‘Riverdale’ se suma a la moda de los superhéroes en su 6ª T.


Los jóvenes héroes de 'Riverdale' se enfrentan a un poderoso enemigo en la sexta temporada.

Supongo que cuando la serie Riverdale ponga punto final a su emisión, alguien, da igual si es creador, actor o director de este show televisivo, explicará la extraña evolución que ha tenido esta producción a lo largo de los años. Porque ha pasado de ser una reinterpretación en clave de thriller juvenil de un clásico cómic a una suerte de lucha entre el bien y el mal en clave mafiosa para terminar con los protagonistas convertidos en superhéroes con poderes. Todo ello en apenas seis temporadas. Y todavía queda, al menos, una séptima.

Suelo ser bastante receptivo a cualquier historia de superhéroes, siempre que esté bien hecha y con un cierto sentido. Pero lo que ocurre en los 22 episodios de esta sexta etapa de la serie creada por Roberto Aguirre-Sacasa (serie Katy Keene) es simplemente bizarro, por no utilizar un término peor. Utilizando como punto de partida una explosión, la ficción toma una dirección completamente nueva, componiendo una realidad alternativa en un lugar llamado Rivervale, con todo lo visto hasta ahora en formato cómic creado por uno de los protagonistas de la trama. Y resulta muy interesante analizar cómo funciona la historia partiendo casi de cero y aprovechando todo lo narrado hasta ahora para sentar las bases de una nueva realidad. La serie juega con el espectador, al que exige un acto de fe al que, en cierto modo, responde con acierto en el desarrollo posterior del arco argumental.

El problema no es ese. Ni siquiera las raíces colonialistas del conflicto central de esta temporada de Riverdale. De hecho, esto resulta hasta divertido. No, el principal problema de la serie, y no es únicamente de esta etapa, es el devenir de unos personajes que parecen cansados de sí mismos. En esta trama de realidades paralelas, cabría comprender que en uno de esos mundos alternativos los héroes de la ficción tuvieran poderes. Lo que es más difícil de aceptar es que, a raíz de la explosión y bajo una explicación más bien exigua, los protagonistas adquieran poderes como si de los X-Men se tratara. Es el punto final a una evolución dramática que es un tanto caótica, incapaz de dar un sentido lógico a las decisiones de sus personajes, que han ido perdiendo matices dramáticos con el paso de las temporadas hasta quedar desdibujados.

Y conforme se ha ido produciendo esta evolución (o involución, según se mire) de los personajes, así ha ido cambiando la serie temporada tras temporada. La falta de unos roles fuertes y bien definidos permite a sus creadores llevar la trama por los derroteros más inverosímiles posibles sin que esto genere ningún tipo de conflicto no solo con lo narrado previamente, sino con las propias decisiones de los personajes, que han asumido ser unas meras personificaciones de una personalidad básica. Y de ahí no se mueven sean cuales sean las circunstancias. Y si su personalidad choca con alguna circunstancia, pues se cambia esta última de modo que los personajes permanezcan impertérritos. Es, precisamente, lo opuesto a lo que debería ser una historia.

Mitos y leyendas

Así las cosas, no es de extrañar que la sexta temporada de Riverdale haya llevado la trama hasta el extremo de juntar superpoderes, brujería, satanismo, viajes en el tiempo y universos paralelos. Una peligrosa combinación que deja algunos capítulos interesantes, sobre todo en el apartado visual. Pero también deja algunos momentos risibles y otros, directamente, para olvidar. Pero sobre todo, y esto puede que sea lo más interesante desde el punto de vista del guion y la estructura dramática, define muy bien el nivel de protagonismo de cada personaje. O mejor dicho, hace una clara distinción entre aquellos roles que son principales (básicamente todos los jóvenes) y los secundarios (los adultos), hasta el punto de convertir a estos últimos en peleles incapaces de luchar contra un encantamiento (algo que sí hacen los protagonistas).

