‘Borgen’ utiliza su última temporada para cerrar temas inconclusos


La tercera temporada de 'Borgen' ofrece un final a los arcos dramáticos de los personajes.Antes de comenzar con el análisis de la tercera y última temporada de Borgen, serie creada por Adam Price (Anna Pihl) acerca de los entresijos del poder en Dinamarca, sus relaciones con los medios de comunicación y los límites morales y personales del sistema político, un breve inciso acerca del desarrollo de la producción. Esta última entrega de 10 episodios tuvo lugar, en su país de origen, en 2013, dos años después del final de la segunda temporada. Teniendo en cuenta cuál fue ese final, es de suponer que esta nueva etapa es más bien una herramienta dramática para cerrar algunas líneas algo inconclusas. Es por eso que el resultado debe valorarse no como una temporada al uso, sino más bien como un broche a lo narrado en las dos temporadas anteriores.

Esto se traduce en que muchos de los aspectos que complementan a la trama principal se quedan en meros alicientes dramáticos que solo sirven para aportar cierto grado de tensión a un desarrollo, por otro lado, relativamente plano. La creación de un nuevo partido político por la protagonista, de nuevo interpretada por Sidse Babett Knudsen (Después de la boda), es el punto de partida de un variopinto grupo de situaciones que se van sucediendo unas a otras sin más impacto en la trama principal que la simple exposición de conflictos, de dificultades y de intrincadas relaciones políticas y personales que reflejan, y esto es extrapolaba a todos los países, las ambiciones personales que todo individuo pone en su actividad política.

Traiciones, enfermedades, secretos, mentiras, pasados comprometidos. Todo es posible en estos capítulos de Borgen para aportar cierto grado de conflicto y dramatismo al desarrollo de esta trama principal que, como digo, carece del peso específico necesario para sostenerse por sí sola. Esta es, sin duda, la mayor diferencia con las temporadas anteriores, y en cierto modo es el punto débil de una tanda de episodios que parece nacer más como una demanda social por conocer el destino de los personajes más que como una necesidad de explicar el regreso de Birgitte Nyborg a la primera línea de la política. Aunque en realidad el mayor problema reside en el poco impacto que las tramas secundarias tienen en el resultado final.

En efecto, a diferencia de etapas anteriores esta última temporada no parece lograr una consistencia de los conflictos necesaria para generar un futuro diferente al previsto. O lo que es lo mismo, no hay puntos de giro en un guión planteado como una travesía por un mar en calma con algún que otro conato de oleaje. Si un personaje traiciona la confianza del grupo, simplemente desaparece de escena; si una enfermedad pone en riesgo la política del nuevo partido, no solo se solventa con inteligencia, sino que la enfermedad se supera. Y si surgen conflictos con el pasado de un personaje, se le relega a un segundo plano pero mantiene su importancia en la trama. No existen, por tanto, modificaciones en el desarrollo. No se generan conflictos reales que logren cambiar el rumbo de las cosas, posiblemente porque sus responsables saben de antemano que esta temporada, entendida como un ente único, tiene el fin que tiene.

Ideal político

Pero esta tercera temporada de Borgen también permite poner sobre la mesa una serie de temas políticos, morales y éticos notablemente interesantes, siguiendo la línea marcada por las anteriores etapas y, lo más importante, manteniendo el nivel reflexivo de aquellas. Destaca sobremanera la inclusión en la trama, como un factor que sobrevuela todo el desarrollo, de la ambición personal por encima de los intereses colectivos e, incluso, de la propia ideología. La introducción en diversos episodios de pequeñas secuencias (e incluso de temáticas episódicas completas) genera en todo momento la sensación de asistir a una lucha entre el ideal político y la corrupción por intereses personales o políticos, y no únicamente económicos.

Desde luego, este aspecto es el más interesante de toda la temporada, y en cierto modo logra salvar la producción de sus propias limitaciones impuestas desde su planteamiento. Si bien es cierto que los conflictos no logran alcanzar la complejidad de los expuestos en las temporadas anteriores (entre otras cosas por falta de espacio físico y narrativo), sí son lo suficientemente sólidos como para servir de hilo conductor a muchos episodios que están planteados como una mera exposición de acontecimientos. Es esta idea general la que logra, en muchos momentos, dotar de un mayor grado de conflictividad a todo el conjunto.

