‘Spartacus: La guerra de los condenados’, brillante final para el mito


'Spartacus' encuentra su final en la tercera temporada.Hace unos cuatro meses concluyó uno de los experimentos más interesantes de la ficción moderna en televisión. Y digo «experimento» porque es difícil encontrar una cadena de televisión que apueste por un producto como Spartacus en su primer intento de producir algo propio. Como todo el mundo sabrá a estas alturas, esta revisión de la leyenda del gladiador que se levantó en armas contra Roma ha tenido un recorrido irregular y algo tortuoso, marcado principalmente por la inesperada muerte de su protagonista, Andy Whitfield (Gabriel). Tres temporadas y una precuela es el balance que deja la serie, amén de múltiples miembros amputados, violentas muertes y sangre, muchísima sangre. La última temporada, que lleva por subtítulo La guerra de los condenados, es una especie de regresión a los orígenes dramáticos de la serie, combinando intriga y violencia con la efectividad que ha caracterizado siempre al show.

Pero, ¿qué significa esto de la regresión? Una de las cosas más interesantes que tenía aquella primera temporada subtitulada Sangre y arena era que distribuía a partes iguales los feroces combates en la arena con las intrigas políticas en la Roma clásica, siempre con el telón de fondo de la amenaza de la inminente rebelión de esclavos. Sin embargo, si un episodio se destinaba a la violencia, otro tenía necesariamente que contener intriga. La siguiente temporada, sin embargo, centró más su atención en la intriga, principalmente por la obligación de narrar el periplo de Espartaco y los suyos por escapar de Roma. El contenido dramático de esta última, que desde su primer episodio ya anuncia el inevitable y amargo final de los protagonistas, ha entremezclado a la perfección ambos elementos, ofreciendo un espectáculo visual inteligente e interesante en el que las intrigas entre ambos bandos (y dentro de cada uno de ellos) tenían como único fin ganar la guerra.

Se podría decir en este sentido que esta tanda de 10 episodios es la más brillante de todas. Por supuesto, para gustos los colores, pero de lo que no cabe duda es de que su creador, Steven S. DeKnight (serie Smallville), ha sabido aportar algo más a la serie de lo que tenía en un principio. De hecho, lo pone en boca del protagonista, de nuevo interpretado por Liam McIntyre (Ektopos) de forma más que solvente. Dado que en la anterior temporada la motivación principal de estos gladiadores, la venganza, queda satisfecha, los guionistas han tenido que apoyarse en otra justificación: la propia libertad. Espartaco ya no lucha por derrotar a la República ni por ajusticiar a cuantos romanos se cruzan en su camino. Su único fin, generado entre otras cosas por su propia leyenda, es salvar a los miles de seguidores que tiene. No busca, por tanto, enfrentamiento, sino una salida a su cruzada.

Es esta línea argumental la que se desarrolla en esta tercera temporada, y lo hace jugando en todo momento con las emociones del espectador. En Spartacus: La guerra de los condenados se produce extraña sensación provocada por el conocimiento del final del protagonista y la impresión de que los responsables podrían reescribir la Historia otorgándole una salida. No sería extraño teniendo en cuenta que introducen en la trama el personaje de Cayo Julio antes de convertirse en César (Todd Lasance). El resultado es un mensaje de esperanza y de amargura, de libertad y de muerte, que está aderezado con algunas de las batallas y ejecuciones más violentas vistas en la serie. Y eso es decir mucho. Baste como ejemplo la Decimatio que tiene lugar en las filas romanas. Sin palabras.

En cierto modo, Spartacus se ha convertido en esta última temporada en un enfrentamiento intelectual y físico entre los dos grandes pilares que han sostenido toda la serie: romanos y gladiadores. Ya en Spartacus: Venganza se presentó parte de este enfrentamiento, pero el hecho de que la motivación fuera la venganza limitaba mucho las posibilidades dramáticas del conjunto. Ahora, y con la bandera de la libertad como estandarte, la serie se convierte en una lucha de ideologías, en un combate por defender unos estilos de vida muy diferentes. Curiosamente, y a pesar de las múltiples muertes que se producen en el bando de Espartaco, el resultado que cabría interpretar es que la libertad siempre termina imponiéndose, cueste lo que cueste.