Puede parecer una forma algo burda, pero encaja en el perfil de una serie que ha ido claramente de más a menos en estos años. Por centrarnos en la sexta temporada como tal, el uso que hace de los poderes permite a sus creadores definir claramente cada uno de los personajes, no tanto sus motivaciones como su rol dentro de la serie, e incluso en el caso de alguno de ellos, a reubicarlos dentro del conjunto. Es igualmente interesante cómo aprovecha para recuperar algunos personajes y resolver algunos conflictos que se habían ido arrastrando de una temporada a otra. Todo esto, claro está, en los marcos que define la propia serie. La cuestión que se plantea, una vez finalizados los 22 capítulos, es si esto es suficiente para sostener la trama. La respuesta es negativa, sobre todo porque, más allá de superpoderes o personajes arquetípicos, la historia de esta etapa parece moverse en círculos, como si no fuera capaz de avanzar hacia un final claro. O como si le sobrasen unos cuantos episodios.

De hecho, la lucha entre el bien y el mal que se plantea podría haber resultado muy interesante si no se hubiera desarrollado con constantes tira y afloja del héroe y el villano. Si en un episodio ganaba uno, en el siguiente era el otro quien se llevaba el gato al agua. Y si no, en un único capítulo se producía ese balance de un lado a otro de la historia. Todo para que el final fuera el esperado, sin más sorpresas que conocer la identidad del antagonista y descubrir las referencias a Stephen King que se esconden en varios momentos del arco dramático. Visto en perspectiva, el tratamiento que se le ha dado a esta sexta temporada es interesante a grandes rasgos, pues aprovecha las estructuras dramáticas para componer diferentes tramos argumentales y mantener al espectador en un cuestionamiento constante de lo que está viendo. Pero cuando baja al detalle, la ficción se deshilacha y pierde fuerza.

Personalmente, esta sexta temporada de Riverdale es la menos sólida de todas las vistas hasta ahora. Visualmente sigue siendo atractiva, con algunos recursos narrativos muy interesantes, pero en la parte narrativa ha perdido el norte considerablemente. El hecho de que se convierta en superhombres y supermujeres a los protagonistas, más allá de la anécdota, es un síntoma de la falta de orientación dramática de la historia, que en cada temporada opta por algo que poco o nada tiene que ver con lo anterior. La ficción ha pasado de unos jóvenes resolviendo crímenes a la lucha por el «alma» de la ciudad, y ha terminado por llevar esa lucha entre el bien y el mal a terrenos peligrosos. No tanto porque no sea posible (al fin y al cabo, es una ficción bastante abierta), sino porque no tiene coherencia con todo lo visto hasta ahora. Es una lástima, porque dentro de sus posibilidades y sus limitaciones, podría haber dado mucho de sí si los personajes hubieran mantenido una definición algo más compleja y profunda.

‘Riverdale’ llega a su punto de inflexión en la quinta temporada


La quinta temporada de 'Riverdale' da un salto en el tiempo tras la graduación de los protagonistas.

Ahora que ha comenzado la sexta temporada de Riverdale es un buen momento de hacer un repaso a lo que ha supuesto la quinta parte de esta serie que ha aprovechado los problemas que le impuso la pandemia (y que obligó a suspender la cuarta temporada antes de tiempo) para dar un nuevo impulso a la trama. Ahora bien, la pregunta es si ese impulso ha servido para algo, ha sido en la dirección correcta o, por el contrario, ha seguido con la misma deriva.

La respuesta es un poco más compleja que una elección de alternativas. Porque estos 19 capítulos «limpian» mucho las tramas secundarias que habían ido languideciendo en etapas anteriores sin que se hiciera nada al respecto, lo que permite a la serie creada por Roberto Aguirre-Sacasa (guionista de la nueva Carrie) explorar nuevos caminos argumentales. Pero por otro lado, esta ficción está cayendo en la autocomplacencia de un modo alarmante, pasando de ser una historia que mezclaba misterio, humor y un toque adolescente a un relato en el que todo pasa demasiado deprisa sin que nunca, en realidad, llegue a pasar nada. Quiero decir que en esta tanda de episodios hay tantas subtramas y los protagonistas viven tantas historias que resulta difícil saber en qué momento se encuentra cada uno, por no hablar del hecho de que resulta poco creíble que cuatro jóvenes hayan vivido tantas vidas en tan poco tiempo.

