‘The Marvels’: espectacularidad y entretenimiento para una nueva generación


Iman Vellani, Brie Larson y Teyonah Parris forman 'The Marvels'

Viendo la respuesta del gran público a las producciones de superhéroes de los últimos años, tanto en cine como en televisión, no es raro pensar que este tipo de cine está agotado. Puede que en parte sea así, pero habría que preguntarse si ese agotamiento procede de un uso y abuso de la fórmula del éxito o de una infantilización de los personajes. La verdad, posiblemente, se encuentre en algún punto intermedio, y eso es un poco lo que viene a confirmar la nueva superproducción de Marvel.

Porque The Marvels, efectivamente, es un nuevo ejemplo de la saturación que tiene el espectador. Lejos quedan ya esas producciones que llenaban salas desde el primer día. No voy a entrar a analizar ahora los motivos porque, entre otras cosas, no es el objetivo de una crítica. Lo que sí deja claro esta película dirigida por Nia DaCosta (Candyman) es que La Casa de las Ideas parece apostar, cada vez más, por una infantilización de los personajes. Más allá del relevo generacional que supone el papel de Iman Vellani (serie Ms. Marvel), quien por cierto asume con algo más de madurez el personaje que interpretó en la serie, la película dibuja unas heroínas algo más infantiles de lo habitual, con secuencias un tanto innecesarias en un guion que se olvida de dar algo de trasfondo al villano para entregarse por completo a la causa de la espectacularidad.

Y no es algo malo. Más bien al contrario. La película aprovecha al máximo las posibilidades que ofrecen las tres heroínas para dejar algunas secuencias de acción simplemente brillantes, bien diseñadas y mejor ejecutadas. Su ajustada duración, además, impide que el espectador se aburra, y aunque pueda no conectar demasiado con la historia, sí puede dejarse llevar para disfrutar de un viaje al más puro estilo Marvel, es decir, con diferentes planetas, caceos de diferentes personajes y una trama sencilla a la par que efectiva. Es lo mínimo que se le puede exigir a este tipo de tramas, y en ese sentido, la cinta cumple su propósito incluso sin haber visto las anteriores historias de cada una de las protagonistas (los primeros compases del film ya se encargan de ponernos en situación).

Tal vez The Marvels no sea de las mejores películas del Universo Cinematográfico Marvel. Siempre he creído que ha habido películas de primera y segunda línea, y esta tal vez pertenezca a la segunda categoría. Eso no impide, claro está, que no pueda disfrutarse si se dejan a un lado algunos pasajes algo infantiles, por no llamarlos otra cosa. Pero sobre todo, como ocurre con algunas de estas historias, la de esta cinta es un puente que conecta el pasado del UCM con el futuro por venir. No solo porque se ceda el testigo a las nuevas generaciones de superhéroes, sino porque se presentan nuevos personajes a incorporar a todo este mundo cinematográfico. Así que los fans de los superhéroes deberán estar atentos a las dos escenas post-créditos.

Nota: 6/10

‘Los mercen4rios’: Statham toma el testigo de los clásicos de acción


Explosiones y espectacularidad son las señas de identidad de 'Los mercen4rios'

He de reconocer que tengo cierta debilidad por la saga de Los mercenarios. No es que sea una gran serie cinematográfica de acción, y desde luego no son películas que, digamos, mantengan una intriga argumental demasiado alta. Pero sí cuentan con un cierto aroma nostálgico, no solo por las estrellas que suelen integrar el elenco, sino por su forma de realizar las secuencias de acción. Y casi como si de un homenaje se tratara, en esta última entrega, para colmo, se pasa el testigo a la nueva generación de héroes con un clásico como referente.

En concreto, a Jungla de cristal (1988), solo que en lugar de un edificio tenemos un buque, y en lugar de un héroe medio desnudo nos encontramos con esa suerte de ejército de un solo hombre que es Jason Statham (Fast & Furious 8). Al igual que en aquella, Los mercen4rios ofrece al espectador una serie de chistes, conversaciones dinámicas y secuencias de acción bastante solventes y espectaculares, siempre manteniendo las muchas distancias que separan aquel clásico de este divertimento sin más pretensiones que distraer cerca de un par de horas. Y lo consigue. La película de Scott Waugh (Need for speed) es un entretenimiento puro y duro que confía todo su valor al carisma y el buen rollo de sus protagonistas para tratar de disimular su falta de solidez narrativa.

Porque, desde luego, el guion no es lo más sobresaliente de la película. De hecho, casi es lo que está menos trabajado, lo cual, por cierto, tampoco debería ser una sorpresa. Su desarrollo es simple, pasando de una escena de acción a otra con apenas un puñado de diálogos. Eso por no hablar de lo previsible que es el presunto suspense en torno al villano, que se intuye/prevé casi desde los primeros compases de la película. Esto, en cierto modo, juega en detrimento del conjunto, pero es justo reconocer que el ritmo constante y el hecho de poner la historia al servicio de Statham logra compensar todo eso. Con esta cuarta entrega, la saga entra en una nueva etapa en caso de que haya más films. Una etapa en la que el actor no solo asume el rol de líder (algo que el ideólogo de todo esto, Sylvester Stallone –Samaritan– ha confirmado dentro y fuera de la pantalla), sino en la que estos Mercenarios dejan de ser viejas glorias del cine de acción para convertirse en jóvenes actores del género.