Cuatro de los protagonistas de 'Spartacus: War Of The Damned'.Los cuatro mosqueteros

Y vaya si cuesta. Spartacus: La guerra de los condenados contiene algunos de los momentos más salvajes, espectaculares y violentos de toda la serie, como ya hemos comentado. Empero, lo que más llama la atención es la deificación de Espartaco y sus fieles lugartenientes, capaces de acabar ellos cuatro con varias unidades del ejército romano. A medio camino entre la sorpresa y la comicidad, las secuencias en las que ellos combaten casi en solitario son algunas de las más conseguidas, con unas coreografías que aprovechan al máximo los efectos digitales tan característicos del producto y las cámaras lentas que ha heredado de 300 (2006). Estos cuatro mosqueteros, además protagonizan algunas de las estrategias más interesantes de los 10 capítulos.

En este sentido hay que destacar que la tendencia vista en la temporada anterior se confirma: menos músculo y más calidad interpretativa. No seré yo quién defienda a capa y espada a los actores de la serie, la mayoría empezando sus carreras y muchos con limitaciones evidentes en los momentos más dramáticos. Sin embargo, funcionan mejor que en etapas anteriores, bien porque se conocen, bien porque el desarrollo emocional de todos ellos es mayor, otorgándoles la oportunidad de potenciar más su trabajo. La pareja formada por McIntyre y Manu Bennett (serie Arrow) se ha consolidado hasta convertirse casi en las dos facetas de un personaje del que se sabe más bien poco, como si ambos personajes fueran las dos motivaciones del verdadero Espartaco: acabar con Roma o alcanzar la libertad más allá de sus fronteras. Uno es la inteligencia, el otro la fuerza. Uno la destreza, el otro la valentía desmedida. Ambos forman un ser formidable. La muerte de uno supone un golpe mortal, tanto moral como físico.

Aunque tal vez el personaje que más atraiga sea el de Gannicus, interpretado por Dustin Clare (Goddess), no tanto por su carisma como por la evolución que ha tenido. Presentado en la precuela Spartacus: Dioses de la arena rodada durante la lucha contra la enfermedad de Whitfield, su recuperación en la segunda temporada fue un golpe de efecto interesante, pero su crecimiento en esta última ha sido ejemplar. No solo ha contado con sus propias tramas secundarias (ofreciéndole como enemigo eterno al mismísimo Julio César), sino que se ha erigido como el Espartaco colgado en la cruz. Para los que no hayan visto la temporada, uno de los episodios da comienzo con varios de los gladiadores afirmando ser Espartaco, en claro homenaje a la película de Stanley Kubrick (La chaqueta metálica) de 1960. Al final el verdadero líder de los esclavos no termina colgado, pero el simbolismo de crucificar en la vía Apia a uno de los que afirman ser él refleja el carácter de ficción histórica que ha manejado la serie.

Desde luego, la serie Spartacus no es un producto apto para todas las sensibilidades. Su apuesta por la violencia y la sangre ha teñido desde el primer momento el resto de pilares narrativos, mucho más interesantes y, a la larga, verdadera alma de la ficción. Sin embargo, sería muy injusto calificarla como simplemente un entretenimiento salvaje y visceral. La tercera temporada ha demostrado que hay algo más, unos conceptos dramáticos muy asentados y un desarrollo de personajes bastante más profundo de lo que podría esperarse. Es el ejemplo perfecto de que pueden combinarse ambas tendencias. ¡Ah! Para aquellos que hayan seguido toda la serie, imprescindible el homenaje del episodio final a todos los personajes que han pasado por la serie, incluyendo al Espartaco inicial. Emotivo como pocos.

‘Spartacus: Venganza’ pierde músculo y gana dramatismo e intriga


Hace unos meses saltaba la noticia de que la serie Spartacus, esa particular visión del famoso esclavo convertido en gladiador y líder de una de las revueltas más importantes en el seno de Roma, iba a llegar a su fin con la tercera temporada. Con ese anunciado final, tanto en la estructura narrativa como en el desarrollo dramático (quién más quién menos conoce el trágico final de esta rebelión), se pondrá fin a un producto atípico para la pequeña pantalla que ha vivido todo tipo de vicisitudes, entre ellas la inesperada muerte de su protagonista. Su segunda temporada, subtitulada Venganza, supone un claro ejemplo de las necesidades de cambio a las que se ha visto abocada la serie, y que curiosamente la han hecho evolucionar hacia un producto más interesante y violento, mucho más violento.

Sin duda, la muerte de Andy Whitfield (The clinic) ha dado lugar a dos elementos de lo más dispar. Por un lado, la elección de Liam McIntyre (Ektopos) como nuevo protagonista, un Espartaco mucho menos salvaje y más racional cuyos músculos parecen reducirse al mismo tiempo que se desarrolla su capacidad de liderazgo y su valor como estratega. Personalmente, el actor original poseía un carisma mucho mayor que su sustituto. Ofrecía aquel una visión más agresiva, más física y visceral de un hombre marcado por el hierro, la batalla y la sangre.