Especial interés tiene la conclusión de la temporada, sobre todo por comprobar cómo sus responsables encajan todas las piezas distribuidas a lo largo de los episodios. La realidad es que no es un trabajo complicado dada la naturaleza de dichas piezas, pero igualmente es una labor más que correcta que permite, además, adentrarse en los entresijos de los pactos políticos, de los acuerdos y las reuniones en zonas apartadas de los focos mediáticos. En este sentido, y como ha sido una constante en toda la serie, se puede establecer un paralelismo entre el sistema político mostrado en la serie y el propio de cada país. Eso sí, las conclusiones pueden generar cierto malestar.

Lo que parece evidente es que la tercera temporada de Borgen pone punto y final a esta historia sobre la política danesa de la forma más amable posible, evitando grandes conflictos en sus personajes y, por tanto, limitando también su desarrollo. En cierto modo, tampoco es necesario dado que todo lo que había que contar ya se había contado en las dos temporadas anteriores, pero eso no evita que exista cierta sensación de que podría haber ofrecido algo más, al menos desde un punto de vista dramático. En lo que a política, familia, medios de comunicación y moral se refiere, esta conclusión logra mantener el nivel de las anteriores.

‘Borgen’ aborda las consecuencias familiares de la política en su 2ª T


La familia tiene un papel fundamental en la segunda temporada de 'Borgen'.Hace poco leía un reportaje sobre el incremento de las ficciones televisivas en los últimos años, reflejo de la importancia que están adquiriendo en la sociedad. Pero entre tantas tramas, tantas temporadas y tantos episodios algunas veces perdemos de vista, yo el primero, que la base de toda buena narración es que los personajes evolucionen a medida que la historia avanza. En algunas series esto es más evidente que en otras, pero es un requisito fundamental si la ficción no quiere quedarse anclada. La segunda temporada de Borgen, serie danesa sobre las relaciones políticas, las tensiones en el poder y el papel de la prensa en todo ello, es una muestra fehaciente de la necesidad de dicha evolución, lo que no quiere decir que siempre sea adecuada.

En efecto, estos segundos 10 episodios abordan un aspecto que había sido tratado en la temporada anterior de forma secundaria, adquiriendo solo cierta relevancia hacia el final del arco dramático. Estoy hablando del impacto que la política tiene en el entorno más íntimo de los personajes. Es cierto que esta línea argumental ya se había abordado durante varios episodios de la primera temporada, pero mientras que la historia se centraba en las relaciones entre política y periodismo (el inicio de la serie es toda una declaración de intenciones), en esta segunda parte la relevancia la adquieren las consecuencias de los actos políticos de prácticamente todos los protagonistas, desde la primera ministra interpretada por Sidse Babett Knudsen (Después de la boda) hasta el jefe de prensa al que da vida Pilou Asbæk (Lucy).

De este modo, Borgen evoluciona hacia un plano más dramático que relega a un segundo plano los conflictos entre política y periodismo que surgen y que, de hecho, se solucionan con relativa facilidad sin ahondar en las consecuencias de muchas de las decisiones. El hecho de que el grueso de la trama lo centren acontecimientos como el ataque al corazón de un colaborador, la ansiedad que sufre la hija de la protagonista o el pasado del rol de Asbæk, marcado por los malos tratos, evidencian un giro dramático que, lejos de convertir la serie en un folletín sin contenido, dota al conjunto de un interés añadido gracias a que, y esto es algo que sí se mantiene de la primera temporada, todas estas tramas secundarias influyen en el devenir de la historia principal, es decir, del día a día de la política.

Posiblemente una de las mejores cartas de presentación de la serie sea, precisamente, su capacidad para encajar todas las tramas y para adaptar la historia a los nuevos acontecimientos de forma fluida y creíble. Las constantes luchas que debe afrontar el personaje de Knudsen se suceden de este modo en base a los acontecimientos que se producen en las tramas dramáticas secundarias, culminando el proceso con su propia retirada temporal de la política. En el fondo, y siguiendo con el análisis puramente narrativo, se logra enfrentar a la heroína ante retos cada vez más complejos que exigen de ella un esfuerzo mayor, llegando al extremo de tener que decidir entre la política y su propia hija. Es en ese momento cuando el personaje queda mejor definido, y desde luego cuando la serie alcanza su clímax.