Así las cosas, es posible que Los mercen4rios pierdan algo de su esencia, concretamente esa parte nostálgica de poder ver en una sola película a todos los héroes de los 80 y 90 con los que crecieron muchas generaciones. Pero el espectáculo parece garantizado en las manos de Statham, uno de los grandes representantes de ese cine de acción moderno. Eso sí, no estaría de más que a la espectacularidad, las peleas (por cierto, algunas muy logradas en esta película, sobre todo las finales) y los chascarrillos se sumara un guion algo más elaborado. No mucho, tan solo lo justo para poder disfrutar, como espectadores, de algo más que un divertimento palomitero que ofrezca cierto interés cuando los protagonistas de turno se paren a descansar entre puñetazos, explosiones y tiroteos.

Nota: 6/10

‘Mad Max: Furia en la carretera’: locura en estado puro


Tom Hardy es el protagonista de 'Mad Max: Furia en la carretera'.A pesar de haber dirigido películas de lo más variado, George Miller siempre va a ser recordado por la saga ‘Mad Max’ y por la mitología que fue capaz de crear en ese mundo post apocalíptico. Pero lo que ha hecho con la cuarta entrega de la serie es simplemente indescriptible. En resumen se puede decir que ha llevado al protagonista y a ese desértico mundo en el que vive a un nuevo nivel, pero incluso esto sería quedarse corto.

Lo cierto es que Mad Max: Furia en la carretera es locura en estado puro, un espectáculo audiovisual simple, directo y sin concesiones, que atrapa al espectador en una orgía de adrenalina, violencia y estridencias de la que no le libera hasta el fundido a negro dos horas después que, por cierto, se pasan en un suspiro. Por supuesto, no es una película para todos los gustos, pero el pulso firme de Miller y las interpretaciones sobresalientes de Tom Hardy (Warrior) y Charlize Theron (Monster) son capaces de sumergirnos en una trama independientemente de las preferencias individuales. Y no hay que olvidar la brillante fotografía a cargo de John Seale (El paciente inglés), sobre todo en esas noches americanas que tan bien le sientan a la historia.

Desde luego, el film logra lo que se propone, y en este sentido se puede decir que es una obra redonda. Esto no quiere decir, sin embargo, que no existan aspectos que lastran un tanto su desarrollo. Sin duda el principal problema es, precisamente, su decidida apuesta por la adrenalina, lo que conlleva que los momentos de pausa la historia pierda fuerza al no existir una historia sólida detrás. Los personajes se revelan excesivamente sencillos, con pocos matices y, desde luego, sin ningún tipo de claroscuro. Esto implica no solo que se conoce el final de antemano, sino que a medida que se suceden los diálogos el espectador ansía cada vez más su renovada dosis de acción.

En cualquier caso, Mad Max: Furia en la carretera es un deleite visual, sonoro y narrativo. Es cierto que tiene algún altibajo, pero no más que cualquier otro film, y desde luego muchos menos que otras cintas de acción. Tom Hardy recoge el testigo de Mel Gibson (Arma letal) con firmeza, reiterando el gran actor que es, y George Miller dota a su particular mundo desértico de una espectacularidad acorde a los tiempos. Si uno se deja arrastrar por la locura encontrará en el caos una de las mejores superproducciones en lo que va de año.

Nota: 8/10

Tráiler de ‘Exodus: Dioses y reyes’, épica bíblica a cargo de R. Scott


Fotograma del tráiler de 'Exodus', dirigida por Ridley Scott.Tras hacerse públicas varias fotografías del film, ayer pudimos finalmente descubrir el tráiler de lo nuevo de Rdiley Scott después de El consejero. Bajo el título de Exodus: Dioses y reyes, la trama escrita por Steven Zaillian, guionista de, entre otras, La lista de Schindler (1993), aborda diversas historias del libro del Éxodo, centrándose principalmente en la relación entre Moisés y Ramsés en Egipto. Supone, por tanto, una actualización de Los 10 mandamientos (1956), aunque es de esperar que aporte al menos algo distinto a la trama, más fresco y dinámico. Y a tenor de lo visto en estos primeros minutos, que como siempre encontraréis al final del texto, cumple con esa idea de dotar de mayor dinamismo a la historia, así como un tono más sombrío y más épico, si es que esto último es posible.

Lo que no se le puede negar a este avance es su capacidad para mostrar el diseño de producción, todo un despliegue de grandiosidad que refleja con bastante coherencia el estilo egipcio en todos los detalles, desde los majestuosos edificios de piedra (el colorido de estatuas, muros y figuras es notable) hasta la indumentaria o las herramientas, como se desprende de esas secuencias bélicas en las que los carros son tirados por dos caballos (es esta una de las imágenes más conocidas de Ramsés II) o los soldados y reyes visten los tocados que pueden encontrarse representados en los muros de los templos. Del mismo modo, el tráiler hace hincapié en la relación fraternal entre Moisés y el futuro faraón, llevándolas hasta límites nunca antes presentados, es decir, una lucha entre ambos.

Una grandiosidad, por cierto, que impregna todos los detalles del film, desde sus planos, con un uso interesante de los planos generales para mostrar la grandeza de Egipto, hasta sus efectos visuales, como ese plano del caballo ante el muro de agua. Por otro lado, Scott sigue fiel a su estilo personal a tenor de la apuesta por una fotografía sombría, que huye de brillanteces cromáticas y se acerca más a ese tono sombrío al que antes hacía referencia, en la línea de lo que ya hizo en Gladiator (2000) o en El reino de los cielos (2005). Por supuesto, todavía falta mucho para valorar positiva o negativamente el film, pero a priori se antoja una propuesta cuanto menos interesante que, independientemente de su influencia bíblica, parece querer contar una historia más terrenal, próxima a las relaciones entre hermanos y al debate de la esclavitud en Egipto, algo que por cierto ya se ha demostrado no ser cierto, al menos en la forma en que esta historia pretende mostrarlo.

