. Pero en los 22 episodios que ahora nos ocupan todo eso ha cambiado. Los protagonistas no tienen un rumbo fijo y, lo que es más preocupante, las historias principales y secundarias se confunden hasta el punto de coexistir en un mismo grado de relevancia dramática, generando un caos argumental innecesario en el que los personajes no encuentran un sendero claro por el que avanzar. Dicho de otro modo, la existencia de tantas historias impide al espectador discernir el objetivo principal de esta etapa, y con ello los personajes abandonan sus metas y motivaciones para convertirse en meros peones de una partida de rol fallida (y esto, para aquellos que hayáis visto la serie, os sonará de algo).

La prueba más evidente de esto está en el protagonista interpretado por K.J. Apa (Nuestro último verano). La labor del actor en esta tercera temporada de Riverdale es encomiable, sobre todo por ser capaz de aguantar el tipo con un rol incapaz de definirse. Posiblemente haya pocos personajes que hayan pasado por tantas fases dramáticas como Archie Andrews, que en apenas un puñado de episodios pasa de ser presidiario a prófugo, de prófugo a estudiante y de ahí a boxeador. Eso por no hablar de su participación en esa macropartida de rol que abordaremos más adelante. Al final, el espectador se encuentra con la misma sensación de desorientación que el héroe, es cierto, pero eso no beneficia al conjunto dramático, más bien al contrario, resta interés al devenir de un personaje que parece incluirse en un ámbito diferente cada dos por tres solo por exigencias del guión (eso sí, sin camiseta).

Y luego nos encontramos con la trama supuestamente principal. La partida de rol que deben desentrañar los jóvenes héroes de esta ficción tiene todos los elementos para ser un juego psicológico tan sádico como tétrico. Y de hecho lo es en muchos episodios. El problema es que a lo largo de la misma se van introduciendo tantos elementos disuasorios que terminan por echarse a perder, eso por no hablar del uso nada disimulado de los personajes secundarios, que tan pronto están sumergidos de lleno en esta espiral de locura que es ‘Grifos y gárgolas’ como se dedican a otros menesteres, como si el juego de rol dejara de tener relevancia en una ciudad inmersa a todos los niveles en la obsesión que genera este juego. Es esa falta de continuidad en determinados episodios lo que crea desconexión, no tanto del desarrollo general de la serie como de sus personajes y de ciertas tramas secundarias que tienden a ocupar más espacio narrativo del que teóricamente deberían.

El Rey y la Capucha

La resolución de esta temporada de Riverdale es igualmente… extraña, por decirlo de algún modo. Si bien las motivaciones que se esconden detrás tienen una interesante carga dramática, vinculando además todas las temporadas y convirtiendo la serie en un producto global (no únicamente en aventuras que empiezan y finalizan con cada etapa), el modo de resolverlo cuenta con unos giros argumentales algo excesivos, recuperando personajes presuntamente muertos y creando una especie de clímax de pesadilla en el que los acontecimientos se convierten en una sucesión de puntos de giro a cada cual más irreal (incluso bajo la premisa de esa última partida de rol que comienza de un modo ciertamente atractivo). En realidad, es un final acorde a la temporada; el problema es que la temporada ha sido, de por sí, un delirio constante de idas y venidas dramáticas muchas veces desvinculadas unas de otras.

Un claro ejemplo es todo ese arco argumental centrado en el personaje de Lili Reinhart (Alguien está vigilándote) y esa comunidad sectaria en la que se introducen familiares y amigos. A pesar de los intentos por incluirla y vincularla con el resto de tramas, en ningún momento logra ser parte de la historia de la serie, convertida más en una suerte de apéndice con vida propia al que recurrir en determinados y necesarios momentos. El hecho de que los personajes se vayan introduciendo en ese universo paralelo cada vez más y que, sin embargo, no parezca tener efectos en la vida de la serie más allá de secuencias puntuales es algo que termina por debilitar al conjunto, que parece temeroso de explorar esta historia y ver sus posibilidades dramáticas reales. Solo al final del trayecto, cuando todo se precipita, adquiere interés. El hecho de que hayan quedado las puertas abiertas a continuar este arco dramático en la cuarta temporada da una idea de que tal vez, y solo tal vez, habría sido mejor dejar los tejemanejes de esta secta para otro momento, y destinar todos los esfuerzos a la partida de rol en vivo que los personajes son obligados a jugar.

