‘Believe’, o la incredulidad de una serie mal planteada en su 1ª T


Jake McLaughlin y Johnny Sequoyah protagonizan 'Believe', creada por Alfonso Cuarón.Hace no demasiados meses una serie que llevaba por título Touch tuvo que ser cancelada tras su segunda temporada. Evidentemente, cuando esto ocurre suele ser por una confluencia de motivos que dan como resultado una pérdida alarmante de espectadores. Sin duda uno de los motivos fue un desarrollo circular al que le costaba avanzar y, lo más alarmante, no desarrollaba como debería la relación paternofilial protagonista, convirtiendo al adulto en una especie de pelele a las órdenes de un niño cuyo misterio, en cambio, sí se desarrollaba. Traigo a colación esta fallida serie porque prácticamente todo lo que le ocurrió es lo que ha vuelto a pasar en Believe, producción anunciada como uno de los pesos pesados de la temporada que apenas ha logrado cubrir los 12 episodios de su primera entrega.

La serie, creada por Alfonso Cuarón (Gravity) y Mark Friedman (Regreso al infierno) y con el respaldo de J.J. Abrams (serie Perdidos), narra la persecución que sufre una niña con habilidades especiales por parte de un científico que la ha criado en sus primeros años de vida y que ve en ella el siguiente paso en la evolución. Para evitar que la capturen un grupo encabezado por un psicólogo que ha estado con la pequeña desde su nacimiento decide sacar de la cárcel a un hombre que afirma ser inocente para que la proteja. En líneas generales, ésta es la premisa inicial del argumento, y por desgracia es el desarrollo de la temporada. En efecto, el gran problema del arco dramático es que no logra avanzar hasta sus instantes finales, momento en el que resulta del todo innecesario. Muchos de los episodios se pueden entender casi como fotocopias en las que lo único que cambian son las personas a las que la pequeña, interpretada por una casi desconocida Johnny Sequoyah, trata de ayudar con sus poderes.

El hecho de que los villanos de turno estén siempre a rebufo de lo que ocurre en la trama principal, así como el fenómeno (y este sí que es inexplicable) de que la relación entre el hombre encargado de proteger a la niña (interpretado por Jake McLaughlin, visto en El invitado) y la pequeña se atasque siempre en el mismo punto (ella quiere ayudar; él no; él termina cediendo) terminan convirtiendo Believe en un producto sin intriga con algunas secuencias de acción y fantásticas más o menos notables. La falta de solidez dramática, que en esta ocasión se genera por la combinación de argumento y personajes, es su principal handicap, derivando en un bucle del que sus responsables no son capaces de sacarla. El principal efecto de dicho bucle es la sensación de estar ante una serie de incongruencias en la definición de los personajes, en sus decisiones y en sus actos. Que los protagonistas siempre terminen siendo descubiertos por un error suyo no hace sino confirmar que no evolucionan, condenados a cometer una y otra vez las mismas acciones, lo que a su vez lleva a que el desarrollo de cada episodio sea siempre igual.

El otro gran problema de la serie es la deriva que vive el desarrollo de la trama. A lo largo de estos capítulos el argumento queda salpicado por la presencia de una serie de secundarios que aparecen con visos de una relevancia notable y, posteriormente, se quedan en meras presencias testimoniales para, supuestamente, dar fe de la bondad de los buenos y la maldad de los malos. Roles como el de la agente del FBI encargada de perseguir a la niña y su protector o el del asesino que busca a la pareja como si de un sabueso se tratara nacen con la intención de aportar nuevos matices a la historia, o al menos dotar de nuevos puntos de vista a los fenómenos que en principio deberían sucederse en cada episodios. Solo la primera tiene algo más de relevancia, pero en líneas generales ni el papel interpretado por Trieste Kelly Dunn (serie Banshee) ni el interpretado por Nick Tarabay (serie Spartacus) alcanzan dichas cotas, limitándose a rellenar algunos minutos y protagonizar alguna secuencia de transición.