Personajes relegados

No en vano se produce en el tercio final de la temporada, lo que equivaldría al tercer acto de cualquier guión cinematográfico. Pero no es oro todo lo que reluce en Borgen. Si bien es cierto que el componente dramático adquiere una relevancia especial que nutre a la serie de una forma que la primera temporada no logró, en ese proceso existen daños colaterales que desnivelan el delicado equilibrio de fuerzas que se logró en la temporada anterior.

Dichos daños colaterales se identifican, intencionadamente o no, con la oposición política. Debido en buena medida a que el desarrollo dramático ocupa la mayor parte del arco argumental, Borgen relega a meros instrumentos de conflicto a los partidos políticos en la oposición, así como a muchos personajes que tuvieron cierto peso narrativo en los primeros episodios y que ahora apenas son justificaciones en la trama. Salvo un pequeño protagonismo en los primeros episodios, personajes como los de Peter Mygind (Flame y cirtrón), quien da vida al propietario del periódico crítico con el gobierno, sirven únicamente para ahondar en los conflictos o como vehículo para generar alguno nuevo, sin más desarrollo que el estrictamente necesario para el momento, y en algunos casos ni siquiera eso.

Esto provoca una sensación de vacío que, aunque cubierta con pátinas de efectos dramáticas en los entornos familiares y personales, no logra eliminarse por completo. La consecuencia más directa es que, una vez vista la temporada, el sentimiento de haber perdido intensidad política es notable, incluso cuando objetivamente los acontecimientos desarrollados en esta segunda temporada tienen peso y relevancia por sí mismos. En el fondo, y tal y como termina la temporada, da la sensación de que la intención inicial era destinar una temporada al estudio del sistema político danés, y otra al trasfondo humano del poder.

Pero esto no debe ser excusa para una serie de la calidad de Borgen. Lo cierto es que, a pesar de sus muchas cualidades, la evolución en esta segunda temporada deja por el camino una serie de pilares que no debería haber olvidado. Es por eso que la evolución no siempre es adecuada. Una tercera temporada confirmará si finalmente la serie danesa es una reflexión política o una exposición dramática de los entresijos del gobierno. Lo mejor sería que combinara todos sus elementos. Sea como fuere, eso no quita para que estemos ante una de las series europeas más interesantes de los últimos años.

La 1ª T de ‘Borgen’ crece a base de política, periodismo y moralidad


Sidse Babett Knudsen da vida a la presidenta de Dinamarca en la primera temporada de 'Borgen'.Están llegando con algo de retraso, al menos en lo que se refiere a la televisión en España, pero poco a poco las series del norte de Europa están logrando hacerse un hueco. Y lo logran gracias a la calidad no solo de sus guiones, sino de todos sus elementos en líneas generales. Contrariamente a lo que pueda pensarse, series como Borgen han adoptado un cierto estilo narrativo y visual europeo basado en el dinamismo, alejándose de interpretaciones más conceptuales. Si a esto añadimos temáticas tan interesantes como el thriller policíaco o la política, se obtienen productos que crecen en interés a medida que se suceden los episodios.

Es lo que ocurre con la primera temporada de esta ficción creada por Adam Price (serie Anna Pihl) que sigue el ascenso al poder de la líder del partido moderado y sus esfuerzos por mantener un gobierno de coalición durante el primer año de mandato al tiempo que lidia con sus propios problemas personales. La relación con los medios, los principios morales y políticos, y los efectos de la política en la vida familiar son los tres pilares fundamentales sobre los que se sustentan sus primeros 10 episodios, emitidos en Dinamarca, país de origen, en 2010. Tal vez lo más interesante es comprobar cómo esas tres patas del trípode que sustenta la trama no solo afectan a la protagonista, muy bien interpretada por Sidse Babbett Knudsen (Después de la boda), sino a la totalidad de los personajes principales.

