‘Riverdale’ se suma a la moda de los superhéroes en su 6ª T.
19/09/2022 Deja un comentario
Supongo que cuando la serie Riverdale ponga punto final a su emisión, alguien, da igual si es creador, actor o director de este show televisivo, explicará la extraña evolución que ha tenido esta producción a lo largo de los años. Porque ha pasado de ser una reinterpretación en clave de thriller juvenil de un clásico cómic a una suerte de lucha entre el bien y el mal en clave mafiosa para terminar con los protagonistas convertidos en superhéroes con poderes. Todo ello en apenas seis temporadas. Y todavía queda, al menos, una séptima.
Suelo ser bastante receptivo a cualquier historia de superhéroes, siempre que esté bien hecha y con un cierto sentido. Pero lo que ocurre en los 22 episodios de esta sexta etapa de la serie creada por Roberto Aguirre-Sacasa (serie Katy Keene) es simplemente bizarro, por no utilizar un término peor. Utilizando como punto de partida una explosión, la ficción toma una dirección completamente nueva, componiendo una realidad alternativa en un lugar llamado Rivervale, con todo lo visto hasta ahora en formato cómic creado por uno de los protagonistas de la trama. Y resulta muy interesante analizar cómo funciona la historia partiendo casi de cero y aprovechando todo lo narrado hasta ahora para sentar las bases de una nueva realidad. La serie juega con el espectador, al que exige un acto de fe al que, en cierto modo, responde con acierto en el desarrollo posterior del arco argumental.
El problema no es ese. Ni siquiera las raíces colonialistas del conflicto central de esta temporada de Riverdale. De hecho, esto resulta hasta divertido. No, el principal problema de la serie, y no es únicamente de esta etapa, es el devenir de unos personajes que parecen cansados de sí mismos. En esta trama de realidades paralelas, cabría comprender que en uno de esos mundos alternativos los héroes de la ficción tuvieran poderes. Lo que es más difícil de aceptar es que, a raíz de la explosión y bajo una explicación más bien exigua, los protagonistas adquieran poderes como si de los X-Men se tratara. Es el punto final a una evolución dramática que es un tanto caótica, incapaz de dar un sentido lógico a las decisiones de sus personajes, que han ido perdiendo matices dramáticos con el paso de las temporadas hasta quedar desdibujados.
Y conforme se ha ido produciendo esta evolución (o involución, según se mire) de los personajes, así ha ido cambiando la serie temporada tras temporada. La falta de unos roles fuertes y bien definidos permite a sus creadores llevar la trama por los derroteros más inverosímiles posibles sin que esto genere ningún tipo de conflicto no solo con lo narrado previamente, sino con las propias decisiones de los personajes, que han asumido ser unas meras personificaciones de una personalidad básica. Y de ahí no se mueven sean cuales sean las circunstancias. Y si su personalidad choca con alguna circunstancia, pues se cambia esta última de modo que los personajes permanezcan impertérritos. Es, precisamente, lo opuesto a lo que debería ser una historia.
Mitos y leyendas
Así las cosas, no es de extrañar que la sexta temporada de Riverdale haya llevado la trama hasta el extremo de juntar superpoderes, brujería, satanismo, viajes en el tiempo y universos paralelos. Una peligrosa combinación que deja algunos capítulos interesantes, sobre todo en el apartado visual. Pero también deja algunos momentos risibles y otros, directamente, para olvidar. Pero sobre todo, y esto puede que sea lo más interesante desde el punto de vista del guion y la estructura dramática, define muy bien el nivel de protagonismo de cada personaje. O mejor dicho, hace una clara distinción entre aquellos roles que son principales (básicamente todos los jóvenes) y los secundarios (los adultos), hasta el punto de convertir a estos últimos en peleles incapaces de luchar contra un encantamiento (algo que sí hacen los protagonistas).
Puede parecer una forma algo burda, pero encaja en el perfil de una serie que ha ido claramente de más a menos en estos años. Por centrarnos en la sexta temporada como tal, el uso que hace de los poderes permite a sus creadores definir claramente cada uno de los personajes, no tanto sus motivaciones como su rol dentro de la serie, e incluso en el caso de alguno de ellos, a reubicarlos dentro del conjunto. Es igualmente interesante cómo aprovecha para recuperar algunos personajes y resolver algunos conflictos que se habían ido arrastrando de una temporada a otra. Todo esto, claro está, en los marcos que define la propia serie. La cuestión que se plantea, una vez finalizados los 22 capítulos, es si esto es suficiente para sostener la trama. La respuesta es negativa, sobre todo porque, más allá de superpoderes o personajes arquetípicos, la historia de esta etapa parece moverse en círculos, como si no fuera capaz de avanzar hacia un final claro. O como si le sobrasen unos cuantos episodios.
De hecho, la lucha entre el bien y el mal que se plantea podría haber resultado muy interesante si no se hubiera desarrollado con constantes tira y afloja del héroe y el villano. Si en un episodio ganaba uno, en el siguiente era el otro quien se llevaba el gato al agua. Y si no, en un único capítulo se producía ese balance de un lado a otro de la historia. Todo para que el final fuera el esperado, sin más sorpresas que conocer la identidad del antagonista y descubrir las referencias a Stephen King que se esconden en varios momentos del arco dramático. Visto en perspectiva, el tratamiento que se le ha dado a esta sexta temporada es interesante a grandes rasgos, pues aprovecha las estructuras dramáticas para componer diferentes tramos argumentales y mantener al espectador en un cuestionamiento constante de lo que está viendo. Pero cuando baja al detalle, la ficción se deshilacha y pierde fuerza.
Personalmente, esta sexta temporada de Riverdale es la menos sólida de todas las vistas hasta ahora. Visualmente sigue siendo atractiva, con algunos recursos narrativos muy interesantes, pero en la parte narrativa ha perdido el norte considerablemente. El hecho de que se convierta en superhombres y supermujeres a los protagonistas, más allá de la anécdota, es un síntoma de la falta de orientación dramática de la historia, que en cada temporada opta por algo que poco o nada tiene que ver con lo anterior. La ficción ha pasado de unos jóvenes resolviendo crímenes a la lucha por el «alma» de la ciudad, y ha terminado por llevar esa lucha entre el bien y el mal a terrenos peligrosos. No tanto porque no sea posible (al fin y al cabo, es una ficción bastante abierta), sino porque no tiene coherencia con todo lo visto hasta ahora. Es una lástima, porque dentro de sus posibilidades y sus limitaciones, podría haber dado mucho de sí si los personajes hubieran mantenido una definición algo más compleja y profunda.