La serie deja varios momentos muy interesantes. Sin ir más lejos, esa recreación de la vida de los personajes adultos durante su etapa de instituto, utilizando para ello a los actores jóvenes (que, por cierto, adquieren notablemente bien los gestos y rasgos definitorios de los adultos) y vistiéndoles, al menos en un primer momento, de forma muy parecida al cómic, en especial a Jughead. Asimismo, el desarrollo de la vida personal del rol al que da vida Cole Sprouse (La magia de Santa Claus) también permite ampliar la mirada sobre este universo adolescente, y aunque es víctima del tratamiento errático de la serie a todos sus elementos, no deja de ofrecer aspectos enriquecedores que, esperemos, tengan continuidad en el futuro de esta ficción. De hecho, no es únicamente esta trama secundaria la que resulta interesante, lo que invita a pensar que sus creadores siguen haciendo crecer el trasfondo sobre el que se dibujan las tramas principales, aunque en este caso lo hacen de un modo algo irregular.

El principal problema de la tercera temporada de Riverdale es la excesiva carga de líneas argumentales. Para que cualquier ficción funcione de forma orgánica es necesario que exista una trama principal y varias secundarias, eso es indudable. Pero a esta definición hay que añadir que el peso dramático de cada una de ellas tiene que ser diferente. Tienen que complementarse. Y en esto es en lo que ha fallado la serie en esta etapa, planteando varios arcos dramáticos con un mismo peso específico, lo que obliga a destinar tiempo y metraje para su desarrollo, restándoselo a otros elementos que, por desgracia, hacen que la serie cojee en muchos momentos, perdiendo algo de interés y, lo que posiblemente sea la peor parte, presentando una evolución errática y sin consolidar las motivaciones de los personajes. Solo cabe esperar que la serie vuelva a una senda algo más pausada, manteniendo ese espíritu de reinventarse constantemente pero sin los excesos de estos episodios.

2ª T. de ‘Riverdale’, o el viaje al lado oscuro de los personajes


El cine es conflicto. Pero dentro de ese conflicto pueden existir muchos matices. Puede ser un conflicto arquetípico, héroes contra villanos sin claroscuros. Puede ser un conflicto interno entre dos opciones contrapuestas. O puede ser una mezcla de ambas, con todas las variaciones que puedan imaginarse. Y en cierto modo, eso es lo que propone la segunda temporada de Riverdale, la serie basada en los cómics de Archie que, lejos de seguir la estela del papel, ha optado por crear personajes y tramas algo más oscuros, con muchas caras ocultas. Lo que cabe preguntarse es si estos 22 episodios abordan correctamente esos contrapuntos, y es ahí donde encontramos ciertos desequilibrios.

Esta segunda etapa de la ficción creada por Roberto Aguirre-Sacasa (serie Glee) se revela como una trama mucho más oscura en todos sus aspectos, tanto narrativos como visuales. Con un asesino en serie como leit motiv principal, el arco dramático general se construye como un árbol a partir de sus historias secundarias, desde algunas más inocuas como la protagonizada por Cheryl Blossom (Madelaine Petsch, vista en F*&% the Prom) hasta otras más complejas como la de la heroína interpretada por Lili Reinhart (Alguien está vigilándote). Todo ello, manejado magistralmente por sus creadores, genera un desarrollo orgánico, capaz de apoyarse en una u otra trama según las necesidades y alimentándose de todas ellas para crear un final álgido y, aunque previsible para muchos, no por ello menos interesante.

Entonces, ¿dónde están los desequilibrios? Fundamentalmente en la evolución de los personajes, sobre todo del héroe de esta historia, al que da vida K.J. Apa (Altar Rock). Soy consciente de que su viaje al lado oscuro era más que necesario para poder dar a la serie un tono alejado de la clásica serie adolescente, pero el proceso vivido en esta segunda temporada de Riverdale genera más dudas que certezas. Bajo la teoría de que es un joven inocente que desconoce los entresijos y tejemanejes de los adultos, este ejemplo de hijo, amigo y novio que es Archie Andrews se deja manejar por los villanos de turno motivado, a su vez, por un deseo de justicia y venganza. Y aunque en alguna que otra ocasión la trama trata de jugar con la idea de que el manipulado pueda llegar a ser el manipulador, la realidad es que el personaje llega a unos extremos no solo poco coherentes con su propia naturaleza, sino del todo ilógicos para cualquier persona con cierto sentido común.

Por suerte o por desgracia, esta debilidad queda más o menos disimulada en el desarrollo con la fuerza dramática del resto de tramas secundarias. «Por suerte» porque la temporada, en líneas generales, logra salir airosa de la prueba, adquiriendo un tono más oscuro, más dramático. «Por desgracia» porque, en teoría, el mayor peso debería haberlo llevado el conflicto interno del protagonista, que debería haber luchado entre sus ansias de venganza y justicia y su educación, y no ha sido así. Sea como fuere, el resultado final es el que se busca: un perfil más trágico de la historia, desvelando no solo secretos del pasado (seña de identidad de estas dos temporadas) sino el lado más «peligroso» de unos personajes aparentemente planos dramáticamente hablando.

