La 4ª temporada de ‘Vikingos’ (II) sitúa la serie ante su mayor desafío


Decir a estas alturas que Vikingos es una de las series más completas de la televisión no es nada nuevo. Su evolución dramática ha sido pareja a la pérdida de pelo del protagonista (y a un aumento de su barba) y a la complejidad de sus personajes, enmarcados en una época de guerras, conquistas y traiciones por el ansiado poder. Pero lo que representa todo un reto, un desafío digno de los mismos dioses nórdicos, es lo que ha ocurrido en la cuarta temporada de esta ficción creada con elegancia y maestría por Michael Hirst (serie Los Tudor). Y es que si ya es un riesgo cambiar de actor protagonista, matar al personaje sobre el que ha girado toda la trama crea un vacío que necesita ser llenado. Si ese personaje es, además, tan determinante como el que interpreta Travis Fimmel (Warcraft: El origen), la labor puede resultar hercúlea.

Con todo, y a tenor de lo visto en estos 20 episodios, no solo hay lugar para la esperanza, sino que se podría decir que el tratamiento dramático es tan sólido que su ausencia va a ser aprovechada para alcanzar otras metas. Con dos partes perfectamente diferenciadas, esta cuarta temporada supone un punto de inflexión más que evidente. Por un lado, representa la decadencia de un héroe inigualable, de un líder nato que recibe el mayor golpe cuando más invencible se siente y a manos, además, de un personaje al que ha querido y que más le ha traicionado. El arco dramático de Ragnar Lothbrok es, en este sentido, ejemplar, desgranándose toda su evolución simplemente a través de miradas y actitudes de este personaje tan introspectivo. Quizá el mayor problema sea, como ya comenté en el artículo anterior, la introducción en la trama de una adicción a las drogas, pero lo cierto es que eso no enmascara el hecho de que estamos ante un personaje histórico en todos los sentidos.

Lo más interesante, sin embargo, se encuentra en la segunda parte de esta temporada. Hirst otorga al protagonista un final digno pero, al menos desde el punto de vista vikingo, denigrante. Todo el proceso que lleva hasta ese momento supone uno de los mejores momentos dramáticos de la serie, centrado en la relación de personajes, en sus conflictos internos y ahondando mucho en sus verdaderas personalidades. Esto permite, por un lado, que el autor de Vikingos pueda desarrollar con posterioridad la brutalidad y el dramatismo de la venganza por parte de los hijos, y por otro que el espectador alcance a comprender el verdadero significado de las decisiones que se toman. Una etapa, en definitiva, fundamental para esa inflexión dramática que antes mencionaba, y que cambia el sentido de la serie a pesar de que continúa con unos hechos, por otro lado, coherentes.

¿Y porqué este cambio? ¿Por qué no centrar la historia en el personaje de Ragnar Lothbrok y terminar la serie con él? La respuesta, a mi modo de ver, radica en el título y, sobre todo en los personajes y los actores que los interpretan. Para empezar, y aunque el héroe al que da vida Fimmel ha sido imprescindible, esta ficción es una obra coral en la que muchos secundarios han alcanzado casi más relevancia en algunos momentos que los protagonistas. En este sentido, esta cuarta temporada también es buen ejemplo de esto, centrando la trama muchas veces en roles y acontecimientos dramáticos ajenos completamente al héroe, dotando al desarrollo de un mayor interés y de una visión más amplia que enriquece el mundo en el que tiene lugar la acción.

Nuevos personajes

Lo verdaderamente importante, sin embargo, es el testigo que recogen los hijos de Ragnar Lothbrok. Con un salto temporal de años, alrededor de una década, Vikingos sitúa en el epicentro de la trama a todos estos vástagos liderando una venganza y una guerra tan vieja como su padre. En este sentido, lo relevante son las diferentes y conflictivas personalidades de estos personajes, lo que diferentes rostros en cierto modo a las dudas internas que tenía el rol de Fimmel. Aunque esta opción puede ser arriesgada, Hirst logra tejer con delicadeza y precisión un equilibrio dramático que, además, genera una tensión creciente que culmina con uno de los momentos más brutales e impactantes de la serie, no tanto por la violencia en sí misma como por el significado que puede llegar a tener.