La película, que llegará a los cines en diciembre de este 2014, cuenta con un reparto espectacular en el que destacan Christian Bale (La gran estafa americana) como Moisés; Joel Edgerton (El gran Gatsby) como Ramsés; John Turturro (Aprendiz de gigoló) como Seti; Sigourney Weaver (serie Political animals) como Tuya, la madre de Ramsés; Aaron Paul (serie Breaking Bad) como Josué; Ben Kingsley (El médico) como Nun; la española María Valverde (Tengo ganas de ti) como Séfora; e Indira Varma (Mindscape) como Miriam. A continuación el tráiler.

‘Titanic’, la grandiosidad de una pequeña historia de amor


Kate Winslet y Leonardo DiCaprio tratan de escapar del 'Titanic'.Ésta es la semana de los Oscars. Y este puede ser el año de Leonardo DiCaprio, quien gracias a El lobo de Wall Street puede quitarse una espina que lleva largo tiempo clavada en su carrera profesional. Carrera que, por cierto, tuvo su principal punto de inflexión en Titanic, la cinta dirigida en 1997 por James Cameron (Terminator) y que fue prácticamente el último papel de chico guapo adolescente que interpretó. Pero su historia con esta cinta va mucho más allá. No es casualidad que en Toma Dos abordemos hoy este film en la entrada 700 del blog. Ganador de 11 estatuillas y nominado a prácticamente todo lo que podía estar nominado, el gran ausente aquella noche fue el propio DiCaprio, que no logró estar entre los cinco candidatos a Mejor Actor. Y a pesar de lo que eso puede significar a nivel global para un film de esta envergadura, hay que reconocer que no fue una decisión desafortunada.

Desde un punto de vista puramente narrativo la cinta es prácticamente perfecta. Apenas existen lagunas en su ritmo, ni siquiera en la tradicional depresión que suele producirse al comienzo del segundo acto. Y esto es gracias a una idea que escuché no hace mucho y que creo resume perfectamente el film: el acierto de Cameron estriba en que, a pesar de conocer el final, su historia se aleja notablemente del entorno en el que se desarrolla. Es decir, que lo que narra no es el hundimiento del famoso barco, sino una historia de amor que bien podría haber tenido lugar en tierra firme. Una historia de amor algo típica pero que, por las circunstancias, adquiere tintes de grandeza. Puede que a muchos les resulte empalagoso el carácter romántico de buena parte de su metraje (al menos hasta el espectacular clímax), pero tal vez la mejor evidencia de su grandeza está en que se ha convertido en un clásico del género por derecho propio en menos de 15 años.

Pero como decía, la historia de amor es bastante tópica. Incluso dentro de dichos tópicos el espectador puede encontrar ciertos rasgos distintivos, como es el personaje de Kate Winslet (Un dios salvaje). De hecho, es gracias a la firmeza en su definición que la historia logra aguantarse casi por sí sola, pues los conflictos morales y sociales en los que se ve inmersa (y de los que no puede escapar por las evidentes restricciones físicas) dibujan un espacio único para el drama y la intriga. Con esto no quiero decir que la labor de DiCaprio no sea loable… para el personaje que afronta. Porque mientras ella posee numerosos niveles de interpretación y no pocos contrastes, el personaje de Jack es mucho más lineal, menos conflictivo. Su estatus social, sus sueños de una vida mejor, su facilidad para encajar en cualquier cita social, … todo ello le define como un rol sin aristas, el «bueno» de la película cuyos mayores retos se encuentran en los demás, no en él mismo.

Sea como fuere, es gracias a esta historia de amor relativamente sencilla y típica que Titanic adquiere la grandeza que adquiere. El hecho de que durante años fuese la película más cara de la Historia o la grandiosidad de algunos de sus planos (sobre lo que hablamos a continuación) no son más que adornos para algo mucho más simple. Un buen ejemplo de que las historias, a pesar de lo que las rodea, deben ser directas y clásicas, sin excesivas complicaciones y con un objetivo claro. Eso es algo que Cameron siempre ha tenido claro, y tal vez sea por eso que sus films siempre han tenido el éxito que han tenido. Y tal vez sea por eso que siempre se les ha tachado de simplones desde un punto de vista dramático. Para gustos los colores.

Un icono de la espectacularidad

El hundimiento del 'Titanic' marcó un antes y un después en el cine.Todos estos elementos son, en definitiva, lo que sustenta al film. Curiosamente, es también lo que menos suele apreciarse, al menos a primera vista, en el mismo. A nadie se le escapa que si algo destaca en la historia, por encima de todo, es el despliegue visual que realiza Cameron. Su visión del hundimiento, el exhaustivo estudio de cómo debió ser en base a la posición de los restos en el fondo del mar y la grandiosidad y majestuosidad con la que reprodujo todos y cada uno de los detalles sorprendió a propios y extraños. Aquellos que seguimos con cierto interés su carrera sabemos que ha tenido siempre tendencia a la libertad que ofrecen los planos abiertos y las sensaciones encontradas que generan cuando se combinan con secuencias en espacios cerrados.