Un universo mayor

La segunda temporada de Riverdale también ha dejado constancia de que una serie, si quiere sobrevivir, necesita crecer, expandirse. Evidentemente, el apartado dramático de los protagonistas es esencial, pero es igualmente importante cuidar el contexto, el mundo en el que se mueven. Y en esto los 22 capítulos que componen esta etapa también aciertan al desarrollar muchos de los elementos planteados en la primera temporada y dotarlos de una vida propia. El caso más evidente es el del villano interpretado por Mark Consuelos (Todo lo que teníamos), personaje planteado en la anterior etapa y que ahora, como padre de Verónica Lodge y antagonista principal, ha adquirido una mayor y más interesante dimensión.

Aunque sin duda el más importante por cómo afecta al desarrollo de la trama es la presencia de los Serpientes. Planteados inicialmente como un grupo de moteros al más puro estilo Hijos de la Anarquía, esta segunda temporada se centra más en la versión adolescente de los mismos, en esa especie de familia formada en el instituto entre todos los pertenecientes a la banda. El modo en que se trata la evolución del rol de Cole Sprouse (La magia de Santa Claus) para convertirse en líder del grupo es sencillamente ejemplar, contrastando notablemente con el tratamiento del rol de Apa. Durante la primera temporada Jughead ya fue uno de los personajes más interesantes del relato, puede que el más interesante, pero en esta continuación simplemente se convierte en el verdadero protagonista. Su historia, su forma de afrontar los retos y el carácter dramático de un joven que une dos mundos muy diferentes (periodismo y literatura con violencia y delitos) le destinan a convertirse en el motor de buena parte de la serie.

El final de esta etapa, al igual que ocurrió con la primera temporada, deja cerradas todas las líneas argumentales abiertas y plantea una nueva trama principal de cara a la tercera parte. Sin embargo, y a diferencia de lo ocurrido antes, en esta ocasión ninguno de los personajes se encuentra en el mismo punto en el que empezó, ni física ni dramáticamente hablando. Esto provoca que estos episodios sean, por necesidad, sumamente importantes para la serie, un punto de inflexión que, más allá del tratamiento o de los fallos que puedan existir, marca un antes y un después para todos los personajes psicológicamente hablando.

El modo en que esto se aborde queda ya en manos de la tercera temporada. De lo que no cabe duda es de que esta segunda etapa de Riverdale es, en líneas generales, más y mejor de lo que ofreció la temporada inicial. Más porque introduce nuevos personajes llamados a ser parte importante de la trama; mejor porque ofrece más intriga y explora las partes menos conocidas de unos personajes aparentemente arquetípicos que, poco a poco, van descubriendo que tienen más caras de las que podría pensarse en un primer momento. Es cierto que el tratamiento no ha sido igual para todos, que existen altibajos dramáticos y que algunas evoluciones dramáticas no son demasiado sólidas, pero el conjunto es capaz de sobreponerse a los errores siempre y cuando no se sigan arrastrando temporada tras temporada. Pero en líneas generales, esta serie adolescente confirma que todavía se pueden reinterpretar los géneros, en este caso la ficción adolescente.

‘Riverdale’, intriga policíaca con tintes adolescentes en su 1ª T.


Las adaptaciones de cómics de superhéroes en cine y televisión se han convertido en algo tan habitual, rutinario incluso, que cuando se produce un salto de las viñetas a la pantalla de un personaje sin superpoderes resulta cuanto menos intrigante. Y si es de unos cómics tan conocidos como los de Archie (de los que han salido personajes como la bruja Sabrina o ‘Josie y las Pussycats’), la intriga se convierte en curiosidad, sobre todo si se hace una ficción capaz de combinar el sentido original de estos personajes con una trama puramente policíaca, con asesinato de por medio y con numerosos sospechosos a los que apuntar. Todo eso y más es Riverdale, serie creada por Roberto Aguirre-Sacasa (Carrie), cuya primera temporada de 13 capítulos es un ejercicio de equilibrismo entre el espíritu adolescente y el drama adulto.

Porque, en efecto, la esencia de los cómics de Archie se mantiene, con un joven pelirrojo envuelto en una especie de triángulo amoroso con dos chicas, una rubia y otra morena. Pero a partir de esta premisa, que se deja caer a lo largo del arco argumental de estos primeros episodios para no olvidarla en ningún momento, la serie toma un sendero muy diferente, convirtiendo este pacífico pueblo en una especie de escenario propio de Agatha Christie en el que todos los personajes, o casi todos, tienen un interés oculto y, por lo tanto, son potenciales asesinos del joven cuyo cadáver desencadena la acción. Un ‘Twin Peaks’ adolescente que ofrece algo más a los espectadores que la simple problemática de este tipo de series, lo que permite además que la trama avance en una dirección muy concreta, algo que siempre es de agradecer.