Pasado, presente y futuro se unen, de este modo, en la segunda parte de la cuarta temporada a través de un desarrollo profundo e introspectivo de lo que han sido y son los principales personajes, de su evolución a lo largo de los años marcada por traiciones, ambiciones y remordimientos. El propio protagonista interpretado por Fimmel es el caso más evidente, ejerciendo de catalizador para el posterior trabajo argumental, pero no es el único. Los personajes de Clive Standen (Everest) y Linus Roache (Yonkers Joe), Rollo y rey Ecbert respectivamente, reflejan también el tono generalizado de esta parte de la trama, más reflexiva sobre el pasado, sobre las consecuencias de las decisiones y sobre el tormento que estas generan. Un tono que, aunque un tanto nostálgico, se combina con un aspecto básico para el futuro de la serie.

Como decía un poco más arriba, dicho futuro pasa por lograr que los hijos de Ragnar se repartan la elaborada personalidad de su padre, algo que parece haberse conseguido. Y en esto juegan un papel fundamental los actores elegidos a tal fin. La labor de Alexander Ludwig (El único superviviente) ha ido creciendo y mejorando junto al personaje de Bjorn en el que se ha convertido en uno de los roles más interesantes de la serie. He de confesar que este joven actor nunca ha sido santo de mi devoción, siendo su incipiente carrera algo irregular, pero parece haberse consolidado con este inteligente, reflexivo y duro personaje. Junto a él destaca, y de qué modo, la labor de Alex Høgh Andersen (Krigen), joven actor danés que da vida a uno de los hijos (y personaje en general) más violento y sádico, con una inteligencia potenciada por la discapacidad que tiene y que, en teoría, liderará el ejército vikingo en algunas de las batallas más épicas que están por venir. El duelo interpretativo entre estos actores está servido.

Lo cierto es que la muerte del protagonista de Vikingos puede llevar a pensar que el final de la serie está más bien cerca, previéndose un futuro poco halagüeño en lo que a calidad se refiere. Pero nada más lejos de la realidad. Michael Hirst demuestra, por si quedaba alguna duda, que es un maestro en este tipo de géneros, aprovechando esta cuarta temporada para dar un giro al concepto de esta ficción y enfocarla hacia un nuevo y prometedor futuro lejos de Ragnar Lothbrok, quien a pesar de todo parece que seguirá presente de algún modo. La lucha por el poder entre los hermanos parece cada vez más obvia, y a eso se añade la guerra en las islas británicas con la incorporación de un nuevo y apasionante personaje, ya introducido en el último episodio y al que da vida Jonathan Rhys Meyers (Albert Nobbs). Así que sí, la serie está ante un importante desafío, el mayor hasta el momento, pero todo apunta a que lo superará con la elegancia, la violencia y la inteligencia que siempre la ha caracterizado.

La 4ª T. de ‘Vikingos’ alecciona sobre el peligro de las drogas


Travis Fimmel y Clive Standen luchan cara a cara en la cuarta temporada de 'Vikingos'.Las drogas son malas. Ya sea en la actualidad o en la época vikinga, abusar de estas sustancias transforma al hombre en alguien diferente. Y eso es lo que, bajo el punto de vista de Michael Hirst (serie Los Tudor), le ocurrió a Ragnar Lothbrok para ser derrotado en París y comenzar así la decadencia de su reinado. Al menos así lo aborda la cuarta temporada de Vikingos, cuyos 10 episodios, con algunos de los momentos más espectaculares de la serie, dejan un sabor agridulce al introducir conceptos que resultan un tanto oportunistas.

Sin duda lo más interesante del arco argumental de esta etapa es el carácter atormentado del personaje interpretado por Travis Fimmel (Warcraft. El origen), asentado sobre las experiencias vividas en temporadas anteriores y, sobre todo, en el ataque a París que centró buena parte de la tercera temporada. Es ese trauma personal, esa carga de dolor, responsabilidad y culpa la que engrandece aún más la lucha interna entre sus tradiciones y sus ansias de conocimiento, entre sus amistades y las traiciones de aquellos que siempre había tenido más cerca. Si a esto sumamos un entorno plagado de personajes que cada vez parecen alejarse más de él, lo que nos encontramos es un fresco marcado por la soledad.

