‘Ms. Marvel’, o cómo infantilizar a los superhéroes


Iman Vellani descubrirá que tiene la fuerza y los poderes para ser 'Ms. Marvel'.

Para aquellos que todavía no lo sepan, las últimas producciones de cine y televisión de Marvel forman parte de una nueva fase de lo que ha quedado en llamarse el Universo Cinematográfico Marvel, que ahora no está formado únicamente por películas, sino también por series. Y a poco que se haya seguido la trayectoria de estas producciones, puede apreciarse un patrón que distingue esta nueva fase de la anterior, y que puede terminar siendo contraproducente: está habiendo una infantilización de las historias. Y es algo que queda patente con la miniserie de Ms. Marvel.

Para aquellos que no lo sepan, esta producción de seis episodios creada por Bisha K. Ali (guionista en la serie Loki) narra la vida de una joven pakistaní en Nueva Jersey. Fan incondicional de la Capitana Marvel, un día descubre que posee la habilidad de emitir una energía capaz no solo de crear muros o barreras, sino de deformar su cuerpo. Lo que no sabe es que su poder es la llave entre dos mundos, por lo que se verá envuelta en una guerra que tiene unas profundas raíces en su propia familia. Narrada así, la trama puede resultar interesante, sobre todo para los fans de La Casa de las Ideas, pero el principal problema es el tratamiento que se le da a la historia.

Porque Ms. Marvel es, ante todo, una serie dirigida a un público joven. Muy joven. Tanto que se olvida por completo del amplísimo espectro de fans con los que cuentan los cómics de Marvel. No se trata de que todas las producciones tengan que ser serias ni protagonizadas por héroes adultos. De hecho, últimamente incluso estas apuestan por un enfoque, digamos, más ñoño, más atolondrado y preadolescente. Esto implica, entre otras cosas, blanquear mucho los momentos más dramáticos y comprometidos de las historias, reforzar las secuencias de acción y limitar la historia a lo justo y necesario para que funcione.

Y desde luego lo hace. Esta miniserie posee un apartado visual espléndido, no solo en los efectos digitales de los superpoderes de turno, sino en el modo en que utiliza la narrativa moderna, con sobreimpresión de conversaciones de chat, y la integración del color. Y más allá del carácter aniñado de su protagonista (Iman Vellani debuta en la interpretación, y se le nota la emoción de enfundarse el traje), lo cierto es que el personaje tiene la suficiente presencia como para cargar sobre sus hombros una narrativa de este tipo, lo que en último término se traduce en un vehículo sólido para que la historia no se vuelva tediosa. El problema no va por ahí. El problema de la serie (y de producciones más recientes) es que sus posibilidades quedan mermadas por una apuesta que pasa por tratar a todos los espectadores como niños. Y es un error de cálculo bastante importante.

La amistad y los problemas adolescentes serán claves en la evolución de 'Ms. Marvel'.

Diversidad cultural

En el otro lado de la balanza, si algo positivo deja esta miniserie es que Ms. Marvel integra y expone de forma muy interesante la diversidad cultural. Con una heroína como la joven Kamala Khan y los rasgos de Vellani para darla vida, estos seis capítulos exponen, aunque sea de forma tangencial, los conflictos raciales y sociales de un colectivo en una sociedad que no es la suya, tratando de mantener sus propias tradiciones y creencias a pesar de las dificultades. En este sentido, los paralelismos que existen entre la parte fantástica y superheróica del relato, y la parte más social y realista son significativos como muestra del racismo inherente a la sociedad canalizado a través del miedo a lo desconocido.