En efecto, Aguirre-Sacasa aprovecha la intriga principal de Riverdale para deshacer el triángulo amoroso, al menos en esta primera temporada, y dar salida a una situación que podría haberse encallado fácilmente desde el primer momento. A través de esta conexión entre los diferentes aspectos del argumento, la serie compone un mosaico de personajes a través de diferentes generaciones que se auto enriquece a medida que se va tirando del enmarañado hilo que compone el misterio que rodea a este típico pueblo estadounidense. Es precisamente la investigación de los jóvenes lo que, por ejemplo, pone al descubierto varias mentiras y secretos ocultados durante años, logrando de esta forma solventar también varias de las tramas secundarias que amenazaban con enredar de forma innecesaria una historia bien construida.

Que esta serie adolescente se desmarque notablemente del carácter que suelen tener este tipo de producciones se debe fundamentalmente a esa apuesta por un suspense más propio de un thriller policíaco, lo cual no solo redunda en su beneficio, sino que abre muchas más posibilidades dramáticas para un futuro que llegará a Estados Unidos en octubre. Un futuro, por cierto, que ya planta su semilla en el último episodio de esta primera tanda de capítulos, lo que me lleva a otro acierto en la trama: resolver el caso policial en una única temporada permite, por un lado, explorar nuevas historias, nuevos dramas y, en caso de ser necesario, viejos triángulos amorosos. Pero por otro, evita que la serie caiga en su propia trampa y se quede girando sobre los mismos pilares narrativos una y otra vez.

Adolescentes nuevos y veteranos

Posiblemente otro de los atractivos de Riverdale sea su reparto. En lugar de optar por caras famosas o conocidas que pudieran atraer al gran público (y deslucir algo el resto de interesantes elementos de esta ficción), sus responsables han optado por combinar caras semidesconocidas para los roles principales con rostros más asentados entre los espectadores para los personajes que rodean a los cuatro protagonistas. Actores algunos de ellos, por cierto, que tuvieron su momento de fama adolescente hace años, lo que añade un plus de interés para una parte del público que pueda acercarse a este drama de suspense.

De hecho, de los cuatro protagonistas el único más conocido es Cole Sprouse, el hijo de Ross en Friends y uno de los gemelos de las series protagonizadas por Zack y Cody para Disney Channel. Para el resto se puede decir que es su primer papel relevante, y desde luego aprueban con nota el reto. Ya sea Archie Andrews (K.J. Apa, visto en la serie The Cul de Sac), Betty Cooper (Lili Reinhard -Los reyes del verano) o Veronica Lodge (Camila Mendes, para la que literalmente es su primera incursión ante las cámaras), todos ellos quedan definidos como personajes poliédricos, más complejos de lo que inicialmente parecen ser. Su complejidad se va desarrollando a medida que avanza la serie, creciendo con ella y aportando una profundidad mayor a algunas de las decisiones y actuaciones que se producen en la segunda mitad de la trama.

Aunque posiblemente el personaje interpretado por Sprouse sea el más interesante. Narrador de esta compleja y dramática historia, el rol de Jughead pasa de ser espectador a implicarse en la acción, de ser el amigo de… a un activo fundamental para entender buena parte de los acontecimientos que se narran. Y el joven actor no solo se encuentra a la altura del reto, sino que es capaz de dotar a su personaje de una perturbadora mirada que encuentra su justificación en un final de arco dramático tan esperado como interesante por el modo en que cambia las reglas del juego tanto para él como para los que le rodean. Sin duda será uno de los elementos más difíciles de abordar en los capítulos que están por venir, sobre todo porque posiblemente de él dependa buena parte de la coherencia de toda la serie.

Sea como fuere, y sin adelantar acontecimientos, la primera temporada de Riverdale trata de alejarse del rol de producción adolescente para adentrarse en el thriller dramático al más puro estilo de las series policíacas. Y el intento ha sido un éxito. A pesar de algunos matices secundarios que pueden chirriar ligeramente en el desarrollo normal de la serie (algunas historias secundarias, como la de Archie con una de las Pussycat, es poco menos que innecesaria), lo cierto es que estos 13 episodios son un buen ejemplo de que se puede hacer algo para el público adolescente sin recurrir a los romances imposibles, a problemas de instituto o a conflictos con los padres. En mayor o menor medida, todo esto está presente en esta ficción, pero de un modo casi secundario, complementario a una intriga principal cuya resolución no solo resulta impactante, sino que deja una puerta abierta a una segunda temporada igual de interesante.

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