Pero lo que logró con Titanic fue algo fuera de lo común. La planificación utilizada, con grandes movimientos de cámara que se mueven por el barco como si de un baile de salón se tratara, determina no solo el carácter romántico y delicado de la historia principal, sino que dota a ese epicentro dramático de un carácter casi histórico, como si su historia estuviera fuertemente unida al destino del barco. Gracias a ello, el espectador se deja imbuir por un desarrollo que le lleva a empalizar completamente con los protagonistas, hasta el punto de desconocer por completo el desenlace de la tragedia que ya fue de por sí el choque con el iceberg. En buena medida, todo esto es gracias a un sentido grandilocuente de la narrativa audiovisual, a una necesidad innata de utilizar no solo grandes decorados, sino a aprovechar al máximo las posibilidades que ofrecen.

En la retina quedan, por ejemplo, la presentación inicial del barco o la de los personajes (ella desvelándose bajo un sombrero, él simplemente con su mirada), los primeros momentos en los que la cámara nos adentra por los salones y las estancias y, cómo no, el famoso hundimiento, espectáculo por el que muchos pagamos inicialmente la entrada en su momento y que, al final, se convierte casi en una anécdota ante la cantidad de acontecimientos que se suceden en el film. Puede parecer evidente que la historia sobre este trágico accidente debe contener algo más que el mero choque con el hielo. Pero lo que distingue a Cameron sobre los demás es que fue lo suficientemente inteligente para contar una historia que nada tiene que ver con el barco, y que sin embargo ha logrado identificar al mismo con el romance.

No cabe duda de que eso es gracias a las constricciones naturales que presenta un escenario como el de Titanic, donde nadie puede huir y donde todos terminan encontrándose. Un espacio que obliga a todos los personajes, desde los principales a los secundarios, a enfrentarse a sus propios miedos y a su verdadero yo. Por supuesto, el hundimiento saca a flor de piel la verdadera naturaleza del ser humano. Pero más allá de eso, la película de James Cameron logra que el peligro que todo el mundo sabe que llegará quede en un segundo plano, como si de una nube negra y amenazadora se tratara. El interés, por tanto, se centra en cómo los personajes son capaces de afrontar sus problemas, sus anhelos y sus miedos. Esto es lo que convierte al film en el clásico que es. Y ese es el motivo por el que DiCaprio no estuvo entre los nominados.

‘Iron Man 3’: el hombre de hierro busca su alma en un interior vacío


Robert Downy Jr. pasará sus peores momentos en 'Iron Man 3', de Shane Black.Hay que reconocerlo. La trilogía sobre el hombre de hierro de Marvel es, en líneas generales, una de las más completas sobre superhéroes de todas las que se han hecho. Su tercera entrega, dirigida por Shane Black (Kiss Kiss Bang Bang), no solo se mantiene al mismo nivel que sus predecesoras en espectacularidad y comicidad, sino que introduce un elemento evitado en sus dos primeras partes que más tarde o más temprano tenía que llegar. Y lo hace con la inteligencia y la humildad, si es que este término puede aplicarse a un film de estas características, que ha definido siempre su estilo narrativo.

Dicho elemento no es otro que la crisis de identidad del héroe. Iron Man, que siempre se ha caracterizado por una moral cuestionable y una actitud ante la vida más bien libertina, se enfrenta en esta tercera aventura a sus propios miedos, relacionados en buena medida con la incertidumbre de no saber cuál de sus dos actitudes ante la vida es la que realmente le define. Y para descubrirlo nada mejor que enfrentarse a los villanos de turno, los siempre excelentes Guy Pearce (L. A. Confidencial) y Ben Kingsley (Casa de arena y niebla), sin más recursos que su ingenio.

Para los amantes de la acción, este viaje de descubrimiento personal puede que sea, al final, el talón de Aquiles del relato, pues termina por exigir más metraje para su correcto desarrollo, obligando a robárselo a otros aspectos como la acción o la comedia. Puede que sí, pero eso no impide que Iron Man 3 cuente con unas secuencias de acción realmente espectaculares. Simplemente con el ataque a la casa de Tony Stark (con un Robert Downey Jr. que parece haber nacido para este papel) y el desenlace final bastaría para dejar sin aliento a cualquier espectador, pero por fortuna no son las únicas que posee el film.

Y como siempre, los detalles. Marvel está consiguiendo algo único: trasladar su idea de los cómics al cine. Para aquellos que no estén muy familiarizados con su mundo, mencionar simplemente que las historias que protagoniza un personaje suelen tener consecuencias en las aventuras de otro. El hecho de que esta tercera entrega base buena parte de su desarrollo dramático en los acontecimientos ocurridos en Los Vengadores (incluyendo una corta secuencia al final de los créditos con uno de sus protagonistas) refuerza la idea de que estamos ante algo más que una película individual, más incluso que la tercera parte de una trilogía. Estamos ante una nueva pieza de ese gran puzzle que se está formando con los superhéroes creados por Stan Lee. Para el fan, la película se convertirá en una delicia.

Desde luego, Iron Man 3 no alcanza las cotas dramáticas y serias que impuso Christopher Nolan con su trilogía sobre Batman. Tampoco lo intenta. La película es un colofón muy entretenido y espectacular a una saga que se ha ganado por derecho propio estar entre lo mejor del cine de superhéroes. A decir verdad, es perfecta en su propuesta, pues incluso sus errores (como ese final resuelto casi por arte de magia) quedan empequeñecidos ante la brillantez del conjunto.