Es igualmente interesante, aunque se trate de forma algo tangencial, la persecución que sufre la protagonista a manos de las fuerzas de seguridad, presentados como villanos mundanos de claras intenciones antagonistas en contraposición con las de los elementos fantásticos, cuyas motivaciones son más personales y poco o nada tienen que ver con contraponerse a la heroína. Todos ellos son elementos de conflicto dramático y emocional que podrían haber derivado en una atractiva reflexión sobre la persecución del diferente, ya sea por su religión, su color de piel o sus poderes (como en su día representaron los X-Men). Sin embargo, todo queda en eso, un mero apunte dentro de una producción que prefiere pasar de puntillas por determinados asuntos.

Por suerte o por desgracia (para mí, personalmente, lo segundo), todo esto no hace sino confirmar la idea de que esta producción está pensada única y exclusivamente para introducir un personaje nuevo en este macrouniverso y, gracias a esa escena postcréditos final, vincular toda esta historia con el resto del Universo Cinematográfico Marvel. Y como tal herramienta, funciona, pues logra entretener, presentar nuevos poderes y ahorrarse «malgastar» películas en la creación del trasfondo social y dramático de este personaje. La pregunta que se plantea, viendo el resultado de esta miniserie y de recientes producciones que están llegando, es qué clase de producciones cinematográficas van a salir. Y sobre todo, cómo van a salir paradas de la comparación con lo visto hasta ahora.

Soy consciente de que las comparaciones son odiosas, pero en el caso que nos ocupa son inevitables. Bueno, más bien son necesarias. Porque Ms. Marvel es la serie elegida para confirmar el cambio de tendencia. No sé si tendrá algo que ver el hecho de que Marvel pertenezca ahora a Disney, pero la realidad es que hasta la llegada de esta adolescente con poderes las producciones eran más o menos serias (pienso en Falcon y el Soldado de Invierno) y oscuras (caso de Bruja Escarlata y Visión). Y eso que su guion, narrativamente hablando, es sobrio, complejo en algunos momentos y original en muchos otros. Y no cabe duda de que visualmente es todo un hallazgo. Pero el tono adolescente resta credibilidad e interés, pero sobre todo apunta en una dirección peligrosa que puede generar rechazo en un amplio sector del público potencial.

La descomposición temporal de ‘Pulp Fiction’, sello de Tarantino


John Travolta y Samuel L. Jackson, asesinos en 'Pulp Fiction'.Si se analiza el conjunto de la producción cinematográfica, ya sea a nivel histórico o en un plano temporal más concreto, el denominador común es la existencia de una línea narrativa acorde al desarrollo de los acontecimientos. Es decir, que un suceso o una acción implican necesariamente una consecuencia que se produce después y que, a su vez, provoca una nueva serie de sucesos y acciones. La década de los 90 del siglo XX sirvió, en este sentido, para romper con esa tradición y proponer nuevas vías de expresión, nuevas formas narrativas que supusieran una alternativa para determinadas historias que, casualidad o no, mejoraron notablemente respecto a una narrativa «tradicional». Puede que el caso más llamativo sea el de Memento (2000), film de Christopher Nolan (El caballero oscuro: La leyenda renace) cuyo atractivo desaparece si se elimina esa ruptura temporal. Pero sin duda el más influyente, y el que ha marcado a generaciones venideras de aficionados y cineastas, es Pulp Fiction, segunda película de Quentin Tarantino (Django desencadenado) como director que supuso toda una revolución audiovisual.

Sí, la película de 1994 ha generado desde entonces toda una avalancha de referencias culturales en muchos ámbitos, desde el vestuario hasta la música, pasando por algunos diálogos sencillamente magistrales y secuencias que son imposibles de olvidar. Todo aderezado con abundantes dosis de sangre, violencia, drogas y palabras malsonantes. Con todo y con eso, si lo único con lo que contara el film fuera eso no se habría convertido en un clásico casi de forma automática. Ese tipo de aspectos, incluyendo la recuperación de actores como John Travolta (Grease), pueden encontrarse en muchos otros relatos de similares características. Es más, otro de los directores «violentos» del moderno Hollywood es Robert Rodríguez, cuyo Desperado (1995) es incluso más violento si cabe.