Pero además, la enfermedad del difunto Whitfield obligó a los responsables de la serie a realizar una precuela protagonizada por otro gladiador, el cual ha sido aprovechado con mucha fortuna en esta segunda temporada, introduciendo un elemento extraño en un grupo ya de por sí muy variopinto. Dicho personaje, caracterizado por su independencia y su autoestima, se convierte por derecho propio en un reflejo de lo que podría llegar a ser el propio Espartaco, lo que completa el cuadro dramático y aporta nuevas líneas argumentales a explorar, algunas ya tratadas en estos 10 capítulos (como su conflicto con uno de sus «hermanos» o su instinto por proteger su libertad ganada batalla tras batalla).

Entrando de lleno en todo lo que acontece en esta continuación, hay que decir que Spartacus: Venganza abandona por motivos obvios el mundo de los gladiadores para abrir sus escenarios digitales a todo un imperio. En este sentido, la producción gana en dramatismo (los seres queridos perdidos, las muertes de amigos y amantes) e intriga, y pierde músculo… literalmente. Aquellos que hayan visto la primera temporada posiblemente recuerden dos elementos: los cuerpos perfectamente trabajados de los actores y la cantidad de sangre falsa que brota de los cortes realizados por los gladius. Ahora, si bien los actores siguen presentando un físico apabullante, los cuerpos semidesnudos resultan más naturales, más acordes a la situación en la que se ven inmersos (exceptuando algunos casos puntuales), y que no es otra que su huída hacia el Vesubio.

Violencia contenida e intrigas palaciegas

Una de las cosas más curiosas de Spartacus: Sangre y arena fue la combinación por episodios de la trama intrigante y de la trama violenta. Si un capítulo se dedicaba a mostrar a los gladiadores luchando, el siguiente se esforzaba por desarrollar una historia donde los romanos tratan de ascender a base de conspirar contra sus semejantes. Pues bien, esta segunda temporada ofrece esto mismo pero mucho mejor entrelazado. Cada episodio cuenta, por tanto, con un escenas de violencia extrema unidas y, en muchos casos, derivadas de los planes por ascender en la escala social romana.

En este contexto es importante señalar que dichas intrigas palaciegas vienen derivadas, precisamente, de la revuelta de Espartaco, auténtico detonante de la caída en desgracia de la familia de un pretor y de los intentos de éste por volver al lugar que le corresponde. Permite además un posicionamiento claro de todos y cada uno de los personajes supervivientes de la masacre con la que concluyó la primera temporada, llevándolos al extremo de sus posibilidades dramáticas. Tal vez el caso más evidente sea el de Ashur, personaje con el que Nick Tarabay (serie Crash) hace una labor impecable en su faceta de hombre sin escrúpulos cuyas únicas motivaciones son la venganza y el dinero.

Pero que nadie se llame a engaño. Este nuevo Spartacus sigue fiel a su estilo visual heredero de la película 300 (2006). Peleas a cámara lenta, espacios generados por ordenador y mucha violencia se mantienen como sus señas de identidad. La principal diferencia en este aspecto cabe encontrarla en la distribución de esa violencia, pues resulta mucho más contenida a momentos clave de la trama. Sí, la sangre fluye a borbotones durante cada capítulo. Sin embargo, los instantes más memorables se reducen a unos pocos, aunque eso sí, inolvidables. De entre ellos destacan los choques entre el ejército rebelde y el romano, con especial atención al episodio final, un más que digno heredero de la conclusión de la primera temporada, o algunas muertes en el seno de la casa romana donde los odios y las venganzas dan lugar a auténticos frescos dantescos.

En definitiva, este Spartacus: Venganza supone una evolución positiva de todos los elementos de la primera temporada. Manteniendo el espíritu visual y conceptual del conjunto, sus responsables han sabido integrar de forma mucho más natural el desconfiado mundo de la política romana con la lucha por la libertad y los anhelos de venganza de los gladiadores rebeldes. Quien disfrutó con la primera temporada a buen seguro que encontrará un más que digno sucesor; quien se escandalizó con el contenido en un primer momento, es más que probable que no aguante un visionado completo de esta venganza.