Sin efectos no hay gloria

Y hablando de los fenómenos que la joven protagonista es capaz de realizar, es imprescindible señalar la ausencia casi total de dichos efectos a lo largo de la serie. Salvo episodios muy concretos, el desarrollo del arco dramático se traduce en una especie de intriga por descubrir la forma en que el papel interpretado por Sequoyah va a lograr salvar las vidas de los personajes que centran la atención en cada episodio. Sí, hay momentos muy conseguidos, sobre todo en el episodio piloto y en su espectacular clímax del episodio final, pero en líneas generales Believe debería ser eso mismo, una producción en la que creer. Y eso, a falta de una solidez dramática y narrativa solvente, debe suplirse con unas situaciones que potencien los motivos por los que la pequeña es perseguida y protegida. Si lo comparamos con la ya mencionada Touch, esta jugaba con la idea de que todo está conectado, lo cual es, por su propia definición, intangible; en el caso de la serie de Cuarón los poderes de la pequeña Bo Adams son, o al menos eso se deja entrever, físicos.

El efecto de esa falta de espectacularidad en los efectos redunda en la idea de estar ante una persecución cuanto menos irreal. Los personajes, sobre todo el villano interpretado por Kyle MacLachlan (serie Sexo en Nueva York), hacen hincapié a través de sus diálogos en que la protagonista es especial y única. Empero, las imágenes no terminan de definir claramente dicha singularidad. Es más, a medida que se va conociendo algo más de ese mundo en el que sus responsables quieren que creamos la conclusión a la que puede llegar el espectador es diametralmente opuesta. Existe en este sentido una cierta indefinición en cuanto a los poderes que unos y otros personajes poseen, lo que a la larga provoca una cierta desubicación del espectador, que no sabe a qué atenerse ante determinadas situaciones. A esto habría que sumar la presencia de un reparto que no aporta demasiado a sus personajes, tanto por la definición de los mismos como por la labor de los actores.

Todo esto me lleva a plantear una duda que cada vez es más constante y que, creo recordar, ya ha aparecido en Toma Dos. He de confesar que considero a J.J. Abrams uno de los directores con más potencial de los últimos años. Su aportación a la televisión y al cine es indudable, y ha sabido desarrollar un estilo formal y narrativo propio. Dicho esto, las producciones que avala para la pequeña pantalla tienen, en líneas generales, el mismo problema: un prometedor comienzo y un final desastroso. Algunas logran solventarlo, pero aquellas que no son capaces de sobreponerse evidencian una ausencia total de criterio a la hora de plantear una historia. Casos como el de esta serie son la mejor prueba. Si uno lee su sinopsis general es evidente que la historia tiene potencial, pero no así su desarrollo. El resultado de todo esto está siendo el de estar ante un productor/creador con ojo clínico para historias frescas y novedosas pero que no es capaz de desarrollarlas, lo que redunda en su propio perjuicio.

Posiblemente si Believe no contara con nombres como el de Cuarón o el de Abrams su fiasco (porque no hay otra palabra) no habría pasado de una reseña en algún medio especializado. En realidad, sus errores (muchos) y sus virtudes (pocas) son comunes a un alto número de producciones, por lo que tampoco debería ser noticia que no logre superar su primera temporada. Pero los padrinos son los que son, y uno de ellos con un Oscar bajo el brazo, ni más ni menos. Es por eso que todo el mundo esperaba algo más de este producto. Algo más que unos personajes sin demasiados claroscuros; algo más que una trama con un desarrollo escaso y plagado de tópicos; y algo más que una serie incapaz de desarrollar líneas dramáticas básicas como las relaciones entre los personajes. Desconozco si a la hora de plantear el proyecto se conocían los precedentes de series similares, pero lo que está claro es que los errores han sido los mismos. Ver para creer.

‘Spartacus: Venganza’ pierde músculo y gana dramatismo e intriga


Hace unos meses saltaba la noticia de que la serie Spartacus, esa particular visión del famoso esclavo convertido en gladiador y líder de una de las revueltas más importantes en el seno de Roma, iba a llegar a su fin con la tercera temporada. Con ese anunciado final, tanto en la estructura narrativa como en el desarrollo dramático (quién más quién menos conoce el trágico final de esta rebelión), se pondrá fin a un producto atípico para la pequeña pantalla que ha vivido todo tipo de vicisitudes, entre ellas la inesperada muerte de su protagonista. Su segunda temporada, subtitulada Venganza, supone un claro ejemplo de las necesidades de cambio a las que se ha visto abocada la serie, y que curiosamente la han hecho evolucionar hacia un producto más interesante y violento, mucho más violento.

