‘Los Juegos del Hambre: Sinsajo I’: sin hambre y sin revolución


Jennifer Lawrence encabeza la revolución en 'Los Juegos del Hambre: Sinsajo. Parte 1".Es entristecedor comprobar cómo una saga cinematográfica se deja llevar peligrosamente hacia la ruina. Sin que ‘Los Juegos del Hambre’ haya sido nunca una buena serie de películas, lo cierto es que la primera fue algo mejor que la segunda, y esta indiscutiblemente mejor que la tercera… y presumiblemente que la cuarta, dado que ambas son una única historia. No me cabe duda de que muchos de los problemas que acumula esta nueva aventura protagonizada por Jennifer Lawrence (Winter’s bone) recaen precisamente en eso. Muchos, pero no todos.

Porque a pesar de tener un final que no es un final; a pesar de ser una especie de película puente hacia una conclusión mayor; a pesar de todo, una de las grandes debilidades de Los Juegos del Hambre: Sinsajo. Parte 1 reside en su desarrollo dramático, que se queda a medio camino de todo. Esta especie de drama adolescente enmarcado en una revolución no termina de definirse como un drama en el que la protagonista se vea abocada a elegir entre su mejor amigo y su verdadero amor. Los dilemas románticos quedan aparcados en favor de una supuesta revolución que apenas se muestra en dos o tres ocasiones. Entonces, ¿qué es lo que ocurre a lo largo de las dos horas de película? Pues en realidad, poca cosa. La línea argumental principal es una especie de toma y daca entre la protagonista y el personaje de Donald Sutherland (Orgullo y prejuicio), quien vuelve a conquistar la pantalla por encima del resto de actores. Y eso que el reparto es espectacular.

Todo ello no quiere decir que la labor de Francis Lawrence (Soy leyenda) como director no sea correcta. Visualmente la película resulta interesante, incluso entretenida en sus primeros compases, cuando transcurren las secuencias más dinámicas de la trama. Pero su pulso narrativo decae conforme decae el ritmo de un guión que se deja llevar. Por otro lado, tanto Lawrence director como Lawrence actriz dan la sensación de contener el dramatismo del personaje principal en un intento de acercar la historia a una juventud que no quiere intensidad emocional, o al menos eso se debe creer desde los estudios de Hollywood. El carácter contenido de la protagonista, a la que este papel le vino como anillo al dedo en sus inicios pero que ahora se le queda tremendamente corto, no es ninguna ayuda al carácter general de la historia.

Desde luego, Los Juegos del Hambre: Sinsajo. Parte 1 tiene el enorme problema de ser, en realidad, el planteamiento y el comienzo del nudo de una historia mucho mayor. Posiblemente si este film se ve de forma consecutiva con la segunda parte, a estrenar en un año, la sensación sea muy distinta. Pero en un afán recaudatorio se ha elegido este dichoso formato que no hace ningún bien a nadie, salvo a las productoras y sus arcas. El resultado es un film que se desinfla en su segunda mitad de forma alarmante, que no logra definirse entre revolución y romance, y cuyos protagonistas parecen más interesados en obtener los réditos rápidamente que en dar vida a sus personajes. A los seguidores de la saga literaria de Suzanne Collins les resultará emocionante; a los que hayan seguido la saga cinematográfica terminará resultando un poco tediosa; al resto posiblemente ni siquiera le interese.

Nota: 5,5/10

‘Asalto al poder’: cuando McClane encontró a Obama


Channing Tatum y Jamie Foxx protagonizan 'Asalto al poder', de Roland Emmerich.La verdad es que desconozco por completo si en alguna futura entrega de la saga Jungla de Cristal existe la intención de que su protagonista, John McClane, salve al presidente de los Estados Unidos. Pero si es así, mejor que lo modifiquen, porque la idea se la han robado a cuatro manos entre el guionista James Vanderbilt (Zodiac) y el realizador Roland Emmerich (Independence Day). El resultado, por supuesto, no llega al nivel de la primera Jungla de cristal, pero tampoco lo pretende. Es, simple y llanamente, un entretenimiento, una sucesión constante de tiros, peleas y sentido del humor que conforman una autoparodia donde todo es susceptible de ser ridiculizado. Incluso el actual líder del mundo libre, pues no es casual que sea una persona de color cuyo objetivo es terminar con la guerra en Oriente Medio preparando un tratado de paz.

El principal problema de Asalto al poder es precisamente eso: que es un mero entretenimiento. No debería ser así, pero el hecho de que lo único que importe sean los tiroteos y la destrucción de iconos norteamericanos convierte la trama en una excusa. Tanto que cuando realmente necesita encontrar una explicación a lo sucedido el espectador recibe no una, sino múltiples motivaciones diferentes de lo que sucede dentro de la Casa Blanca. Por no hablar del hecho de que muchas de las resoluciones a los villanos de turno son un tanto absurdas, al más puro estilo ‘deus ex machina’ de la Grecia clásica. Vanderbilt compone un guión que oscila constantemente entre el humor de unos personajes humanizados (repito, al más puro estilo McClane) y unas secuencias de acción que, la verdad, no reflejan fielmente el abultado presupuesto de la película salvo en algún momento con aparatosos accidentes de por medio.

La falta de argumento queda casi patente desde el primer minuto. Con apenas un par de detalles la película presenta a sus personajes y los bandos en los que militan (buenos y malos, sin grises intermedios), ahorrándose la necesidad de explicaciones que solo lastrarían el ritmo del film, que por cierto no decae nunca, algo complicado en cualquier relato. Pero el hecho de que apenas exista un desarrollo dramático no impide, sin embargo, que la película no se disfrute, aunque exige del espectador una mente abierta al disfrute más básico. Por otro lado, las similitudes con la película de John McTiernan (Depredador) no se limitan solo al espíritu del film. Channing Tatum (Todos los días de mi vida) se esfuerza en parecerse al personaje de Bruce Willis (Los sustitutos) en todos los aspectos, físico y moral. Falta una frase emblemática, eso sí, pero por lo demás lo tiene todo.

En el fondo, Asalto al poder es lo que promete cualquier película de Emmerich. Es acción, es humor y es patriotismo. No es historia, una pena. Pero al igual que le ocurría a Objetivo: La Casa Blanca, en el fondo es lo de menos. Lo que al final queda es la impresión de una película simpática, sin grandes exigencias y con detalles de humor que reflejan, consciente o inconscientemente, el ridículo que puede hacer el ser humano (y los sistemas de seguridad del «país más seguro del mundo») en situaciones para las que no está preparado. Todo lo demás es buscarle los tres pies al gato de una película que representa los últimos coletazos del cine veraniego y palomitero.

Nota: 6/10

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