La magia de ‘Toy Story’ y su influencia en el mundo de la animación


Hace 17 años, la compañía de Walt Disney presentó la obra de una productora que por aquel entonces podía considerarse pequeña, al menos comparada con el gigante cinematográfico en el que se ha convertido hoy. Especializada en cortometrajes de animación, sus técnicas eran diferentes, novedosas y algo arriesgadas. Pixar utilizaba una animación por ordenador donde los personajes abandonaban la bidimensionalidad del papel para tener un diseño sólido y tridimensional. Sin embargo, a diferencia de otros intentos anteriores (y posteriores), dicha tecnología estaba al servicio de una historia muy en la línea de Disney, que acababa de encadenar una serie de éxitos únicos. Toy Story fue, en este sentido, el colofón a una serie de auténticas joyas de la animación, pero también hirió de gravedad a la tradicional técnica del dibujo.

Dirigida por John Lasseter, auténtica alma mater de Pixar y actual director creativo de Disney tras la unión de ambos nombres, la cinta presenta una trama tan conocida como antigua (el miedo a la pérdida de estatus y a las nuevas generaciones), aunque desde un punto de vista tan original que engancha desde la primera imagen (o casi). Un juguete, acostumbrado a ser el centro de atención del niño que lo posee, ve cómo su mundo cambia cuando este presta toda su atención a un nuevo muñeco, más moderno, más elaborado y, sobre todo, de moda. Si bien al principio hará todo lo posible por quitarle de en medio, finalmente comprenderá que hay sitio para los dos en la habitación.

Toy Story es lo que cualquier persona en su infancia ha deseado, y lo que en cierto modo siempre ha estimulado la imaginación de los niños: que los juguetes con los que nos criamos, y a los que dotamos de vida artificial, posean realmente sentimientos, valores y conocimientos cuando las luces de la habitación se apagan. Todo eso y más es este film, pues la forma en que los juguetes se interrelacionan, se organizan y se comportan responde en cierto modo al carácter humano. Esto genera, en fin, un microcosmos único en el que los miedos del ser humano quedan reflejados, ofreciendo una solución a través de su forma de afrontar los problemas, y que aleja de la fantasía una trama protagonizada por juguetes.

Antes mencionaba que la historia engancha casi desde la primera imagen. Es cierto que desde los primeros planos la película muestra un carácter único gracias a la iluminación y el realismo de objetos y personajes (dentro, claro está, de los parámetros animados), pero lo realmente sorprendente llega unos minutos después, cuando el juguete protagonista, ese ya mítico vaquero que responde al nombre de Woody, mueve lentamente los ojos cuando el niño abandona la habitación. Algo tan simple y al mismo tiempo tan costoso de realizar (la película duró unos cuatro años de trabajo) está impregnado de una magia única, de una ternura que acompaña al resto del arco dramático, y de una autenticidad que solo Pixar ha sido capaz de lograr año tras año.

Antes y después

A partir de ese momento, el espectador se sumerge irremediablemente en la historia, en una aventura plagada de peligros, unos más amables que otros, pero que destaca tanto los mejores valores de los niños (la amistad, la aceptación de todo tipo de personas) como las lecciones que da la madurez (la decepción, el miedo al olvido, la pérdida). No se puede decir, por tanto, que Toy Story sea un film ingenuo, más bien al contrario. Cierto que aborda una trama dirigida principalmente a un público infantil, pero la forma en que la trata, el respeto con el que se dirige a los espectadores de todas las edades, no hace sino alejarla de ese «cine para niños».

Con todo, lo cierto es que el verdadero atractivo de la película se halla en su técnica. A mediados de los 90 del siglo pasado los efectos creados por ordenador estaban más o menos desarrollados, pero nunca antes se había intentado crear una película entera con esta herramienta. Elementos como el agua, la luz o el fuego podían dar al traste con cualquier producción si no eran lo suficientemente reales. A tenor del resultado, y con la perspectiva de los años que permite apreciar la evolución de este subgénero, la prueba se superó con éxito.

Pero como decíamos antes, esta historia de juguetes supuso el primer paso hacia la práctica desaparición de la animación en papel. A medida que el éxito de las producciones Pixar fue en aumento, el de las producciones Disney fue disminuyendo, y no solo por el atractivo de las imágenes. Las historias que narraba, con este Toy Story a la cabeza, estaban perfectamente asentadas en guiones brillantes que combinaban la imaginación, la comedia, el drama y una explicación sencilla de los problemas adultos. Claves que la factoría de Blancanieves y los siete enanitos parecían perder a cada título que estrenaban.

Aún hoy, Toy Story mantiene intacta la magia que la hizo destacar en 1995. Todos los elementos, desde la música hasta las actuaciones de los actores que ponen la voz, con Tom Hanks (Náufrago) y Tim Allen (De jungla a jungla) a la cabeza, pasando por todo lo mencionado más arriba, componen un producto único, una obra que perdurará en el tiempo tanto por la calidad propia como por su aportación a la historia del cine.

Acerca de Miguel Ángel Hernáez
Periodista y realizador de cine y televisión.

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