Incluso la propia serie llega a bromear con eso en un momento dado, enumerando todas y cada una de las profesiones y actividades que ha tenido el protagonista interpretado por K.J. Apa (Inmune), quien por cierto empieza a parecer un poco casando del personaje pelirrojo. Y en realidad, no es extraño. Los protagonistas de Riverdale han dado un salto hacia adelante para dejar de ser adolescentes y convertirse en adultos, cada uno en su ámbito, pero sus objetivos siguen siendo prácticamente los mismos: resolver los misterios de su ciudad y convertirse en protectores de sus vecinos. Esto no debería ser un impedimento, y puede que en la siguiente temporada las cosas vayan a cambiar de algún modo, pero lo cierto es que esta quinta etapa de transición termina por convertirse en un pequeño caos argumental, con historias secundarias que apenas duran un par de episodios, conflictos que se resuelven con demasiada facilidad y personajes cuyo ciclo dramático en la serie parece acabado a pesar de los intentos de sus creadores por darles una nueva vida.

Tal vez ese sea el motivo también por el que esta tanda de capítulos supone el final de algunos secundarios. Al menos un final momentáneo, pero final al fin y al cabo. Si algo ha caracterizado a la serie es su prolífica cartera de personajes, tanto adultos como adolescentes. Y si bien al principio parecía que la prioridad narrativa tenía claro en quién centrarse, con los años esa delgada línea se ha ido diluyendo hasta crear una amalgama irreconocible. Los roles, sobre todo los secundarios, han evolucionado de un modo un tanto anárquico. Que una orientadora estudiantil posea un local de ocio nocturno bajo una heladería al mismo tiempo que es madre y líder de una banda da una idea de lo que quiero decir. Los personajes acumulan tantas facetas que cuesta seguir el rastro, y eso termina afectando, en último término, a una trama que no queda claramente definida.

El laberinto

Y ese es el principal problema de esta quinta temporada de Riverdale que, esperemos, se resuelva en los nuevos episodios. Si bien es cierto que el arco dramático de los cuatro protagonistas está bien estructurado (por muchas idas y venidas que puedan tener), todo el árbol argumental construido a su alrededor es un laberinto que muchas veces no tiene nada que ver, pero ni siquiera remotamente, con las historias principales. Eso, en último término, no solo es una distracción para un espectador que tiene que hacerse un mapa de relaciones y situaciones emocionales, sino que genera frustración. Una de las teorías cinematográficas más conocidas es la de Chéjov, que indica que si muestras algo en pantalla (él hablaba de un arma) tarde o temprano tendrás que utilizarlo. En caso contrario, lo que se logra es defraudar las expectativas narrativas. En el caso de esta serie es algo parecido.

No creo que sea intencionado, sino más bien una consecuencia natural de presentar tantos personajes y tantas historias sin una conexión firme. Eso provoca que la narración se distraiga, que se presenten demasiados acontecimientos al espectador que posteriormente se resuelven sin que generen ningún impacto en el conjunto del universo de ese pequeño pueblo que ha pasado, literalmente, por todo tipo de calamidades. La consecuencia más directa y perjudicial para esta ficción es que las tramas principales, en teoría más complejas y profundas, deben relatarse y resolverse de forma más urgente, con menos tiempo y, por lo tanto, más apresurada. Al final, da la sensación de que nos encontramos con una temporada de transición en la que era necesario eliminar cierta carga dramática para permitir que florezcan elementos nuevos, como el personaje interpretado por Erinn Westbrook (serie Glee), que parece llamado a tener una cierta relevancia en el futuro de la producción.

Elementos nuevos y romances nuevos, porque si algo no ha perdido la serie es ese espíritu telenovelesco adolescente en el que las parejas se intercambian en menos de lo que dura un capítulo. Si algo hay que reconocerle a esta temporada es su capacidad para hacer evolucionar los diferentes love interest de la trama hasta extremos casi insospechados. Es cierto que eso siempre ha estado ahí, pero al combinarlo con el suspense y los crímenes que resuelven los jóvenes protagonistas se convertía en un atractivo trasfondo que contrastaba bien con los ingredientes más oscuros de la trama. En esta etapa, sin embargo, la confusión de historias hace que estas idas y venidas románticas adquieran más protagonismo, pero también resulten menos coherentes, sobre todo ese triángulo formado por los roles de Apa, Lili Reinhart (Estafadoras de Wall Street) y Camila Mendes (Palm Springs) que, por fin, parece haberse resuelto.

