‘Riverdale’ se pierde entre las tramas de una 4ª T. más corta


La serie Riverdale posiblemente haya vivido su año más aciago de todos. Al fallecimiento de Luke Perry (Érase una vez en… Hollywood) se ha sumado la terrible crisis sanitaria que ha paralizado rodajes, entre ellos el de esta ficción creada por Roberto Aguirre-Sacasa (serie Las escalofriantes aventuras de Sabrina). Y como consecuencia de todo ello, la cuarta temporada denota un importante déficit de enfoque, ya sea por las complicaciones ajenas a la propia historia o por falta de ideas.

Desde luego, los acontecimientos ajenos a la serie han tenido mucho que ver. Para empezar, ha obligado a acortar la temporada a 19 episodios, lo que ha provocado un doble efecto. Por un lado, algunas tramas se han condensado en menos tiempo, lo que implica a su vez un desarrollo menor de los acontecimientos, elipsis algo más forzadas y, sobre todo, un trabajo más liviano de las motivaciones, de los hechos y sus consecuencias. Pero por otro, ha obligado a dejar algunas historias a mitad de su desarrollo. En cierto modo, esto no es algo negativo, más bien al contrario. En lugar de resolver todas las tramas de forma algo tosca, se ha optado por plantear algunos misterios para comenzar la quinta temporada con más fuerza (o al menos eso es lo esperado), lo cual crea una especie de arco argumental de dos temporadas que podría ser muy beneficioso para una producción que de un tiempo a esta parte se caracteriza por aunar en un puñado de episodios más historias de las que son física y dramaticamente posible. Y este es, precisamente, el gran problema de esta etapa.

En realidad, es algo que se arrastra ya desde la tercera temporada. Existen muchas historias en Riverdale, casi tantas como personajes. El problema de todas ellas no es que no resulten interesantes, es que sencillamente no tienen entidad para construirse de forma independiente al misterio principal de cada tanda de capítulos. Eso provoca algo devastador en la ficción, y es que los personajes van de un lado para otro sin un objetivo claro, sin un sentido para sus arcos dramáticos. El caso más grave posiblemente sea el del supuesto protagonista, Archie Andrews (con los rasgos, pectorales y abdominales de K.J. Apa –El odio que das-). En estos cuatro años, el personaje que da nombre a los cómics en los que se inspira la serie ha pasado por todos los estados posibles: amante de una profesora, músico, trabajador de la construcción, jugador de fútbol americano, preso, boxeador, entrenador en un gimnasio. Hasta se ha encontrado con un oso y ha sobrevivido para contarlo. Tanto viraje dramático y emocional obliga a un relato corto de cada fase, a un puñado de escenas y episodios que no permiten, en ningún caso, asentar ningún aspecto del rol, convirtiéndole casi en un componente de contexto para el resto de las historias.

Si bien es cierto que esto ocurre con muchos personajes, también hay que reconocer que otros tienen una presencia algo más estable. Sin embargo, todos ellos se ven envueltos en varias, puede que demasiadas, tramas principales y secundarias. En la temporada que nos corresponde ahora se pueden contabilizar, al menos, 6 historias que implican a dos o más personajes. Y muchas de ellas no generan el interés que deberían, siendo más bien una propuesta adolescente sin más trasfondo dramático que el de los problemas de unos jóvenes a los que no les dejan ir al baile de fin de curso. Esto, mezclado con otros arcos argumentales mucho más complejos y adultos, hace que la serie nade entre dos aguas sin decantarse nunca por ninguna de ellas, y sin llegar por tanto a implicarse en ninguna de ellas. Y esto es algo en lo que ha ido derivando la serie sin motivo aparente. Es cierto que siempre ha habido muchas tramas, lo que ha permitido enriquecer a los personajes. Pero una cosa es que exista variedad de historias y otra muy distinta es que los episodios se antojen como un carrusel de dramas adolescentes sin más recorrido que un par de episodios, todo para rellenar los huecos que deja la trama principal.