Sin duda, la muerte de Andy Whitfield (The clinic) ha dado lugar a dos elementos de lo más dispar. Por un lado, la elección de Liam McIntyre (Ektopos) como nuevo protagonista, un Espartaco mucho menos salvaje y más racional cuyos músculos parecen reducirse al mismo tiempo que se desarrolla su capacidad de liderazgo y su valor como estratega. Personalmente, el actor original poseía un carisma mucho mayor que su sustituto. Ofrecía aquel una visión más agresiva, más física y visceral de un hombre marcado por el hierro, la batalla y la sangre.

Pero además, la enfermedad del difunto Whitfield obligó a los responsables de la serie a realizar una precuela protagonizada por otro gladiador, el cual ha sido aprovechado con mucha fortuna en esta segunda temporada, introduciendo un elemento extraño en un grupo ya de por sí muy variopinto. Dicho personaje, caracterizado por su independencia y su autoestima, se convierte por derecho propio en un reflejo de lo que podría llegar a ser el propio Espartaco, lo que completa el cuadro dramático y aporta nuevas líneas argumentales a explorar, algunas ya tratadas en estos 10 capítulos (como su conflicto con uno de sus «hermanos» o su instinto por proteger su libertad ganada batalla tras batalla).

Entrando de lleno en todo lo que acontece en esta continuación, hay que decir que Spartacus: Venganza abandona por motivos obvios el mundo de los gladiadores para abrir sus escenarios digitales a todo un imperio. En este sentido, la producción gana en dramatismo (los seres queridos perdidos, las muertes de amigos y amantes) e intriga, y pierde músculo… literalmente. Aquellos que hayan visto la primera temporada posiblemente recuerden dos elementos: los cuerpos perfectamente trabajados de los actores y la cantidad de sangre falsa que brota de los cortes realizados por los gladius. Ahora, si bien los actores siguen presentando un físico apabullante, los cuerpos semidesnudos resultan más naturales, más acordes a la situación en la que se ven inmersos (exceptuando algunos casos puntuales), y que no es otra que su huída hacia el Vesubio.

Violencia contenida e intrigas palaciegas

Una de las cosas más curiosas de Spartacus: Sangre y arena fue la combinación por episodios de la trama intrigante y de la trama violenta. Si un capítulo se dedicaba a mostrar a los gladiadores luchando, el siguiente se esforzaba por desarrollar una historia donde los romanos tratan de ascender a base de conspirar contra sus semejantes. Pues bien, esta segunda temporada ofrece esto mismo pero mucho mejor entrelazado. Cada episodio cuenta, por tanto, con un escenas de violencia extrema unidas y, en muchos casos, derivadas de los planes por ascender en la escala social romana.

En este contexto es importante señalar que dichas intrigas palaciegas vienen derivadas, precisamente, de la revuelta de Espartaco, auténtico detonante de la caída en desgracia de la familia de un pretor y de los intentos de éste por volver al lugar que le corresponde. Permite además un posicionamiento claro de todos y cada uno de los personajes supervivientes de la masacre con la que concluyó la primera temporada, llevándolos al extremo de sus posibilidades dramáticas. Tal vez el caso más evidente sea el de Ashur, personaje con el que Nick Tarabay (serie Crash) hace una labor impecable en su faceta de hombre sin escrúpulos cuyas únicas motivaciones son la venganza y el dinero.

Pero que nadie se llame a engaño. Este nuevo Spartacus sigue fiel a su estilo visual heredero de la película 300 (2006). Peleas a cámara lenta, espacios generados por ordenador y mucha violencia se mantienen como sus señas de identidad. La principal diferencia en este aspecto cabe encontrarla en la distribución de esa violencia, pues resulta mucho más contenida a momentos clave de la trama. Sí, la sangre fluye a borbotones durante cada capítulo. Sin embargo, los instantes más memorables se reducen a unos pocos, aunque eso sí, inolvidables. De entre ellos destacan los choques entre el ejército rebelde y el romano, con especial atención al episodio final, un más que digno heredero de la conclusión de la primera temporada, o algunas muertes en el seno de la casa romana donde los odios y las venganzas dan lugar a auténticos frescos dantescos.

En definitiva, este Spartacus: Venganza supone una evolución positiva de todos los elementos de la primera temporada. Manteniendo el espíritu visual y conceptual del conjunto, sus responsables han sabido integrar de forma mucho más natural el desconfiado mundo de la política romana con la lucha por la libertad y los anhelos de venganza de los gladiadores rebeldes. Quien disfrutó con la primera temporada a buen seguro que encontrará un más que digno sucesor; quien se escandalizó con el contenido en un primer momento, es más que probable que no aguante un visionado completo de esta venganza.

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