Nota: 8/10

Trailer de ‘Man of Steel’: No es una S, es esperanza


Uno de los espectaculares momentos de 'Man of Steel', de Zack Snyder.Hace ya varias semanas que están surgiendo imágenes de la próxima revisión del personaje de Superman. Pero no fue hasta la semana pasada que se dio a conocer el, hasta ahora, más extendido y completo trailer de este Hombre de acero (al final de este texto), que es nombre que han tomado el director Zack Snyder (Amanecer de los muertos) y Christopher Nolan (trilogía de El Caballero Oscuro), este en calidad de productor, como título para esta nueva versión del origen, desarrollo y consolidación de uno de los superhéroes más icónicos del mundo. Sé que han pasado varios días, pero es que han sido necesarios varios visionados para poder dejar a un lado su espectacularidad y analizar con algo más de profundidad lo que se propone en estas imágenes.

Siendo claro y directo, Man of Steel es, a priori, una combinación perfecta de dos estilos diferentes pero perfectamente compatibles. Por un lado, Nolan ha logrado aportar al conjunto, sobre todo en lo referente al guión y el desarrollo de los personajes, una seriedad y madurez que parecían haberse perdido en las últimas propuestas del hijo de Krypton, sobre todo en esa fallida pseudo continuación que fue Superman Returns (2006). Con un guión de David S. Goyer (Batman Begins), colaborador habitual del director de Memento (2000), la película humaniza aún más si cabe al personaje de DC Comics utilizando el mismo recurso que ya se utilizó en el original de 1978: narrar su exilio a la Tierra y su educación hasta llegar a Superman.

Por su parte, Snyder añade lo que mejor sabe hacer: generar un espectáculo único basado en el uso de entornos digitales, aunque no por ello caiga necesariamente en el abuso o la confusión visual o narrativa. Precisamente, si algo ha demostrado en films como 300 (2006) o Watchmen (2009) es que la belleza formal que es capaz de lograr con su planificación no va acompañada de una desorientación narrativa. Lo que sí parece haber conseguido, al menos analizando estos primeros minutos, es dejar a un lado su tendencia al abuso de la cámara lenta, posiblemente por recomendación de sus colaboradores. Claro que sería injusto señalar que lo único relevante del film es la presencia de ambos directores. El reparto no es menos impresionante. Más allá de Henry Cavill (serie Los Tudor) y Amy Adams (La duda) en los papeles de Superman y Lois Lane respectivamente, destacan los secundarios como Russell Crowe (Los miserables), Kevin Costner (serie Hatfields & McCoys), Diane Lane (Infiel), Michael Shannon (Revolutionary Road) y Lawrence Fishburne (Matrix).

Desde luego, parece que tanto Warner Bros. como DC Comics han logrado encontrar el tono exacto para la traslación de sus personajes a la gran pantalla. Y todo gracias al trabajo de un autor con mayúsculas que ha sabido llevar el género de los superhéroes a un nivel superior. Gracias a Christopher Nolan, Batman ha dejado de ser Batman para convertirse en El Caballero Oscuro. Y Superman cambia sus coloridos ropajes por otros algo más apagados y monocromáticos para convertirse en El Hombre de Acero. No es casualidad que las últimas adaptaciones de estos personajes no contengan su propio nombre en el título, como tampoco lo es que la serie de televisión Arrow, basada en el personaje Flecha Verde, pierda parte de su nombre al mismo tiempo que gana en seriedad y madurez.

Es la estrategia a seguir, y viendo el resultado de este Man of Steel está dando un resultado impecable. Este nuevo trailer no solo despierta, pues ese es su cometido, el gusanillo de acudir al cine, sino que hace pensar en una adaptación que está a la altura de la realizada por Richard Donner (16 calles), incluso pudiendo superarla. Si a esto se añade la imprescindible banda sonora del magistral Hans Zimmer (Gladiator), el producto empieza a adquirir la categoría de importancia que, por ejemplo, ya tuvo El caballero oscuro (2008), punto de inflexión del género. Ya lo dice el propio protagonista. Lo que lleva en el pecho no es una «S», significa esperanza. Esperanza que Snyder y Nolan han devuelto a un personaje que parecía pasar por horas bajas. A continuación, el trailer en V.O.S.

‘El señor de los anillos: Las dos torres’, la división hace la fuerza


Elfos, enanos, humanos y magos, principales protagonistas de 'El señor de los anillos: Las dos torres'.Una de las consecuencias que provocó el final de El señor de los anillos: La comunidad del anillo fue la división en dos de una historia que se antojaba como única. La separación de los miembros originales del grupo que debía destruir el anillo ofreció en aquella conclusión cinematográfica todo un nuevo mundo de oportunidades narrativas, así como de las consecuentes complejidades. Porque si algo tiene la obra de J. R. R. Tolkien es complejidad, principalmente provocada por la multitud de personajes, escenarios y acontecimientos que se suceden casi de forma paralela. Tal vez sea esto el principal acierto del director Peter Jackson, autor de la trilogía, a la hora de afrontar la narración audiovisual de El señor de los anillos: Las dos torres (2002). Eso, y una mano única para la espectacularidad bélica y la épica dramática, que alcanzan aquí un nuevo escalón de un camino que culmina soberbiamente con su tercera entrega.

Ya mencionamos que la factura técnica de la primera parte, y en general de la trilogía al estar rodada como un único proyecto, es impecable. La iluminación, capaz de separar territorios dominados por razas diferentes, los espectaculares planos generales de situación o la maravillosa y evocadora banda sonora puede que sean los aspectos más reseñables (amén de un diseño de decorados y de producción tan mastodóntico como embelesador). Sin embargo, esta segunda entrega camina un poco más hacia adelante en todos aquellos elementos que perjudicaban a su predecesora, y añade nuevos recursos que aportan una grandiosidad épica a su historia.