En realidad, lo más atractivo de Pulp Fiction es esa descomposición temporal que se menciona en el título y a la que hacíamos referencia al comienzo. Descomposición o, si se prefiere, desorden de la línea temporal coherente de la trama. Una práctica que adquirió cotas casi inimaginables en el díptico Kill Bill (2003 y 2004), y que aquí, a diferencia de la película de Nolan, engrandece una historia ya de por sí atractiva. Gracias a la maestría de Tarantino desde el guión hasta el montaje, el film juega con el espectador como si de un puzzle se tratara, instándole a rellenar los huecos que faltan antes y después de los fragmentos que se muestran tomando como referencia pequeños detalles como el vestuario, el atrezzo o el maquillaje.

Un juego que se revela sumamente enriquecedor por cuanto tiene de intrigante. El director demuestra así que la intriga y el suspense no se logran solo, como decía Alfred Hitchcock (Con la muerte en los talones), dando al espectador información que el personaje no tiene, sino situando al espectador en medio de una secuencia sin tener una idea clara sobre la conexión entre lo que ve y lo que ha visto unos minutos antes. Este desorden, que a muchos puede resultarles engorroso e incluso poco cinematográfico, termina siendo una parte esencial de una historia que ya de por sí contiene alicientes suficientes para ser interesante, pero que mejora notablemente hasta convertirse en única.

Un formato para varias historias

Especificar una trama argumental para esta película puede ser algo complicado, no tanto por esa deslabazada línea temporal, sino por la cantidad de personajes que se dan cita a lo largo de sus dos horas y media. Personajes, por cierto, interpretados por una batería de actores que llega a marear. En líneas generales, es fácil encontrar a los protagonistas, que no son otros que el mencionado Travolta y un Samuel L. Jackson (Los Vengadores) que dio el salto a la fama con su papel de asesino decidido a abrazar la religión. Pero a partir de ahí se dan cita numerosos personajes, a cada cual más surrealista, que cuenta con su dosis de protagonismo en la cinta.

¿Cómo abordar tantas historias personales? ¿Cómo realizar de forma coherente una historia donde a los protagonistas deja de prestárseles atención durante buena parte del metraje? La respuesta está en ese extraño y al mismo tiempo solvente formato de historias cortas y entremezcladas capaz de hacernos olvidar, por un momento, la trama anterior. El manejo de los tiempos narrativos por parte de Tarantino es tan eficaz, tan milimétrico, que cada una de esas historias, aun siendo autoconclusivas y, en teoría, individuales, poseen un grado de conexión con las demás que las convierten en parte de una trama mayor.

Conexión que viene dada, como hemos dicho antes, por el vestuario, por los escenarios o por determinadas referencias a personajes. Pero también por acciones que transcurren en el segundo término de los planos, o por hechos que en otro contexto podrían entenderse como casi anecdóticos, palabra esta que no debería existir en un guión, pero que lamentablemente muchas veces se ve en la gran y pequeña pantalla. Todo ello permite, al final, la plena comprensión de la historia, del pasado y el futuro de los personajes, y de las consecuencias que tienen las decisiones tomadas.

Claro que dicha desestructuración temporal de la narración también provoca situaciones curiosas. Pulp Fiction es un film cíclico que termina con la misma secuencia con la que empezó, o más bien con la continuación de esta. Una continuación que cuenta con la presencia de un personaje cuya muerte se ve en pantalla unos minutos antes. Incluso en esto se aprecia la mano de Tarantino, ofreciendo el último reto al espectador. La obra supone, pues, todo un hito narrativo. Gracias a su mitología, a sus ingeniosos diálogos y a su puesta en escena ha sido capaz de trascender en la cultura popular; gracias a la originalidad conceptual de su estructura temporal, ha trascendido en la historia del cine hasta convertirse en un referente identificativo del «estilo Tarantino».

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