‘Objetivo: La Casa Blanca’: la satisfacción de un trabajo bien hecho


Gerard Butler y Aaron Eckhart protagonizan 'Objetivo: La Casa Blanca', de Antoine Fuqua.Tal vez 15 años de trabajo no son suficientes para calificar a un director como genio o artesano, pero desde luego Antoine Fuqua (El tirador) está demostrando que su talento reside, sobre todo, en la narrativa eficaz de historias más o menos mediocres. De forma cada vez más clara sus películas abandonan el drama o la intriga en favor de la acción y de unos personajes bastante arquetípicos que se nutren de frases e iconos del cine utilizados hasta la saciedad. Su último trabajo es un buen ejemplo de todos estos elementos. Ahora bien, incluso en este sentido existen los buenos y los malos films. Y desde luego, Objetivo: La Casa Blanca pertenece a los primeros.

Quizá lo mejor que tiene la trama es que no engaña, posiblemente porque es muy consciente de sus propias limitaciones. De hecho, el propio título, tanto en inglés (Olympus has fallen) como en español permite al espectador hacerse una idea de lo que está a punto de presenciar. Es un relato simple, directo y sin grandes alardes, capaz de justificar todas y cada una de las decisiones de sus personajes a través de secuencias eficaces, entretenidas y sorprendentes. En este sentido es imprescindible destacar el pilar central de la trama, el ataque a una Casa Blanca más fortificada que cualquier centro militar. Tanto por su duración como por su intensidad, amén de una planificación sencillamente perfecta, es más que probable que en un futuro se mencione estos minutos como unos de los más acertados del cine de acción. Realmente deja sin palabras, entre otras cosas porque logra la difícil tarea de convencer acerca de la posibilidad de que un solo hombre sobreviva a una carnicería de semejantes dimensiones.

A partir de aquí, por supuesto, la película transita por terrenos comunes, sin enseñar nada fuera de lo normal pero tampoco insultando la inteligencia y la coherencia de cualquier narración. En cierto modo, la película de Fuqua recuerda a los grandes clásicos de los años 80 del siglo XX del cine de acción, con un héroe (un Gerard Butler que se muestra más que cómodo) poco convencional y unos terroristas cuya serenidad les convierte en los más peligrosos del mundo, sobre todo si tenemos en cuenta que piden como rescate por el Presidente de Estados Unidos… bueno, tampoco importa demasiado lo que piden. De hecho, lo primordial es que la trama llegue a su previsible desenlace de la mejor manera posible, y el director de Los amos de Brooklyn (2009) lo consigue con creces gracias a una capacidad narrativa muy artesanal, además de un plantel de actores conscientes de su lugar y más que correctos en sus trabajos, sobre todo Aaron Eckhart (Gracias por fumar) y Morgan Freeman (Invictus).

Objetivo: La Casa Blanca es, en definitiva, lo que anuncia: un producto entretenido, patriota y enaltecedor de los valores estadounidenses. Eso no es necesariamente malo, más bien al contrario. La película es un divertimento constante salpicado por secuencias de acción tan apabullantes como el atentado inicial o la pelea final. Sí, no posee grandes giros dramáticos, pero tampoco los necesita. Sus argumentos son otros muy distintos, pero tienen la suficiente solidez para aguantar el relato, incluso convertirlo en uno de esos cada vez más raros productos de acción donde importa más el alma que la apariencia. Fuqua no tal vez no sea un creativo, pero es un artesano que transmite la sensación del trabajo bien hecho. Y es tan bueno en lo suyo como el protagonista de su historia.

Nota: 6,5/10

‘Grandes esperanzas’: el tedio del amor no correspondido


Holliday Grainger y Jeremy Irvine, en 'Grandes esperanzas', de Mike Newell.Siempre se ha dicho que en el cine hay verdaderos genios, artistas y artesanos en el ámbito de la dirección. Por supuesto, también hay talentos que deberían dedicarse a algún otro aspecto del séptimo arte. El caso es que, en muchas ocasiones, a los artesanos se les ha denostado por no tener, tal vez, esa capacidad innata de imponer una visión única y atractiva a la historia que sí poseen los artistas, no digamos ya los genios. Sin embargo, numerosos son los casos en los que un verdadero artesano cinematográfico realiza una película más que aceptable, convirtiéndola con los años en un buen film. Desde luego, Mike Newell (Cuatro bodas y un funeral) pertenece a esa categoría de artesanos que, sin ofrecer un espectáculo atractivo, son capaces de contar una historia con solvencia. Lo positivo y lo negativo hay que buscarlo generalmente en el guión de esa historia.

Es lo que ocurre con esta versión de la novela de Charles Dickens. Desde luego, Newell realiza un trabajo espléndido tanto en la dirección de actores, todos ellos en un nivel más que aceptable (con menciones especiales a Ralph Fiennes y a Jason Flemyng), como en la ambientación de la obra, merced de unos decorados y un vestuario soberbios. Por no hablar de la iluminación, tratada con especial delicadeza en las escenas que transcurren dentro de la mansión del personaje interpretado por Helena Bonham Carter (El club de la lucha), actriz que parece haberse entregado a personajes estrambóticos y algo extremos.

Pero si miramos más allá de este envoltorio formal descubriremos un cierto vacío provocado por una historia ya contada en numerosas ocasiones y, sobre todo, un guión que trata de ser fiel aun a riesgo de perder ritmo y dinamismo. La historia, que comienza de forma atractiva con el encuentro en el cementerio de un fugitivo y del joven protagonista, se pierde rápidamente en una cierta desidia generada, principalmente, por la pausa con la que se desarrollan los acontecimientos. Plagada de numerosos altibajos, la trama reflota de nuevo con la llegada a Londres para volver a perderse en tramas secundarias que, si bien en la novela aportan consistencia a los personajes, en el cine no hacen sino desviar la atención de lo verdaderamente importante.

Es de admirar el intento de adaptar fielmente Grandes esperanzas, pero muchas veces dicha fidelidad se torna en un ejercicio audiovisual algo tedioso y repetitivo. No es necesario ser fiel a una novela para honrar su contenido como es debido. Al final, el metraje se alarga de forma algo innecesaria hasta superar las dos horas, lo que juega en detrimento de un conjunto que encuentra su mejor baza en la labor de Newell, artesano cinematográfico donde los haya que, con los años, ha sabido demostrar que su forma de narrar las historias, si bien no es única, sí es lo suficientemente formal como para resultar universal. Y eso a una película como esta le viene como anillo al dedo.

Nota: 6/10

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