Tal vez lo más relevante sea centrar la atención en la segunda historia que surge de la división de esa ‘Comunidad del anillo’. Nos referimos a ese proceso de transformación de un personaje, el Aragorn de Viggo Mortensen (Una historia de violencia), que debe convertirse en líder de las diferentes razas de la Tierra Media muy a su pesar. Las dudas personales, la desconfianza de reyes y líderes, y los combates a los que debe hacer frente conforman todo un entorno opositor tan clásico como efectivo, capaz de interesar mucho más que la transformación (a priori más interesante por ser el centro de toda la historia) negativa que sufre Frodo Bolsón, de nuevo con los rasgos algo pétreos de Elijah Wood (Deep Impact).

En este sentido, y como destacamos más arriba, la labor de Jackson es fundamental. Más allá de su visión narrativa destaca la facilidad con la que desvía poco a poco el foco de la trama hacia todos los personajes ajenos al viaje de los hobbits, destacando por encima de todo las secuencias más épicas y violentas del conjunto. En efecto, y aunque existen momentos de gran intensidad dramática a lo largo de sus tres horas de metraje (como la solución al problema de un reino o la relación entre el protagonista humano y una elfa), lo más memorable de esta segunda parte son los momentos de combate entre los dos principales ejércitos en torno a una fortaleza casi inexpugnable. El dramatismo bajo la lluvia y la grandiosidad que aportan los movimientos de masas (muchos digitales, eso sí) en planos amplios y muy abiertos difícilmente se ha conseguido en otros momentos del cine comercial.

Gollum, el gran triunfador

Pero con todo, lo más llamativo y esperado se halla en un personaje más o menos secundario pero de imprescindible influencia en el desarrollo de la trama, tanto en su versión original en papel como en la adaptación audiovisual. Claro está, nos referimos a Gollum, criatura generada íntegramente por ordenador a partir de los movimientos y gestos de un actor que, para su suerte o su desgracia, se ha especializado en este tipo de roles: Andy Serkis, el King Kong de Peter Jackson. La perfección que alcanza la interacción con los actores, la iluminación en su piel y, por encima de todo, la expresividad de su rostro, alzaron a Weta, compañía encargada de su diseño y desarrollo, al nivel de ILM en el campo de efectos digitales. Hay que aclarar aquí que el proceso de animación en este tipo de técnicas había sido, hasta entonces, algo infructuoso. Sí, los personajes adquirían una naturalidad y un realismo inusitados hasta entonces, pero siempre faltaba algo, y era la transmisión de sus emociones. Es aquí donde Gollum se eleva hasta convertirse casi en un personaje real (muchas veces más expresivo que algunos actores, la verdad).

Hay que reconocer que la presencia de este personaje es uno de los reclamos de esta primera continuación. La importancia de su intervención en la historia obligaban a convertirlo en un elemento diferenciador en el desarrollo dramático, una especie de punto de giro en sí mismo que desvía el destino de los dos hobbits que le acompañan, y a los que guía por caminos repleto de trampas y peligros. Si a esto sumamos la doble personalidad que lucha constantemente en su interior, la criatura se convierte en todo un reto visual, interpretativo y narrativo. Y en todos los aspectos, en algunos más que en otros, sale más que airoso.

Es por todo ello que Gollum se convierte en uno de los referentes de este El señor de los anillos: Las dos torres. Su presencia otorga algo de vida e interés a un viaje que, por otro lado, se desarrolla sin grandes sobresaltos ni intrigas inesperadas. En cierto modo, el director juega con el espectador como los miembros de aquella ‘Comunidad del anillo’ juegan con los aliados del villano común a todos ellos. La división del grupo supone una distracción a los ejércitos que persiguen al portador del anillo en la misma línea en que sus luchas e intentos por ganar tiempo distraen a la platea del viaje principal de esta trilogía. Que nadie lo interprete como un engaño. Si no fuera así, posiblemente esta segunda parte sería menos tolerable que su predecesora.

‘El señor de los anillos. La comunidad del anillo’, el arquetipo de la espectacularidad


Miembros de la comunidad del anillo protagonista de 'El señor de los anillos'.Un libro formado por tres tomos. Una película compuesta de tres partes. Así debe ser entendida la historia de El señor de los anillos, y así lo interpretó Peter Jackson (Agárrame esos fantasmas) a la hora de afrontar el proyecto. Es de sobras conocido que el rodaje de esta trilogía se realizó de forma paralela, llegando a tener varios platós de rodaje a un mismo tiempo en funcionamiento en diferentes partes de Nueva Zelanda, la Tierra Media en el mundo real. El resultado, visto de forma conjunta o por separado, es una obra mastodóntica, un hito en el arte cinematográfico a nivel creativo y técnico alcanzó el nivel de clásico casi al mismo tiempo de su estreno debido, precisamente, al aura de inadaptabilidad que tenía la obra escrita de J. R. R. Tolkien, de quien se acaba de estrenar la primera de otra trilogía que centra su atención en El hobbit, una especie de precuela de aquella. Por eso, iniciamos en Toma Dos una serie de análisis sobre la trilogía «original», comenzando como no podía ser de otro modo por La comunidad del anillo, estrenada en 2001.