Y es en este contexto donde mejor se enmarcaría sus experimentaciones con la «medicina» que una asiática le ofrece. Hasta cierto punto, abrir la puerta a un nuevo mundo de experiencias es algo propio del protagonista de Vikingos, pero eso conlleva, por otro lado, la pérdida de una esencia quizá mucho mayor: su inteligencia y liderazgo para imponerse a sus enemigos. Que un personaje como Ragnar sea derrotado en la capital de Francia por su propio hermano es algo relativamente inexplicable si atendemos al recorrido del personaje en las anteriores temporadas, y de ahí también la necesidad de presentarle con capacidades mermadas, con un juicio nublado que lo único que provoca es una masacre de su pueblo. Y es aquí donde la presencia de la drogadicción y sus malas consecuencias se vuelve oportunista y se convierte en una herramienta necesaria para justificar algo a priori injustificable.

En realidad, la presencia de un vikingo como el interpretado por Clive Standen (serie Camelot) en las filas de los francos, más desarrollados, debería haber sido suficiente para derrotar a un ejército de invasores, uniendo lo mejor de ambos mundos a orillas del Sena. En lugar de ello, era necesario introducir un factor externo para convertir al héroe en un personaje más débil, más desdibujado. Y es una lástima, pues mientras el protagonista se pierde en secuencias un tanto innecesarias, otros personajes como el de Alexander Ludwig (Un equipo legendario) crecen, y de qué forma, para convertirse en parte fundamental de una trama que finaliza de un modo notablemente interesante, abriendo de par en par las puertas de una última temporada que despierta la curiosidad.

Un mundo más amplio

Este crecimiento en importancia de personajes secundarios más o menos tradicionales viene acompañado de otro aspecto igual de relevante para el futuro más inmediato de la serie. Mientras que las primeras temporadas se centraron en el protagonista y su particular visión del mundo (lo que, a su vez, le convierte en un hombre excepcional entre los suyos), esta cuarta etapa amplía el espectro para narrar lo que ocurre en Inglaterra y en Francia. Y quizá lo más interesante es, precisamente, que la historia de las islas es, simple y llanamente, independiente de la historia vikinga.

La consecuencia más inmediata es evidente. La trama resta tiempo a las historias de Ragnar Lothbrok y compañía para atender las luchas reales y familiares por los territorios de Inglaterra. Esta apuesta puede parecer arriesgada, pero lo cierto es que está muy medida. La introducción en la segunda temporada del rey Ecbert, al que da vida magníficamente Linus Roache (Innocence), supuso un soplo de aire fresco, un espejo en el que se reflejaba el protagonista en todos los aspectos. Perder el desarrollo de un personaje similar habría sido un error por varios motivos, entre ellos que dejaría al espectador con una suerte de incertidumbre sobre el devenir de sus ansias de conquista.

Y es aquí donde se halla la necesidad de su cada vez mayor presencia en la historia. En cierto modo, parece recoger el testigo del héroe protagonista, perdido éste como está en una nube de drogadicción. Pero además se le prepara para un eventual ataque futuro, construyendo los pilares narrativos de uno y otro bando para ofrecer al espectador las dos caras de una misma moneda. A ello se suma ahora la presencia del personaje de Standen en la capital de Francia, convertido en un franco más y obteniendo lo que siempre había deseado: derrotar a su hermano. Analizado en profundidad, la evolución de Rollo es impecable, moviéndose siempre entre el amor y la envidia, la admiración y el odio.

Por eso resulta especialmente difícil de entender que la cuarta temporada de Vikingos haya optado por reducir al personaje de Ragnar a un simple drogadicto. Sí, es cierto que concuerda con sus ansias de conocimiento y experiencias. Y sí, justificaría en parte las derrotas sufridas. Pero nada de eso parece necesario a tenor de cómo se desarrollan los acontecimientos a su alrededor, con su hermano traidor y con los conflictos generados por los actos de Floki (de nuevo Gustaf Skarsgård). Todo ello habría tenido que ser suficiente para mostrar la caída de una especie de semidiós convertido en humano. Los escarceos con las drogas no solo restan credibilidad a su personaje, sino que obligan a destinar secuencias y minutos a algo que desvirtúa la esencia de la trama.

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