La sangre y las intrigas dicen adiós con la tercera temporada de ‘Spartacus’


Es extraño que una serie concluya cuando está en lo más alto de su éxito, pero es lo que le ocurrirá a Spartacus cuando finalice su tercera temporada. La épica y sangrienta historia del esclavo y gladiador más famoso de la historia romana concluirá con los 10 capítulos de una temporada que, según sus responsables, con su creador Steven S. DeKnight a la cabeza, estará a la altura de las expectativas. ¿Y qué expectativas son esas? En primer lugar, un uso violento, sangriento y algo desagradable de los efectos digitales, y en segundo una trama de corrupción, intriga y venganza tan sólida como sus personajes, los cuales ofrecen en todo momento más de un rostro al espectador.

En todo caso, la decisión de concluir la serie de forma tan sorprendente parece encajar bien con un producto que nunca se ha mostrado al uso en la pequeña pantalla. Cuando en 2010 se estrenó el primer capítulo de Spartacus: Sangre y arena, ‘La Serpiente Roja’, sorprendió a propios y extraños el carácter de la historia. Y no es que no se conocieran sus intenciones, pues la vida del esclavo, gladiador y libertador es conocida en el cine gracias al espléndido film de Stanley Kubrick. Lo más llamativo era su estilo visual, a medio camino entre las intrigas palaciegas de Roma y la violencia digital de 300. Una mezcla que podría haber salido de cualquier manera, y que por fortuna tuvo una buena aceptación.

Pero no solo de sangre vive el espectador. A pesar de la fuerza de sus imágenes (algunas realmente impactantes), la historia tenía en el fondo varias líneas argumentales. Una lucha por el poder, una intriga corrupta de un hombre por escapar de una clase social en la que no podía manejar todo el poder que ansiaba; relaciones amorosas prohibidas; venganzas … De hecho, existían tantas que llegó un momento en el que cada capítulo destinaba su metraje a algunas de ellas, quedando todas enlazadas por el título de la propia serie, es decir, por la sangre y la arena.

Esta irregularidad en sus contenidos, centrando la atención unas veces en la violencia, otras en la trama, convergieron sin embargo en un final apoteósico, digno de un producto que se había labrado un nombre con un estilo tan extraño como innovador en la pequeña pantalla. Un final en el que los personajes toman conciencia de su futuro, deciden el bando en el que luchar y, finalmente, inician el camino de libertad que se desarrolla en la segunda y tercera temporada.

Precuela por necesidad

Los buenos resultados avalaban un producto arriesgado, amado y odiado a partes iguales, y que imposibilitaba la imparcialidad de cualquiera que viera unos minutos de alguno de sus capítulos. Pero el final de la primera temporada trajo tantas noticias buenas como malas. Al anuncio de la segunda temporada le siguió otro mucho más aciago, el de su protagonista Andy Whitfield, uno de los pilares fundamentales de la serie junto al escocés John Hannah (La Momia) y a Manu Bennett, enemigo de Espartaco y uno de los personajes más interesantes. El actor galés anunció que sufría cáncer, por lo que su trabajo en la segunda temporada se vería comprometido.

Dispuestos a mantener la continuidad, los responsables decidieron posponer el rodaje de la segunda temporada, pero no por ello se olvidaron de los fans. Como si de un remake se tratara, se produjo Spartacus: Dioses de la arena, una precuela a los hechos sucedidos en esa primera entrega y que, a modo de enganche, cuenta con buena parte de los actores de la original… aunque en situaciones muy distintas. Sin ir más lejos, el personaje de Bennett se encuentra ahora en la situación de Espartaco, siendo él el esclavo nuevo que debe ganarse un nombre entre sus compañeros gladiadores.

En apenas 6 capítulos la violencia, la traición y la ambición por lograr una posición privilegiada en la clasista sociedad romana se adueñan de una historia que, aunque ahonda más en el carácter dramático de los personajes y sus decisiones, no deja de lado la violencia tan característica que la ha hecho famosa, potenciándola aún más si cabe con un protagonista que lucha con dos «gladius» (las espadas cortas en Roma) en lugar de utilizar un escudo. Una historia que, aunque no imprescindible, sí permite comprender de dónde vienen los personajes y, sobre todo, porqué toman las decisiones que toman al final de esa primera temporada que narra la rebelión producida en la casa de Batiato.

Sin embargo, el tiempo de producción y emisión de estos 6 episodios no mejoró el estado de Whitfield, quien moriría unos meses después del último episodio a los 40 años coincidiendo con el décimo aniversario del 11-S. Ante esta perspectiva, no quedó más remedio que hacerse con los servicios de un sustituto. El australiano Liam McIntyre fue el elegido para la segunda temporada, que lleva el nombre de Venganza, y para esa última entrega, que bajo el epíteto de La guerra de los malditos, cerrará un ciclo marcado por la violencia, las intrigas y, por encima de todo, la sangre… mucha sangre.

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