He de confesar que, aunque la factura de esta primera aproximación a la obra de Tolkien es sencillamente perfecta en todos sus aspectos, su historia no tuvo el mismo efecto que, por ejemplo, sus dos continuaciones, sobre todo la última. Bien por no tener en mente el original literario, bien por lo asombroso de sus decorados o de las técnicas que permitían unos juegos casi imposibles de perspectiva, lo cierto es que el desarrollo dramático se me antojó algo previsible, regodeándose por momentos (al igual que le ocurre a la novela) demasiado en conceptos como la amistad, la lealtad, la valentía o la ambición. Y si bien es cierto que el estudio que realiza la obra sobre estos valores es lo que le aporta el grado icónico, en esta primera entrega existe un exceso a la hora de resolver determinadas situaciones, sobre todo en la secuencia inicial en la Comarca.

Debido al carácter mítico de la historia y a la multitud de personajes, parecía claro que el plantel de actores sería todo un mosaico de grandes intérpretes de diferentes generaciones. Y así fue, más o menos. Algunos utilizaron el éxito de la saga como trampolín, mientras que otros confirmaron su desarrollo artístico. La elección del reparto ofrece, además, la posibilidad de que los personajes sobrepasen la barrera de las letras para adoptar una entidad única, una sutileza que solo se da con una mirada, con un gesto o con una entonación. Ahí está, por ejemplo, la relación entre un elfo y un enano, dos razas opuestas condenadas a entenderse. O los diferentes caracteres entre los miembros humanos de esa Comunidad del Anillo.

Sin embargo, lo que más daño hace a esta primera parte es, precisamente, su protagonista. Elijah Wood (El buen hijo) se hace cargo de un papel que le queda algo grande. La inexpresividad del joven Frodo Bolsón ante todos los acontecimientos que le suceden en muy poco tiempo, incluyendo una herida de la que nunca se recuperará, se aproxima peligrosamente a la de Keanu Reeves en Matrix (1999), todo un arte en eso de decir mucho sin mover un músculo de la cara. Por poner un ejemplo, la historia coge a un personaje apacible, sencillo y campesino para situarlo en un viaje por tierras desconocidas, perseguido por unas criaturas y portando un anillo por el que todo el mundo mataría. El semblante, empero, apenas deja un atisbo de miedo o de preocupación.

En realidad, este es el principal escollo del desarrollo de esta primera historia, por lo demás dinámica y fascinante en su presentación de todas y cada una de las criaturas de esa Tierra Media. De hecho, la apuesta decidida por suprimir cada vez más el papel de Wood en favor del de Viggo Mortensen (Todos tenemos un plan), quien se erige en auténtico protagonista de este viaje por destruir un anillo, no hace sino acrecentar el interés por la historia, que adquiere progresivamente más y más dramatismo en su magnificencia visual. Un protagonismo que queda patente no solo en la resolución de la última película, sino en la pregunta más básica que se puede hacer sobre una película: ¿quién es el personaje protagonista más recordado?

Un antes y un después

El señor de los anillos: La comunidad del anillo supone, como he mencionado más arriba, un punto de inflexión en la profesión audiovisual. Peter Jackson, que gracias a este proyecto adquirió el status de director clave en la historia del cine (un título que, creo, le viene algo grande todavía), realiza algo casi imposible: tres películas en progresión dramática al mismo tiempo. Es muy complejo, y esto me imagino que lo comprendan mejor los profesionales del medio, estar atento a todos los detalles que se deben seguir a lo largo de un rodaje no lineal de una historia. De ahí los pequeños gazapos de cintas como Gladiator (2000). Extrapolar eso a tres películas al mismo tiempo marea a cualquiera.

Pero más allá del rodaje en sí, o de las técnicas visuales para convertir a cada actor en su personaje, lo que la película deja tras de sí es un mundo único de difícil creación que, a pesar de los intentos anteriores, nunca había sido llevado a imágenes de forma tan contundente. No solo hablamos de los paisajes, que se han convertido en parte del mito y que son, gracias a estas películas (y las que vendrán) en un reclamo turístico. Me refiero a la fotografía, todo un abanico de sutilezas cromáticas en las que el espectador es capaz de comprender el espacio en el que se encuentra solo con mirar una esquina de la pantalla.

Gracias a la asignación de un color y de una luminosidad concreta a cada raza y a cada zona geográfica de este mundo irreal, la historia queda identificada casi al instante en todas sus vertientes, desde el riesgo de una huida hacia adelante hasta la calma de un refugio paradisíaco, desde las entrañas de una montaña hasta las aireadas ruinas de un castillo. Aunque la labor de Andrew Lesnie (Soy leyenda) es solo una parte del conjunto, en el que también habría que destacar la soberbia banda sonora, que merecería un estudio más en profundidad.

En general, esta primera entrega de las aventuras de estos personajes que buscan destruir un anillo capaz de dominar el mundo pone las bases para lo que luego serán las dos siguientes entregas, Las dos torresEl retorno del rey, aunque peca en exceso en su labor como introducción a una aventura épica mucho mayor. Los personajes, sobre todo al comienzo y, más concretamente, el protagonista principal, aparecen casi como arquetipos de lo bueno y lo malo, de la virtud y la deshonra, del valor y de la debilidad. Y eso, más que reforzar las posturas de cada uno, lo que hace es terminar por ensombrecer una historia brillantemente iluminada por la magia de su espectacularidad.

