‘Grandes esperanzas’: el tedio del amor no correspondido


Holliday Grainger y Jeremy Irvine, en 'Grandes esperanzas', de Mike Newell.Siempre se ha dicho que en el cine hay verdaderos genios, artistas y artesanos en el ámbito de la dirección. Por supuesto, también hay talentos que deberían dedicarse a algún otro aspecto del séptimo arte. El caso es que, en muchas ocasiones, a los artesanos se les ha denostado por no tener, tal vez, esa capacidad innata de imponer una visión única y atractiva a la historia que sí poseen los artistas, no digamos ya los genios. Sin embargo, numerosos son los casos en los que un verdadero artesano cinematográfico realiza una película más que aceptable, convirtiéndola con los años en un buen film. Desde luego, Mike Newell (Cuatro bodas y un funeral) pertenece a esa categoría de artesanos que, sin ofrecer un espectáculo atractivo, son capaces de contar una historia con solvencia. Lo positivo y lo negativo hay que buscarlo generalmente en el guión de esa historia.

Es lo que ocurre con esta versión de la novela de Charles Dickens. Desde luego, Newell realiza un trabajo espléndido tanto en la dirección de actores, todos ellos en un nivel más que aceptable (con menciones especiales a Ralph Fiennes y a Jason Flemyng), como en la ambientación de la obra, merced de unos decorados y un vestuario soberbios. Por no hablar de la iluminación, tratada con especial delicadeza en las escenas que transcurren dentro de la mansión del personaje interpretado por Helena Bonham Carter (El club de la lucha), actriz que parece haberse entregado a personajes estrambóticos y algo extremos.

Pero si miramos más allá de este envoltorio formal descubriremos un cierto vacío provocado por una historia ya contada en numerosas ocasiones y, sobre todo, un guión que trata de ser fiel aun a riesgo de perder ritmo y dinamismo. La historia, que comienza de forma atractiva con el encuentro en el cementerio de un fugitivo y del joven protagonista, se pierde rápidamente en una cierta desidia generada, principalmente, por la pausa con la que se desarrollan los acontecimientos. Plagada de numerosos altibajos, la trama reflota de nuevo con la llegada a Londres para volver a perderse en tramas secundarias que, si bien en la novela aportan consistencia a los personajes, en el cine no hacen sino desviar la atención de lo verdaderamente importante.

Es de admirar el intento de adaptar fielmente Grandes esperanzas, pero muchas veces dicha fidelidad se torna en un ejercicio audiovisual algo tedioso y repetitivo. No es necesario ser fiel a una novela para honrar su contenido como es debido. Al final, el metraje se alarga de forma algo innecesaria hasta superar las dos horas, lo que juega en detrimento de un conjunto que encuentra su mejor baza en la labor de Newell, artesano cinematográfico donde los haya que, con los años, ha sabido demostrar que su forma de narrar las historias, si bien no es única, sí es lo suficientemente formal como para resultar universal. Y eso a una película como esta le viene como anillo al dedo.

Nota: 6/10

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