Malos y cintas de vídeo

Aunque si algo ha tenido esta temporada de diferente, y al mismo tiempo peligroso, es su proliferación de villanos en tramas principales que se suceden una tras otra. Riverdale, como muchas otras series, ha optado por dividir sus temporadas en dos partes, dedicando una para un villano y otra para otro. En algunos casos ambos están relacionados, en otros no. El problema de esta serie en concreto radica en lo que comentaba un poco más arriba. El alto número de tramas impide un desarrollo constante de estas historias principales, que por cierto conllevan en algunos casos la incorporación de nuevos personajes cuyo trasfondo es tan limitado como su presencia en pantalla. Esto obliga, por un lado, a resolver los misterios en los que se ven envueltos los protagonistas de un modo más directo, en algunos casos incluso algo forzado; y por otro, desvía la atención de algunos conceptos dramáticos que podrían dotar a la serie de una mayor complejidad.

Lo que sí resulta muy interesante es la relación que se establece en todo momento entre las amenazas al grupo protagonista y un concepto tan anacrónico en estos momentos como las cintas de VHS, que a muchos incluso les suene al pleistoceno. Si algo tienen en común las dos tramas principales es este elemento y todo lo que representa, desde el carácter amateur, voyerista y chantajista, hasta el espionaje y la amenaza. El hecho de que sean cintas de vídeo (y de que los personajes, en el mundo de Youtube, tengan todavía reproductores) dota al conjunto de un aire «retro» que beneficia mucho a las tramas, dotándolas de un carácter amenazador bajo el prisma del pasado, un poco en la línea que siempre ha mantenido la serie (las amenazas suelen llegar de hechos del pasado). Y aunque no se plantea una conexión directa entre los villanos, sí existe una cierta comunión en el espíritu de ambos arcos argumentales, uno recayendo sobre un solo personaje (el ataque al rol de Cole Sprouse –A dos metros de ti-) y otro teniendo un impacto mayor sobre toda la serie.

La crisis sanitaria ha impedido que esta última haya concluido de forma satisfactoria, por lo que la serie tiene ahora una oportunidad de oro para reconducir muchos de los problemas arrastrados en los últimos años. Por lo pronto, algunos actores ya han anunciado su salida de la producción para la próxima temporada, lo que podría beneficiar al conjunto si eso lleva a adelgazar un poco la carga dramática. Cierto es que son secundarios sin demasiado peso en la historia, pero en todo caso podría permitir una reestructuración argumental que facilite mucho el trabajo y el desarrollo narrativo. Con todo, la serie reclama modificaciones más profundas. Es imprescindible que comience a centrarse algo más en los protagonistas, que les sitúe de forma permanente en una trama independientemente de las historias secundarias que puedan tener. Y es igualmente fundamental que algunos secundarios den un paso adelante o un paso atrás para equilibrar algo más el balance argumental que tienen las diferentes tramas.

Muchos de los problemas que tiene la cuarta temporada de Riverdale son fruto de su concepción y la terrible situación sanitaria que nos ha tocado vivir. Evidentemente, sin tantas historias se habría podido acortar esta etapa de forma más satisfactoria, peso es igualmente cierto que sin esas tramas secundarias la ficción adolescente no tendría la riqueza de personajes que presenta actualmente. Con todo, necesita reducir esa carga. Eso, o reordenar muchos de sus conceptos para poder localizar su atención en lo verdaderamente importante. La serie pierde mucho tiempo en historias menores, en situaciones que, aunque sirven para denunciar determinados comportamientos sociales (lo cual, por cierto, es de aplaudir al tener el público objetivo que tiene), en realidad no dejan de ser mensajes aislados en un maremagnum de intrigas y suspenses. Tal vez si esos esfuerzos se introdujeran de otro modo en la trama principal, esta se enriquecería al tiempo que la serie no se perdería entre muchas historias secundarias.

Acerca de Miguel Ángel Hernáez
Periodista y realizador de cine y televisión.

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