Esta quinta temporada de Riverdale, por tanto, se antoja más como un pequeño desierto narrativo y dramático en el conjunto de la historia. Sus creadores parecen haber aprovechado los efectos que la pandemia tuvo en el rodaje, obligando a suspender la cuarta etapa y retomándola al comienzo de esta quinta, para dar un salto hacia adelante. El problema es que ese salto comenzó haciéndose sin tener claro cómo, y da la sensación de que estos episodios se han ido construyendo de forma casi inmediata para dar por finalizados arcos argumentales que estaban adoleciendo de una fatiga dramática alarmante. Sin embargo, lejos de centrarse en esas conclusiones, la serie opta por combinarlas con nuevas tramas y nuevos personajes, tantos que no llegan a tener una estructura orgánica que dé lugar a un desarrollo natural de los acontecimientos. Esperemos que la sexta temporada recupere un poco el sentido original de una serie que empieza a tener signos de cansancio.

‘Riverdale’ se pierde entre demasiadas tramas en su 3ª temporada


Riverdale se ha caracterizado, desde sus inicios, en su poco miedo a reinventarse constantemente. La serie creada por Roberto Aguirre-Sacasa (Carrie) ha sabido alejarse del tono limpio de los cómics en los que se basa para reconvertir las historias de este grupo de adolescentes en una mezcla de intriga, romance adolescente y aventura de instituto. Pero en su tercera temporada esta ficción ha llevado esta máxima hasta un límite que ha roto la magia que unía todo, convirtiendo la producción en una sucesión de giros argumentales a cada cual más inexplicable, en algunos casos absurdos y, en la mayoría de ellos, carentes de demasiado interés.

El porqué de esto es sencillo. Las primeras temporadas de la serie tenían un arco argumental principal muy bien definido. En él participaban todos los protagonistas, en mayor o menor medida. Y las pocas historias secundarias existentes no solo estaban a la sombra de la principal, sino que se limitaban a un par de personajes, siendo el resto componentes de un mosaico de fondo enriquecedor y, por momentos, capaz de robar algo de protagonismo a los cuatro héroes de turno. Pero en los 22 episodios que ahora nos ocupan todo eso ha cambiado. Los protagonistas no tienen un rumbo fijo y, lo que es más preocupante, las historias principales y secundarias se confunden hasta el punto de coexistir en un mismo grado de relevancia dramática, generando un caos argumental innecesario en el que los personajes no encuentran un sendero claro por el que avanzar. Dicho de otro modo, la existencia de tantas historias impide al espectador discernir el objetivo principal de esta etapa, y con ello los personajes abandonan sus metas y motivaciones para convertirse en meros peones de una partida de rol fallida (y esto, para aquellos que hayáis visto la serie, os sonará de algo).

La prueba más evidente de esto está en el protagonista interpretado por K.J. Apa (Nuestro último verano). La labor del actor en esta tercera temporada de Riverdale es encomiable, sobre todo por ser capaz de aguantar el tipo con un rol incapaz de definirse. Posiblemente haya pocos personajes que hayan pasado por tantas fases dramáticas como Archie Andrews, que en apenas un puñado de episodios pasa de ser presidiario a prófugo, de prófugo a estudiante y de ahí a boxeador. Eso por no hablar de su participación en esa macropartida de rol que abordaremos más adelante. Al final, el espectador se encuentra con la misma sensación de desorientación que el héroe, es cierto, pero eso no beneficia al conjunto dramático, más bien al contrario, resta interés al devenir de un personaje que parece incluirse en un ámbito diferente cada dos por tres solo por exigencias del guión (eso sí, sin camiseta).

Y luego nos encontramos con la trama supuestamente principal. La partida de rol que deben desentrañar los jóvenes héroes de esta ficción tiene todos los elementos para ser un juego psicológico tan sádico como tétrico. Y de hecho lo es en muchos episodios. El problema es que a lo largo de la misma se van introduciendo tantos elementos disuasorios que terminan por echarse a perder, eso por no hablar del uso nada disimulado de los personajes secundarios, que tan pronto están sumergidos de lleno en esta espiral de locura que es ‘Grifos y gárgolas’ como se dedican a otros menesteres, como si el juego de rol dejara de tener relevancia en una ciudad inmersa a todos los niveles en la obsesión que genera este juego. Es esa falta de continuidad en determinados episodios lo que crea desconexión, no tanto del desarrollo general de la serie como de sus personajes y de ciertas tramas secundarias que tienden a ocupar más espacio narrativo del que teóricamente deberían.