‘Lawrence de Arabia’, el tratamiento intimista de un espectáculo visual


Medio siglo ha pasado ya, pero su fuerza se mantiene igual que en el momento de su estreno, y sigue siendo una de las ficciones cinematográficas que mejor muestra la revuelta árabe de principios del siglo XX contra el imperio Otomano, así como la participación occidental en su desarrollo. Lawrence de Arabia es, sin lugar a dudas, uno de los clásicos inmortales del séptimo arte. Pero decir eso es decir poco… o nada. En realidad, este film del maestro David Lean (Doctor Zhivago) es un reflejo de la complejidad de una época, de las relaciones humanas y diplomáticas y, sobre todo, de una figura tan polémica como la del personaje protagonista, Thomas Edward Lawrence.

Una personalidad que el guionista, Robert Bolt (habitual a partir de entonces de las películas de Lean), aborda de una forma elegante, ajustada a la moral de la época en la que se produce, y dejando entrever todos y cada uno de los aspectos más sombríos de una historia deslumbrante. En realidad, es más que probable que esta historia, en la actualidad, hubiera contenido momentos mucho más explícitos de lo que se muestra en el film. Sea como fuere, es esa sutileza o, si se prefiere, ese intento por ocultar su lado más negativo, la que da lugar a los actores a conformar unos personajes sublimes que se mueven por intereses personales y sociales encontrados.

Con todo, lo que más suele recordarse de Lawrence de Arabia es su belleza formal y visual. Con la primera nos referimos a la composición de los planos y al diseño de producción y vestuario, una tarea titánica que llevó al equipo técnico a recrear grandes salones, las moradas árabes del desierto y grandes movimientos de masas que, por suerte o por desgracia, no podían contar con los modernos efectos digitales de la era contemporánea, lo que supone quebraderos de cabeza mucho más allá de tener que mover a miles de personas y animales (el polvo que levanta el movimiento, la arena del desierto, las armas, …). Pero aunque todo eso es digno de admirar, lo que realmente deja sin aliento es el manejo que hace David Lean del formato panorámico, algo en lo que demostró ser uno de los más hábiles directores de la época, si no el mejor.

Gracias a sus movimientos de cámara y sus encuadres, el director de La hija de Ryan (1970) ofrece al espectador un espectáculo visual inigualable. Pocas veces un paraje tan inhóspito y monótono como puede ser un desierto ha lucido de forma tan espectacular. Frente a él, la grandiosidad de la trama y de los acontecimientos históricos que en ella acontecen parecen quedar, como mucho, encuadrados en un marco natural mucho más absorbente. Hubiera sido sencillo que el film terminase por desviar su rumbo en pos de la espectacularidad y la acción con estos elementos, pero nada más lejos de la realidad. Y eso no hace sino confirmar al director como uno de los iconos de la historia cinematográfica.

Lean, director en todos los sentidos

No son pocas las películas que caen en esta trampa. Sí, es cierto que suele ser por un guión que no está a la altura de las circunstancias. Pero aún teniendo un libreto que aborde de forma seria su historia, más allá de la espectacularidad y belleza visual del entorno en el que se enmarca, hay directores que terminan convirtiéndose en meros realizadores sin control sobre la otra pieza clave de su obra: los actores. Sobre todo si estos son estrellas, como es el caso de Lawrence de Arabia. Cierto es que el egocentrismo que existe en el cine en la actualidad no existía (o al menos no estaba tan desbocado) en la época dorada de Hollywood, pero eso no quita para que lidiar con importantes actores en un entorno tan complicado como es un desierto y con materiales tan pesados como las cámaras panorámicas de la época no fuera una tarea ardua.

Tal vez no sea la labor más evidente del trabajo como director, pero sin duda es la que sostiene el interés de la historia. Comenzando por un Peter O’Toole (El último emperador) capaz de reflejar en un solo plano de su rostro emociones tan dispares como el temor, la desconfianza o la complicidad, el reparto que integra el film es uno de los mejores que se pueden ver en una gran pantalla, en la línea de otras grandes superproducciones de esos años en las que actores de renombre encarnaban a personajes que, ya sobre el papel, eran mucho más que un mero vehículo para las secuencias de acción.

En efecto, O’Toole lleva el peso de la narración. Protagonista indiscutible, su capacidad para abordar todos los estados, físicos y de ánimo, por los que pasa T. E. Lawrence le convierte no solo en uno de esos actores indiscutibles, sino que engrandece a su personaje y lo dibuja de forma mucho más compleja de lo que podría esperarse. Pero no es el único nombre que destaca del amplio reparto. La labor de Anthony Quinn (Barrabás) y Omar Sharif (El guerrero nº 13) en sus respectivos papeles aporta numerosos matices a unos personajes que muy bien podrían haber caído en el estereotipo. Algo similar a lo que hacen el resto de actores, entre los que destacan Alec Guinness (La guerra de las galaxias), Jack Hawkins (Ben-Hur) o Claude Rains (Caballero sin espada).

Y es que en una historia donde se reflejan las diferencias entre las culturas occidental y árabe es fácil cometer el error de mostrar ambos pueblos de forma genérica, sin atender a los detalles o los elementos más personales de cada uno. En eso, afortunadamente, Lawrence de Arabia no se equivoca. Ni en eso ni en la mayoría de sus decisiones, narrativas y visuales. No hay que equivocarse. La película impacta por su magnificencia visual, por su uso del formato panorámico y algunos recursos narrativos sencillamente sublimes. Pero si mantiene su estatus año tras año, década tras década, es por su tratamiento intimista de un conflicto mucho más amplio.

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