Desde luego, el aspecto más destacado de Borgen es la visión de la política que plantea. A pesar de que la trama se desarrolla a lo largo de toda la temporada, cada capítulo se centra en uno de los aspectos del gobierno de Birgitte Nyborg, desde escándalos de corrupción hasta conflictos con los otros partidos de gobierno, pasando por rumores, filtraciones, etc. Aunque algunos de los planteamientos pueden parecer un poco idealistas, lo cierto es que el tratamiento de los conflictos en el seno del gobierno permiten apreciar no solo la forma en que se aborda la política en un país como Dinamarca, sino la tolerancia con los delitos, los escándalos y la corrupción… y lo diferente que resulta la forma de encarar esos mismos problemas en los países del sur de Europa. En este sentido, y retomando un poco la idea de la trama de temporada, cada historia episódica posee notables influencias en el desarrollo posterior de los personajes y de la propia trama, lo que termina por convertir al espectador en cómplice de las decisiones, sabiendo que nada de lo que ocurre terminará olvidándose por necesidades del guión.

Del mismo modo, y muy relacionado con los principios morales, el modo en que la vida familiar de la protagonista se derrumba progresivamente desprende una inteligencia y una sutileza notables. A pesar de que en su comienzo dicha relación no termina de mostrarse en todo su esplendor, Price aprovecha los resquicios que le otorgan el resto de tramas principales para minar poco a poco la confianza entre la presidenta y su marido, utilizando para ello la propia política como arma. Así, a medida que la política se inmiscuye en su relación ellos van separándose, alcanzando el clímax cuando es la política la que obliga a uno a supeditarse al otro. Este último momento, sin duda el más dramático de esta línea argumental, adquiere especial significación por lo vivido anteriormente, algo que refuerza la idea de que la serie se construye con las decisiones de los personajes, y no con golpes de efecto al final de cada episodio.

Tramas orgánicas

Aunque sin duda el aspecto más característico de Borgen es el modo en que aborda la relación entre política y periodismo. Es un concepto que pocas veces se ve en pantalla tal y como lo muestra Adam Price. En cierto modo, mientras que la política y las relaciones familiares tienden a situarse del lado de la protagonista (no mucho, pero sí lo suficiente como para empalizar con ella), este aspecto dramático se inclina más bien por la vertiente deontológica y moral de la profesión periodística, planteando de forma sucesiva diversos dilemas profesionales que ayudan a ofrecer una visión bastante realista del día a día de unos informativos de televisión.

Al comienzo afirmaba que estos tres pilares sobre los que se sustenta la serie afectan a todos los personajes. Puede parecer exagerado o excesivamente complicado de desarrollar, pero es así. Esta idea hay que entenderla desde el punto de vista de cada personaje, claro está. Así, el jefe de prensa de la presidenta, al que da vida Pilou Asbæk (Lucy) debe enfrentarse a una vida solitaria marcada por su entrega a la política mientras oculta un pasado que le avergüenza. Por su parte, la periodista interpretada por Birgitte Hjort Sørensen (Autómata) solo entiende las relaciones en las que la política y la actualidad son protagonistas, todo ello mientras lucha por unos valores que parecen haberse perdido. Y así sucesivamente.

Todo ello permite al desarrollo dramático construir de forma orgánica un mundo en el que cada personaje, si bien es cierto que resulta un poco arquetípico, debe hacer frente a sus propias decisiones, a su pasado y a su futuro. Durante el año que transcurre en la primera temporada el espectador es capaz no solo de asimilar las diferentes posturas políticas, morales y profesionales de cada personaje, sino que obtiene una visión en conjunto de una mecánica que no ensalza ni demoniza a ningún personaje, sino simple y llanamente les define por su naturaleza. Claro está que unas naturalezas son más agradables que otras. Dicho de otro modo, no existen buenos o malos, héroes o villanos. Es, simple y llanamente, una radiografía del sistema político danés. Y en esa sencillez nutrida con personajes bien construidos y tramas inteligentes es donde reside lo mejor de la serie.

Está claro que Borgen es un drama político para los amantes de este género. Posiblemente aquellos que busquen acción ni siquiera sean capaces de superar el episodio piloto. Puede que ni los amantes de este tipo de historias tengan demasiada fe a tenor de ese primer episodio, que puede resultar algo flojo si se compara con el resto de la temporada. Pero un voto de confianza a esta primera entrega revela una serie sumamente interesante, con personajes a la altura de la trama y con unas líneas argumentales capaces de nutrirse entre ellas y de crecer de forma conjunta. Una producción muy recomendable que confirma el buen momento de las series del norte de Europa.

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