El Rey y la Capucha

La resolución de esta temporada de Riverdale es igualmente… extraña, por decirlo de algún modo. Si bien las motivaciones que se esconden detrás tienen una interesante carga dramática, vinculando además todas las temporadas y convirtiendo la serie en un producto global (no únicamente en aventuras que empiezan y finalizan con cada etapa), el modo de resolverlo cuenta con unos giros argumentales algo excesivos, recuperando personajes presuntamente muertos y creando una especie de clímax de pesadilla en el que los acontecimientos se convierten en una sucesión de puntos de giro a cada cual más irreal (incluso bajo la premisa de esa última partida de rol que comienza de un modo ciertamente atractivo). En realidad, es un final acorde a la temporada; el problema es que la temporada ha sido, de por sí, un delirio constante de idas y venidas dramáticas muchas veces desvinculadas unas de otras.

Un claro ejemplo es todo ese arco argumental centrado en el personaje de Lili Reinhart (Alguien está vigilándote) y esa comunidad sectaria en la que se introducen familiares y amigos. A pesar de los intentos por incluirla y vincularla con el resto de tramas, en ningún momento logra ser parte de la historia de la serie, convertida más en una suerte de apéndice con vida propia al que recurrir en determinados y necesarios momentos. El hecho de que los personajes se vayan introduciendo en ese universo paralelo cada vez más y que, sin embargo, no parezca tener efectos en la vida de la serie más allá de secuencias puntuales es algo que termina por debilitar al conjunto, que parece temeroso de explorar esta historia y ver sus posibilidades dramáticas reales. Solo al final del trayecto, cuando todo se precipita, adquiere interés. El hecho de que hayan quedado las puertas abiertas a continuar este arco dramático en la cuarta temporada da una idea de que tal vez, y solo tal vez, habría sido mejor dejar los tejemanejes de esta secta para otro momento, y destinar todos los esfuerzos a la partida de rol en vivo que los personajes son obligados a jugar.

La serie deja varios momentos muy interesantes. Sin ir más lejos, esa recreación de la vida de los personajes adultos durante su etapa de instituto, utilizando para ello a los actores jóvenes (que, por cierto, adquieren notablemente bien los gestos y rasgos definitorios de los adultos) y vistiéndoles, al menos en un primer momento, de forma muy parecida al cómic, en especial a Jughead. Asimismo, el desarrollo de la vida personal del rol al que da vida Cole Sprouse (La magia de Santa Claus) también permite ampliar la mirada sobre este universo adolescente, y aunque es víctima del tratamiento errático de la serie a todos sus elementos, no deja de ofrecer aspectos enriquecedores que, esperemos, tengan continuidad en el futuro de esta ficción. De hecho, no es únicamente esta trama secundaria la que resulta interesante, lo que invita a pensar que sus creadores siguen haciendo crecer el trasfondo sobre el que se dibujan las tramas principales, aunque en este caso lo hacen de un modo algo irregular.

El principal problema de la tercera temporada de Riverdale es la excesiva carga de líneas argumentales. Para que cualquier ficción funcione de forma orgánica es necesario que exista una trama principal y varias secundarias, eso es indudable. Pero a esta definición hay que añadir que el peso dramático de cada una de ellas tiene que ser diferente. Tienen que complementarse. Y en esto es en lo que ha fallado la serie en esta etapa, planteando varios arcos dramáticos con un mismo peso específico, lo que obliga a destinar tiempo y metraje para su desarrollo, restándoselo a otros elementos que, por desgracia, hacen que la serie cojee en muchos momentos, perdiendo algo de interés y, lo que posiblemente sea la peor parte, presentando una evolución errática y sin consolidar las motivaciones de los personajes. Solo cabe esperar que la serie vuelva a una senda algo más pausada, manteniendo ese espíritu de reinventarse constantemente pero sin los excesos de estos episodios.

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